Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
—Señor, el miedo de la muerte hace mi corazón más flaco que yo, como tierna doncella, naturalmente tenía, así que no me quedando sentido alguno no sabe la lengua qué responda, y si en esta corte hay algún caballero que manteniendo derecho por mí hable, considerando ser puesta en esta prisión contra toda mi voluntad, hará aquello que es obligado según la orden de caballería de responder por aquéllas que en semejantes cosas se hallan, y si no lo hubiere vos, señor, que a dueña ni doncella que atribulada fuese nunca fallecisteis, mandadme oír a derecho y no venza la ira y la saña a la razón que, como rey, debéis mirar.
Gandandel, que muy aquejado estaba en su voluntad porque muriese, pensando con aquello encender la enemistad más de lo que estaba entre el rey Lisuarte y Amadís, dijo:
—Señor, en ninguna manera no deben ser estas doncellas oídas, pues que sin otra condición alguna, salvo si aquella tierra no os fuese entregada, a la muerte se condenaron, y por esto se debe luego sin más en ello dar dilación alguna a la justicia ejecutar.
Don Grumedán, amo de la reina, que era un muy leal caballero y gran sabedor en todas cosas de su honra, como aquél que con las armas por obra lo experimentara y con su sutil ingenio muchas veces lo leyera, dijo:
—Eso no hará el rey si a Dios pluguiere, ni tal crudeza ni desmesura por él pasará, que esta doncella, más costreñida por la obediencia debida a su madre que por su voluntad fue en esta demanda puesta, y así como en lo oculto de aquella humildad de Dios agradecida le será, así en lo público el rey como su ministro, siguiendo sus doctrinas, lo debe hacer, cuanto más que yo he sabido cómo en estos tres días serán aquí algunos caballeros de la Ínsula Firme que vienen a razonar por ellas, y si vos, don Gandandel, o vuestros hijos, quisiereis mantener la razón que aquí dijisteis, entre ellos hallaréis quien os responda.
Gandandel le dijo:
—Don Grumedán, si vos me queréis mal, nunca os lo merecía yo, y si a mis hijos habéis así afrentado, bien sabéis vos que son tales que mantendrán como caballeros todo lo que yo dijese.
—Cerca estamos de lo ver —dijo don Grumedán—, y a vos no os quiero yo más mal ni bien de como viere que al rey aconsejáis.
El rey, comoquiera que mucho contra toda razón a Amadís errara y en su pensamiento tuviese de le enojar en las cosas que le tocasen, no pudo tanto aquella nueva pasión que a la vieja y antigua virtud suya pudiese vencer, y como oyó lo que don Grumedán dijo, plúgole de ello y preguntóle cuáles eran los caballeros que venían por delibrar las doncellas, y él se los contó todos por nombre.
—Asaz hay ende —dijo el rey— de buenos caballeros y entendidos.
Cuando Gandandel los oyó nombrar mucho fue espantado y muy arrepentido por lo que en sus hijos dijera, que bien veía el que la bondad de ellos no igualaba con gran parte a la de don Florestán, y Agrajes, y Brián de Monjaste, y Gavarte de Val Temeroso, y tanto que el rey mandó tornar a Madasima y a sus doncellas a la prisión, él se fue a Brocadán, su cuñado, con gran angustia de su corazón, porque las cosas le venían mucho al contrario de lo que al comienzo pensara, recibiendo el galardón que los méritos de la maldad merecen.
Aquí acaeció lo que el Evangelio dice, no haber cosa oculta que sabida no sea, que este Gandandel se fue con Brocadán a su casa, en lugar apartado para haber consejo sobre la venida de los caballeros de la Ínsula Firme como antes que llegasen trabajasen con el rey como hiciese matar a Madasima y a sus doncellas. Pues allí estando Brocadán culpando mucho a Gandandel el mal que Amadís hiciera en lo mezclar con el rey, sin que se lo mereciese, y todas las otras cosas que en aquella mala negociación habían pasado, y mostraron gran cuita y pesar del mal consejo que tomaron, temiendo alcanzar presto la ira de Dios y del rey, partiendo sus honras e hijos, por cuya causa lo comenzaran.
