Amadís de Gaula (45 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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—Decid lo que os mandaron, que creída seréis.

Ella dijo:

—Señor, rey, verdad es que vos matasteis el padre de Briolanja y tenéisla desheredada de su tierra y habéis dicho muchas veces que vos y vuestros hijos defenderéis por armas, que lo hicisteis con derecho, y Briolanja os manda decir que si en ello os tenéis que ella traerá aquí dos caballeros que sobre esta razón tomarían por ella la batalla y a vos harán conocer la deslealtad y gran soberbia que hicisteis.

Cuando Darasión, el hijo mayor, oyó esto, fue muy sañudo, que era muy airado en sus cosas, y levantóse en pie y dijo sin placer de ello a su padre:

—Doncella, si Briolanja ha esos caballeros y por tal razón se quieren combatir, yo prometo luego la batalla por mí y por mi padre y mi hermano, y si esto no hago, hacer prometo ante estos caballeros de dar la mi cabeza a Briolanja que me la mande cortar por la de su padre.

—Cierto —dijo la doncella—, Darasión, vos respondéis como caballero de gran esfuerzo, más no sé si lo hacéis con saña, que os veo estar en gran manera sañudo, más si os acabareis con vuestro padre lo que ahora diré, creeré que lo hacéis con bondad y con ardimiento, que en vos hay.

—Doncella—dijo él—, ¿qué es lo que vos diréis?.

Ella dijo:

—Haced a vuestro padre que haga atreguar los caballeros de cuantos en esta tierra son así que por mal andanza que en la batalla os venga, no prendan mal, sino de vosotros y si esta seguranza dais, en este tercero día serán aquí los caballeros.

Darasión hincó los hinojos ante su padre y dijo:

—Señor, ya ves lo que la doncella pide, y lo que yo tengo prometido, y pues que mi honra es vuestra, séale otorgado por vos, que de otra manera ellos sin afrenta quedarían vencedores y vos y nosotros en gran falta, habiendo siempre publicado que si algún cargo a la limpieza vuestra en lo pasado se imputase, que por batalla de nos todos tres se ha de purgar, y aunque esto no se hubiese prometido, debemos tomar en nos desafío, porque según me dicen, estos caballeros son de los locos de la casa del rey Lisuarte que su gran soberbia y poco seso les hace, teniendo sus cosas en grande estima, las ajenas desprecian.

El rey que a este hijo más que a sí mismo amaba, aunque la muerte de su hermano que él hiciera culpado se hiciese, y la batalla mucho dudase, dio la seguranza de los caballeros así como por la doncella se demandaba. Siendo ya la hora llegada permitida del muy alto Señor en que su traición había de ser castigada, como adelante oiréis.

Viendo la doncella ser su embajada venida en tal efecto, dijo al rey y a sus hijos:

—Aparejaos, que mañana serán aquí aquellos con que de combatiros habéis, y cabalgando en su palafrén, tanto anduvo que llegó al castillo y contó a las dueñas y a los caballeros cómo enteramente había su embajada recaudado, mas cuando dijo que Darasión los tenía por locos en ser de casa del rey Lisuarte, a la gran saña fue Amadís movido y dijo:

—Pues aun en aquella casa hay tales que no tendrían en mucho de le quebrantar la soberbia y aun la cabeza, mas vio que la ira le señoreaba y pesóle de lo que dijera. Briolanja, que los ojos de él no partía que lo sintió y dijo:

—Mi señor, no podéis vos desdecir ni hacer tanto contra aquellos traidores, que ellos no merezcan más y pues que sabéis la muerte de mi padre y el tiempo que tan sin razón desheredada me tienen, habed de mí piedad, que en Dios y en vos dejo toda mi hacienda.

Amadís, que el corazón tenía sojuzgado a la virtud y en toda blandura puesto, hubo duelo de aquella hermosa doncella y díjole:

—Mi buena señora, la esperanza que en Dios tenéis tengo yo que mañana, antes que noche sea, la vuestra gran tristeza será en gran claridad de alegría tomada.

