Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
—Señora —dijo ella—, así lo haré, y Oriana dijo:
—¡Ay, Dios!, qué merced me haríais si él fuese, porque ahora tendré lugar de le poder hablar.
Así pasaron su habla las dos y toma a contar de Amadís lo que le avino.
Cuando Amadís partió de la batalla, fuese por la floresta tan escondidamente que ninguno supo de él nueva y llegó tarde a los tendejones, donde halló a Gandalín y a las doncellas que tenían guisado de comer, y descendiendo del caballo lo desarmaron y las doncellas le dijeron cómo Dardán matara a su amiga y después a sí, por cual razón él se santiguó muchas veces de tan mal caso y luego se sentaron a comer con mucho placer. Pero Amadís nunca partía de su memoria cómo haría saber a su señora su venida y qué le mandaba hacer. Alzados los manteletes levantóse y, apartando a Gandalín le dijo:
—Amigo, vete a la villa y trabaja como veas a la doncella de Dinamarca, y sea muy escondidamente, y dile cómo yo soy aquí; que me envíe a decir qué haré.
Gandalín acordó por ir más encubierto de se ir a pie y así lo hizo, y llegando a la villa fuese al palacio del rey y no estuvo ahí mucho que vio la doncella de Dinamarca que no hacía sino ir y venir. Él se llegó a ella, y saludóla, y ella a él, y católe más y vio que era Gandalín y díjole:
—¡Ay, mi amigo!, tú seas bien venido. ¿Y dónde es tu señor?.
—Ya hoy fue tal hora que lo visteis —dijo Gandalín—, que él fue el que venció la batalla y dejóle en aquella floresta escondido y envíame a vis que le digáis qué hará.
—Él sea bien venido a esta tierra —dijo ella—, que su señora será con él muy alegre y vente en pos de mí y si alguno te preguntare di que eres de la reina de Escocia, que traes su mandado a Oriana y que vienes a buscar a Amadís que es en esta tierra, para andar con él, y así quedarás después en su compañía sin que ninguno sospeche nada.
Así entraron en el palacio de la reina, y la doncella dijo contra Oriana:
—Señora, veis aquí un escudero que os trae mandado de la reina de Escocia.
Oriana fue ende muy alegre y mucho más cuando vio que era Gandalín, e hincando los hinojos ante ella, le dijo:
—Señora, la reina os envía mucho a saludar, como aquélla que os ama y aprecia y a quien placería de vuestra honra y rio fallecería por ella de la acrecentar.
—Buena ventura haya la reina —dijo Oriana—, y mucho agradezco sus encomiendas, vente a esta fenestra y decirme has más.
Entonces se apartó con él e hizole sentar cabe sí y díjole:
—Amigo, ¿dónde dejas a tu señor?.
—Dejóle en aquella floresta —dijo él—, donde se fue anoche cuando venció la batalla.
—Amigo —dijo ella—, ¿qué es de él?, así hayas buena ventura.
—Señora —dijo él—, es de él lo que vos quisiereis, como aquél que es todo vuestro y por vos muere y su alma padece lo que nunca caballero —y comenzó a llorar y dijo—: Señora, él no pasará vuestro mandado por mal ni por bien que le avenga y por Dios, señora, habed de él merced, que la cuita que hasta aquí sufrió en el mundo no hay otro que la sufrir pudiese, tanto que muchas veces espera caerse delante muerto habiendo ya el corazón deshecho en lágrimas y si él hubiese ventura de vivir pasaría a ser el mejor caballero que nunca armas trajo y, por cierto, según las grandes cosas que por él, después que fue caballero, han pasado a su honra, así lo es ahora, mas él falleció ventura cuando os conoció, que morirá antes de su tiempo, y cierto más le valiera morir en la mar donde fue lanzado sin que sus padres lo conocieran, pues que le ven morir sin que socorrerle puedan —y no hacia sino llorar y dijo—: Señora, cruda será esta muerte de mi señor, y muchos dolerán de él si así sin socorro alguno padeciese más de lo pasado.
