Amadís de Gaula (80 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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Acábase el Segundo Libro del noble y virtuoso caballero Amadís de Gaula.

Libro 3

Comienza el Tercer Libro de Amadís de Gaula

En el cual se cuenta de las grandes discordias y cizañas que en la Casa y Corte del Rey Lisuarte hubo por el mal consejo que Gandandel dio al rey por dañar a Amadís y sus parientes y amigos, para en comienzo de lo cual mandó el rey a Angriote y a su sobrino que saliesen de su corte y de todos sus señoríos y los envió a desafiar y ellos le tornaron la confirmación del desafío, como adelante se contará.

Cuenta la historia que siendo muertos los hijos de Gandandel y Brocadán por las manos de Angriote de Estravaus y de su sobrino Sarquiles (como hemos oído), los doce caballeros, con Madasima, con mucha alegría los llevaron a sus tiendas, mas el rey Lisuarte, que de la finiestra se quitó por los no ver morir, no por el bien que los quería, que ya como a sus padres los tenía por malos, mas por la honra que de ello Amadís alcanzaba con algún menoscabo de su corte. Pasando algunos días que supo cómo Angriote y su sobrino estaban mejores de sus llagas que podían cabalgar, envióles a decir que se fuesen de sus reinos y que no anduviesen más por ellos, sino que él lo mandaría remediar, de lo cual muy quejados aquellos caballeros, grandes quejas mostraron de ello a don Grumedán y a otros caballeros de la corte que allí les hacer honra los iba a ver, especialmente don Brián de Monjaste y Gavarte de Valtemeroso, diciendo que, pues el rey olvidando los grandes servicios que le hicieran así los trataba y extrañaba de sí, que se no maravillase si tornados al contrario pesase en mayor cantidad lo por venir que lo pasado, y levantando sus tiendas, recogida toda su compaña, en el camino de la Ínsula Firme se pusieron, y al tercer día hallaron en una ermita a Gandeza, la sobrina de Brocadán y amiga de Sarquiles, aquélla que le tuvo encerrado donde oyó y supo toda la maldad que su tío Gandandel contra Amadís urdiera, así como es ya contado. La cual huyó del miedo que por ello hubo, y hubieron mucho placer con ella, en especial Sarquiles, que la mucho amaba, y tomándola consigo continuaron su camino. El rey Lisuarte, que por no ver la buenaventura de Angriote y su sobrino, se quitó de la finiestra, como se ha dicho, entróse a su palacio muy sañudo, porque las cosas se iban haciendo a la honra y prez de Amadís y de sus amigos, y allí se hallaron don Grumedán y los otros caballeros que venían de salir con los que a la Ínsula Firme iban, y dijéronle todo lo que les habían dicho, y la queja que de él llevaban, lo cual en mucha más saña y alteración le puso, y dijo:

—Aunque el sufrimiento es una discreción muy precisada y en todas las más cosas provechosa, algunas veces da gran ocasión a mayores yerros, así como con estos caballeros me acontece, que si como ellos de mí se apartaron, me apartara yo de les mostrar buena voluntad, y el gesto amoroso no fueran osados, no solamente decir aquello que os dijeron, mas ni aun venir a mi corte, ni entrar en mi tierra. Pero como yo hice lo que la razón me obligaba, así Dios tendrá por bien en el cabo de me dar la honra, y a ellos la paga de su locura, y quiero que luego me los vaya a desafiar y a Amadís con ellos, por quienes todos se mandan y allí se mostrará a lo que sus soberbias bastan.

