Amadís de Gaula (46 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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—Abiseos, veis ende el que con traición se pudo en gran placer y alteza y ahora te pondrá en la muerte y hondura del infierno.

Abiseos cayó con cuita de la muerte y Amadís miró por el otro y vio cómo Agrajes lo tenía en tierra y le había cortado la cabeza. Entonces, fueron todos los de la tierra muy alegres a besar las manos a Briolanja, su señora.

Consiliaria

Tomad ejemplo, codiciosos aquéllos que por Dios los grandes señoríos son dados en gobernación, que no solamente no tener en la memoria de le dar gracias por os haber puesto en alteza tan crecida, mas contra sus mandamientos, perdiendo el temor a Él debido, no siendo contentos con aquellos estados que os dio y de vuestros antecesores os quedaron, con muertes, con fuegos y rojos los ajenos de los que en la ley de la verdad son, queréis usurpar y tomar, huyendo y apartando los vuestros pensamientos de volver vuestras sañas y codicias contra los infieles, donde todo muy bien empleado sería, no queriendo gozar de aquella gran gloria que los nuestros católicos reyes en este mundo y en el otro gozan y gozarán, porque sirviendo a Dios con muchos trabajos lo hicieron. Pues acuérdeseos que los grandes estados y riquezas no satisfacen los codiciosos y dañados apetitos, antes en muy mayor cantidad los encienden y vosotros los menores, aquéllos a quien la fortuna tanto poder y lugar dio, que siendo puestos en sus consejos para los guiar, así como el timón a la gran nave guía y gobierna, aconsejadlos fielmente, amadlos, pues que en ello servís a Dios, servís a todo lo general. Y aunque de este mundo no alcancéis la satisfacción de vuestros deseos, alcanzaréis la de otro que es sin fin, y si al contrario lo hacéis por seguir vuestras pasiones y vuestras codicias, al contrario, os vendrá todo con mucho dolor y angustia de vuestras ánimas, que con mucha razón se debe creer ser todo lo más a cargo vuestro, porque los principales o con su tierna edad y con enemiga podría ser de sus juicios turbarse y ponerse sin ninguna recordación de sentido, en contra de agudas puntas de las espadas, teniendo aquello por lo mejor, así que su culpa, alguna disculpa sería, en especial haciéndolo con vuestro consejo, pero vosotros que estáis libres, que veis el yerro ante vuestros ojos y teniendo en más la gracia de los hombres mortales que la ira del muy alto Señor, no solamente no los refrenáis y procuréis de quitar de aquel yerro, mas esperando de ser en mayor grado tenidos, más aprovechados, olvidando lo espiritual, abrazáisos con las cosas del mundo, no se os acordando cómo muchos consejeros de los altos hombres pasaron por la cruel muerte que aquellos mismos a quien mal aconsejaron les hicieron dar, porque aunque el presente las cosas erradas siendo conformes a los dañados deseos mucho contentamiento den, después cuando es apartada aquella niebla oscura y queda claro el verdadero conocimiento, en mayor cantidad son aborrecidas con aquéllos que las aconsejaron.

Pues tomad los unos y los otros aviso en aquel rey que la su desordenada codicia movió su corazón a tan gran traición, matando aquel hermano, su rey y señor natural, sentado en la real silla, haciéndole la cabeza y corona dos partes, quedando él señoreando con mucha fuerza, con mucha gloria a su parecer, aquel reino, creyendo tener la mudable fortuna debajo de sus pies. Pues, ¿qué fruto de estas flores sacó? Por cierto no otro, salvo que el Señor del mundo, sufridor de muchas injurias, perdonador piadoso de ellas con el debido conocimiento y arrepentimiento, cruel vengador no le habiendo permitido que ella viniese aquel crudo ejecutor Amadís de Gaula, que matando a Abiseos y a sus hijos, por él fue vengada aquella tan gran traición que a aquel doble rey fue hecha, y si sus corazones, de éstos muy gran estrechura en la batalla pasaron, en ver las sus armas rotas, las carnes muy despedazadas, a causa de lo cual la cruel muerte padecieron, no creáis en ello haber pagado y purgado su culpa, antes las ánimas que con muy poco conocimiento de aquél que las crió, en sus yerros y pecados parcioneras, en los crueles infiernos, en las ardientes llamas, sin ninguna reparación perpetuamente serán dañadas.

Pues dejemos estas cosas perecederas que de otros muchos con grandes trabajos fueron mal ganadas y con gran dolor dejadas pagando lo que pecaron por las sostener y por nosotros por el semejante dejadas serán y procuremos aquéllos que gloria sin fin prometen.

Torna la historia a contar el propósito comenzado. Vencida la batalla por Amadís y Agrajes, en que murieron Abiseos y sus dos valientes hijos, como ya oísteis, habiéndolos echado fuera del campo, no quiso Amadís desarmarse aunque llagado estaba, hasta saber si algo de intervalo que a Briolanja para cobrar el reino había que lo estorbase, mas luego llegó allí un gran señor muy poderoso en el reino, que Gomán había nombre, con hasta cien hombres de su linaje y casa, que a la sazón con él hallaron, y aquél hizo cierto a Amadís como aquel reino, no pudiendo más hacer tan largo tiempo había sido sojuzgado de aquél que con gran traición a su señor natural había muerto y que pues Dios tal remedio pusiera que no temiese ni pensase, sino que todos estaban en aquella lealtad y vasallaje que debían con aquélla su señora Briolanja.