Oriana dijo llorando y apretando sus manos y sus dedos unos contra otros:
—¡Ay, amigo Gandalín!, por Dios, cállate, no me digas ya más, que Dios sabe cómo me pesa, si crees tú lo que dices, que antes mataría mi corazón y todo mi bien, y su muerte querría yo tan a duro como quien un día sólo no viviría si él muriese, y tú culpas a mí porque sabes la su cuita y no la mía, que si la supieses más te dolerías de mí y no me culparías, pero no pueden las personas acorrer en lo que desean, antes aquélla acaece de ser más desviado, quedando en su lugar lo que les agravia y enoja y así viene a mí de tu señor, que sabe Dios si yo pudiese con qué voluntad pondría yo remedio a sus grandes deseos y míos.
Gandalín le dijo:
—Haced lo que debéis, si lo amáis, que él os amaba sobre todas las cosas que hoy son amadas, y señora, ahora le mandad cómo haga.
Oriana le mostró una huerta que era de yuso de aquella fenestra donde hablaban y díjole:
—Amigo, ve a tu señor y dile que venga esta noche muy escondido y entre en la huerta y aquí debajo es la cámara donde yo y Mabilia dormimos, que tiene cerca de tierra una fenestra pequeña con una redecilla di hierro y por allí hablaremos, que ya Mabilia sabe mi corazón, y sacando un anillo muy hermoso de su dedo le dio a Gandalín que lo llevase a Amadís, porque ella lo amaba más que otro anillo que tuviese y dijo:
—Antes que te vayas verás a Mabilia, que te sabrá muy bien encubrir, que es muy sabida, y entrambos diréis que le traéis nuevas de su madre, así que no sospecharán ninguna cosa.
Oriana mandó llamar a Mabilia que viese aquel escudero de su madre y cuando ella vio a Gandalín entendió bien la razón, y Oriana se fue a la reina, su madre, la cual le preguntó si aquel escudero se tornaría presto a Escocia, porque con él enviaría donas a la reina.
—Señora —dijo ella—, el escudero viene a buscar a Amadís, el hijo del rey de Gaula, el buen caballero de que aquí mucho hablan.
—¿Y dónde es éste?, dijo la reina.
—El escudero dice —dijo ella— que ha más de diez meses que halló nuevas que venía para acá y maravillase cómo no lo halla.
—Así Dios me ayude —dijo la reina—, a mí placería mucho de ver tal caballero en compaña del rey mi señor, que le sería gran descanso en los muchos hechos que de tantas partes le salen y yo os digo que si él aquí viene que no quedará de ser suyo por cosa que él demandare y el rey pueda cumplir.
—Señora —dijo Oriana—, de su caballería no sé más de lo que dicen, mas dígoos que era el más hermoso doncel que se sabía al tiempo que en casa del rey de Escocia servía ante mí y ante Mabilia y ante otras.
Mabilia, que con Gandalín quedara, díjole:
—Amigo, ¿es ya tu señor en esta tierra?.
—Señora —dijo él—, sí, y mandóos mucho saludar como a la prima del mundo que más ama, y él fue el caballero que aquí venció la batalla.
—¡Ay, Señor Dios! —dijo ella—, bendito seas, porque tan buen caballero hiciste a nuestro linaje y nos le diste a conocer.
Luego dijo a Gandalín:
—Amigo, ¿qué es de él?.
—Señora —dijo él—, sería bien si fuerza de amor no fuese que nos lo tiene muerto y por Dios, señora, acerredle y ayudadle, que verdaderamente, si algún descanso no ha en sus amores, perdido es el mejor caballero que hay en vuestro linaje, ni en todo el mundo.
—Por mi no fallecerá —dijo ella— en lo que yo pudiere; ahora te ve y salúdamelo mucho y dile que venga como mi señora manda y tú podrás hablar con nosotras como escudero de mi madre, cada que menester será.
Gandalín se partió de Mabilia con aquel recaudo que a su señor llevaba y él le atendía esperando la vida o la muerte, según las nuevas trajese, que sin falta a aquella sazón era tan cuitado para se sufrir, que el gran descanso que en se ver tan cerca donde su señora era, había recibido, se le había tornado en tanto deseo de la ver y con el deseo en tanta cuita y congoja, que era llegado al punto de la muerte, y como vio venir a Gandalín, fue contra él y dijo:
—Amigo Gandalín, ¿qué nuevas traes?.
