Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
El Caballero de la Verde Espada dijo:
—Maestro, grandes cosas me habéis dicho, y mucho sufre Dios Nuestro Señor a aquéllos que le desirven, pero al fin, si no se enmiendan, dales pena tan crecida como ha sido su maldad, y ahora os digo, maestro, que digáis de mañana misa, porque yo quiero ver a esta Ínsula, y si Él me aderezare tomarla a su santo servicio.
Aquella noche pasaron con gran espanto así de la mar, que muy brava era, como del miedo que de el Endriago tenían, pensando que saldría a ellos de un castillo que allí cerca tenían, donde muchas veces albergaba, y el alba del día venida, el maestro cantó misa, y el Caballero de la Verde Espada la oyó con mucha humildad, rogando a Dios le ayudase en aquel peligro, que por sus servicios se quería poner, y si su voluntad era que su muerte allí fuese venida. Él por la su piedad le hubiese merced al alma. Y luego se armó, e hizo sacar su caballo en tierra, y Gandalín con él, y dijo a los de la nao:
—Amigos, yo quiero entrar en aquel castillo, y si hallo el Endriago combatirme con él, y si no le hallo miraré si está en tal disposición para que allí seáis aposentados en tanto que la mar hace bonanza, y yo buscaré esta bestia por estas montañas, y si de ella escapo tornarme he a vosotros, y si no, haced lo que mejor vierais.
Cuando esto oyeron ellos fueron muy espantados, más que de antes eran, porque aún allí dentro en la mar todos sus ánimos no faltaban para sufrir el miedo del Endriago, y por más afrenta y peligro que la braveza grande de la mar tenían, y que bastase el de aquel caballero, a que de su propia voluntad fuese, a lo buscar para se con él combatir, y por cierto todas las otras grandes cosas que de él oyeran y vieran que en armas hecho había en comparación de ésta en nada lo estimaban, y el maestro Helisabad, como hombre de letras y de misa fuese, mucho se le extrañó trayéndole a la memoria que las semejantes cosas, siendo fuera de la naturaleza de los hombres por no caer en homicidio de sus ánimas se habían de dejar, mas el Caballero de la Verde Espada le respondió que si aquel inconveniente que decía tuviese en la memoria, excusado le fuera salir de su tierra para buscar las peligrosas aventuras, y que si por algunas habían pasado sabiéndose que ésta dejaba todas ellas en sí quedaban ningunas, así que a él le convenía matar a aquella mala y desemejada bestia o morir, como lo debían hacer aquéllos que dejando su naturaleza a la ajena iban para ganar prez y honra.
Entonces miró a Gandalín, que en tanto que él hablaba con el maestro y con los de la fusta se había armado de las armas que allí halló para le ayudar, y viole estar en su caballo llorando fuertemente, y díjole:
—¿Quién te ha puesto en tal cosa? Desármate, que si lo haces para me servir y me ayudar, ya sabes tú que no ha de ser perdiendo la vida, sino quedando con ella, para que la fortuna de mi muerte puedas recontar en aquella parte, que es la principal causa y membranza por donde yo la recibo.
Y haciéndole por fuerza desarmar, se fue con él la vía del castillo, y entrando en él halláronlo yermo, sino de las aves, y vieron que había dentro buenas cosas, aunque algunas eran derribadas y las puertas principales eran muy fuertes y recios candados con que se cerrasen, de lo cual le plugo mucho, y mandó a Gandalín que fuese a llamar a todos los de la galera y les dijese el buen aparejo que en el castillo tenían, y así lo hizo. Todos salieron luego, aunque con gran temor del Endriago, pero que la mar no cesaba de su gran tormenta, y entraron en el castillo, y el Caballero de la Verde Espada les dijo:
—Mis buenos amigos, yo quiero ir a buscar por esta Ínsula al Endriago, y si me fuere bien, tocará la bocina Gandalín, y entonces creed que él es muerto y yo vivo, y si mal me va, no será menester de haceros señal alguna, y en tanto cerrad estas puertas y traed alguna provisión de la galera, que aquí podéis estar hasta que el tiempo sea para navegar más enderezado.
Entonces se partió el Caballero de la Verde Espada de ellos, quedando todos llorando, mas las cosas de llantos y amarguras que Ardián, el su enano, hacía esto no se podrían decir, que él mesaba sus cabellos y hería con sus palmas el rostro y daba con la cabeza a las paredes llamándose cautivo porque su fuerte ventura lo trajera a servir a tal hombre, que mil veces le llegaba al punto de la muerte, mirando las extrañas cosas que le veía hacer, y en el cabo aquella donde el emperador de Constantinopla, con todo su gran señorío, no osaba ni podía poner remedio, y como vio que su señor iba ya por el campo, subióse por una escalera de piedra encima del muro casi sin ningún sentido, como aquel que mucho se dolía de su señor, y el maestro Helisabad mandó poner un altar con las reliquias que para decir misa traía, e hizo tomar cirios encendidos a todos, e hincados de rodillas rogaba a Dios que guardase aquel caballero que por servicio de Él y por escapar la vida de ellos así conocidamente a la muerte se ofrecía. El Caballero de la Verde Espada iba, como oís, con aquel esfuerzo y semblante que su bravo corazón lo otorgaba, y Gandalín en pos de él llorando fuertemente, creyendo que los días de su señor con la fin de aquel día la habrían ellos. El caballero volvió a él y díjole riendo:
—Mi buen hermano, no tengas tan poca esperanza en la misericordia de Dios, ni en la vista de mi señora Oriana que así te desesperes, que no solamente tengo delante de mí su sabrosa membranza, mas su propia persona y mis ojos la ven y me están diciendo que la defienda yo de esta bestia mala.
—Pues qué piensas tú, mi verdadero amigo, que debo yo hacer. ¿No sabes que en la su vida y muerte está la mía? Consejarme has tú que la deje matar y que ante mis ojos muera, no plega a Dios que tal pensase, y si tú no la ves, yo la veo que delante mí está. Pues si su sola membranza me hizo pasar a mí gran honra las cosas que tú sabes, qué tanto más debe poder su propia presencia.
Y diciendo esto crecióle tanto el esfuerzo que muy tarde se le hacía el no hallar el Endriago. Y entrando en un valle de brava montaña y peñas de mucha concavidad, dijo:
—Da voces, Gandalín, porque por ellas podrá ser que el Endriago a nosotros acudirá, y ruégete mucho que si aquí muriese procures de llevar a mi señora Oriana aquello que es suyo enteramente, que será mi corazón, y dile que se lo envío por no dar cuenta ante Dios de como lo ajeno llevaba conmigo.
Cuando Gandalín esto oyó, no solamente dio voces, mas mesando sus cabellos llorando dio grandes gritos deseando su muerte antes que ver la de aquél su señor que tanto amaba, y no tardó mucho que vieron salir de entre las peñas el Endriago muy más bravo y fuerte que lo nunca fue, de lo cual fue causa que como los diablos viesen que este caballero ponía más esperanza en, su amiga Oriana que en Dios, tuvieron lugar de entrar más fuertemente en él y le hace más sañudo, diciendo ellos:
—Si de éste le escapamos, no hay en el mundo otro que tan osado ni tan fuerte sea que tal cosa no ose acometer.