Briolanja se le humilló tanto, que los pies le quiso besar, mas él con mucha vergüenza se tiró afuera y Agrajes la levantó por las manos, pues luego fue acordado que partiendo de allí, al alba del día, fuesen a oír misa en la ermita de las tres fuentes, que a media legua de Sobradisa estaba. Así holgaron aquella noche muy viciosos y a su placer, y Briolanja, que con Amadís hablara mucho, estuvo muchas veces movida de le requerir de casamiento, y habiendo temor que los pensamientos tan ahincados y las lágrimas que alguna veces por sus haces veía, no de la flaqueza de su fuerte corazón se causaban, mas de ser atormentado, sojuzgado y afligido de otra por quien él aquella pasión que ella por él pasaba, sostenía, así que serenando la razón a la voluntad, la hicieron detener, partióse de él, porque durmiendo y reposando a la hora ya dicha, levantarse pudiese. Pues la mañana venida, tomando Amadís y Agrajes consigo a Grovenesa y a Briolanja con la otra su compaña, a una hora del día fueron a la ermita de las tres fuentes, donde de un hombre buen ermitaño, la misa oyeron, y aquellos caballeros, con mucha devoción a Dios rogaron que así como Él sabía tener ellos derecho y justicia en aquella batalla, así Él por Su merced les ayudase.

Y luego se armaron de todas sus armas, solamente llevando los rostros y manos sin ellos, y cabalgando en sus caballos y ellas en sus palafrenes continuaron su camino hasta la ciudad de Sobradisa llegar, donde fuera de ella hallaron al rey Abiseos y sus hijos que con gran compañía de gente, sabiendo ya su venida, los atendían. Todos se llegaban a la parte donde Briolanja venia, que Amadís traía por la rienda y amábanla de corazón, teniéndola por su derecha y natural señora y como Amadís llegó con ella a la prisa de la gente, quitóle los antifaces porque todo el su hermoso rostro viesen, y cuando así la vieron cayendo las lágrimas de sus ojos y volviendo contra ellos con mucho amor en sus corazones, la bendecían rogando a Dios que su desheredamiento más adelante no pasase.

Abiseos, que delante sí su sobrina vio, no pudo tanto la su codicia ni maldad de que gran vergüenza excusar le pudiese, acordándose de la traición que al rey su padre hiciera, mas como mucho tiempo en ello endurecido estuviese, pensó que la fortuna aún no era enojada de aquella gran alteza en que le pusiera y sintiendo lo que la gente en ver a Briolanja sentía, dijo:

—¡Gente cautiva, desventurada, bien veo el placer que esta doncella con vista os da y esto os hace mengua de seso, que si lo tuvieseis, más conmigo, que soy caballero, que con ella, siendo una flaca mujer, os debíais contentar y honrar para vuestro descanso y defendimiento, si no ved que fuerza o favor es el suyo, que en cabo de tanto tiempo no pudo alcanzar más de estos caballeros, que con gran engaño viniendo a recibir muerte o deshonra, me hace haber de ellos piedad!.

Oyendo esto Amadís a gran saña fue movido, tanto que por los ojos la sangre le parecía salir y dijo contra Abiseos, levantándose en los estribos, así que todos los oyeron:

—Abiseos, yo veo que te mucho pesa con la venida de Briolanja, por la gran traición que hiciste cuando mataste a su padre, que era tu hermano mayor y señor natural, y si en ti tanta virtud y conocimientos hubiese que apartándote de esta gran maldad a ello lo suyo dejases, daría yo lugar, quitándote la batalla, para que de tu pecado, demandando a Dios merced, tal penitencia hacer pidieseis, que así como en este mundo la honra tienes perdida, en el otro, donde has de ir, el ánima, con su salvación lo reparase.

Darasión salió con gran ira delante antes que su padre responder pudiese, y dijo:

—Cierto caballero loco de la casa del rey Lisuarte, nunca yo pensé que yo a ninguno tanto pudiera sufrir que delante mí dijese, pero hágolo porque si osareis tener lo que está puesto mi saña no tardará de ser vengada, y si el corazón os faltando, huir quisiereis, no estaréis en parte que os pueda haber y mandar castigar de tal manera que lástima hayan de vos todos aquéllos que lo miraren.