—Señor, buenas, dijo él.
—¿Viste la doncella de Dinamarca?.
—Sí, vi.
—¿Y supiste de ella lo que he de hacer?.
—Señor —dijo él—, mejores son las nuevas que vos pensáis.
Él se estremeció todo de placer y dijo:
—Por Dios, dímelas aína.
Gandalín le contó todo lo que con su señora pasara y las hablas que pasaron ambos y lo que su prima Mabilia le dijo y la habla que concertada dejaba, así que nada quedó que le no dijese. El placer grande que de esto hubo ya no podéis considerar y dijo a Gandalín:
—Mi verdadero amigo, tú fuiste más sabido y osado en mi hecho que lo yo fuera, y esto no es de maravillar, que lo uno y lo otro tiene muy acabadamente tu padre, y ahora me di, si sabes bien el lugar dónde mandó que yo fuese.
—Sí, señor —dijo él—, que Oriana me lo mostró.
¡Ay, Dios! —dijo Amadís—, cómo serviré yo a esta señora la gran merced que me hace. Ahora no sé por qué de mi cuita me queje.
Gandalín le dio el anillo y dijo:
—Tomad este anillo que os envía vuestra señora, porque era el que ella más amaba.
Él lo tomó viniéndole las lágrimas a los ojos y besándolo lo puso en derecho del corazón y estuvo una pieza que hablar no pudo, otrosí, metiólo en su dedo y dijo:
—¡Ay, anillo, cómo anduviste en aquella mano que en el mundo otra que tanto valiese hallar no se podría!.
—Señor —dijo Gandalín—, id vos a las doncellas y sed alegre, porque este cuidado os destruye y podrá hacer mucho daño en vuestros amores.
Él así lo hizo y en aquella cena habló más y con más placer que solía, de que ellas eran muy alegres que éste era el caballero del mundo más gracioso y agradable, cuando el pensamiento y pesar no le daba estorbo. Y venida la hora de dormir, acostáronse en sus tendejones como solían, más viniendo el tiempo convenible levantóse Amadís y halló que Gandalín tenía los caballos ensillados y sus armas aparejadas, y armóse que no sabía cómo le podría acontecer y cabalgando se fueron contra la villa y llegando a un montón de árboles, que cerca de la huerta estaban, que Gandalín este día había mirado, descabalgaron y dejaron allí los caballos y fuéronse a pie y entraron en la huerta por un portillo que las aguas habían hecho, y llegando a la fenestra llamó Gandalín muy paso. Oriana, que no se cuidó de dormir, que lo oyó, levantóse y llamó a Mabilia y díjole:
—Creo que aquí es vuestro primo.
—Mi primo es él —dijo ella—, mas no habéis en él más parte que todo su linaje.
Entonces se fueron ambas a la fenestra y pusieron dentro unas candelas que gran lumbre daban y abriéronla. Amadís vio a su señora a la lumbre de las candelas, pareciéndole tanto de bien que no hay persona que creyese que tal hermosura en ninguna mujer del mundo podría caber. Y ella era vestida de unos paños de seda india obrada de flores de oro muchas y espesas, y estaban en cabellos, que los había muy hermosos a maravilla y no los cubría sino con una guirnalda muy rica y cuando Amadís así la vio es tremecióse todo con el gran placer que en verla hubo y el corazón se saltaba mucho, que holgar no podía. Cuando Oriana así lo vio llegóse a la fenestra y dijo:
—Mi señor, vos seáis muy bien venido a esta tierra, que mucho os hemos deseado y habido gran placer de vuestras buenas nuevas venturas, así en las armas como en el conocimiento de vuestro padre y madre.