Arbán, rey de Norgales, que amaba el servicio del rey, le dijo:

—Señor, mucho debéis mirar esto que decís antes que se haga, así por el gran valor de aquellos caballeros que tanto pueden como por haber mostrado Dios tan claramente ser la justicia de su parte, que si así no fuera, aunque Angriote es buen caballero, no se partiera de los dos hijos de Gandandel, que por tan valientes y esforzados eran tenidos de tal forma, ni Sarquiles de Adamás como se partió, por donde parece que la gran razón que mantenían les dio y otorgó aquella victoria, y por esto, señor, tendría yo por bien que se tornase para vuestro servicio, que no es pro de ningún rey trabar guerra con los suyos, pudiéndola excusar, que todos los daños que de la una parte a otra se hacen y las gentes y haberes que se pierden, el rey lo pierde sin ganar honra ninguna en vencer ni sobrar a sus vasallos, y muchas veces de tales discordias se causan grandes daños, que se da ocasión de poner en nuevos pensamientos a los reyes y grandes señores comarcanos, que con alguna premia de sujección estaban de trabajar de salir de ella y cobrar en lo presente mucho más de lo que en lo pasado perdido tenían, y lo que más se debe temer es no dar lugar a que los vasallos pierdan el temor y la vergüenza a sus señores, que gobernándolos con templada discreción, sojuzgándolos con más amor que temor, puédenlos tener y mandar como el buen pastor al ganado, mas si más premia que pueden sufrir les ponen, acaece muchas veces saltar todos por do el primero salta, y cuando el yerro es conocido ser la enmienda dificultosa de recibir. Así que, señor, ahora es tiempo de lo remediar, antes que más la saña se encienda, que Amadís es tan humilde en vuestras cosas que con poca premia lo podéis cobrar y con él a todos aquéllos que por el de vos se partieron.

El rey dijo:

—Bien decís en todo, mas yo no daré aquello que di a mi hija Leonoreta, que ellos me demandaron, ni su poder aunque grande, es no es nada con el mío, y no me habléis más de esto, mas aderezad armas y caballos para que me servir, y de mañana partirá Cendil de Ganota para los desafiar a la Ínsula Firme.

—En el nombre de Dios —dijeron ellos— y Él haga lo que tuviese por bien, y nosotros os serviremos.

Entonces se fueron a sus posadas y el rey quedó en su palacio. Gandandel y Brocadán sabréis que como vieron sus hijos muertos y ellos haber perdido este mundo y el otro recibiendo aquello que en nuestros tiempos otros muchos semejantes no reciben, guardándolos Dios o por su piedad para que se enmienden, o por su justicia para que junto lo paguen, no se enmendando sin les quedar redención, acordaron de se ir a una ínsula pequeña que había Gandandel de poca población, y tomando sus muertos hijos y sus mujeres y compañas, se metieron en dos barcas que tenían para pasar a la Ínsula de Mongaza, si Gromadaza la giganta no entregare los castillos, y con muchas lágrimas de todos ellos y maldiciones de los que los veían ir, movieron del puerto y llegaron donde más la historia no hace mención de ellos, pero puédese con razón creer que aquéllos que las malas obras acompañan hasta la vejez que con ellas dan fin a sus días si la gracia del muy alto Señor, más por su santa misericordia que por sus méritos, no les viene para que con tiempo sean reparados. Hizo después el rey Lisuarte juntar en su palacio todos los grandes señores de su corte, y los caballeros de menor estado, y quejándoseles de Amadís y de sus amigos de las soberbias que contra él habían dicho, les rogó que de ello se doliesen, así como él lo hacía en las cosas que a ellos tocaba. Todos le dijeron que le servirían como a su señor en lo que les mandase. Entonces él llamó a Cendil de Ganota, y dijo:

—Cabalgad luego y con una carta de creencia id a la Ínsula Firme y desafiadme a Amadís y a todos aquéllos que la razón de don Galvanes mantener querrán, y decidles que se guarden de mí, que si puedo yo les destruiré los cuerpos y los haberes doquiera que los halle, y que así lo harán todos los de mis señoríos.

