Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
—Cierto —dijo don Grumedán—, a lo que él no diese cabo, ninguno se trabaje de le dar; luego dijo contra Amadís:
—Amigo, señor, ¿qué ha hecho vuestro hermano?.
—Allí —dijo Amadís— donde partieron al rey y a su hija, allí nos apartamos él y yo, y él siguió la vía del rey y yo la de Arcalaus, que a esta señora llevaba.
—Ahora tengo más esperanza —dijo don Grumedán—, pues tan bien aventurado, caballero como don Galaor va en el socorro del rey.
Amadís contó a don Grumedán la gran traición de Arcalaus y de Barsinán y le dijo:
—Tomad a Oriana y yo me iré a la reina lo más presto que pudiere, que he miedo que aquel traidor le querrá hacer mal, y vos, haced volver los caballeros que encontraréis, que si por gente el rey ha de ser socorrido, tanta va allá que muchos de ellos sobran.
Don Grumedán tomó a Oriana y fuese camino de Londres, cuanto más podía, haciendo volver toda la gente que encontraba. Amadís se fue al más ir de su caballo, y entrando en la villa halló al escudero que el rey enviaba, que diese las nuevas cómo él era libre y el escudero le contó en qué manera había pasado. Amadís agradeció mucho a Dios la buena andanza de su hermano y antes que en la villa entrase, supo todo lo que Barsinán había hecho, y entró todo lo más encubierto que él pudo, y cuando Arbán lo vio, así él como los suyos fueron muy alegres y tomaron gran esfuerzo en sí. Arbán lo fue abrazar y díjole:
—Mi buen señor, ¿qué nuevas traéis?.
—Todo a vuestro placer —dijo Amadís—, y vamos luego ante la reina y oírlas habéis.
Entonces entraron donde ella estaba, llevando Amadís el escudero por la mano, y como la vio hincó los hinojos ante ella y dijo:
—Señora, este escudero deja el rey libre y sano y envíaoslo decir por él, y yo dejo a Oriana en mano de don Grumedán, vuestro amo, y será ahora aquí. En tanto, ver quiero a Barsinán, si pudiere, y dejando su yelmo y escudo y tomando otro porque no le conociesen, dijo:
—Arbán, haced derribar las barreras vuestras y venga Barsinán y su compaña, y si Dios quisiere, hacerle hemos comprar su traición, y contóle lo que de Barsinán y Arcalaus sabía.
Las barreras fuero luego derribadas y Barsinán y los suyos se dejaron allí correr creyendo lo ganar todo, sin se les detener y los de Arbán los recibieron así que entre ellos se comenzó la hacienda muy peligrosa donde muchos heridos y muertos hubo. Barsinán iba delante, que como los suyos eran muchos y los contrarios pocos, no los podían sufrir, y Barsinán pugnaba por tomar la reina. Amadís dio la revuelta y salió contra ellos llevando a su cuello un escudo despintado y un yelmo oriniento tal, que muy poco valía, mas a la fin por bueno fue juzgado y fue por la prisa adelante llevando la buena espada del rey ceñida, y llegando a Barsinán diole un encuentro de la lanza en el escudo tal, que se lo falsó el arnés y entró el hierro por la carne bien la mitad y allí fue quebrada y poniendo mano a la espada diole por cima del yelmo y cortó de él cuanto alcanzó del cuero de la cabeza, así que Barsinán fue aturdido y la espada cortó tal ligeramente que Amadís no la sintió en la mano tanto como nada e hiriólo otra vez en el brazo con que la espada tenía, y cortóle la manga y el brazo con ella cabe la mano y descendió la espada a la pierna y cortóle bien la mitad de ella, y Barsinán quiso huir, más no pudo y cayó luego y Amadís fue herir en los otros tan bravamente, que al que alcanzaba a derecho golpe, no había menester maestro, así que como lo conocieron por las maravillas que hacía dejábanle la carrera, metiéndose unos entre otros por huir de la muerte. Arbán y los suyos que lo seguían apretaron tanto, que la compaña de Barsinán, quedando muchos muertos y llagados en la calle, donde se combatían, se acogieron al alcázar. Amadís llegó hasta las puertas y él quisiera entrar dentro si no se las cerraran. Entonces se tornó donde dejara a Barsinán y muchos de la villa con él, que lo guardaban, y llegando donde Barsinán estaba violo que aún tenía el huelgo y mandólo llevar al palacio y que lo guardasen hasta que el rey viniese y partido así el debate, como oís, siendo unos muertos y los otros encerrados, Amadís miró a la espada que tenía sangrienta en su mano y dijo:
—¡Ay, espada!, en buen día nació el caballero que os hubo y, cierto, vos sois empleada a vuestro derecho, que siendo la mejor del mundo, el mejor hombre que en él hay os posee.
