Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
—¿Quién haría ahí ál —dijo el otro—, sino acorrer al mejor caballero del mundo?, y no creáis, que tantos hombres acomete sino por algún gran hecho.
Entonces, se dejaron ir a gran correr de los caballos y fuéronlos herir muy bravamente como aquéllos que eran muy esforzados y sabedores de aquel menester, que no había ahí tal de ellos que no pasase de diez años que fuera caballero andante y dígoos que el primero había nombre Ladasín el Esgrimidor, y el otro don Guilán el Cuidador, el buen caballero. A esta sazón había ya menester Galaor mucho su ayuda, que el yelmo había tajado por muchos lugares y abollado y el arnés roto por todas partes y el caballo llagado, que cerca andaba de caer, mas por eso no dejaba él de hacer maravillas y dar tan grandes golpes a los que alcanzaba que a duro lo osaban atender, y cuidaba que si su caballo no le falleciese que le no durarían, que a la fin no los matase; mas siendo llegados los dos cohermanos, como ya oísteis, entonces se le paraba a él mejor él pleito, que ellos se combatían también y con tan gran esfuerzo, que él se maravilló mucho y como así se halló más libre en ser los golpes que él llevaba repartidos. Entonces hacia él las cosas extrañas, que podía herir a su voluntad, y fue tan grande la prisa que les dio y los cohermanos en su ayuda, que en poca de hora fueron todos muertos y vencidos. Cuando esto vio el cohermano de Arcalaus, dejóse ir al rey por lo matar, como los que con él estaban huyeran todos, él descendiera del palafrén, así con su cadena a la garganta y tomara un escudo y la espada del caballero que primero murió, y el otro, que quiso herir por .cima de la cabeza, el rey alzó el escudo donde recibió el golpe y fue tal que la espada entró por el brocal bien un palmo y alcanzó con la punta de ella al rey en la cabeza y cortóle el cuero y la carne hasta el hueso, mas el rey le dio al caballo en el rostro con la espada tal golpe, que la no pudo sacar y el caballo enarmonóse y fue caer sobre el caballero. Galaor, que ya estaba a pie porque el su caballo no se podía mudar, e iba por socorrer al rey, fue para el caballero que le tajar la cabeza y el rey dio voces que le no matase. Los dos cohermanos que fueran tras un caballero que se les iba y lo habían muerto, cuando volvieron y vieron al rey, mucho fueron espantados, que de su prisión no sabían ninguna cosa y descendieron aína, y tirados los yelmos, fueron hincar los hinojos ante él, y él los conoció y levantándolos por las manos dijo:
—Por Dios, amigos, en buena hora me acorristeis, y gran mal me hace la amiga de don Guilán que me lo tira de mi compañía y por su causa pierdo yo a vos, Ladasin.
Guilán hubo gran vergüenza y embermejecióle el rostro, mas no que por eso dejase de amar aquélla su señora duquesa de Bristoya, y ella amaba a él, así que ya hubieron aquel fin que de sus amores desearon y siempre el duque tuvo sospechar que fuera don Guilán el que en su castillo entrara cuando allí fue Galaor, como la historia os ha contado.
Mas dejemos ahora esto y tornemos al rey qué hizo después que libre fue. Sabed que don Galaor sacó al primo de Arcalaus de so el caballo y quitando la cadena al rey la puso a él, y tomaron de los caballos de los caballeros muertos y el rey tomó uno y Galaor otro, que el suyo no se movía, y comenzaron se ir camino de Londres muy alegres. Ladasín contó al rey todo lo que don Galaor le aconteciera y el rey le preciaba mucho por se así guardar según la demanda que llevaba y Guilán asimismo le dijo cómo siendo cuidando en su amiga tan fieramente en ál no paraba mientes, que el caballero le derribara sin nada le decir. Mucho rió el rey de ello diciéndole:
—Que aunque muchas cosas había oído que los enamorados por sus amigas hiciesen, pero no que a éste semejante, y con gran causa, según veo, os llaman Guilán el Cuidador.
