Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
—La doncella que yo tengo presa no pongo en razón de vuestra batalla, pues que a ella no atañe el tuerto que el enano recibió.
—Señor —dijo Agrajes—, vos la prendisteis por lo que el enano dijo y yo os digo que os dijo falsedad, y si yo este caballero venciere, que mantiene su razón, dárnosla habéis con derecho.
—Ya os dije lo mío —dijo el duque—, y no haré más.
Y saliéndose de entre ellos se fueron a acometer a gran correr de los caballos e hiriéronse bravamente de las lanzas que luego fueron quebradas y juntados de los cuerpos de los caballos y de los escudos, cayeron ellos a sendas partes y cada uno se levantó bravamente y con gran saña que se habían, pusieron mano a sus espadas y acometiéronse a pie dándose grandes y duros golpes que todos los que miraban eran maravillados, las espadas eran cortadoras y los caballeros de gran fuerza y en poca de hora fueron sus armas de tal guisa paradas, que no había en ellas mucha defensa, los escudos eran cortados por muchas partes y los yelmos abollados. Galvanes vio andar a su sobrino esforzado y ligero y más acometedor que el otro fue muy alegre, y si antes lo preciaba, ahora mucho más, y Agrajes tenía tal maña, que aunque al comienzo muy vivo se mostrase, por donde parecía ser muy presto cansado, manteníase en tal forma en su fuerza, que mucho más ligero y acometedor se mostraba al cabo, así que en algunas partes fue al principio en tan poco tenido, que al fin hubo la victoria de la batalla, pues así lo catando Galvanes vio cómo el sobrino del enano se tiró afuera y dijo contra Agrajes:
—Asaz nos combatimos y paréceme que no es culpado el caballero por quien vos combatís ni mi tío el enano, que de otra guisa la batalla no durara tanto y si quisiereis pártase dando por leal al caballero y al enano.
—Cierto —dijo Agrajes—, el caballero es leal y el enano falso y malo y no os dejaré hasta que vuestra boca lo diga y pugnad de os defender.
El caballero mostró su poder, más poca pro le tuvo, que era ya llegado mucho y Agrajes lo hería de grandes golpes y a menudo y el caballero no entendía en ál sino en se cubrir de su escudo. Cuando el duque así lo vio en aventura de muerte hubo gran pesar, que lo mucho amaba y fuese yendo contra su castillo por lo no ver matar y dijo:
—Ahora juro, que no haré a caballero andante sino todo escarnio.
—Loca guerra cometisteis —dijo Galvanes— en os tomar con los caballeros andantes, que quieren enmendar los tuertos.
A esta sazón vino a caer a los pies de Agrajes el caballero y él tiró el yelmo y diole grandes golpes de la manzana de la espada en el rostro y dijo:
—Conviene que digáis que el enano hizo tuerto al caballero.
—¡Ay, buen caballero! —dijo el otro—, no me matéis y yo digo del caballero por qué vos combatisteis que es bueno y leal y prométeos de hacer quitar la doncella de prisión. Mas, ¡por Dios!, no queráis que diga del enano, que es mi tío y me crió, que es falso.
Esto oían todos los que al derredor miraban. Agrajes hubo duelo del caballero y dijo:
—Por el enano haría yo nada, mas por vos que os tengo por buen caballero haré tanto que os daré por quito, quitando a la doncella de la prisión a vuestro poder.
El caballero lo otorgó. El duque, que nada de esto veía, iba ya cerca del castillo y tomólo Galvanes por el freno y mostróle al sobrino del enano a los pies de Agrajes y dijo:
—Aquél, muerto es o vencido, ¿qué nos decís de la doncella?.
—Caballero —dijo el duque—, más sois que loco si pensáis que yo haga de la doncella sino lo que tengo acordado y jurado.
—¿Y qué jurasteis vos?, dijo Galvanes.
—Que la quemaría mañana —dijo el duque— si no me dijese a qué metió el caballero en mi palacio.
—¿Cómo —dijo Galvanes—, no nos la daréis?.
—No—dijo el duque—, no os detengáis más en este lugar, si no, yo mandaré en ello ál hacer.
Entonces se llegaron muchos de su compaña y Galvanes tiró la mano del freno y dijo:
—¿Vos nos amenazáis y no quitáis la doncella, que es derecho? Yo os desafío por ende por mí y por todos los caballeros andantes, que me ayudar quisieren.
—Y yo desafío a vos y a todos ellos —dijo el duque—, y en mal punto andarán por mi tierra.
Don Galvanes se tornó donde Agrajes estaba y dijo lo que con el duque pasara y cómo eran sus desafiados, de que fue muy sañudo y dijo:
—Tal hombre como éste, en que derecho no se puede alcanzar, no debería ser señor de tierra.
Y cabalgando en su caballo dijo contra el sobrino del enano:
—Miémbreseos lo que me prometisteis en lo de la doncella y cumplidlo luego a vuestro poder.
