Amadís de Gaula (79 page)

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Authors: Garci Rodríguez de Montalvo

BOOK: Amadís de Gaula
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Gandandel le dijo que aquello era tan justo que se no podía más decir y que el rey lo juzgase, pues que ya había oído las partes, y así quedó el negocio, y quedando allí el rey y ciertos caballeros, todos los otros se fueron. El rey quisiera mucho que Argamón, su tío, un conde muy honrado y de gran seso, dijera sobre ello su parecer, mas él se lo remitió a él, diciendo que ninguno sabía el derecho tan cumplidamente como él, y así lo hicieron todos los otros. Cuando esto el rey vio, dijo:

—Pues en mí lo dejáis, yo digo que me parece cosa justa la razón de Ymosil de Borgoña, que las doncellas. deben ser oídas.

—Ciertamente, señor —dijo el conde y todos los otros—, vos determináis lo justo y así se debe hacer.

Entonces llamaron los caballeros y dijéronselo, e Ymosil y Ledaderín le besaron las manos por ello y dijeron:

—Pues, señor, si la vuestra merced fuere mandad venir a Madasima y a sus doncellas, y salvarlas hemos con derecha razón, o con armas si menester fuere.

—Bien me parece que así sea —dijo el rey—, y vengan las doncellas y veremos si os otorgará su razón.

Y luego fueron por ellas y vinieron delante del rey con tan gran temor y tan apuestas, que no había allí hombre que gran piedad de ellas no hubiese. Los doce caballeros de la Ínsula Firme las tomaron por las manos, y a Madasima, Agrajes y Florestán, Ymosil y Ledaderín dijeron:

—Señora Madasima, estos caballeros vienen por os salvar de la muerte y a vuestras doncellas, el rey quisiera saber si nos otorgáis vuestra razón.

Ella dijo:

—Señor, si razón de doncellas cautivas y sin ventura puede ser otorgada, nosotras os las otorgamos, y en Dios y en vos nos ponemos.

—Pues que así sea —dijo Ymosil—, ahora venga quien quisiere decir contra vos, que si uno fuere, yo os defenderé, por razón o por armas, y si más, vengan hasta doce, que aquí serán respondidos.

Y el rey miró a Gandandel y a Brocadán y vio cómo tenían los ojos en el suelo y muy desmayados, que no respondían. Dijo a los caballeros de la Ínsula Firme:

—Id vos a vuestras posadas hasta mañana, y en tanto tomarán acuerdo los que os querrán responder.

Entonces se fueron con Madasima hasta la prisión, y desde allí a las posadas, y el rey tomó aparte a Gandandel y a Brocadán, y díjoles:

—Muchas veces me habéis dicho y aconsejado que era justo de matar esas doncellas y que vosotros lo defenderíais por derecha razón, y aun si menester fuese vuestros hijos por armas. Ahora es tiempo que lo hagáis, que yo, porque me parece hermosa y justa razón lo que Ymosil dice, no mandaré combatir ninguno de mi corte con los caballeros, por ende poned remedio, si no las doncellas serán libres y yo no bien aconsejado de vosotros.

Y ellos le dijeron que luego de mañana vendrían con recado y fuéronse muy tristes a sus casas. Y fue su acuerdo que porfiasen lo que comenzaron con buenas razones, mas a los hijos no los poner en afrenta, porque su razón no era verdadera y ellos no eran tales en armas como aquellos caballeros; mas esa noche llegó nueva al rey cómo Gromadaza, la gigante, era muerta y que mandó entregar los castillos al rey por delibrar a su hija y sus doncellas, y que ya los tenían en su poder el conde Latine, de que hubo gran placer, y otro día, después de la misa, sentóse allí donde había de juzgar y vinieron ante él los doce caballeros, y díjoles:

—De hoy más no habléis en hecho de las doncellas, que vos sois quitos de él y Madasima y sus doncellas son libres de muerte y de la prisión, que yo tengo ya los castillos por que las tenía presas.