Con esto se fue Amadís y toda la compaña a los reales palacios, donde no pasaron ocho días que todos los del reino con mucho gozo y alegría de sus ánimos vinieron a dar la obediencia a la reina Briolanja. Allí fue Amadís echado en un lecho donde nunca aquella hermosa reina, que más que a sí misma le amaba, de él se partió, si no fuese para dormir, y Agrajes, que muy peligroso herido estaba, fue puesto en guarda de un hombre que de aquel menester mucho sabía, teniéndolo en casa por le quitar que con ninguno hablase, que la herida era en la garganta, y así le convenía que lo hiciese.

Todo lo que más de esto en este libro primero se dice de los amores de Amadís y de esta hermosa reina fue acrecentado, como ya se os dijo, y por eso como superfluo y vano se dejará de recontar, pues que no hace al caso, antes esto no verdadero contradiría y dañaría lo que con más razón esta grande historia adelante os contara.

Capítulo 43

De cómo don Galaor y Florestán, yendo su camino para el reino de Sobradisa, encontraron tres doncellas a la fuente de los olmos.

Don Galaor y Florestán estuvieron en el castillo de Corisanda, como habéis oído, hasta que fueron guaridos de sus llagas, y entonces acordaron de se partir por buscar a Amadís que entendían hallarlo en el reino de Sobradisa, deseando que la batalla que allí había de haber no fuese dada hasta que ellos llegasen y hubiesen parte del peligro y de la gloria, si Dios se la otorgase.

Cuando Florestán se despidió de su amiga, sus angustias y dolores fueron tan sobrados y con tantas lágrimas, que ellos habían de ella gran piedad, y Florestán la confortaba prometiéndole que lo más presto que ser pudiese la tornaría a ver. De ella despedidos, armados en sus caballos y sus escuderos consigo, se fueron a entrar en la barca, porque a la tierra los pasasen, y en el camino de Sobradisa, Florestán dijo a don Galaor:

—Señor, otorgadme un don, por cortesía.

—¿Pesará a mí, señor y buen hermano?, dijo don Galaor.

—No pesará, dijo él.

—Pues demandad aquello que yo buenamente sin mi vergüenza pueda cumplir, que de grado lo haré.

—Demándoos —dijo don Florestán—, que vos no combatáis en esta carrera por cosa que avenga hasta que veáis que no puedo yo ál hacer.

—Ciertamente —dijo don Galaor—, pésame de lo que demandasteis.

—No os pese —dijo don Florestán—, que si alguna cosa yo valiere tanto es la hora vuestra como mía, y así les avino que en los cuatro días que por aquel camino anduvieron nunca hallaron aventura que de contar sea, y el día postrimero llegaron a una corte a tal hora que era sazón de albergar, y a la puerta del corral hallaron un caballero que de buen talante los convidó y a ellos plugo quedar allí aquella noche y haciéndolos desarmar y tomar sus caballos para que se los curasen, diéronles sendos mantos que cubrieron y anduvieron por allí hablando y holgando hasta que dentro, en la torre, los llevaron y dieron muy bien de cenar. Aquel caballero, cuyos huéspedes eran, era grande y hermoso y bien razonado, mas veíanle algunas veces tornar tan triste y con tan gran cuidado, que los hermanos miraron en ello y hablaban entre si qué cosa sería, y don Galaor le dijo:

—Señor, parécenos que no sois tan alegre como sería menester y si vuestra tristeza es por cosa en que nuestra ayuda prestar pueda, decídnoslo y haremos vuestra voluntad.

—Muchas mercedes —dijo el caballero—, que así entiendo que lo haréis como buenos caballeros, pero mi tristeza la causa fuerza de amor y no os diré ahora más, que sería mi gran vergüenza, y hablando en otras cosas llegóse la hora de dormir, y yéndose el huésped a su albergue, quedaron ellos en una cámara asaz hermosa donde dos lechos había en que aquella noche durmieron y descansaron, y a la mañana diéronles sus armas y caballos y tomaron su camino y el huésped con ellos, desarmado, encima de un caballo grande y ligero, por les hacer compañía, y ver lo que adelante hallaban. Así los fue guiando, no por el derecho camino, mas por otro que él sabía, donde quería ver si eran tales en armas su presencia lo mostraba, y anduvieron tanto hasta que llegaron a una fuente que en aquella tierra había, que llamaban la Fuente de los Tres Olmos, porque había tres olmos grandes y altos. Pues allí llegados vieron tres doncellas que estaban cabe la fuente; pareciéronles asaz hermosas y bien guarnidas, y encima de los olmos vieron ser un enano. Florestán se metió delante y fue a las doncellas y saludólas muy cortés como aquél que era mesurado y bien criado, y la una le dijo:

—Dios os dé salud, señor caballero, si sois tan esforzado como hermoso, mucho bien os hizo Dios.