El Endriago venía tan sañudo echando por la boca humo mezclado con llamas de fuego e hiriendo los dientes unos con otros haciendo gran espuma y haciendo crujir las conchas y las alas tan fuertemente que gran espanto era de lo ver. Así hubo el Caballero de la Verde Espada, especialmente oyendo los silbos y las espantosas voces roncas que daba, y comoquiera que por palabra se lo señalaran, en comparación de la vista era tanto como nada. Y cuando el Endriago los vio, comenzó a dar grandes saltos y voces, como aquel que mucho tiempo pasara sin que hombre ninguno viera, y luego se vino contra ellos. Cuando los caballos del de la Verde Espada y de Gandalín lo vieron comenzaron a huir tan espantados que apenas los podían tener, dando muy grandes bufidos. Y cuando el de la Verde Espada vio que a caballo a él no se podía llegar, descendió muy presto, y dijo a Gandalín:
—Hermano, tente a fuera en ese caballo, porque ambos no nos perdamos, y mira la ventura que Dios me querrá dar contra este diablo tan espantable, y ruégale que por la su piedad me guíe, como le quite yo de aquí y sea esta tierra tornada a su servicio, y si aquí tengo de morir, que me haya merced del ánima y en lo otro haz como te dije.
Gandalín no le pudó responder: tan reciamente lloraba, porque su muerte veía tan cierta si Dios milagrosamente no lo escapase.
El Caballero de la Verde Espada tomó su lanza y cubrióse de su escudo como hombre que ya la muerte tenía tragada perdido todo su pavor, y lo más que pudo se fue contra el Endriago, así a pie como estaba.
El diablo como lo vio vino luego para él y echó un fuego por la boca con un humo tan negro que apenas se podían ver el uno con el otro. Y el de la Verde Espada se metió por el humo adelante, y llegando cerca de él le encontró con la lanza por muy gran dicha en el un ojo, así que se lo quebró, y el Endriago echó las uñas en la lanza y tomóla con la boca e hízola pedazos, quedando el hierro con un poco del asta metido por la lengua y por las agallas, que tan recio vino que él mismo se metió por ella y dio un salto por le tomar, mas con el desatiento del ojo quebrado no pudo y porque el caballero se guardó con gran esfuerzo y viveza de corazón, así como aquel que se veía en la misma muerte, y puso mano a su muy buena espada, y fue a él que estaba como desatentado así del ojo como de la mucha sangre que de la boca le salía, y con los grandes resoplidos y resollidos que daba todo lo más de ella se le entraba por la garganta, de manera que casi el aliento le quitaba y no podía cerrar la boca ni morder con ella, y llegó a él por el un costado y diole tan gran golpe por encima de las conchas que no le pareció sino que diera en una pena dura y ninguna cosa le cortó. Como el Endriago le vio tan cerca de sí, pensóle tomar entre sus unas, y no le alcanzó sino en el escudo, y llevóselo tan recio que le hizo dar de manos en tierra, y en tanto que el diablo lo despedazó todo con sus muy fuertes y duras uñas, hubo el Caballero de la Verde Espada lugar de levantarse, y como sin escudo se vio y la espada no cortaba ninguna cosa, bien entendió que su hecho no era nada si Dios no le enderezase a que el otro ojo le pudiese quebrar, que por otra ninguna parte no aprovechaba nada trabajar de lo herir, y con mucha saña pospuesto todo temor fue para el Endriago, que muy fallecido y flaco estaba así de la mucha sangre que perdía como del ojo quebrado, y como las cosas pesadas de su propia pesadumbre se caen y perecen, y ya enojado Nuestro Señor que el enemigo malo hubiese tenido tanto poder y hecho tanto mal en aquéllos que aunque pecadores en su santa fe católica creían, que sin ella ninguno fuera poderoso de acometer ni osar esperartan gran peligro a este caballero para que sobre toda orden de naturaleza diese fin a aquel que a muchos lo había dado, entre los cuales fueron aquellos malaventurados su padre y madre, y pensando acertarle en el otro ojo con la espada, quísole Dios guiar a que se la metió por una de las ventanas de las narices, que muy anchas las tenía, y con la gran fuerza que puso y la que el Endriago traía, la espada caló que le llegó a los sesos. Mas el Endriago como le vio tan cerca abrazóse a él y con las sus muy fuertes y agudas uñas rompióle todas las armas de las espaldas y la carne y los huesos hasta las entrañas, y como él estaba ahogado de la mucha sangre que bebía y con el golpe de la espada que a los sesos le pasó y sobre toda la sentencia que de Dios sobre él fue dada y no se podía revocar, no se pudiendo ya tener, abrió los brazos y cayó a la una parte como muerto sin ningún sentido. El Caballero como así lo vio tiró por la espada y metiósela por la boca cuanto más pudo tantas veces que lo acabó de matar; pero quiero que sepáis que antes que el alma le saliese salió de su boca el diablo, y fue por el aire con muy gran tronido, así que los que estaban en el castillo lo oyeron como si cabe ellos fuera, de lo cual hubieron gran espanto y conocieron cómo el caballero estaba ya en la batalla, y comoquiera que encerrados estuviesen en tan fuerte lugar, y con tales aldabas y candados, no fueron muy seguros de sus vidas y sino porque la mar todavía era muy brava, no osaban allí atender que a ella no se fueran, pero tornáronse a Dios con muchas oraciones, que de aquel peligro los sacase y guardase aquel caballero que por su servicio cosa tan extraña acometía.
