Amadís de Gaula (21 page)

Read Amadís de Gaula Online

Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
7Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Cierto —dijo la reina—, extrañas dos maravillas son la crianza vuestra y suya, y cómo pudo ser que a vuestro linaje conocieseis ni ellos a vos, y mucho me placería de ver tal caballero en compaña del rey mi señor.

Así estuvieron hablando como oís una gran pieza, mas Oriana, que lejos estaba, no oía nada de ello y estaba muy sañuda, porque viera a Amadís llorar y dijo contra Mabilia:

—Llamad a vuestro primo y sabremos qué fue aquello que le avino.

Ella lo llamó, y Amadís se fue para ellas, y cuando se vio ante su señora, todas las cosas del mundo se le pusieron en olvido y dijo Oriana con semblante airado y turbado:

—¿De quién os membrasteis con las nuevas de la doncella que os hizo llorar?.

Él se lo contó todo como a la reina lo dijera. Oriana perdió todo su enojo y tornó muy alegre y díjole:

—Mi señor, ruégoos que me perdonéis, que sospeché lo que no debía.

—¡Ay, señora! —dijo él—, no hay que perdonar, pues que nunca en mi corazón entró saña contra vos, demás de esto le dijo:

—Señora, plegaos que vaya buscar a mi hermano y lo traiga aquí en vuestro servicio, que de otra guisa no vendrá él.

Y esto decía Amadís por le traer, que mucho lo deseaba y porque le parecía que no holgaría mucho sin buscar algunas aventuras donde prez y honra ganase. Oriana le dijo:

—Así Dios me ayude, yo sería muy alegre que tal caballero aquí viniese y moraseis de consuno y otórgoos la ida, mas decidlo a la reina y parezca que por su mandado vais.

Él se lo agradeció muy humildosamente y fuese a la reina y dijo:

—Señora, bien sería que hubiésemos aquel caballero en compaña del rey.

—Cierto —dijo ella—, yo sería de ellos muy alegre, si se puede hacer.

—Sí puede —dijo él—, dándome vos, señora, licencia que lo busque y lo traiga, que de otra forma no lo habremos acá sin que mucho tiempo pase que él haya ganado más honra.

—En el nombre de Dios —dijo ella—, yo os otorgo la ida, con tal que hallándolo os vengáis.

Amadís fue muy alegre y despidiéndose de ella y de su señora y de todas las otras se fue a su posada, y otro día de mañana después de haber oído misa armóse y subió en su caballo con sólo Gandalín que las otras armas le llevaba, y entró en su camino por donde anduvo hasta la noche, que albergó en casa de un infanzón viejo. Otro día, siguiendo el camino, entró en una floresta y habiendo ya las dos partes del día por ella andado, vio venir una dueña que traía consigo dos doncellas y cuatro escuderos, y traía un caballero en unas andas y ellos lloraban todos fieramente. Amadís llegó a ella y dijo:

—Señora, ¿qué lleváis en estas andas?.

—Llevo —dijo ella— toda mi cuita y mi tristura, que es un caballero con quien era casada y va tan mal llagado que cuido que morirá.

Él se llegó a las andas y alzó un paño que le cubría y vio dentro un caballero asaz grande y bien hecho, mas de su hermosura no parecía nada, que el rostro había negro e hinchado y en muchos lugares herido, y poniendo la mano en él dijo:

—Señor caballero, ¿de quién recibisteis este mal?.

Él no respondió y volvió un poco la cabeza. Amadís dijo a la dueña:

—¿De quién hubo este caballero tanto mal?.