De esto hubieron muy gran placer Gandandel y Brocadán por cuanto no esperaban sino gran deshonra, y luego mandó venir a Madasima y sus doncellas, y díjoles:

—Vosotras sois libres y os doy por quitas; haced lo que más os pluguiere, que yo tengo los castillos porque os tenía.

Y no le quiso decir cómo su madre era muerta. Madasima le quiso besar las manos, mas el rey no quiso, como aquél que las nunca dio a dueña ni doncella, sino cuando les hacía alguna merced, y díjoles:

—Señor, pues que en mi libre poder me dejáis, yo me pongo en el de mi señor don Galvanes, que en tanto trabajo se ha por mí puesto con sus amigos.

Agrajes la tomó por la mano, y dijo:

—Mi buena señora, vos habéis hecho lo que debíais, y comoquiera que ahora seáis de vuestra tierra desheredada, otra habéis en que honrada estéis hasta que Dios lo remedie.

Ymosil dijo al rey:

—Señor, si a Madasima se le guarda derecho no debe ser desheredada, que sabido es que los hijos que en poder de sus padres están aunque les pese han de hacer su mandado, pero por eso no se pueden condenar a ser desheredados, pues que la obediencia más que la voluntad los hace obligar en lo que sus padres quieren, y pues que vos, señor, estáis para dar a cada uno su derecho, obligado sois de lo hacer de vos mismo, por dar ejemplo a los otros. Las doncellas tenéis libres, en lo otro no habléis, porque de aquella tierra he habido muchos enojos y ahora que la tengo defenderla he y no la puedo quitar a mi hija Leonoreta, a quien la di.

Don Galvanes le dijo:

—Señor, en aquel derecho que es de Madasima aquella tierra que fue de sus abuelos, en aquél soy yo metido y luego que os membréis de algunos servicios con ella lo más lealmente y mejor que pudiere.

—Don Galvanes —dijo el rey—, no habléis en eso, que ya es hecho lo que se no puede deshacer.

—Pues que así es —dijo él— que no me vale derecho ni mesura, yo pugnaré de lo haber como mejor pudiere y que no entre en el vuestro señorío.

—Haced lo que pudiereis —dijo el rey—, que ya fue en poder de otros más bravos que no vos y más ligero será de os la defender que fue de la cobrar de ellos.

—Vos la tenéis —dijo don Galvanes— por causa de aquél que ha mal galardón, el cual me ayudará a la cobrar.

El rey dijo:

—Si os él ayudare, muchos otros servirán a mí, que no servían por amor de él, que lo tenía en mi casa y lo defendía de ellos.

Agrajes, que estaba sañudo, dijo:

—Cierto, bien saben cuantos ahí están y otros muchos si fue Amadís por vos defendido o vos por él, aunque sois rey, y él que siempre como caballero andante anduvo.

Don Florestán, que vio a Agrajes con tanta saña, púsole la mano en el hombro y tirólo ya cuanto y pasó adelante, y dijo al rey:

—Parece, señor, que en más tenéis los servicios de esos que los de Amadís, pues cerca estamos de mostrar la verdad de ello.

Don Brián de Monjaste pasó por Florestán, y dijo:

—Aunque vos, señor, en poco tengáis los servicios de Amadís y de sus amigos, mucho han de valer aquéllos que con razón los pudiesen poner en olvido.

El rey dijo:

—Bien entiendo, don Brián, en vuestro semblante que sois uno de aquéllos sus amigos.

—Ciertamente —dijo él—, sí soy, que él es mi cohermano y tengo de seguir en todo su voluntad.

—Bien habremos acá con que os excusar, dijo el rey.

—Todo será menester —dijo él— para resistir lo que Amadís podría hacer.