—Yo haré todo lo que en mí es, dijo él. Esto era ya cerca de vísperas, que a tal hora se partió la batalla y luego se partieron allí y entraron en una floresta que llamaban Arunda y dijo Galvanes:
—Sobrino, nos hemos desafiado al duque, aguardemos aquí y prenderlo hemos y alguno otro de que pasare.
—Bien es, dijo Agrajes. Entonces se desviaron de la carretera y metiéronse en una mata espesa, y allí descendieron de los caballos y enviaron los escuderos a la villa que les trajesen lo que habían menester. Allí albergaron aquella noche. El duque fue muy sañudo contra la doncella, más que antes, e hízola venir ante si y díjole que curase de su alma, que otro día sería quemada si luego no le dijese la verdad del caballero, que ella no quiso decir nada. El sobrino del enano hincó los hinojos ante el duque y díjole la promesa que hiciera rogándole por Dios que la doncella le diese, mas esto fuera excusado que antes perdería todo su estado que quebrar lo que jurara. Al caballero pesó mucho porque quisiera quitar su homenaje. Pues otro día de mañana mandó el duque traer ante sí la doncella y dijo:
—O escoged en el fuego o en decir lo que os pregunto, que de una de estas no podéis escapar.
Ella dijo:
—Haréis vuestra voluntad, mas no razón.
Entonces la mandó el duque tomar a doce hombres armados y dos caballeros armados con ellos y él cabalgó en un gran caballo, solamente un bastón en la mano y fuese con ellos a quemar la doncella a la orilla de la floresta. Y allí llegados dijo el duque:
—Ahora, le poned fuego y muera con su porfía.
Esto todo vieron muy bien don Galvanes y su sobrino, que estaban en reguarda, no de aquello, mas de otra cualquier cosa en que al duque enojar pudiesen y como armados estaban, cabalgaron presto y mandaron a un escudero que no entendiese sino en tomar la doncella y la poner en salvo y partiendo para allá vieron el fuego y como querían ya la doncella echar, mas ella hubo tan gran miedo que dijo:
—Señor, yo diré la verdad, y el duque que se allegaba por la oír, vio cómo venía por el campo don Galvanes y Agrajes y decían a grandes voces:
—Dejad, os conviene, la doncella.
Los dos caballeros salieron a ellos y encontráronse con sus lanzas muy bravamente, pero por los caballeros del duque fueron ambos a tierra, y el que Galvanes derribó no hubo menester maestro; el duque metió su compaña entre sí y ellos y Galvanes le dijo:
—Ahora verás la guerra que tomasteis.
Y dejáronse a él ir y el duque dijo a sus hombres:
—Matadle los caballos y no se podrán ir, mas los caballeros se metieron entre ellos tan bravamente hiriendo a todas partes con sus espadas y atropellándolos con los caballos así que los esparcieron por el campo, los unos muertos, los otros tullidos y los que quedaban huyeron a más andar.
Cuando esto vio el duque, no fue seguro y comenzóse de ir contra la villa cuanto más pudo y Galvanes fue tras él una pieza diciendo:
—Estad, señor duque, y veréis con quién tomasteis homecillo, mas él no hacía sino huir y llamar a grandes voces que le acorriesen, y tornándose Galvanes y su sobrino, hallaron que el escudero tenía la doncella en el palafrén y él en un caballo de los caballeros muertos y fuéronse con ella hacia la floresta. El duque se armó con toda su compaña y llegando a la floresta no vio los caballeros y partió los suyos cinco a cinco a todas partes y él se fue con otros cinco por una carretera y aquejóse mucho de andar, tanto que siendo encima de un valle miró abajo y violos cómo iban con su doncella y el duque dijo:
—Ahora a ellos y no guarezcan, y fueron al más ir de los caballos. Galvanes, que así los vio, dijo:
—Sobrino, parezca vuestra bondad en os saber defender, que éste es el duque y los de su compaña; ellos son cinco, no por eso no se sienta en nos cobardía.
Agrajes, que muy esforzado era, dijo:
—Cierto, señor tío, siendo yo con vos, poco daría por cinco de la compaña del duque.
En esto llegó y díjoles:
—En mal punto me deshonrasteis y pésame que no seré vengado en matar tales como vos.
Galvanes dijo:
—Ahora a ellos.
Entonces se dejaron correr unos a otros e hiriéronse de las lanzas en los escudos, tan duramente que luego fueron quebradas, mas los dos se tuvieron tan bien que no los pudieron mover de las sillas y echando mano a sus espadas se hirieron de grandes golpes, como aquéllos que lo bien sabían hacer y los del duque los acometían bravamente, así que la batalla de las espadas era entre ellos brava y cruda. Agrajes fue herir al duque con gran saña e hirióle so la visera del yelmo y fue el golpe tan recio que cortándole el yelmo le cortó las narices hasta las haces, y el duque, teniéndose por muerto, comenzó de huir cuanto más pudo y Agrajes en pos de él y no lo pudiendo alcanzar tornó y vio cómo su tío se defendía de los cuatro y dijo entre sí:
—¡Ay, Dios!, guarda tan buen caballero de estos traidores, y fuelos herir bravamente y Galvanes hirió al uno así que la espada le hizo caer de la mano y como lo vio embarazado tomóle por el brocal del escudo y tiróle tan recio que lo derribó en tierra y vio que Agrajes derribara uno de los otros y dejóse ir Galvanes a los dos que lo herían, mas ellos no atendieron, que huyendo por la floresta no los pudieron alcanzar y tornando donde la doncella era, le preguntaron si había ahí cerca algún poblado.