Don Cendil, tomando recaudo, armado en su caballo, se puso luego en el camino, como aquel que deseaba cumplir mandado de su señor. El rey estuvo allí algunos días y partióse para una villa suya que Gracedonia había nombre, porque era muy viciosa de todas las cosas, de que mucho plugo a Oriana y a Mabilia y por ser cerca de Miraflores, y esto era porque se le acercaba a Oriana el tiempo en que debía partir y pensaban que de allí mejor que de otra parte pondrían en ello remedio. Y los doce caballeros que llevaban a Madasima anduvieron por sus jomadas sin intervalo alguno, hasta que llegaron a dos leguas de la Ínsula Firme, y allí, cabe una ribera, hallaron a Amadís que les atendía con hasta dos mil y trescientos caballeros muy bien armados y cabalgados que los recibió con mucho placer, haciendo y mostrando gran amor y acatamiento a Madasima y abrazando muchas veces Amadís a Angriote, que por un mensajero de su hermano don Florestán ya sabía todo lo que les aviniera en la batalla. Y así estando juntos con mucho placer, vieron descender por un camino de un alto monte a don Cendil de Ganota, caballero del rey Lisuarte, el que los venía a desafiar. Él, desde que vio tanta gente y tan bien armada, las lágrimas le vinieron a los ojos considerando ser todos aquellos partidos del servicio del rey su señor, a quien él, muy leal y servidor era, con los cuales muy honrado y acrecentado estaba, mas limpiando sus ojos hizo el mejor semblante que pudo como él lo tenía, que era muy hermoso caballero y muy razonado y esforzado, y llegó a la gente preguntando por Amadís, y mostráronselo que estaba con Madasima y con los caballeros, que de camino llegaba. Él se fue para ellos, y como le conocieron, recibiéronle muy bien, y él los saludó con mucha cortesía, y díjoles:

—Señores, yo vengo a Amadís y a todos vosotros con mandado del rey, y pues os halla juntos, bien será que lo oigáis.

Entonces se llegaron todos por oír lo que diría, y Cendil dijo contra Amadís:

—Señor, haced leer esta carta.

Y como fue leída, díjole:

—Ésta es de creencia, ahora decid la embajada.

—Señor Amadís, el rey mi señor os manda desafiar a vos y a cuantos son de vuestro linaje, y a cuantos aquí estáis, y a los que se han de trabajar de ir a la Ínsula de Moganza, y díceos que de aquí adelante pugnéis de guardar vuestras tierras y haberes y cuerpos que todo lo entiende de destruir si pudiere, y díceos que excuséis de andar por su tierra, que no tomará ninguno que no lo haga matar.

Don Cuadragante dijo:

—Don Cendil, vos habéis dicho lo que os mandaron e hicisteis derecho, pues vuestro señor, nos amenaza los cuerpos y haberes, estos caballeros digan por sí lo que quisieren, pero decidle vos por mí que aunque él es rey y señor de grandes tierras, que tanto amo yo mi cuerpo pobre como él ama el suyo rico, y aunque de hidalguía no le debo nada, que no es él de más derechos reyes de ambas partes que yo, y pues me tengo de guardar, que se guarde él de mí y toda su tierra.

A Amadís le pluguiera que con más acuerdo fuera la respuesta, y díjole:

—Señor don Cuadragante, sufríos para que este caballero sea respondido por vos y por todos cuantos aquí son, y pues que oído habéis la embajada, acordaréis la respuesta de consuno, como a nuestras honras conviene, y vos, don Cendil de Ganota, podréis decir al rey que muy duro le será de hacer lo que dice, e id vos con nosotros a la Ínsula Firme y probaros habéis en el arco de los leales amadores, porque si lo acabareis de vuestra amiga seréis más tenido y más preciado, y hallarla habéis contra vos de mejor voluntad.

—Pues a vos place —dijo don Cendil—, así lo haré, pero en hecho de amores no quiero dar más a entender de mi hacienda de lo que mi corazón sabe.