En estas cosas y otras de mucho placer fueron hablando hasta llegar a casa de Ladasín, que muy cerca dende moraba, y allí llegó a ellos el escudero de Galaor y Ardián, el enano de Amadís, que cuidaban que su señor iba por aquella vía a le buscar. Galaor contó al rey de la forma que él y Amadís se partieran y que debían enviar a Londres, porque los leñadores dirían las nuevas y con ellas se movería toda la corte.
—Pues que Amadís —dijo el rey— va en el socorro de mi hija no la entiendo perder, si aquel traidor no le hace por encantamiento algún engaño. Y en esto que decís será bien que sepa la reina mi hacienda, y mandó a un escudero de Ladasín que sabía bien la tierra, que se fuese luego con aquellas nuevas.
Pues allí albergó el rey aquella noche, donde fue muy bien servido y otro día tornaron a su camino, e íbales contando el primo de Arcalaus como todo lo pasado fuera por consejo de Barsinán, señor de Sansueña, pensando ser rey de la Gran Bretaña. Entonces se cuidó el rey de andar más que antes por él hallar ahí.
De cómo vino la nueva a la reina que era preso el rey Lisuarte, y de cómo Barsinán ejecutaba su traición queriendo ser rey, y al fin fue perdido y el rey restituido.
Los leñadores que vieran cómo al rey le acaeciera, llegaron a la villa y dijéronlo todo. Cuando esto fue sabido, la revuelta fue muy grande a maravilla y armáronse todos los caballeros y al más correr de sus caballos salían por todas partes, así que el campo parecía ser lleno de ellos. Arbán, el rey de Norgales, estaba hablando con la reina y llegaron ahí sus escuderos con sus armas y caballos y entrando a él un doncel donde estaba, díjole:
—Señor, armaos, ¿qué estáis haciendo?, ya no queda caballero en la villa de la compaña del rey sino vos, que todos se van al más correr de los caballos por la floresta.
—¿Y por qué?, dijo Arbán.
—Porque dicen —dijo el doncel— que llevan preso al rey diez caballeros.
—¡Ay, Santa María! —dijo la reina—, que siempre lo he temido, y cayó amortecida. Arbán la dejaba en poder de las dueñas y doncellas que hacían gran duelo y fuese armar y cabalgando en su caballo oyó decir grandes voces que tomaban el alcázar.
—¡Santa María! —dijo Arbán—, todos somos vencidos, y tuvo que haría mal si la reina desamparase.
A esta sazón era por la villa tan gran vuelta como si allí todos los del mundo fuesen. Arbán se paró a la puerta del palacio de la reina así armado con doscientos caballeros de los suyos y envió dos de ellos que supiesen la revuelta cómo era, y llegando al alcázar vieron como Barsinán era dentro con toda su compaña y degollaba y mataba cuantos haber podía y otros despeñaba de los muros, que cuando oyó la revuelta y la prisión del rey no paró ojo a otra cosa y los del rey no lo sospechando iban sin recelo en el socorro y tenían consigo seiscientos caballeros y sirvientes bien armados. Cuando Arbán lo supo por sus caballeros, dijo:
—Por consejo del traidor, el rey es preso.
Siendo ya Barsinán apoderado en el alcázar, dejó allí gente que lo guardase y salió con la otra a prender a la reina y tomar la silla y corona del rey. Los de la villa, que vieron que así se iba el pleito, íbanse todos a las casas de la reina, así armados como podían. Cuando Barsinán llegó a las casas de la reina halló ahí a Arbán con toda su compaña y asaz gente de la villa, y Barsinán le dijo:
—Arbán, hasta aquí fuiste el más sesudo caballero mancebo que haya visto, haz de aquí adelante como el seso no pierdas.
—¿Por qué me lo decís?, dijo Arbán.
—Porque yo sé —dijo él— que el rey Lisuarte va en manos de quien la cabeza sin el cuerpo me enviará antes de cinco días y en esta tierra ninguno como yo hay que pueda y deba ser rey, y así lo seré toda la vía, y la tierra de Norgales que en señorío tienes yo te la otorgo porque eres buen caballero y sabido, y tírate afuera y tomaré la silla y la corona y si ál quisiereis hacer de aquí te desafío, y dígote que ninguno será contra mí por me tirar mi tierra que la cabeza no le mande cortar.
—Cierto —dijo Arbán—, tú dices cosas porque yo seré contra ti en cuanto viva. La primera que me aconsejas que sea traidor contra mi señor habiendo tan gran cuita, y la otra que sabes que lo matarán los que lo llevan, en que se parece claro ser tú en la traición. Pues teniendo yo siempre en la memoria ser una de las más preciadas cosas del mundo la lealtad y tú desechándola, siendo como malo contra ella, mal nos podríamos convenir.
—¿Cómo —dijo Barsinán—, tú me cuidas tirar que no sea rey de Londres?.
—Rey de Londres nunca lo será traidor —dijo Arbán—, y además en vida del más leal rey del mundo.
Barsinán dijo:
—Yo te cometí primero de tu pro más que a los otros, creyendo que eras el más sabido de ellos y ahora me pareces más menguado de seso y yo te haré conocer tu locura y ver quiero lo que harás, que tomar quiero la corona y la silla que lo merezco por bondades.
—Sobre eso haré yo tanto —dijo Arbán—, como si el rey mi señor en ella sentado fuese.
—Ahora lo veré, dijo Barsinán, y mandó a su compaña que los fuesen herir y Arbán los atendió con su compaña como aquél que muy esforzado y leal en todas las cosas era, estaba con gran saña de lo que del rey su señor oyera, dándose muy grandes golpes por todas partes. Así que muchos fueron muertos y llagados y la una y otra parte pugnaban cuanto podían por se vencer y matar, mas Arbán hizo tanto aquel día que más que todos los de aquella lid fue loado que él fuese defensor de todos los suyos y no haría sino ir adelante derribando e hiriendo, poniendo su vida al punto de la muerte.
Así anduvieron hasta la noche, que no pudieron vencer, y esto causó por ser las calles estrechas, que de otra guisa Arbán se viera en peligro y la reina fuera tomada, mas Barsinán se acogió con su compaña al alcázar y halló muy gran pieza de su gente menos, así muertos como llagados, de guisa que les eran muy menester holgar, y Arbán dijo a los suyos:
—Señores, parezca vuestra lealtad y ardimiento y no os desmayéis por esta mala andanza que aína en bien será cobrada.
Otrosí puso su compaña como se guardase de noche. Esto hecho, la reina, que como muerta estaba, mandó llamar a Arbán, y él fue así armado como estaba y llagado en muchas partes y llegado donde la reina estaba quitóse el yelmo, que roto estaba, y viéronle cinco heridas en el rostro y en la garganta y la faz llena de sangre que mucho era desfigurado, mas muy hermoso parecía a aquéllas que después de Dios a él tenían por amparo. Cuando la reina así lo vio, gran duelo hubo de él y díjole llorando:
—¡Ay, buen sobrino!, Dios os mantenga y os ayude, que esta vuestra lealtad acabar podáis, por Dios decidme: ¿qué será del rey y qué será de nos?.
—De nos —dijo él— será bien si Dios quisiere, y del rey oiremos buenas nuevas, y dígoos, señora, que no temáis de los traidores que aquí quedaron, según la gran lealtad de los vuestros vasallos que aquí conmigo están, que os defenderán muy bien.
—¡Ay, sobrino! —dijo la reina—, yo os veo tal que no podéis tomar armas y los otros no sé qué hagan sin vos.
—Señora —dijo él—, no toméis de eso cuidado, que en tanto que el alma tenga nunca las armas por mí se dejarán.
Entonces se partió de ella y tornó a su compaña. Así pasaron aquella noche, y Barsinán, aunque su compaña halló maltrecha, mucho esfuerzo mostraba y dijoles:
—Amigos, no quiero que sobre esto más nos combatamos ni haya más muertes, pues que sin exceso y batalla lo acabaré como adelante veréis y holgad ahora sin ningún recelo.
Así holgaron aquella noche, y otro día de mañana armóse, y cabalgó en su caballo y llevando veinte caballeros consigo se fue a un atajo que guardaba el mayordomo de Arbán, y como los de la barrera los vieron, tomaron sus armas para se amparar, mas Barsinán les dijo que venía por les hablar, que fuesen seguros hasta mediodía, y el mayordomo fue luego decir a su señor y a él plugo de la seguranza, que tenía todos los más de su compaña tan maltrechos que no podían tomar armas, y fuese luego con el mayordomo a su estancia y Barsinán les dijo:
—Yo quiero con vos seguranza de cinco días, si quisiereis.
—Quiero —dijo Arbán— por pleito que vos no trabajéis de tomar cosa que haya en la villa, y si el rey viniere, que hagamos lo que mandare.
—Todo eso otorgo yo —dijo Barsinán— en tan que no haya batalla, que yo precio a mi compaña y precio a vosotros que seréis míos más aína que cuidáis y deciros he cómo el rey es muerto y yo he su hija y quiérola tomar por mujer, y esto veréis antes que la tregua salga.
—Ya Dios no me ayude —dijo Arbán— si nunca tregua conmigo hubiereis siendo parcionero en la traición que a mi señor hizo y ahora os id y haced lo que pudiereis, y dígoos que antes que la noche llegase los acometió Barsinán bien tres veces y se tiró afuera.
De cómo Amadís vino en socorro de la ciudad de Londres y de lo que sobre ello hizo.
Albergando Amadís en el bosque con su señora Oriana, como os contamos, preguntóle qué decía Arcalaus. Ella le dijo:
—Que no me quejase, que él me haría antes de quince días reina de Londres y que me daría a Barsinán por marido, al cual él haría rey de la tierra de mi padre y que él sería su mayordomo mayor por le dar a mí y la cabeza de mi padre.
—¡Ay, Santa María! —dijo Amadís—, qué traición de Barsinán, que así se mostraba tanto amigo del rey, recelo tengo que hará algún mal a la reina.
—¡Ay, amigo! —dijo ella—, acorreos en ello lo mejor que pudiereis.
—Así me conviene —dijo Amadís—, y mucho me pesa, que yo gran placer hubiera de holgar con vos estos cuatro días en esta floresta y si a vos, señora, pluguiera.
—Dios sabe —dijo ella— cuánto a mí pluguiera. Mas podría venir de ello muy gran mal en la tierra, que aun será mía y vuestra si Dios quisiere.
Pues así holgaron hasta el alba del día. Entonces, se levantó Amadís y armóse muy bien y tomando su señora por la rienda entró en el camino de Londres y andaba cuanto más podía y halló de los caballeros, que de Londres salían, cinco a cinco y diez a diez, así como iban saliendo, y de éstos serían más de mil caballeros, y él les mostraba dónde fuesen a buscar al rey y decíales cómo Galaor iba delante al socorro, y pasando por todos, halló a cinco leguas de Londres a don Grumedán, el buen viejo que la reina criara, y con él iban veinte caballeros de su linaje que anduvieron toda la noche por la floresta de una y otra parte buscando al rey, y cuando conoció a Oriana fue contra ella llorando y dijo:
—Señora, ¡ay, Dios, qué buen día con vuestra venida!, mas, por Dios, ¿qué nuevas del rey vuestro padre?.
—Cierto, amigo —dijo ella, llorando—, cerca de Londres me partieron de él y plugo a Dios que Amadís alcanzó a los que me llevaban e hizo tanto de su poder me tiró.