Pues como el Endriago fue muerto, el caballero se quitó afuera y yéndose para Gandalín que ya contra él venía no se pudo tener, y cayó amortecido cabe a un arroyo de agua que por allí pasaba.
Gandalín como llegó y le vio tan espantables heridas cuidó que era muerto, y dejándose caer del caballo comenzó a dar muy grandes voces mesándose. Entonces el caballero acordó ya cuanto, y díjole:
—¡Ay, mi buen hermano y verdadero amigo!, ya ves que yo soy muerto, yo te ruego por la crianza que de tu padre y madre hube, y por el gran amor que siempre te he tenido, que me seas bueno en la muerte, como en la vida lo has sido, y como yo fuere muerto tomes mi corazón y lo lleves a mi señora Oriana, y dile que pues siempre fue suyo y lo tuvo en su poder desde aquel primer día que yo la vi, mientras en este cuitado cuerpo encerrado estuvo y nunca un momento se enojó de la servir, que consigo lo tenga en remembranza de aquel cuyo fue, aunque como ajeno lo poseía, porque de esta memoria allí donde mi ánima estuviese recibirá descanso—, y no pudo hablar más.
Gandalín como así lo vio no curó de le responder, antes cabalgó muy presto en su caballo y subiéndose en un otero tocó la bocina lo más recio que pudo en señal que el Endriago era muerto. Ardián el Enano que en la torre estaba oyólo, y dio muy grandes voces al maestro Helisabad que acorriese a su señor, que el Endriago era muerto, y él como estaba apercibido cabalgó con todo el aparejo que menester era, y fue lo más presto que pudo por el derecho que el enano lo señaló, y anduvo mucho que vio a Gandalín encima del otero, el cual como al maestro vio, vino corriendo contra él y dijo:
—¡Ay, señor, por Dios y por merced! Acorred a mi señor, que mucho es menester que el Endriago es muerto.
El maestro cuando esto oyó hubo gran placer con aquellas nuevas que Gandalín decía, no sabiendo el daño del caballero, y aguijó cuanto más pudo, y Gandalín le guiaba hasta que llegaron donde el Caballero de la Verde Espada estaba y halláronlo muy desacordado sin ningún sentido y dando muy grandes gemidos, y el maestro fue a él y díjole:
—¿Qué es esto, señor caballero? ¿Dónde es ido el vuestro gran esfuerzo a la hora y sazón que más menester lo habíais? No temáis de morir, que aquí es vuestro buen amigo y leal servidor maestro Helisabad que os socorrerá.
Cuando el Caballero de la Verde Espada oyó al maestro Helisabad, Comoquiera que muy desacordado estuviese, conociólo y abrió los ojos y quiso alzar la cabeza, mas no pudo y levantó los brazos como que le quisiese abrazar.