Entonces se llegaron de un cabo y de otro los caballeros para responder, mas el rey tendió una vara que en la mano tenía y mandóles que no hablasen más en aquello, y todos se tornaron a sentar. Entonces llegó Angriote de Estravaus, y con él su sobrino Sarquiles, armados de todas armas, y llegaron al rey a le besar las manos. Los doce caballeros fueron maravillados de su venida, que no sabían la causa de ella; mas Gandandel y Brocadán fueron en pavor puestos y mirábanse uno a otro, así como aquéllos que sabían lo que Angriote de ellos antes dijera, y creían que por aquello venía, y aunque le tenían por el mejor caballero del señorío del rey, esforzáronse para responderle y llamaron a sus hijos cabe ellos, y mandáronles que no hablasen más de lo que ellos les dijesen. Angriote fue delante del rey, y díjole:

—Señor, manda venir aquí a Gandandel y a Brocadán, y decirles he tales cosas por donde vos y los que aquí están los conozcan mejor que hasta aquí.

El rey los mandó venir y todos se llegaron por ver qué sería aquello, y Angriote dijo:

—Señor, sabed que estos Gandandel y Brocadán os son desleales y falsos, que os aconsejaron mal y falsamente, no mirando a Dios, ni a vos, ni a Amadís, que tantas honras les hizo y nunca les erró, y ellos, como malos, os dijeron que Amadís andaba por se os alzar con la tierra, aquél que nunca su pensamiento fue sino en os servir, e hiciéronnos perder el mejor nombre que nunca rey tuvo y con él muchos otros buenos caballeros, sin que se lo mereciese, así que yo, señor, delante de vos, les digo que son malos y falsos y os hicieron gran traición de ellos vuestra hacienda, y si dejaren que no yo se lo combatiré a ellos ambos y si su edad los excusa metan por sí sendos de sus hijos que con él ayuda de Dios yo les haré conocer la deslealtad de sus padres y que vos, buen rey, así la conozcáis.

—Señor —dijo Gandandel—, ya veis cómo Angriote viene por deshonrar vuestra corte, y esto causa que dejáis entrar en vuestra tierra los que no quieren vuestro servicio, y si lo primero se remediara no viniera lo presente y no os maravilléis, señor, si Amadís viniere otro día a desafiar a vos mismo y si Angriote me tomara en aquel tiempo, que yo con las armas hice muchos servicios en honra de vuestro reino a vuestro hermano el rey Falangris, no osara decir lo que dice; mas de que me veo viejo y flaco atrévese como a cosa vencida, y esta mengua más a vos que a mí atañe.

—No, don malo —dijo Angriote—, que ya vuestras falsas mezclas pues que descubiertas son, no pueden dañar, que bastar deben en lo que con ellas al rey pusisteis, que yo no vengo a revolver ni deshonrar a su corte, antes en su honra a sacar aquella mala simiente que a la buena de aquí echó.

Sarquiles dijo:

—Señor, bien sabéis que las palabras que sobre esto os hube dicho que no han pasado muchos días, y por ellas conoceréis ser verdad lo que mi señor y mi tío Angriote dice, lo cual por mis orejas yo oí toda la maldad que estos dos malos os hicieron en os poner en sospecha contra Amadís y su linaje, y si dicen que no y por viejos se excusan, respondan sus hijos que son fuertes y mancebos, ellos tres a nosotros dos, y Dios mostrará la verdad y allí se verá si son ellos tales que puedan excusar de vuestro servicio Amadís y a su linaje como sus padres lo hablaban.

Cuando los hijos de éste vieron a su padre tan menguado de razón y que todos los del palacio se reían de lo ver tan mal parado metiéronse con gran saña entre la gente desviando con fuerza a unos y a otros, y como fueron delante del rey, dijeron:

—Señor Angriote, miente en cuanto ha dicho de nuestro padre y de Brocadán, y nos se lo combatiremos, y veis aquí nuestros gajes.

Y echaron en el regazo del rey sendas lúas, y Angriote le tendió la falda de la loriga y dijo:

—Señor, veis aquí el mío y luego se vayan a armar, y vos, señor, veréis la batalla.

El rey dijo:

—Lo más del día es ya pasado, que no hay tiempo de os combatir, y mañana, después de misa, aparejaos para la batalla y poneros hemos en el campo.