Amadís cuando esto oyó, aunque atónito estaba esforzándose más que para otra afrenta ninguna, dijo:
—Señora, si mi discreción no bastare a satisfacer la merced que me decís y la que me hicisteis en la enviada de la doncella de Dinamarca, no os maravilléis de ello, porque el corazón muy turbado y de sobrado amor preso, no deja la lengua en su libre poder. Y porque así como con vuestra sabrosa membranza todas las cosas sojuzgar pienso, así con vuestra vista soy sojuzgado sin quedar en mi sentido alguno para que en mi libre poder sea. Y si yo, mi señora, fuese tan digno o mis servicios lo mereciesen, demandaros había piedad para este tan atribulado corazón antes que de él todo con las lágrimas derecho sea, y la merced que os señora pido no es para mí descanso, que las cosas verdaderamente amadas cuanto más de ellas se alcanza mucho más el deseo y cuidado se aumenta y crece, mas porque feneciendo del todo fenecería aquél que en al no piensa sino en os servir.
—Mi señor —dijo Oriana—, todo lo que me dice creo yo sin duda, porque mi corazón en lo que siente me muestra ser verdad, pero dígoos que no tengo a buen seso lo que hacéis, en tomar tal cuita como Gandalín me dijo, porque de ello no puede redundar sino a ser causa de descubrir nuestros amores, de que tanto mal nos podría ocurrir, o de feneciendo la vida del uno la del otro sostener no se pudiese. Y por esto os mando, por aquel señorío que sobre vos tengo, que poniendo templanza en vuestra vida, lo pongáis en la mía, que nunca piensa sino en buscar manera como vuestros deseos hayan descanso.
—Señora —dijo él—, en todo yo haré vuestro mandado, sino en aquello que mis fuerzas no bastan.
—¿Y qué es eso?, dijo ella.
—El pensamiento —dijo él—, que mi juicio no puede resistir aquellos mortales deseos de quien cruelmente es atormentado.
—Ni yo digo —dijo ella— que del todo lo apartéis, mas que sea con aquella medida que os no dejéis así parecer ante los hombres buenos, porque la vida asolando, ya conocéis lo que se ganará, como tengo dicho, y mi señor, yo os digo que quedéis con mi padre si os lo rogare él, porque las cosas que os ocurrieren hagáis por mi mandado, y de aquí adelante hablad conmigo sin empacho diciéndome las cosas que os más agradaren, que yo haré lo que mi posibilidad fuere.
—Señora —dijo él—, yo soy vuestro y por vuestro mandado vine, no haré sino aquello que mandáis.
Mabilia se llegó y dijo:
—Señora, dejadme haber alguna parte de ese caballero.
—Llegad —dijo Oriana—, que verlo quiero en tanto que con él habláis.
Entonces le dijo:
—Señor primo, vos seáis muy bien venido, que gran placer nos habéis dado.
—Señora prima —dijo él—, y vos muy bien hallada, que en cualquier parte que os viese era obligado a os querer y amar y mucho más en ésta, donde acatando el duelo habréis piedad de mí.
Dijo ella:
—En vuestro servicio pondré yo mi vida y mis servicios, pero bien sé, según lo que de esta señora conocido tengo, que excusados pueden ser.
Gandalín, que la mañana vio venir, dijo:
—Señor, comoquiera que vos de ello no plega, el día, que cerca viene, nos constriñe a partir de aquí.
Oriana dijo:
—Señor, ahora os id y haced como os he dicho.
Amadís, tomándole las manos que por la red de la ventana Oriana fuera tenía limpiándole con ellas las lágrimas que por el rostro le caían, besándoselas muchas veces, se partió de ellas, y cabalgado en sus caballos llegaron antes que el alba rompiese a los tendejones, donde desarmándose fue en su lecho acostado sin que de ninguno sentido fuese. Las doncellas se levantaron y la una quedó por hacer compañía a Amadís y la otra se fue a la villa; y sabed que ambas eran hermosas y primas hermanas de la dueña por quien Amadís la batalla hiciera. Amadís durmió hasta que el sol salido y, levantándose, llamó a Gandalín y mandó que se fuese a la villa, así como su señora y Mabilia lo habían mandado. Gandalín se fue, y Amadís quedó hablando con la doncella, y no tardó mucho que vio venir la otra que a la villa fuera llorando fuertemente y al más andar de su palafrén. Amadís dijo: