Amadís de Gaula (7 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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—A derecho no podía ser que aquella mujer mala matara a su marido.

—Engañados somos —dijo él—, y dadnos seguranza y sabréis la razón por qué os acometimos.

—La seguranza —dijo— os doy, mas no os quito la batalla.

El caballero contó la causa por qué a él vinieron. Y el Doncel se santiguó muchas veces de oír lo que sabía:

—Veis aquí su marido en esta ermita que así como yo os lo dirá.

—Pues que así es —dijo el caballero—, no seamos en la vuestra merced.

—Eso no haré yo si no juráis como leales caballeros que llevaréis este caballero herido a su mujer con él a casa del rey Languines, y diréis cuanto de ella aconteció y que la envía un caballero novel que hoy salió de la villa donde él es y que mande hacer lo que por bien tuviese.

Esto otorgaron los dos y el otro después que muy malo lo sacaron debajo del caballo.

Capítulo 5

Cómo Urganda la Desconocida trajo una lanza al Doncel del Mar.

Dio el Doncel del Mar su escudo y yelmo a Gandalín y fuese su vía y no anduvo mucho que vio venir una doncella en su palafrén y traía una lanza con una trena entrenzada en el asta, y vio otra doncella, que con ella se juntó, que por otro camino venía y viniéronse ambas hablando contra él, y como llegaron la doncella de la lanza, le dijo:

—Señor, tomad esta lanza y dígoos que antes de tercero día haréis la casa donde primero salisteis.

Él fue maravillado de lo que decía y dijo:

—Doncella, la casa, ¿cómo puede morir ni vivir?.

—Así será —dijo ella—, y la lanza os doy por algunas mercedes que de vos espero. La primera será cuando hiciereis una honra a un vuestro amigo por donde será puesto en la mayor afrenta y peligro que fue puesto caballero, pasados ha diez años.

—Doncella —dijo él—, tal honra no haré yo a mi amigo, si Dios quisiere.

—Yo sé bien —dijo ella— que así acaecerá como yo lo digo.

Y dando de las espuelas al palafrén se fue su vía y sabed que ésta era Urganda la Desconocida; la otra doncella quedó con él y dijo:

—Señor, caballero, soy de tierra extraña, y si quisieres aguardaros he de hasta tercer día y dejaré de ir donde es mi señora.

—¿Y dónde sois?, dijo él.

—De Dinamarca, dijo la doncella. Y él conoció que decía verdad, en su lenguaje, que algunas veces oyera hablar a su señora Oriana cuando era más niña y dijo:

—Doncella, bien me place si por afán no lo tuvieres.

Y preguntóle si conocía la doncella que la lanza le dio. Ella dijo que la nunca viera, sino entonces, mas que le dijera que la traía para el mejor caballero del mundo, y díjome que después que de vos me partiese que os hiciese saber cómo era Urganda la Desconocida y que mucho os ama.

—¡Ay, Dios —dijo él—, cómo soy sin ventura en la no conocer!, y si la dejo de buscar es porque ninguno la hallará sin su grado.

Y así anduvo con la doncella hasta la noche, que halló un escudero en la carretera que le dijo:

—Señor, hacia dó vais?.

—Voy por este camino, dijo él.

—Verdad es —dijo el escudero—, mas si aposentaros queréis en poblado convendrá que lo dejéis, que de aquí gran pieza no se hallará sino una fortaleza que es de mi padre y allí se os hará todo servicio.

La doncella le dijo que sería bien y él se lo otorgó. El escudero los desvió del camino para los guiar, y esto hacía por una costumbre que había ahí adelante en un castillo por do el caballero había de ir y quería ver lo que haría, que nunca viera combatir caballero andante. Pues allí llegados aquella noche, fueron muy bien servidos, mas el Doncel del Mar no dormía mucho, que lo más de la noche estuvo contemplando en su señora de donde se partiera y a la mañana armóse y fue su vía con su doncella y el escudero. Su huésped le dijo que le haría compañía hasta un castillo que había adelante. Así anduvieron tres leguas y vieron el castillo que muy hermoso parecía, que estaba sobre un río, y había una puente levadiza, y en cabo de ella una torre muy alta y hermosa. El Doncel del Mar preguntó al escudero si aquel río tenía otra pasada, sino por la puente; él dijo que no, que todos pasaban por ella y nos por ahí vamos a pasar.

—Pues id adelante, dijo él. La doncella pasó y los escuderos después, y el Doncel del Mar al postre, e iba tan firmemente pensando en su señora que todo iba fuera de sí. Como la doncella entró tomáronla seis peones por el freno, armados de capellinas y corazas y dijeron:

—Doncella, conviene que juréis, si no seréis muerta.

—¿Qué juraré?.

—Juraréis de no hacer amor a vuestro amigo en ningún tiempo, si no os promete que ayudará al rey Abies contra el rey Perión.

La doncella dio voces diciendo que la querían matar. El Doncel del Mar fue allá y dijo:

—Villanos malos, ¿quién os mandó poner mano en dueña ni doncella, en además en ésta, que va en mi guardia?.

Y llegándose al mayor de ellos le trabó de la hacha, y diole tal herida con el cuento, que lo batió en tierra; los otros comenzáronlo a herir, mas él dio al uno tal golpe que lo hendió hasta los ojos e hirió a otro en el hombro y cortóle hasta los huesos de los costados. Cuando los otros vieron estos dos muertos de tales golpes no fueron seguros y comenzaron a huir y él tiró al uno la hacha que bien media pierna le cortó, y dijo a la doncella:

—Id adelante, que mal hayan cuantos tienen por derecho que ningún villano ponga mano en dueña ni doncella.

Entonces fueron adelante por la puente y oyeron del otro cabo a la parte del castillo gran revuelta. Dijo la doncella:

—Gran ruido de gente suena, y yo sería en que tomaseis vuestras armas.

—No temáis —dijo él—, que en parte donde las mujeres son maltratadas, que deben andar seguras, no puede haber hombre que nada valga.

—Señor —dijo ella—, si las armas no tomáis no osaría pasar más adelante.

Él las tomó y pasó adelante y entrando por la puerta del castillo vio un escudero que venía llorando y decía:

—¡Ay, Dios, cómo matan al mejor caballero del mundo, porque no hace una jura que no puede tener con derecho!.

Y pasando por él vio el Doncel del Mar al rey Perión, que le hiciera caballero, asaz maltratado, que le habían muerto el caballo y dos caballeros con diez peones sobre él, armados, que lo herían por todas partes y los caballeros le decían:

—Jura, si no muerto eres.

El Doncel les dijo:

—Tiraos afuera, gente mala soberbia, no pongáis mano en el mejor caballero del mundo, que todos por él moriréis.

Entonces se partieron de los otros el de un caballero y cinco peones y viniendo contra él le dijeron:

—A vos así conviene que juréis o sois muerto.

—¿Cómo —dijo él— juraré contra mi voluntad? Nunca será si Dios quisiere.

Ellos dieron voces al portero que cerrase la puerta y el Doncel se dejó correr al caballo e hiriólo con su lanza en el escudo de madera que lo derribó en tierra por encima de las ancas del caballo y al caer dio el caballero con la cabeza en el suelo y se le torció el pescuezo, y fue tal como muerto, y dejando los peones que lo herían fue para el otro y pasóle el escudo y el arnés y metióle la lanza por los costados, que no hubo menester maestro. Cuando esto vio el rey Perión que de tal manera era acorrido, esforzóse de se mejor defender y con su espada grandes golpes en la gente de pie daba, más el Doncel del Mar entró tan desapoderadamente entre ellos con el caballo e hiriendo con su espada de mortales esquivos golpes, que los más de ellos hizo caer por el suelo. Así con esto, como con lo que el rey hacía, no tardó mucho en ser todos destrozados, y algunos, que huir pudieron, subiéronse al muro, mas el Doncel se apeó del caballo y fue tras ellos, y tan grande era el miedo que llevaban que no le osando esperar se dejaban caer de la cerca ayuso salvo dos de ellos, que se metieron en una cámara, y el Doncel, que los seguía, entró en pos de ellos y vio en un lecho un hombre tan viejo que de allí no se podía levantar y decía a voces:

—Villanos malos, ¿ante quién huís?.

—Ante un caballero —dijeron ellos— que hace diabluras y ha muerto a vuestros sobrinos ambos y a todos nuestros compañeros.

El doncel dijo a uno de ellos:

—Muéstrame a tu señor, si no muerto eres.

Él le mostró el viejo que en el lecho yacía, él se comenzó a santiguar y dijo:

—Viejo malo, estás en el paso de la muerte y, ¿tienes tal costumbre? Si ahora pudieseis tomar armas probaros había que erais traidor y así lo sois a Dios y vuestra ánima.

Entonces hizo semblante que le quería dar con el espada y el viejo dijo:

—¡Ay, señor!, merced, no me matéis.

—Muerto sois —dijo el Doncel del Mar— si no juráis que tal costumbre nunca más en vuestra vida mantenida será.

Él lo juró.

—Pues ahora me decid, ¿por qué manteníais está costumbre?.

—Por el rey Abies de Irlanda —dijo él— que es mi sobrino y yo no le puedo ayudar con el cuerpo, quisiérale ayudar con los caballeros andantes.

—Viejo falso —dijo el Doncel—, ¿qué han de haber los caballeros en vuestra ayuda ni estorbo?.

Entonces dio del pie al lecho y tornólo sobre él y encomendándole a todos los diablos del infierno se salió al corral y fue a tomar uno de los caballos de los caballeros que matara y trájole al rey y dijo:

—Cabalgad, señor, que poco me contento de este lugar ni de los que en él son.

Entonces cabalgaron y salieron fuera del castillo, y el Doncel del Mar no tiró su yelmo porque el rey no lo conociese y siendo ya fuera dijo el rey:

—Amigo, señor, ¿quién sois que me acorristeis siendo cerca de la muerte y me tirasteis de mi estorbo muchos caballeros andantes y los amigos de las doncellas que por aquí pasasen, que yo soy aquél contra quien de jurar habían?.

—Señor —dijo el Doncel del Mar—, yo soy un caballero que hubo gana de os servir.

—Caballero —dijo él—, veo yo bien que apenas podría hombre hallar otro tan buen socorro, pero no os dejaré sin que os conozca.

—Eso no tiene a vos ni a mí pro, dijo el Doncel.

—Pues ruégoos por cortesía que os tiréis el yelmo.

Él abajó la cabeza y no respondió, mas el rey rogó a la doncella que se lo tirase y ella le dijo;

—Señor, haced del ruego del rey que tanto lo desea.

Pero él no quiso y la doncella quitó el yelmo contra su voluntad y como el rey le vio el rostro, conoció ser aquél el Doncel que él armara caballero por ruego de las doncellas, y abrazándolo dijo:

—¡Por Dios, amigo!, ahora os conozco yo mejor que antes.

—Señor —dijo él—, yo bien os conocí que me disteis honra de caballería lo que si a Dios pluguiese os serviré en vuestra guerra de Gaula, tanto, que otorgado me fuere y hasta entonces no quisiera daros me a conocer.

—Mucho os lo agradezco —dijo el rey— que por mí hacéis tanto que mas ser no puede, y doy muchas gracias a Dios que por mí fue hecha tal obra.

Esto decía por le haber hecho caballero, que del deudo que le había, ni lo pensaba.

Hablando en esto llegaron a dos carreteras y dijo el Doncel del Mar:

—Señor, ¿cuál de éstas queréis seguir?.

—Ésta que va la siniestra parte —dijo él—, que es la derecha para ir a mi tierra.

—A Dios vais —dijo él— que tomaré yo la otra.

—Dios os guíe —dijo el rey— y miémbreseos lo que me prometisteis, que vuestra ayuda me ha quitado la mayor parte del pavor y me pone en esperanza de con ella ser remediada mi pérdida.

Entonces se fue su vía y el Doncel quedó con la doncella, la cual le dijo:

—Señor caballero, yo os guardé por lo que la doncella que la lanza os dio me dijo que la traía para el mejor caballero del mundo, y tanto he visto, que conozco ser verdad. Ahora quiero tomar mi camino por ver aquella mi señora que os dije.

—¿Y quién es ella?, dijo el Doncel del Mar.

—Oriana, la hija del rey Lisuarte, dijo ella. Cuando él oyó mentar a su señora estremeciósele el corazón tan fuertemente que por poco cayera del caballo, y Gandalín, que así lo vio atónito, abrazóse con él y el Doncel dijo:

—Muerto soy del corazón.

La doncella dijo, cuidando que otra dolencia fuese:

—Señor caballero, desarmaos, que gran cuita hubisteis.

—No es menester —dijo él— que a menudo he este mal.

El escudero, que ya oísteis, dijo a la doncella:

—Pues yo os haré compañía —dijo él—, que tengo de ser ahí a plazo cierto.

Y despidiéndose del Doncel del Mar se tornaron por la vía que allí vinieron y él se fue por su camino, donde la ventura lo guiaba.

El autor aquí deja de hablar del Doncel de Mar y toma a contar de don Galaor, que con el ermitaño se criaba, como ya oísteis, siendo ya en edad de diez y ocho años, hízose valiente de cuerpo y membrudo, y siempre leía muchos libros que el buen hombre le daba, de los hechos antiguos que los caballeros en armas pasaron, de manera que casi con aquello como con lo natural con que naciera fue movido a gran deseo de ser caballero, pero no sabía si de derecho lo debía ser y rogó mucho al hombre bueno que lo criaba que se lo dijese. Mas él sabiendo cierto que en siendo caballero se había de combatir con el gigante Albadán, viniéronle lágrimas a los ojos y díjole:

—Mi hijo, mejor sería que tomaseis otra vía más segura para vuestra alma, que poneros en las armas y en la orden de caballería, que muy trabajosa es de menester.

—Mi señor —dijo él—, muy mal podría yo seguir aquello que contra mi voluntad tomase, y en esto que mi corazón se otorga, si Dios me diere ventura, yo lo pasaré a su servicio, que fuera de esto no querría que la vida me quedase.

El hombre bueno, que vio su voluntad, díjole:

—Pues que así es, yo os digo verdaderamente que si por vos no se pierde, que por vuestro linaje no se perderá, que vos sois hijo de rey y de reina y esto no lo sepa el gigante que os lo dije.

Cuando Galaor esto oyó, fue muy alegre, que más se no podía, y dijo:

—El pensamiento que yo hasta aquí tenía por grande en querer ser caballero, tengo ahora por pequeño, según lo que me habéis dicho.

El hombre bueno temiendo que se le no fuese, envió a decir al jayán cómo aquél su criado estaba en edad y con gana de ser caballero, que mirase lo que le convenía. Oído esto por él, cabalgó y fuese allá y halló a Galaor muy hermoso y valiente, más que su edad lo requería, y díjole:

—Hijo, yo sé que queréis ser caballero y quiéroos llevar conmigo y trabajaré como lo seáis mucho a vuestra honra.

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