Agrajes le dijo:

—Pues que la traición de tu padre así queréis sostener, ármate y ven a la batalla, como estás sentado, y si tu ventura fuere tal que la muerte que sobre vuestras honras tenéis esa resucitada, si no habrás aquélla y ellas contigo que vuestras malas obras merecen.

—Di lo que quisiereis —dijo Darasión—, que poco tardará en que esa tu lengua sin el cuerpo sea enviada a casa del rey Lisuarte, porque viendo esa pena se atienen los semejantes que tú en tus locuras, y luego comenzó a demandar sus armas, y su padre y su hermano otros; y armáronse y cabalgando en sus caballos se fueron a una plaza que para las lides antiguamente limitada era, y Amadís con Agrajes, enlazando sus yelmos y tomando los escudos y lanzas se metieron con ellos en el campo. Dramis, el hermano mediano, que era valiente caballero, tanto que dos caballeros de aquella tierra no le tenían campo, dijo contra su padre:

—Señor, donde vos y mi hermano estáis, excusado tenía yo de hablar, mas ahora que lo tengo yo de obrar con aquella fuerza grande que de Dios y de vos hube, dejadme con aquel caballero que mal os dijo, y si de la primera lanzada no le matare, nunca quiero traer armas y si tal su ventura fuere que no le acierte a derecho golpe, lo semejante haré del primero golpe de espada.

Muchos oyeron lo que este caballero dijo y metiendo en ello mientes no teniendo en mucho aquélla su locura, ni dudando que la no pudiese acabar según las grandes cosas que en armas le vieran hacer. Pues así estando Darasión los miró y vio que no eran más de dos, y dijo a altas voces:

—¿Qué es eso, sé que tres habéis de ser, creo que el corazón le faltó al otro, llamadle que venga aína, no nos detengamos.

—No os dé pena —dijo Amadís —del tercero, que bien hay aquí quien lo escude y yo fío en Dios que no pasará mucho tiempo que el segundo querríais ver fuera, y dijo:

—Ahora os guardad.

Entonces dejaron correr los caballos contra sí lo más recio que pudieron muy bien cubiertos de sus escudos, y Dramis enderezó a Amadís e hiriéndose tan bravamente en los escudos que los falsaron y las lanzas llegaron a los costados y Dramis quebrantó su lanza, mas Amadís le hirió tan bravamente que sin que el arnés fuese roto en ninguna parte le quebrantó dentro del cuerpo el corazón y dio con él muerto en el suelo tan gran caída que pareció que cayera una torre.

—En el nombre de Dios —dijo Ardián, el enano—, ya mi señor es libre y más cierta me parece su obra que la amenaza del otro.

Agrajes fue a los dos y encontróse con Darasión y las lanzas fueron quebradas y Darasión perdió una estribera, mas no cayó ninguno de ellos. Abiseos falleció de su golpe y cuando tornó el caballo vio a su hijo Dramis muerto, que no bullía, de que hubo gran pesar, pero no pensaba que aún del todo era muerto y dejóse ir con gran saña a Amadís, como aquél que a su hijo pensaba vengar y apretó recio la lanza so el brazo e hiriólo tan duramente que le falsó el escudo, así que el hierro de la lanza se metió en el brazo y la lanza quebró de. manera que todos pensaron que se no podría más sostener en la batalla. Si esto hubo Briolanja pesar, no es de pensar, que sin falta el corazón a la lumbre de los ojos le falleció y cayera del palafrén si no la acorrieran, mas aquél que de tales golpes no se espantaba, apretó bien el puño en la buena espada que a Arcalaus tomara, poco había, y fue a herir a Abiseos de tan gran golpe por cima del yelmo y cortó en él y entró por la cabeza hasta el hueso y fue Abiseos tan cargado del golpe y tan aturdido que no pudo estar en la silla y cayó, que apenas se podía tener.