—Doncella —dijo él—, si tal hermosura os parece, mejor os parecería la fuerza, si la menester hubiereis.

—Bien decís —dijo ella—, y ahora quiero ver si vuestro esfuerzo bastará para me llevar aquí.

—Cierto —dijo Florestán—, para eso poca bondad bastaría, y pues así lo queréis yo os llevaré.

Entonces, mandó a sus escuderos que la pusiesen en un palafrén que allí atado a las ramas de los olmos estaba. Cuando el enano, que suso en el olmo estaba, aquello vio, dio grandes voces:

—Salid, caballeros; salid, que os llevan vuestra amiga, y a estas voces salió de un valle un caballero bien armado encima de un gran caballo y dijo a Florestán:

—¿Qué es eso, caballero? ¿Quién os manda poner mano en mi doncella?.

—No tengo yo que sea vuestra, pues que por su voluntad me demanda que de aquí la lleve.

El caballero dijo:

—Aunque ella lo otorgue, no os lo consentiré yo, que la defendía a otros caballeros mejores que vos.

—No sé —dijo Florestán— cómo será, mas si no hacéis ál de las palabras, llevarle he.

—Antes sabréis —dijo él— qué tales son los caballeros de este valle y cómo defienden a las que aman.

—Pues ahora os guardad, dijo Florestán. Entonces, dejaron correr contra si los caballos e hiriéronse de las lanzas en los escudos y el caballero quebrantó su lanza y Florestán le hizo dar del brocal del escudo en el yelmo que le hizo quebrar los lazos y derribóselo de la cabeza y no se pudo tener en la silla, así que cayó sobre la espada e hízola dos pedazos. Florestán pasó por él y cogió la lanza sobre mano y tornó al caballero y violo tal como muerto, y poniéndole la lanza en el rostro, dijo:

—Muerto sois.

—¡Ay, señor!, merced —dijo el caballero—, ya veis que como muerto estoy.

—No aprovecha eso —dijo él— si no otorgáis la doncella por mía.

—Otórgola —dijo el caballero—, y maldita sea ella y el día en que ya lo vi, que tantas locuras me ha hecho hacer hasta que perdí mi cuerpo.

Florestán le dejó y fuese a la doncella y dijo:

—Vos sois mía.

—Bien me ganasteis —dijo ella—, y podéis hacer de mí lo que os pluguiere.

—Pues ahora nos vamos, dijo él. Mas otra doncella de las que a la fuente quedaban le dijo:

—Señor caballero, buena compaña partisteis, que un año ha que andamos de consuno y pésanos de así nos partir.

Florestán dijo:

—Si en mi compañía queréis ir, yo os llevaré y así no seréis de una compañía partidas, que de otra guisa no se puede hacer, porque doncella tan hermosa como ésta no la dejaría yo aquí.

—Si es hermosa —dijo ella—, ni yo me tengo por tan fea que cualquier caballero por mí no deba un gran hecho acometer, mas no creo yo que seréis vos de los que lo osasen hacer.

—¿Cómo —dijo Florestán—, cuidáis que por miedo os dejo? Así Dios me ayude, no era sino por no pasar vuestra voluntad y ahora lo veréis.

Entonces, la mandó poner en otro palafrén, y el enano dio voces como de primero y no tardó que salió del valle otro caballero muy bien armado en un buen caballo, que muy apuesto parecía y en pos de él un escudero que traía dos lanzas, y dijo contra don Florestán:

—Don caballero, ganasteis una doncella y no contento lleváis la otra, ahora convendrá que las perdáis ambas y la cabeza con ellas, que no conviene a caballero de tal linaje como vos tener en su guarda mujer de tal alta guisa como la doncella es.

—Mucho os loáis —dijo Florestán—, pues tales dos caballeros hay en mi linaje que los querría antes en mi ayuda que no a vos solo.

—Por preciar tú tanto los de tu linaje —dijo el caballero— no te tengo por eso en más que a ti y a ellos precio tanto como nada, mas tú ganaste una doncella de aquél que poner no tuvo para amparar y si te yo venciere sea la doncella mía y si vencido fuere lleva con ella esa otra que yo guardo.

—Contento soy de ese partido, dijo Florestán.

—Pues ahora os guardad, si pudieres, dijo el caballero. Entonces, se dejaron ir a todo el correr de los caballos y el caballero hirió a Florestán en el escudo, que se lo falso y detúvose en el arnés, que era fuerte y bien mallado, y la lanza quebró, y Florestán falleció de su encuentro y pasó por delante por él. El caballero tomó otra lanza al escudero que las traía y don Florestán que con vergüenza estaba y muy sañudo, porque adelante su hermano el golpe errara, dejóse a ir y encontróle tan fuertemente en el escudo que se lo falsó y el brazo en que lo traía, y pasó la lanza hasta la loriga y pujóla tan fuerte, que lo alzó de la silla y lo puso encima de las ancas del caballo, el cual, como allí lo sintió lanzó las piernas con tanta braveza que dio con él en el campo, que era duro, tan gran caída, que no bullía pie ni mano. Florestán, que así lo vio, dijo a la doncella:

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