—Señor —dijo ella—, de un caballero que guardaba una puente acá delante por este camino, que nos, queriendo pasar, dijo que antes convenía que dijese si era de casa del rey Lisuarte, y mi señor dijo que por qué lo quería saber, el caballero le dijo: "Porque no pasará por aquí ninguno que suyo sea que lo no mate", y mi señor le preguntó que por que desamaba tantos caballeros del rey Lisuarte. "Yo le desamo mucho —dijo— y le querría tener en mi poder para de él me vengar". Él le respondió que por qué tanto le desamaba. Dijo él: "Porque tiene en su casa el caballero que mató aquel esforzado Dardán y por éste recibirá de mí y de otros mucha deshonra". Y cuando esto oyó mi marido, pesándole de aquellas palabras que el caballero decía, dijo: "Sabed que yo soy suyo y su vasallo, que por vos ni por otro no lo negaría". Entonces el caballero de la puente con gran enojo que de él hubo tomó sus armas lo más presto que él pudo y comenzaron su batalla muy cruda y fiera a maravilla, y a la fin mi señor fue tan maltrecho como ahora vos, señor, veis y el caballero creyó que muerto era y mandónos que lo llevásemos a casa del rey Lisuarte en tercero día.

Amadís dijo:

—Dueña, dadme uno de estos escuderos que el caballero me muestre, que pues él recibió este daño por amor de mí, a mí me conviene más que a otro vengarle.

—¿Cómo —dijo ella—, vos sois aquél por quien él desama al rey Lisuarte?.

—Aquél, soy yo —dijo—, y si puedo yo haré que no desame a él ni a otro.

—Ay, buen caballero —dijo ella—, Dios os guíe y dé buen viaje y os esfuerce, y dándole un escudero, que con él fuese se despidieron, la dueña siguió su camino como antes y Amadís el suyo, y tanto anduvo que llegaron a la puente y vio cómo el caballero jugaba a las tablas con otro, y luego dejó el juego y vínose contra él encima de un caballo armado de todas sus armas, y dijo:

—Estad, caballero, no entréis la puente si antes no juráis.

—Y, ¿qué juraré?, dijo él.

—Si sois de casa del rey Lisuarte y si suyo sois yo os haré perder la cabeza.

—No sé yo de eso —dijo Amadís—, mas dígoos que soy de su casa y caballero de la reina su mujer, mas esto no ha mucho.

—¿Desde cuándo lo sois?, dijo el caballero de la puente.

—Desde cuando vino ahí una dueña reutada.

—¿Cómo —dijo el caballero—, sois vos el que por ella se combatió?.

—Yo la hice alcanzar su derecho, dijo Amadís.

—¡Por mi cabeza! —dijo el caballero—, yo os hago perder la vuestra cabeza, si puedo, que vos matasteis uno de los mejores de mi linaje.

—Yo no lo maté —dijo Amadís—, mas hícele quitar la soberbiosa demanda que él hacía y él se mató como malo descreído.

—No ha eso pro —dijo el caballero— que por vos fue muerto y no por otro, y vos moriréis por él.

Entonces movió contra él al más correr de su caballo y Amadís a él, e hiriéronse ambos de las lanzas en los escudos y fueron luego quebradas, mas el caballero de la puente fue en tierra sin detenencia ninguna, de que él fue muy maravillado, que así tan ligero le derribara, y Amadís, que el yelmo se le torcía en la cabeza, enderezólo y en tanto hubo el caballero lugar de subir en el caballo y diole tres golpes de la espada antes que Amadís a la suya echase mano, pero echando a ella mano fue para el caballero e hiriólo per la orilla del yelmo contra hondón y cortóle de él una pieza y la espada llegó al pescuezo y cortóle tanto que la cabeza no se pudo sufrir y quedó colgada sobre los pechos y luego fue muerto. Cuando esto vieron los de la puente, huyeron. El escudero de la dueña fue espantado por tales dos golpes, uno de la lanza y otro de la espada. Amadís le dijo:

—Ahora te ve y di a tu señora lo que viste.

Cuando él esto oyó, luego se fue su vía, y Amadís pasó la puente sin más allí se detener y anduvo por el camino hasta que salió de la floresta y entró en una muy hermosa vega y muy grande a maravilla y pagóse mucho de las hierbas verdes que vio a todas partes, como aquél que florecía en la verdura y alteza de los amores y cató a su diestra y vio un enano de muy disforme gesto que iba en un palafrén, y llamándolo le preguntó dónde venía. El enano respondió:

—Vengo de casa del conde de Clara.

—Por ventura —dijo Amadís—, ¿viste tú allá un caballero novel que llaman Galaor?.

—Señor —dijo el enano—, mas sé de dónde será este tercero día el mejor caballero que en esta tierra entró.

Oyendo esto Amadís, dijo:

—¡Ay, enano, por la fe que a Dios debéis, llévame allá y verlo he!.

—Sí llevaré —dijo el enano—, con tal que me otorguéis un don e iréis conmigo donde os lo demandare.

Amadís, con gran deseo que tenía de saber de Galaor, su hermano, dijo:

—Yo te lo otorgo.

—En nombre de Dios —dijo el enano— sea nuestra y ahora os guiaré donde veréis el muy buen caballero y muy esforzado en armas.

Entonces dijo Amadís;

—Yo te ruego por mi amor que tú me lleves por la carrera que más aína vayamos.

—Yo lo haré, dijo él, y luego dejaron aquel camino y tomando otro anduvieron todo aquel día sin aventura hallar y tomólos la noche cabe una fortaleza.

—Señor —dijo el enano—, aquí albergaréis, donde hay dueña que os hará servicio.

Amadís llegó a aquella fortaleza y halló la dueña que le muy bien albergó, dándole de cenar y un lecho asaz rico en que durmiese, mas eso no hizo él, que su pensar fue tan grande en su señora, que casi no durmió nada de la noche, y otro día, despedido de la dueña, entró en la guía del enano y anduvo hasta mediodía y vio un caballero que se combatía con dos, y llegado a ellos les dijo:

—Estad, señores, si os pluguiere, y decidme por qué os combatís.

Ellos se tiraron afuera, y el uno de los dos dijo:

—Porque éste dice que él solo vale tanto para acometer un gran hecho como nos ambos.

—Cierto —dijo Amadís—, pequeña es la causa, que el valor de cualquiera no hace perder el del otro.

Ellos vieron que decía buena razón y dejaron la batalla y preguntaron a Amadís si conocía al caballero que se combatiera por la dueña en casa del rey Lisuarte, porque fue muerto Dardán el buen caballero.

—Y, ¿por qué lo preguntáis?, dijo él.

—Porque lo querríamos hallar, dijeron ellos.

—No sé —dijo Amadís— si lo decís por bien o mal, pero yo le vi no ha mucho en casa del rey Lisuarte, y partióse de ellos y fuese su camino. Los caballeros hablaron entre sí y dando de las espuelas a los caballos fueron en pos de Amadís, y él que los vio venir tomó sus armas y ni él ni ellos traían lanzas, que las quebraran en sus justas. El enano le dijo:

—¿Qué es eso, señor, no veis que los caballeros son tres?.

—No me curo —dijo él—, que si me cometen a sin razón yo me defenderé si pudiere.

Ellos llegaron y dijeron:

—Caballero, queremos pediros un don y dádnoslo, si no, no os partiréis de nos.

—Antes os lo daré —dijo él— si con derecho a hacerlo puedo.

—Pues decidnos —dijo el uno—, como leal caballero, dónde cuidáis que hallaremos el caballero por quien Dardán fue muerto.

Él que no podía ál hacer, sino decir verdad, dijo:

—Yo soy, y si supiera que tal era el don no os lo otorgara por no me loar de ello.

Cuando los caballeros lo oyeron, dijeron todos:

—¡Ay, traidor, muerto sois!, y metiendo mano a las espadas se dejaron a él ir muy bravamente. Amadís metió mano a su espada como aquél que era de gran corazón y dejóse a ellos ir muy sañudo por los haber quitado de su batalla y lo acometían tan malamente, e hirió al uno de ellos por cima del yelmo de tal golpe que le alcanzó en el hombro que las armas con la carne y huesos fue todo cortado hasta descender la espada a los costados, así que quedándole el brazo colgado cayó del caballo ayuso y dejóse ir a los dos que le herían bravamente y dio al uno por el yelmo tal golpe que se lo hizo saltar de la cabeza y la espada descendió hasta el pescuezo y cortóle todo lo más de él y cayó el caballero. Y el otro que esto vio comenzó de huir contra donde viniera. Amadís, que lo vio en caballo corredor y que se le alongaba, dejó de lo seguir y tornó a Gandalín. El enano le dijo:

—Cierto, señor, mejor recaudo llevo para el don que me prometisteis que yo creía y ahora vamos adelante.