Acaeció que una sobrina de este Brocadán, siendo enamorada de un caballero mancebo, que Sarquiles se llamaba, sobrino de Angriote de Estravaus, que teniéndolo encerrado en un destajo junto con aquella cámara donde ellos solos y apartados habían su consejo, oyó todo cuanto hablaban y supo todos sus malos secretos, de que muy maravillado fue, y desde que ellos se fueron y la noche venida, salió de allí, y armándose de todas sus armas en una casa fuerte de la villa donde las dejara, cabalgó en su caballo en la mañana, como que de otra parte viniese, y fuese al palacio del rey y hablando con él le dijo:
—Señor, yo soy vuestro natural y en vuestra casa fui criado y querría os guardar de todo mal y engaño, porque no erraseis en vuestra hacienda, cumpliendo la ajena voluntad, y no ha tercero día que estando en un lugar oí que algunos os quieren dar mal consejo contra vuestra honra y buena nombradía, y dígoos que no deis fe a lo que Gandandel y Brocadán os dijeran en hecho de Madasima y sus doncellas, pues que en vuestra corte hay tales personas que con menos engaño os aconsejarán, y lo que a esto me mueve, vos lo sabréis y cuantos aquí hay antes de doce días, y si paráis mientes en lo que esto que digo os dirán, luego podéis entender que algo de ello sabía yo, y, señor, quedad con Dios, que yo me voy a mi tío Angriote.
—A Dios vais, dijo el rey. Y quedó pensando en aquello que le había dicho, y Sarquiles cabalgó en su caballo, y por un atajo que él sabía, se fue lo más presto que pudo a la Ínsula Firme, y con el trabajo del camino llegó el caballo flaco y laso que ya llevar no le podía, y halló a Amadís, y Angriote, y don Bruneo de Bonamar, que cabalgaban andando por la ribera de la mar, haciendo aderezar fustas para pasar en Gaula, que Amadís quería ver a su padre y madre, y fue bien recibido de ellos. Angriote le dijo:
—Sobrino, ¿qué cuita oísteis que tan mal parado el caballo traéis?.
—Muy grande —dijo él—; por os ver y contar una cosa que es menester que sepáis.
Entonces les contó cómo le tuviera la doncella, que Gadanza había nombre, encerrado en casa de Brocadán y todo lo que a él y Gandandel les oyera de la maldad que a Amadís habían con el rey tratado. Angriote dijo contra Amadís:
—¿Pareceos, señor, si mi sospecha era desviada de la verdad, aunque no me dejasteis llegarla al cabo? Mas ahora, si a Dios pluguiere, ni vos ni otra cosa me estorbará que claramente no aparezca la gran maldad de aquellos malos que tan gran traición han hecho al rey y a vos.
Amadís le dijo:
—Ahora, mi buen amigo, con más certidumbre y razón que entonces lo podéis tomar y con aquélla os ayudará Dios.
—Pues yo saldré de aquí —dijo Angriote— mañana al alba del día e irá Sarquiles en otro caballo conmigo y presto sabréis la paga que aquellos malos de su maldad habrán.
Y luego se fueron a la posada de Amadís, que allí siempre con él estaba Angriote, y aderezaron todo lo que habían menester para el camino, y otro día cabalgaron y fuéronse donde supieron que el rey Lisuarte era, el cual estaba muy pensativo de las cosas que Sarquiles le dijera, y él aguardó por ver a que podría redundar.
Pues un día vinieron a él Gandandel y Brocadán y dijéronle:
—Señor, mucho nos pesa porque no tenéis mientes en vuestra hacienda.
—Bien puede ser —dijo el rey—, mas, ¿por qué me lo decís?.
—Por aquellos caballeros —dijeron ellos— que de la Ínsula Firme vienen, que son vuestros enemigos y sin ningún temor quieren entrar en vuestra corte a salvar a estas doncellas, por quien habéis de haber su tierra, y si nuestro consejo tomaréis, antes que vengan serán ellas descabezadas y a ellos enviaréis a mandar que no entren vuestra tierra, y con esto seréis temido, que ni Amadís ni ellos no osarán haceros enojo, que según la rosa está en el estado en que es puesta, si de miedo no lo dejan, no lo dejarán de virtud, y esto, señor, mandadlo luego sin más consejo ni dilación, porque las cosas apresuradamente hechas semejantes como éstas mayor espanto ponen.
El rey, que en la memoria tenía lo que Sarquiles le dijera, luego conoció que había dicho verdad en verlos como se cuitaban por la muerte de las doncellas, y no se quiso arrebatar, antes les dijo:
—Vos decís dos cosas muy fuertes y contra toda razón; la una, que sin forma de juicio haga matar a las doncellas, ¿qué cuenta daría yo a aquel Señor, cuyo ministro soy, si tal hiciese?, que en su lugar me puso para que las cosas justamente, por semejante a Él, a su nombre obrase, y si haciendo tuerto y agravio pusiese aquel gran espanto en las gentes, que decís todo aquello con derecho y con razón caería al cabo sobre mí, porque los reyes que más por voluntad que por razón hacen las crudezas, más confían en su saber que en el de Dios, lo cual es el mayor yerro que tener pueden. Así que lo verdadero y más cierto para se asegurar cualquier principe en este mundo y en el otro, es hacer las cosas con acuerdo y consejo de personas de buena intención y pensar que, aunque al comienzo algunos entrevalos se les pongan en el fin, pues que por el justo juez han de ser guiadas, la salida no puede ser sino buena. La otra que me decís que envíe a mandar que los caballeros no vengan a mi corte, cosa muy deshonesta sería desviar a ninguno que ante mí no pida justicia, cuanto más que si son muchos mis enemigos por mucha honra es a mi mano y voluntad de hacer lo que ellos me suplicaren y con necesidad vengan a mi juicio, así que no haré ninguna cosa de esto que me decís ni lo tengo por bien, y mucho menos, lo que contra Amadís me aconsejasteis de lo que yo gran pena merezco, porque nunca de él ni de su linaje recibí sino muchos servicios, y si algo en contra tuvieran, otros algunos supieran o sospecharan de ello, pero otra prueba no parece sino sola la vuestra, aconsejasteisme muy mal y dañasteis a quien nunca lo mereció. Yo que erré tengo la pena, y así creo que vosotros al cabo, si la verdad me trajisteis, no quedaréis sin ella, y levantándose de entre ellos se fue cuando así al rey, y porque no sabía ninguna cosa por donde afirmarse lo que había dicho, Brocadán le dijo:
—Ya no es tiempo, Gandandel, de tornar atrás, que en cosa tan dañada poco aprovecharía, antes, ahora con más esfuerzo, se debe sostener todo lo que al rey dijimos.
—No sé yo cómo se podrá eso hacer —dijo Gandandel—, que no se hallaría persona que dijese sino lo contrario.
Así estaban revolviendo en sus entrañas para que el yerro que hicieran fuese mayor, que esto es lo natural de los malos.
Otro día cabalgó el rey con gran compaña, después de haber oído misa y salirse al campo. No tardó mucho que llegaron los caballeros de la Ínsula Firme, que venían a la deliberación de Madasima y de sus doncellas, y el rey, que los vio venir, movió contra ellos a los recibir, porque lo merecían según sus grandes bondades y porque él era muy honrador de todos y ellos fueron ante él con mucha humildad y sus hombres armaron tiendas en el campo en que albergasen y hasta allí fue el rey con ellos, y queriéndose ir, díjole don Galvanes:
—Señor, confiando en vuestra virtud y en vuestras buenas y justas maneras, venimos a os pedir por merced que queráis oír a Madasima y a sus doncellas y pasen por su derecho y nos somos aquí para mantener su razón, y si con ella no podemos, no os pese, señor, que por armas lo sostengamos, pues no hay causa por donde ellas deban morir.