Entonces llegó allí un caballero, que Adamas había nombre que era hijo de Bracadán y de la hermana de Gandandel, y como era de gran cuerpo y valiente fuerza fuese, era muy villano de condición, así que todos se despegaban de él, y dijo al rey:

—Señor, digo que en todo lo que Sarquiles dijo mintió, y yo se lo combatiré mañana si con su tío en el campo osare entrar.

Sarquiles fue de esto alegre por se hallar en compañía de su tío, y dio luego su gaje al rey que él quería la batalla. Entonces mandó el rey que todos se fuesen a sus posadas, y así se hizo, que Angriote y Sarquiles se fueron con los doce caballeros y llevaron consigo a Madasima y a sus doncellas, que ya de la reina y de Oriana eran despedidas, y la reina le mandó dar una tienda muy rica en que estuviese. El rey quedó con don Grumedán y don Giontes su sobrino, y mandó llamar a Gandandel y Brocadán, y díjoles:

—Muy maravillado soy de vosotros haberme dicho tantas veces que Amadís me quería hacer traición y alzárseme con la tierra, y ahora que tanto la prueba de ella era necesaria, así lo dejasteis caer y habéis puesto a vuestros hijos pleito, que no saben la justicia que de su parte tienen; mucho habéis errado a Dios y a mí y en gran mal me metisteis, en me hacer perder tal hombre y tales caballeros, y vosotros no quedaréis sin pena porque aquel justo juez le dará a quien lo merece.

—Señor —dijo Gandandel—, mis hijos se adelantaron pensando que la prueba tardaría.

—Ciertamente —dijo Grumedán—, ellos pensaron verdad, porque no hay ni habrá ninguna contra Amadís en esto ni en otra cosa en que el rey errado haya, y si vosotros lo sospecháis fue contra razón que aun los diablos del infierno no lo pudieron pensar, y si el rey os cortase mil cabezas que tuvieseis no sería vengado del daño que le hicisteis, pero vosotros quedaréis, y quiera Dios que no sea para más mal, y los cuitados de vuestros hijos padecerán la culpa vuestra.

—Don Grumedán —dijeron ellos—, aunque vos así lo tengáis y lo querríais, esperanza tenemos que nuestros hijos sacarán adelante nuestras honras y las suyas.

—Dios no me salve —dijo Grumedán— si yo más lo querría de cuanto el consejo bueno o malo que al rey disteis lo merece.