—Sí —dijo ella— que hay, una fortaleza de un caballero que se llama Olivas, que por ser enemigo del duque, por un su primo que le mató, os acogerá de grado.
Entonces los guió hasta que allá llegaron, el caballero los acogió muy bien y mucho mejor cuando supo lo que les acaeciera.
Pues otro día se armaron y tomaron su camino, mas Olivas los sacó aparte y díjoles:
—Señores, el duque me mató un primo cohermano, buen caballero, a mala verdad, y yo quiérole reutar ante el rey Lisuarte; demándoos consejo y ayuda, como a caballeros que se andan poniendo en las grandes afrentas, por mantener lealtad y hacer que la mantenga, los que sin temor de Dios y de sus vergüenzas la quebrantan.
—Caballero —dijo Galvanes—, obligado sois a la demanda de esa muerte que decís, si feamente se hizo y nosotros a os ayudar, si menester fuere, teniendo vos a ello justa causa y así lo haremos si el duque en la batalla algunos caballeros querrá meter, porque, como vos, lo desamamos.
—Mucho os lo agradezco —dijo él—, y quiérome ir con ellos. Entonces se armó y metióse con ellos en el camino Vindilisora, donde el rey Lisuarte cuidaban hallar.
Cómo Amadís era muy bienquisto en casa del rey Lisuarte, y de las nuevas que supo de su hermano Galaor.
Contado se os ha cómo Amadís quedó en casa del rey Lisuarte por caballero de la reina al tiempo que en la batalla mató aquel soberbio y valiente Dardán y allí, así del rey como de todos, era muy amado y honrado. Y un día envió por él la reina para le hablar, y estando él ante ella, entró por la puerta del palacio una doncella hincando los hinojos ante la reina, dijo:
—Señora, ¿es aquí un caballero que trae las armas de leones?.
Ella entendió luego que lo decía por Amadís y dijo:
—Doncella, ¿qué lo queréis?.
—Señora —dijo ella—, yo le traigo mandado de un novel caballero que se ha hecho el más alto y grande comienzo de caballería que nunca hizo caballero en todas las ínsulas.
—Mucho decís —dijo la reina—, que muchos caballeros hay en las ínsulas y vos no sabréis la hacienda de todos.
—Señora —dijo la doncella—, verdad es, mas cuando supiereis lo que éste hizo otorgaréis en mi razón.
—Pues ruégoos —dijo la reina— que lo digáis.
—Si yo viese —dijo ella— el muy buen caballero que él más que todos los otros precia, yo le diría esto y otras muchas cosas que le mandan decir.
La reina, que hubo gana de lo saber, dijo:
—Veis aquí el buen caballero que demandáis y dígoos verdaderamente que él es.
—Señora —dijo la doncella, yo lo creo que tan buena señora como vos no diría sino verdad, y luego dijo contra Amadís:
—Señor, el hermoso doncel que hicisteis caballero ante el castillo de Baldoid cuando vencisteis los dos caballeros de la puente y los tres de la calzada y prendisteis el señor del castillo y sacasteis por fuerza de armas al amigo de Urganda, mándase os encomendar así como aquél que os tiene en lugar de señor y envía os decir que él pugnará de ser hombre bueno o pagará con la muerte, y que si él fuere tal en el prez y en la honra de caballería que os dirá de su hacienda más de lo que ahora vos sabéis y si tal no saliere que le debáis preciar, que se callará.
En esto Amadís se membró luego, que era su hermano y las lágrimas le vinieron a los ojos que pararon mientes todas las dueñas y doncellas que ahí estaban y su señora más que todas, de que muy maravillada fue, considerando si por ella le podía venir cuita tal que llorar le hiciese, que aquello no de dolor, mas de gran placer le aviniera. La reina dijo:
—Ahora nos decid el comienzo del caballero que tanto loáis.
—Señora —dijo la doncella—, el primero lugar donde requesta tomó fue en la peña de Galtares combatiéndose con aquel bravo y fuerte Albadán llamado, al cual en campo de uno por otro venció y mató.
Entonces contó la batalla como pasó y que ella la viera y la razón por qué fuera. La reina y todos fueron mucho maravillados de cosa tan extraña.
—Doncella —dijo Amadís—, sabéis vos contra dónde fue el caballero cuando el gigante mató.
—Señor —dijo ella—, yo me partí de él después que la batalla venció y lo dejé con otra doncella que lo había de guiar a una su señora que allí la enviara y no os puedo decir más, y partióse de allí. La reina dijo:
—Amadís, ¿sabéis quién será aquel caballero?.
—Señora, sé, aunque no le conozco.
Entonces le dijo cómo era su hermano y cómo llegara el gigante siendo niño y lo que Urganda de él le dijera.