Entonces, se mandó desarmar y fue a la reina, y Arbán acostar a su lecho, que mucho menester lo había, según era malo de sus heridas.
En este comedio, el rey Lisuarte, que a más andar venía la vía de Londres por hallar a Barsinán, encontró muchos de sus caballeros que en su demanda iban, y hacíalos tornar y enviaba de ellos por los caminos y por los valles que hiciesen volver todos los que hallasen, que muchos eran, y los primeros que encontró fueron Agrajes y Galvanes y Solinán y Galdán, y Dinadaus y Bervás. Estos seis iban juntos haciendo gran duelo, y cuando fueron ante el rey, quisieron le besar las manos con mucha alegría, mas él los abrazó y dijo:
—Mis amigos, cerca estuvisteis de me perder, y sin falta así lo fuera sino por Galaor y don Guilán y Ladasín, que por grande aventura se juntaron.
Dinadaus le dijo:
—Señor, toda la gente de la villa salió con las nuevas y andarán perdidos todos.
—Sobrino —dijo el rey—, tomad vos de esos caballeros los mejores y los que más os contentaren, y tomad este mi escudo, porque con más acatamiento obedezcan y hacedlos volver.
Este Dinadaus era uno de los mejores caballeros del linaje del rey y muy preciado entre los buenos, así de cortés como de buenas caballerías y proezas, y fue luego, de guisa que a muchos hizo tornar.
Yendo así el rey, como oís, acompañado con muchos caballeros y otras gentes y entrando en el gran camino de Londres, halló aquél su tan íntimo amigo don Grumedán, que a Oriana traía, y dígoos que fue entre ellos el placer muy grande, tanto mayor, cuánto más desahuciados estaban de se poder su gran tribulación remediar. Grumedán contó al rey cómo Amadís se fuera a la villa a la reina.
En esto llegó el rey a Londres, y en su compaña, más de dos mil caballeros, y antes que en ella entrase le dijeron todo lo que Barsinán había hecho y la defensa que el rey Arbán puso, y cómo con la venida de Amadís fue todo despachado, teniendo preso a Barsinán. Así que ya todas las cosas de muy tristes en muy alegres eran vueltas. Llegando el rey donde la reina estaba, ¿quién os puede contar el placer y alegría que con él y con Oriana, la reina y todas las dueñas y doncellas hubieron? Cierto ninguno, según tan sobrado fue. El rey mandó cercar el alcázar e hizo traer ante sí a Barsinán que en su acuerdo era, y el primo de Arcalaus, e hízoles contar por cuál guisa se urdiera aquella traición. Ellos se lo contaron todo, que nada faltó, y mandólos llevar a vista del alcázar donde los suyos lo viesen, y los quemasen ambos, lo cual fue luego hecho.
Los del alcázar no teniendo provisión ni remedio, a los cinco días vinieron todos a la merced del rey e hizo justicia de los que le plugo y los otros dejó. Pero esto no se contará más, sino que por esta muerte hubo grandes tiempos entre la Gran Bretaña y Sansueña gran desamor, viniendo contra este mismo rey un hijo de este Barsinán, valiente caballero, con muchas compañas, como adelante la historia contará.