Entonces les mandó el rey que no hablasen en ello más, pues que era ya excusado; fuéronse a comer y los otros a sus casas. Esa noche aderezaron los unos y los otros sus armas y sus caballos, y Angriote y Sarquiles velaron la media noche arriba en una ermita de Santa María, que allí cabe sus tiendas era, y al alba del día armáronse todos los doce caballeros que recelaban del rey porque le veían sañudo contra ellos, y así entraron por la villa y se fueron al campo donde la batalla había de ser, que ya el rey y todos los caballeros y otras gentes allí estaban y tres jueces para la juzgar: el uno era el rey Arbán de Norgales, y el otro, Giontes, su sobrino del rey, y el tercero, Quinorante, el buen justador, y tomaron a Angriote y a Sarquiles y pusiéronlos al cabo del campo, y luego vinieron Tarín y Corián, los dos hermanos, y Adamás, el cohermano, y entraron en el campo muy bien armados y en hermosos caballos en disposición de hacer todo bien, si la maldad de sus padres no se lo estorbara y puestos los unos contra los otros, Giontes toca una trompeta que tenía y los caballeros movieron al más correr de sus caballos, y Corián y Tarín enderezaron a Angriote y Adamás y Sarquiles, y Tarín hirió a Angriote de tal encuentro que la lanza voló en piezas, y Angriote encontró a Corián en el escudo, tan bravamente, que le lanzó por cima de las ancas del caballo, y cuando tornó a Tarín violo estar con la espada en la mano, y como vio a su hermano en el suelo, fue con saña contra Angriote y cuidólo herir en el yelmo, mas echó antes el golpe de manera que dio al caballo en la cabeza un gran golpe y cortóle un pedazo de ella y las cabezadas, así que el freno se le cayó en los pechos, y como llegó desapoderado, así venía para él Angriote y topáronse con los escudos uno con otro tan fuertemente que Tarín fue a tierra desacordado, y Angriote que así vio el caballo saltó de él lo más presto que pudo como aquél que ligero y valiente era y se había muchas veces visto en semejantes peligros, y como fue a pie embrazó su escudo y puso mano a su espada con la cual muchos y grandes golpes ya otras veces diera, y fuese yendo contra los dos hermanos que juntos estaban, y vio cómo su sobrino Sarquiles se combatía con Adamás a caballo de las espadas bravamente, y llegando a ellos tomáronle en medio e hiciéronle de grandes golpes como aquéllos que eran valientes y de gran fuerza. Mas Angriote se defendía poniendo al uno el escudo, al otro con la espada, de manera que los hacía revolver que no alcanzaba golpe en lleno que las armas no derribase hasta tierra, que como se os ha dicho de este caballero era el mejor heridor de espada que ninguno de los caballeros del señorío del rey. Así que en poco rato los paró tales que los escudos eran hechos rajas y las lorigas rotas por muchos lugares, que la sangre salía por ellos, pero él no estaba tan sano que muchas llagas no tuviese y mucha sangre se le iba. Sarquiles, cuando así vio a su tío y que él no podía vencer a Adamás, quiso poner en toda aventura y puso las espuelas muy reciamente a su caballo y juntó con él a brazos, y anduvieron asidos una pieza trabajando por se derribar, y como Angriote así los vio, llegóse lo más presto que pudo contra ellos por socorrer a Sarquiles si debajo cayese, y los dos hermanos siguiéronlo cuanto podían por socorrer a su cohermano. En esto los caballeros cayeron abrazados en el suelo, y allí vierais una gran prisa entre ellos: Angriote, por socorrer a su sobrino y los otros a su cohermano, mas aquella hora hacía Angriote maravillas en armas, en dar tan duros y tan terribles y esquivos golpes que por mucho que hicieron los dos hermanos no pudieron tanto resistir que Adamás pudiese salir de las manos de Sarquiles. Cuando Gandandel y Brocadán esto vieron, que hasta allí tenían esperanza que la fuerza de sus hijos sostendrían aquello que con gran maldad ellos urdieran, quitáronse de la ventana con gran dolor y angustia de sus corazones, y así lo hizo el rey, que de toda la buena andanza de aquéllos que amigos eran de Amadís le pesaba, y no quiso ver el vencimiento y muerte de aquéllos, ni la victoria de Angriote; mas todos los que allí estaban había de ello mucho placer, porque en este mundo pagasen aquellos malos Gandandel y Brocadán algo de la culpa que mereciesen, mas los cuatro caballeros que en el campo estaban no entendían sino en se herir por todas partes de grandes golpes, pero no duró mucho, que Angriote y Sarquiles cargaron de tantos golpes a los dos hermanos, que ya no tenían defensa alguna, ni hacían sino retraerse buscando alguna guarida, y no la hallando daban algunos golpes y tornaban a huir pensando de se valer por salvarse las vidas; mas en el cabo fueron derribados, no pudiendo sufrir los golpes que sus enemigos les daban, y fueron muertos por sus manos con mucho placer de la muy hermosa Madasima y de los caballeros de la Ínsula Firme, y más de Oriana y de Mabilia, que nunca cesaban de rogar a Dios por ellos que les diese aquella victoria que habían alcanzado. Entonces Angriote preguntó a los jueces si habían más de hacer; ellos le dijeron que asaz había hecho para cumplimiento de su honra, y sacándolos del campo los tomaron sus compañeros, y con Madasima se tomaron a sus tiendas, donde los hicieron de sus llagas curar.

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