Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
—No sé por quién decís —dijo Galaor—, mas dígoos que aquí he hallado la peor gente y más falsa que nunca vi.
—Por buena fe —dijo el caballero—, el que vos matasteis mejor es que vos, y vos lo compraréis caramente.
Entonces se dejaron ir el uno al otro así a pie como estaban y hubieron su batalla muy cruda, que mucho era buen caballero el del castillo, y no había hombre que lo viese que se no maravillase, y así anduvieron hiriéndose una gran pieza. Mas el caballero, no pudiendo ya sufrir los grandes y duros golpes de Galaor, comenzó a huir, y él, en pos de él, y así fue so un portal pensando saltar de una fenestra a un andamio y con el peso de las armas no pudo saltar donde quería y hubo de caer ayuso en unas piedras, y tan alto era que se hizo pedazos, y Galaor que así lo vio caer tomóse maldiciendo el castillo y los moradores. Así estando oyó voces en una cámara, que decían:
—Señor, por merced no me dejéis aquí.
Galaor llegó a la puerta y dijo:
—Pues abrid.
Y dijeron:
—Señor, no puedo, que soy presa de una cadena.
Galaor dio del pie a la puerta y derribándola entró dentro y halló una hermosa dueña que tenía a la garganta una cadena gruesa y díjole ella:
—Señor, ¿qué es del señor del castillo y de la otra gente?.
Él dijo:
—Todos son muertos, y que él viniera allí a buscar quien de una llaga le curase.
—Yo os curaré —dijo ella— y sacadme de este cautiverio.
Galaor quebró el candado y sacó la dueña de la cámara. Pero ante ella tomó de una arqueta dos bujetas que allí el señor del castillo tenía, con otras cosas para aquel menester, y fuéronse a la puerta del castillo y allí halló Galaor el primero con que justara, que aún estaba bullendo y trajo su caballo por cima de una pieza y salieron fuera del castillo. Galaor cató la dueña y vio que era a maravilla hermosa y díjole:
—Señora, yo os delibré de prisión y soy yo en ella caído si me vos no acorréis.
—Acorreré —dijo ella— en todo lo que mandares, que si de otra guisa lo hiciese de mal conocimiento sería, según la gran tribulación de donde me sacasteis.
Con estas tales razones amorosas y de buen talante y con las mañas de don Galaor y con las de la dueña, que por ventura a ellas conformes eran, pusieron en obra aquello que no sin gran empacho debe ser en escrito puesto; finalmente, aquella noche albergaron en la floresta con unos cazadores en sus tendejones y allí le curó la dueña de la herida y del buen deseo que le había mostrado y contóle cómo siendo ella hija de Teolís el Flamenco, a quien entonces había dado el rey Lisuarte el condado de Clara y de una dueña que por amiga había tenido.
—Y estando ahí —dijo ella— con mi madre en un monasterio, que es cerca de aquí, aquel soberbioso caballero que matasteis me demandó en casamiento, y porque mi madre lo despreció aguardó un día que yo holgaba con otras doncellas y tomóme y llevóme en aquel castillo y poniéndome en aquella muy espesa prisión me dijo:
—Vos me desechasteis de marido, en mi fama y honra fue de vos muy menoscabada, y dígoos que de aquí no saldréis hasta que vuestra madre y vos y vuestros parientes me rueguen que os tome por mujer". Y yo, que más que otra cosa del mundo, lo desamaba, tomé por mejor remedio, confiando en la merced de Dios estar allí en aquella pena algún tiempo que para siempre la tener siendo con él casada.
—Pues, señora —dijo Galaor-—, ¿qué haré de vos que yo ando mucho camino y en cosa que os sería enojo aguardarme?.
—Que me llevéis —dijo ella— al monasterio donde es mi madre.
—Pues guiada —dijo Galaor—, y yo os seguiré.
Entonces entraron en el camino y llegaron al monasterio antes que el sol puesto fuese, donde así la doncella como Galaor fueron con mucho placer recibidos y muy mejor desde que la doncella les contó las extrañas cosas que en armas había hecho. Allí reposó Galaor a ruego de aquellas señoras. El autor aquí deja de contar y torna a hablar de Agrajes, de lo que le sucedió después que vino en la guerra de Gaula.
En que se trata lo que a Agrajes avino después que vino de la guerra de Gaula y algunas cosas de las que hizo.