Así fueron aquel día a albergar a casa de un ermitaño, donde hubieron muy pobre cena. En la mañana tornó al camino por donde el enano guiaba y anduvo hasta hora de tercia y allí le mostró el enano, en un valle hermoso, dos pinos altos y debajo de ellos un caballero todo armado sobre un gran caballo y dos caballeros que andaban por el campo tras sus caballos que huían, que el caballero del pino los había derribado y debajo del otro pino yacía otro caballero acostado sobre un yelmo y su escudo cabe sí, y más de veinte lanzas alrededor del pino y cerca de él dos caballos ensillados. Amadís, que los miraba, dijo al enano:

—¿Conoces tú estos caballeros?.

El enano le dijo:

—¿Veis, señor, aquel caballero que yace acostado al pino?.

—Veo, dijo él.

—Pues aquél es —dijo el enano— el buen caballero que demostraros había.

—¿Sabes su nombre?, dijo Amadís.

—Sí, señor, que se llama Angriote de Estravaus y es el mejor caballero que yo en gran parte os podría mostrar.

—Ahora me di, ¿por qué tiene allí tantas lanzas?.

—Eso os diré yo —dijo el enano—: Él amaba una dueña de esta tierra y ella no a él, pero tanto la guerreó que sus parientes por fuerza se la metieron en poder. Y cuando en su poder la hubo dijo que se tenía por el más rico del mundo. Ella le dijo: "No os tendréis por cortés en haber así una dueña por fuerza; bien me podréis haber, pero nunca de grado ni amor habréis, si antes no hacéis una cosa". "Dueña —dijo Angriote—, ¿es cosa que yo puedo hacer?". "Sí", dijo ella. "Pues mandadlo que yo lo cumpliré hasta la muerte". La dueña que lo mucho desamaba cuidó de lo poner donde muriese o cobrase tantos enemigos que con ellos se defendería de él y mandóle que él y su hermano guardasen este valle de los pinos, de todos los caballeros andantes que por él pasasen y que los hiciesen prometer por fuerza de armas que pareciendo en la corte del rey Lisuarte otorgarían ser más hermosa la amiga de Angriote que las suyas de ellos y si por ventura este caballero su hermano, que veis a caballo, fuese vencido, que no se pudiese sobre esta razón más combatir y toda la requesta quedase en Angriote solo y guardasen un año el valle. Y así lo guardaban los caballeros de día y la noche albergaban en un castillo que hace tras aquel otero que veis. Pero dígoos que ha tres meses que lo comenzaron que aún hasta aquí nunca Angriote metió mano a caballero, que su hermano los ha todos conquistado.

—Yo creo —dijo Amadís— que me dices verdad, que yo oí decir en casa del rey Lisuarte que fuera ahí caballero, que otorgara aquella dueña por más hermosa que su amiga y cuido que ha nombre Grovenesa.

—Verdad es —dijo el enano— y, señor, pues cumplí con vos tenedme lo que me prometisteis e id conmigo donde habéis de ir.

—Muy de grado —dijo Amadís—, ¿cuál es la derecha carrera?.

—Por el valle —dijo el enano—, mas no quiero que por ella vayamos, pues tal embarazo tiene.

—No te cures —dijo él— de eso.

Entonces se metió adelante y a la entrada del valle halló un escudero que le dijo:

Other books

Grace Remix by Paul Ellis
Still Into You by Roni Loren
The Oxford Inheritance by Ann A. McDonald
The Bat by Jo Nesbo
Jackie Brown by Elmore Leonard