Mucho fueron espantados los que miraban, como así Amadís; de dos golpes había aturdido dos tan fuertes caballeros que bien creían no los haber en el mundo mejores. Y dejóse ir a Darasión que se combatía con Agrajes tan bravamente que a duro se hallarían otros dos que mejor lo hiciesen, y dijo:

—Cierto, Darasión, yo creo bien que antes os placería ahora ver el segundo, fuera que el tercero sobreviniese, y Darasión no respondió, mas cubrióse bien de su escudo, y Amadís que lo iba por herir parósele Agrajes delante y dijo:

—Cohermano, señor, asaz habéis hecho, dejadme a mí con éste, que con tanta soberbia me amenaza que me sacaría la lengua; mas Amadís, como iba con gran saña, no entendió bien lo que Agrajes le dijo y pasó por él y dio a Darasión tan gran golpe en el escudo que todo lo que le alcanzó fue a tierra y descendió la espada al arzón delantero y cortó hasta en la cerviz del caballo y al pasar Darasión se pasó tanto que hubo lugar de le meter la espada por la barriga del caballo, y cuando le sintió herido comenzó a huir con Amadís sin lo poder tener, pero él tiró tan fuerte por las riendas que se le quedaron en la mano, y como se vio sin ningún remedio y que el caballo no sacaría del campo, diole con la espada tal golpe entre las orejas, que la cabeza le hizo dos partes y cayó en tierra muerto de tal manera que Amadís fue muy quebrantado, mas levantándose muy presto, aunque a grande afán y con su espada en la mano se fue contra Abiseos, que se ya levantara e iba a ayudar a su hijo y a esta hora dio Agrajes con su espada tan gran golpe a Darasión por cima del yelmo que la no pudo de él sacar y llevóla en él metida y comenzóle a herir con la suya de grandes golpes, y desde que Agrajes se vio sin espada y no hizo continente de flaqueza, antes se metió por su espada tan presto que el otro no tuvo lugar de lo poder herir y abrazándose con él así como aquél que era muy liberal y Darasión echó la espada de la mano y trabóle fuertemente con sus brazos y tirando uno y otro sacáronse de las sillas y cayeron en tierra y estando así abrazados, que se no soltaban, llegó Abiseos e hirió de grandes golpes a Agrajes y así algo de más vagar tuviera, matáralo; mas Amadís, que así lo vio, apresuróse cuanto pudo y Abiseos que la falta del arnés le alzaba para la espada le meter llegó a él y con miedo que hubo dejóle y cubrióse de su escudo y Amadís le dio en él un tan gran golpe que se lo hizo juntar con el yelmo, así que lo atonteció y estuvo por caer.

Cuando Agrajes vio a su cohermano cabe sí, esforzóse más de se levantar y Darasión asimismo, de manera que cada uno tuvo por bien de soltar a otro y levantándose en pie Agrajes, que la espada del otro en el suelo vio tomóla y Darasión echó las manos en la que en el yelmo tenía y tiró contra sí que la sacó y fuese cabe su padre, mas Agrajes perdía tanta sangre de una herida que tenía en la garganta, que todas sus armas de ella eran tintas. Cuando así lo vio Amadís hubo gran pesar, fieramente, que pensó ser la llaga mortal y dijo:

—Buen cohermano, holgad vos y dejadme con estos traidores.

—Señor —dijo él—, no he llaga porque os deje de ayudar como ahora veis.

—Pues a ellos, dijo Amadís. Entonces los fueron herir de muy grandes golpes, mas pensando Amadís que Agrajes era el peligro de su herida, con el gran pesar creció la ira y con ella la fuerza de tal manera que al uno y al otro en poca de hora los paró tales, que las armas eran hechas pedazos y las carnes poco menos. Así que ya no pudiendo sufrir los sus muy duros golpes, andaban huyendo de acá allá, tremiendo con él gran miedo de la muerte. En esta cuita y desventura que oís se sufrió Abiseos y su hijo Darasión hasta hora de tercia y como vio que su muerte tenía llegada, tomó la espada con ambas las manos y dejóse ir con gran ira a Amadís e hiriólo tan duramente por cima del yelmo de tal golpe que no parecía de hombre tal mal llagado, que le llagó y derribóle el canto del yelmo y descendió la espada al hombro siniestro y cortóle una pieza del arnés con una pieza de la carne. Amadís se sintió de este golpe gravemente y no tardó mucho de le dar el pago, y diole tan mortal golpe de toda su fuerza en el malaventurado brazo con que a su hermano el rey y a su señor natural él matara, que cortando junto al hombro todo se lo derribó en tierra. Cuando Amadís así lo vio dijo:

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