El rey Lisuarte, siendo sosegado en sus desastres, tornó a las Cortes, como de cabo, haciendo todos muy grandes fiestas, así de noche por la villa, como de día por el campo.
En un día vino ahí la dueña y sus hijos delante de los cuales Amadís y Galaor prometieron a Madasima de se partir del rey Lisuarte, como ya oísteis. Cuando ellos la vieron fuéronse a ella por honrar y ella les dijo:
—Amigos, yo soy venida aquí a lo que sabéis, y decidme, ¿qué haréis en ello?.
—Nos, cumpliremos todo lo que asentó con Madasima.
—En el nombre de Dios —dijo la dueña—, pues hoy es el plazo.
—Vamos luego ante él, dijeron ellos.
—Vamos, dijo ella. Entonces fueron donde el rey era y la dueña se le humilló mucho. El rey la recibió con muy buen talante. La dueña dijo:
—Señor, vine aquí por ver si tendrán estos caballeros un prometimiento que hicieron a una dueña.
El rey preguntó qué prometimiento era.
—Será tal —dijo ella— donde cuido que pesará a vos y a los de vuestra corte que los aman.
Entonces contó la dueña todo el hecho cómo pasaran con Madasima, la señora de Gantasi. Cuando esto oyó el rey, dijo:
—¡Ay, Galaor!, muerto me habéis.
—Más vale así —dijo Galaor— que no morir, que si conocidos fuéramos, todo el mundo no nos diera la vida y de esto no os pese, señor, mucho, el remedio será presto, más aína que cuidáis.
Después dijo contra Amadís, su hermano:
—Vos me otorgasteis que haríais en esto así como yo.
—Verdad es, dijo él. Y Galaor dijo entonces al rey y a los caballeros, que delante eran, por cuál engaño fueron presos. El rey fue muy maravillado en oír tal traición, mas Galaor dijo que pensaba que la dueña sería la burlada y engañada en aquel pleito, como verían, y delante de la dueña dijo contra el rey, que todos le oyeron:
—Señor, rey, yo me despido de vos y de vuestra compaña, como prometido lo tengo y así lo cumplo, y a vos y a la vuestra compaña dejo por Madasima, la señora del castillo de Gantasi, que tuvo por bien de os hacer este pesar y otros cuantos pudiere, porque mucho os desama.
Y Amadís hizo otro tanto. Galaor dijo contra la dueña y contra sus hijos:
—¿Paréceos si hemos cumplido la promesa?.
—Sí, sin falta —dijo ella—, que todo cuanto pleiteasteis habéis cumplido.
—En el nombre de Dios —dijo Galaor—, pues ahora cuando os pluguiere os podéis ir y decid a Madasima que no pleiteo tan cuerdamente como cuidaba, y ahora lo podéis ver.
Entonces se tornó contra el rey y dijo:
—Señor, nos habemos cumplido con Madasima lo que le prometimos, no nos poniendo plazo ninguno de cuánto tiempo habíamos de ser de vos apartados, así que nuestra voluntad fuere, y hagámoslo luego como lo antes estábamos.
Y cuando esto oyó el rey y los de la corte fueron mucho alegres, teniendo los caballeros por cuerdos. El rey dijo a la doncella que por ver el pleito allí viniera:
—Cierto, dueña, según el gran aleve a estos caballeros tan a mal verdad les fue hecho, ellos no son obligados a más ni a una tanto como hicieron, que muy justo es los que quieren engañar que queden engañados, y decidle a Madasima que si mucho me desama que en la mano tenía de me hacer el mayor mal y pesar que a esta sazón venirme pudiera. Mas Dios que en otras partes mucho de grandes peligros los guardó, no quiso que en poder de tal persona como ella padeciesen.
—Señor —dijo la dueña—, decidme, si os pluguiere, quién son estos caballeros que tanto preciáis?.
—Son —dijo el rey—: Amadís y don Galaor, su hermano.