Luego movieron todos para la Ínsula Firme, mas cuando Cendil vio la peña tan alta y la fuerza tan grande, mucho fue maravillado, y más lo fue después que fue dentro, y vio la tierra tan abundosa, así que conoció que todos los del mundo no le podían hacer mal. Amadís lo llevó a su posada y le hizo mucha honra, porque Cendil era de muy alto lugar. Otro día se juntaron todos aquellos señores y acordaron enviar a desafiar al rey Lisuarte, y que fuese por un caballero que allí con gente de Dragonís y Palomir era venido, que había nombre Sadamón, que estos dos hermanos eran hijos de Grasujis, rey de la profunda Alemania, que era casado con Saduva, hermana del rey Perión de Gaula, y así éstos como todos los otros que eran de gran guisa hijos de reyes y de duques y condes habían allí traído gentes de sus padres y muchas fustas para pasar con don Galvanes a la Ínsula de Mongaza, y diéronle a este Sadamón un carta de creencia firmada de todos los nombres de ellos, y dijéronle:

—Decid al rey Lisuarte, que pues él nos desafía y amenaza, que así se guarde de nosotros que en todo tiempo le empeceremos, y que sepa que cuanto hayamos tiempo enderezado, pasaremos a la Ínsula de Mongaza, y que si él es gran señor, que cerca estamos donde se conocerá su esfuerzo y el nuestro, y si algo nos dijere, respondedle como caballero, que nosotros lo haremos todo firme si a Dios pluguiere, con tal que no sea en camino de paz, porque ésta nunca le será otorgada hasta que don Galvanes restituido sea en la Ínsula de Mongaza.

Sadamón dijo que como lo mandaba lo haría enteramente. Amadís habló con su amo don Gandales, y díjole:

—Conviene de mi parte vayáis al rey Lisuarte, y decidle, sin temor ninguno que de él hayáis, que en muy poco tengo su desafío y sus amenazas, menos aún de lo que él piensa, y que si yo supiera que tan desagradecido me había de ser de cuantos servicios hechos le tengo, que me no pusiera a tales peligros por le servir, y que aquella soberbia y grande estado suyo con que me amenaza y a mis amigos y parientes, que la sangre de mi cuerpo se lo ha sostenido y que fío en Dios, Aquél que todas las cosas sabe, que este desconocimiento será enmendado más por mis fuerzas que por grado suyo, y decidle que por cuanto yo le gané la Ínsula de Mongaza, no será por mi persona en que la pierda ni haré enojo en el lugar donde la reina estuviere por la honra de ella, que lo merece, y así se lo decid si la viereis, y que pues él mi enemistad quiere, que la habrá en cuanto yo viva y de tal forma que las pasadas que ha tenido no le vengan a la memoria.

Agrajes dijo:

—Don Gandales, haced mucho por ver a la reina y besadle las manos por mí, y decidle que me mande dar a mi hermana Mabilia, que pues a tal estado somos llegados con el rey, ya no le hace menester estar en su casa.

De esto que Agrajes dijo, pesó mucho a Amadís, porque en esta infanta tenía él todo su esfuerzo para con su señora y no la quería más ver apartada de ella que si a él le apartasen el corazón de las carnes, mas no osó contradecirlo por no descubrir el secreto de sus amores. Esto así hecho, movieron los mensajeros en compañía de don Cendil de Ganota con gran placer, albergando en lugares poblados. En cabo de los diez días, llegaron a la villa donde el rey Lisuarte estaba en su palacio con asaz caballeros y otros hombres buenos, el cual los recibió con buen talante, aunque ya sabía por mensajero de Cendil de Ganota cómo los venían a desafiar. Los mensajeros le dieron la carta, y el rey les mandó que dijesen todo lo que les encomendaron. Don Gandales le dijo:

—Señor, Sadamón os dirá lo que los altos hombres y caballeros que están en la Ínsula Firme os envían decir, y después deciros he a lo que Amadís me envía, porque yo a vos vengo con mandado y a la reina con mensaje de Agrajes, si os pluguiere que la vea.

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