El rey dijo:
—Desde hoy más id a holgar a vuestro albergue, que yo haré todo lo que con derecho deba.
Don Brián de Monjaste le dijo:
—Señor, asi lo esperamos de vos, que haréis aquello que a vuestro real estado y a vuestra conciencia conviene, y si algo de ello faltare, será por algunos malos consejeros que no guardan vuestra honra ni fama, lo cual, si a vos, señor, no pesase, haría yo luego conocer a cualquiera que lo contrario dijese.
—Don Brián —dijo el rey—, si vos creyeseis a vuestro padre, yo sé bien que me no dejaríais por otro ni vendríais a razonar contra mí.
—Señor —dijo Brián—, la mi razón por vos es que yo no digo que hagáis sino derecho, que no deis lugar algunos que por ventura no os servirán tan bien como yo, que dañen vuestra bondad, y a lo que me decís que si a mi padre creyese, que no, os dejaría, yo no os dejé porque nunca vuestro fui, aunque soy de vuestro linaje, y yo vine a vuestra casa a buscar a mi cohermano Amadís, y cuando a vos no plugo que fuese vuestro, fuime con él, no errando un punto de lo que debía.
Esto pasó Brián de Monjaste, que oís. El rey se fue a la villa y ellos quedaron en sus albergues, donde fueron visitados de muchos amigos suyos. De Oriana os digo que se nunca quitó de una finiestra mirando aquéllos que tanto a su amigo amaban, rogando a Dios que les diese victoria en aquella demanda.
Aquella noche estuvieron Gandandel y Brocadán con angustia de sus ánimos, porque no hallaba razón aguisada para sostener lo que comenzado había, pero por más peligro hallaban dejarlo ya caer, y por esto acordaron de lo llevar adelante. Otro día de mañana fueron a oír misa con el rey los doce caballeros, y dicha, el rey se fue con los de su consejo, con otros muchos hombres buenos a un palacio y mandó llamar a Gandandel y a Brocadán, y díjoles:
—La razón que me siempre dijisteis en el hecho de Madasima y de sus doncellas ahora es menester que la mantengáis y deis entender .a estos hombres buenos cómo no deben ser oídos, y mandólos estar en un lugar donde los oyesen. Ymosil de Borgoña y Ledaderín de Fajarque dijeron delante del rey:
—Nos y estos caballeros que aquí vinimos os pedimos en merced que mandéis oír a Madasima y a sus doncellas, porque entendemos que así debéis hacer de derecho.
Gandandel dijo:
—El derecho, muchos son los que le razonan y pocos los que lo conocen. Vos decís que deben estas doncellas de derecho ser oídas, pues sin condición alguna se obligaron a la muerte, y así entraron en la prisión del rey, que si Ardán Canileo fuese muerto y vencido, le entregarían libremente toda la Ínsula de Mongaza, y si no, que las matase, y a los caballeros con ellas, y ellos, después de muerto Ardán Canileo, entregaron los castillos que tenían y Gromadaza no quiere entregar lo que tiene, así que no hay ni puede haber razón para las excusar de morir.
Ymosil dijo:
—Ciertamente, Gandandel, excusado debía ser a vos delante de tan buen rey y tales caballeros razonar este que aquí dijisteis, pues que siendo tan contra derecho que más con dañada voluntad que por otra causa lo habéis dicho que manifiesto es a todos los que algo saben que por cualquier pleito que hombre o mujer sobre sí ponga, si no es en caso de traición o aleve de ser oído y juzgado a muerte o a vida, según la culpa que tuviere, y así se hace en las tierras donde hay justicia y lo al sería gran crudeza, y esto es lo que pedimos al rey que lo vea con estos hombres buenos que aquí son y haga lo justo.