—¿Cómo —dijo la dueña—, éste es Amadís, que ella tuvo en su poder?.
—Sí, sin falta, dijo el rey.
—A Dios merced —dijo la dueña—, porque ellos son guaridos, que cierto, gran mala ventura fuera si tan buenos dos hombres murieran en tal guisa, mas yo creo que aquélla que los tuvo cuando supiere que ellos eran, y así le salieron de poder que la misma muerte que les mandara dar se dará a sí misma.
—Cierto —dijo el rey—, eso sería más justo que se hiciese.
La dueña se despidió y fue su vía.
De cómo el rey Lisuarte tuvo Cortes que duraron doce días, en que se hicieron grandes fiestas de muchos grandes que allí vinieron, así damas como caballeros, de los cuales quedaron allí muchos algunos días.
Mantuvo el rey allí su corte doce días, en que se hicieron muchas cosas en grande acrecentamiento de su honra y verdad, y después partiéronse las Cortes, y como que era que muchas gentes de ella a sus tierras se fueron, tantos hombres buenos con el rey quedaron que maravilla era de los ver, y asimismo la reina hizo quedar consigo muchas dueñas y doncellas de alta guisa, y el rey tomó por de su compaña a Guilán el Cuidador y a Ladasín, su primo, que eran muy buenos caballeros, pero Guilán era mejor, como aquél que en todo e) reino de Londres no había quien de bondad le pasase y así había todas las otras bondades que a buen caballero convenían, solamente no ponía grande entrevalo ser tan cuidador que los hombres no podían gozar ni de su habla ni de su compaña, y de esto era la causa: amores que lo tenían en su poder y le hacían amar a su señora, que ni a sí ni a otra cosa no amaba tanto, y la que él amaba era muy hermosa y había nombre Brandalisa, hermana de la mujer del rey de Sobradisa, y casada con el duque de Bristoya.
Pues así como oís estaba el rey Lisuarte en Londres, con tales caballeros corriendo su gran fama, más que de ninguno otro príncipe en el mundo fuese. Siendo por gran espacio de tiempo la fortuna contenta habiéndole puesto en el gran peligro que oísteis de le no tentar más, creyendo que aquélla debía bastar para hombre tan cuerdo y honesto como lo era, no por tanto dejar ser su propósito mudado, siéndolo del rey con codicia, con soberbia o con las otras muchas cosas que a los reyes por no querer de ellas guardarse son dañados y sus grandes famas oscurecidas con más deshonra y abiltamiento, que si las grandes cosas pasadas en su favor y la gloria grande no les hubieran venido, porque no se debe por desventurado ninguno contar, aquél que nunca buena ventura hubo, sino aquéllos que, habiéndolas alcanzado hasta los cielos, por su mal seso, por sus vicios y pecados atrajeron a la fortuna, a que con gran dolor y angustia de sus amigos se las quitase.
Estando el rey Lisuarte, como oís, llegó ahí el duque de Bristoya, al tiempo que fuera a pedimiento de Olivas emplazado por lo que ante el rey dijera y fue del rey bien recibido y dijo:
—Señor, vos me mandasteis emplazar que pareciese hoy ante vos en vuestra corte, por lo que de mí os dijeron, que fue muy gran mentira, y de esto me salvaré yo como vos y los de vuestra corte tuviereis por derecho.
Olivas se levantó y fue ante el rey, y con él se levantaron todos los más caballeros andantes que ahí eran. El rey les dijo a qué venían así todos, y don Grumedán le dijo:
—Señor, porque el duque amenazó todos los caballeros andantes y nosotros con mucha razón lo debemos estorbar.
—Cierto —dijo el rey—, si así es, loca guerra tomaría, que yo tengo en el mundo no hay tan poderoso rey ni tan sabido que a tal guerra pudiese dar buen fin, mas id todos que aquí no le buscaréis mal que él habrá todo su derecho, sin le de él menguar ninguna cosa que yo entender pueda, y estos buenos hombres que me aconsejaran.