Agrajes, vuelto de la guerra de Gaula al tiempo que Amadís, habiendo en batalla muerto el rey Abies de Irlanda, y haberse conocido con su padre y madre, como se os ha contado, teniendo aparejado para en Noruega pasar, donde su señora Olinda era, fue un día a correr monte y siendo en la ribera de la mar encima de una peña, súbitamente vino una granizo con grandísimo viento soberbio de que la mar en desigualada manera embravecer hizo, por lo cual una nao revuelta muchas veces con la fuerza de las naos en peligro de ser anegada vio. A gran piedad él movido, la noche viniendo grandes fuegos hizo encender porque la señal de ellos causa de salvación de la gente de la nao fuese, atendiendo él allí la fin que de aquel gran peligro redundase. Finalmente, la fuerza de los vientos, la sabiduría de los mareantes y, sobre todo, la misericordia del verdadero Señor de aquella fusta que muchas veces por perdida se tuvo, al puerto, siendo salva, hicieron arribar. De donde sacadas unas doncellas con gran turbación del presente peligro a Agrajes, que encima de las peñas estaba dando voces a sus monteros que con gran diligencia les ayudasen, fueron entregadas, el cual las envió a unas caserías cerca, donde su albergue tenía. Pues salida la gente de la nao y aposentados en aquellas casas después de haber cenado al derredor de los grandes fuegos que Agrajes les mandara hacer, muy fieramente dormían. En este medio tiempo aposentadas las doncellas por su mandado en la su misma cámara, porque más honra y servicio las doncellas recibiesen, aún por él no eran vistas. Mas siendo ya la gente sosegada como caballero mancebo deseoso de ver mujeres más para las servir y honrar que para ser su corazón sujeto en otra parte que antes estaba, quiso por entre las puertas de la cámara ver lo que hacían y viéndolas ser alrededor de un fuego hablando con mucho placer, en el remedio del peligro pasado, conoció entre ellas aquella hermosa infanta Olinda, su señora, hija del rey de Noruega, por quien él así en el reino de su padre como en el Suyo de y en otras partes muchas cosas en armas había hecho, aquélla que su corazón siendo libre con tanta fuerza cautivado y sojuzgado tenia, que atormentado de grandes congojas y cuidados, muchas de sus fuerzas quebradas eran atrayendo a sus ojos infinitas lágrimas. Pues alterado con tal vista, ocurriéndole en la memoria en el gran peligro que la viera y la parte donde si él la veía, como fuera de sentido dijo:
—¡Ay, Santa María!, válgame, que ésta es la señora de mi corazón.
Lo cual por ella oído, no sospechando lo que era, a una su doncella mandó saber qué fuese aquello. Ésta, pues, abriendo la puerta allí a Agrajes como transportado vio esta, el cual haciéndose le conocer y ella diciéndolo a su señora, no menos alegre se haciendo, que él estaba, le mandó allí entrar donde después de muchos autos amorosos entre ellos pasados, dando fin a sus grandes deseos, aquella noche con gran placer y gran gozo de sus ánimos pasaron y estuvo allí aquella compaña en mucho descanso seis días en tanto que la mar amansada fuese, y todos ellos tuvo Agrajes con su señora sin que persona que los unos ni los otros lo sintiesen, sino sus doncellas. Pues entonces supo él cómo Olinda pasaba a la Gran Bretaña por vivir en la casa del rey Lisuarte con la reina Brisena, donde su padre la enviaba, él dijo cómo estaba aparejado para pasar en Noruega donde ella era, y que pues Dios le había dado tal dicha, que su viaje se volvería donde el suyo era, por la servir y ver a su cohermano Amadís, que él allí pensaba hallar. Olinda se lo agradeció mucho y le rogó y mandó que así lo hiciese. Esto concertado en cabo de aquellos seis días, siendo la mar en tanta bonanza que sin ningún peligro por ella navegar podrían, acogiéronse todos a la mar. Despidióse de Agrajes fueron su vía y sin entrevalo alguno que estorbo les diese llegaron en la Gran Bretaña, donde de la mar salidos y a la isla de Vindelisora llegados, donde el rey Lisuarte era, así de él como de la reina y de su hija y de todas las otras dueñas y doncellas, Olinda, muy bien recibida fue, considerando ser de tan alto lugar, y sobrada hermosura. Agrajes que en la ribera de la mar quedara mirando aquella nao, en que aquélla su muy amada señora iba, y cuando la hubo perdido de vista, tomóse a Briantes, aquella villa donde el rey Languines su padre era y hallando allí a don Galvanes Sin Tierra, su tío, habló que sería bueno irse a la corte del rey Lisuarte. donde tantos caballeros buenos vivían, porque allí más que en otra parte honra y fama podrían ganar, lo cual se perdía todo en aquella tierra, donde no podían ejercitar sus corazones, sino con gentes de poco prez de armas. Don Galvanes, que buen caballero era, deseoso de ganar honra, no le impidiendo ningún señorío, que de gobernar hubiese, porque él no poseía sino solamente un castillo, tomó por bien de hacer aquel camino que Agrajes, su sobrino, le dijera, y despedidos del rey Languines, entrando en la mar, solamente consigo llevando sus armas y caballos y sendos escuderos, el tiempo enderezado que hacía los arribó en poco espacio de tiempo en la Gran Bretaña, en una villa que había nombre Bristoya, y de allí partiendo y caminando por una floresta a la salida de ella encontraron una doncella, la cual les preguntó si sabían que aquel camino fuese a la peña de Galtares.
—No, dijeron ellos;
—Mas ¿por qué lo preguntáis?, dijo Agrajes.
—Por saber —dijo ella— si hallaré a un buen caballero que me pondrá remedio a una gran cuita que conmigo traigo.
—Errada vais —dijo Agrajes—, que en esta peña que vos decís no hallaréis otro caballero sino aquel bravo gigante Albadán, que si vos cuita lleváis según sus malas obras, él las doblará.
—Si vos supieseis lo que yo, no lo tendríais —dijo ella— por yerro, que el caballero que yo demando se combatió con ese gigante y lo mató en batalla de uno por otro.
—Cierto, doncella —dijo Galvanes—, maravillas nos decís, que ningún caballero con ningún gigante tomase, ende más con aquél que es más bravo y esquivo que hay en todas las ínsulas del mar, sino fue el rey Abies de Irlanda que se combatió con uno, él armado y el gigante desarmado y lo mató y aún así lo tuviera a la mayor locura del mundo.
—Señores —dijo la doncella—, más a guisa de buen caballero la hizo este otro que yo digo.
Entonces les contó cómo fuera la batalla, y ellos fueron maravillados y Agrajes preguntó a la doncella si sabía el nombre del caballero que tal esfuerzo cometiera.
—Sí, dijo ella.
—Pues ruégoos mucho —dijo Agrajes—, por cortesía, que nos lo digáis.
—Dígoos —dijo ella— que ha nombre don Galaor y es hijo del rey de Gaula.
Agrajes se estremeció todo y dijo:
—¡Ay, doncella!, cómo me decís las nuevas del mundo que más alegre hacen, en saber de aquel cohermano que más muerto que por vivo tenía.
Entonces contó a don Galvanes lo que sabía de Galaor, cómo lo tomara el gigante y que hasta allí no supiera de ningunas nuevas.
—Cierto —dijo Galvanes—, la vida de él y de su hermano Amadís no ha sido sino maravilla y el comienzo de sus armas tanto que dudo si en el mundo otros que a ellos iguales se pudiesen hallar.
Agrajes dijo a la doncella:
—Amiga, ¿qué queréis vos a ese caballero que buscáis?.
—Señor —dijo ella—, querría que acorriese a una doncella que por él es presa e hízola prender un enano traidor, la más falsa criatura que hay en todo el mundo.
Entonces le contó todo cuanto a Galaor con el enano le avino, así como es ya contado, pero de lo de Aldeva su amiga no les dijo nada y
—Señores, porque la doncella no quiere otorgar con lo que el enano dice, el duque de Bristoya jura que la hará quemar de aquí a diez días, y esto es gran cuita de las otras dueñas, si la doncella, con miedo, de la muerte, quiera condenar algunas de ellas diciendo que llevó a Galaor allí a aquel fin. Y de los diez días son pasados los cuatro.
—Pues que así es —dijo Agrajes—, no paséis más adelante, que nos haremos lo que Galaor haría, si no fuere en fuerza será en voluntad, y ahora nos guiad en el nombre de Dios.
La doncella tornó por el camino que había venido, y ellos la seguían y llegaron a casa del duque el día antes que la doncella habían de quemar, a la sazón que el duque se sentaba a comer y descendiendo de los caballos entraron así armados donde él estaba. El duque los saludó y ellos a él y díjoles que comiesen.
—Señor —dijeron ellos—, antes os diremos la razón de nuestra venida.
Y don Galvanes le dijo:
—Duque, vos tenéis una doncella presa por palabras falsas y malas que os dijo un enano; mucho os rogamos la mandéis soltar, pues no os tiene culpa y si sobre esto fuere menester batalla, nos defenderemos a otros dos caballeros, que la requesta tomar querrán.
—Mucho habéis dicho, dijo el duque, y mandó llamar al enano y díjole:
—¿Qué dices a esto que estos caballeros dicen, que me hicisteis prender la doncella con falsedad y que lo pondrán en batalla; dígote que conviene que hayas quien te defienda.
—Señor —dijo el enano—, yo habré quien haya verdad cuanto dije.
Entonces llamó un caballero, su sobrino, que era fuerte y membrudo, que no parecía haber deudo con él y díjole:
—Sobrino, conviene que mantengas mi razón contra estos caballeros.
El sobrino dijo:
—Caballeros, ¿qué decís vos contra este leal enano, que tomó gran deshonra del caballero que la doncella aquí trajo?, ¿por ventura sois vos? Y probaron había que él hizo tuerto al enano y que la falsa doncella debe morir, porque le metió en la cámara del duque.
Agrajes, que más se aquejaba dijo:
—Cierto, de nos no es ninguno aquél, aunque le querríamos parecer en sus hechos, ni en él no hubo tuerto y yo os lo combatiré y la doncella digo que no debe morir y que el enano fue contra ellos desleal.
—Pues luego sea la batalla, dijo el sobrino del enano; y pidiendo sus armas, se armó y cabalgó en un caballo y dijo contra Agrajes:
—Caballero, ahora Dios mandase que fueseis vos el que aquí trajo la doncella que yo le haría comprar su desmesura.
—Cierto —dijo Agrajes—, él se tendría en poco de se combatir con tales dos como vos, sobre cualquier razón, cuanto más sobre ésta, en que derecho mantendría.
El duque dejó de comer y fuese con ellos y metiólos en un campo, donde ya algunas otras pruebas fueron allí lidiadas y díjoles: