Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
—Caballeros, ¿sois vosotros de la Ínsula Firme?
—Sí —dijeron ellos—, ¿por qué lo demandáis?
—Porque hallé acá, suso al pie de esta peña, unos hombres en una barca que me dijeron que era acá suso dos caballeros de la Ínsula Firme, y no pudo de ellos saber sus nombres, y porque yo así mismo lo soy, no quería haber con ninguno que de allí fuese ninguna contienda si de paz no fuese, que yo vengo en demanda de un mal caballero y traigo nuevas cómo aquí se acogía con una doncella que forzada trae.
Amadís cuando esto oyó dijo:
—Caballero, por cortesía os demando que me digáis vuestro nombre o vos quitéis el yelmo.
—Si vosotros —dijo él— me decís y aseguráis en vuestra fe que sois de la Ínsula Firme, yo os lo diré; de otra manera, excusado será preguntármelo.
—Yo os digo —dijo Grasandor— sobre nuestra fe que somos de allí donde os dijeron.
Entonces el caballero quitó el yelmo de la cabeza y dijo:
—Ahora me podéis conocer, si así es como he dicho.
Como así lo vieron conocieron que era Gandalín. Amadís fue para él, los brazos abiertos, y díjole,
—¡Oh, mi buen amigo y hermano, qué buena ventura ha sido para mí hallarte!
Gandalín estuvo muy maravillado, que aún no le conocía, y Grasandor le dijo:
—Gandalín, Amadís os tiene abrazado.
Cuando él esto oyó hincó los hinojos y tomóle las manos y besóselas muchas veces, mas Amadís lo levantó y lo tornó a abrazar como aquél a quien de todo corazón amaba. Entonces se quitaron los yelmos Amadís y Grasandor, y preguntáronle qué ventura lo trajera allí. Buenos señores, eso mismo os podría yo preguntar según donde os dejé y el lugar en que ahora os hallo tan apartado y esquivo, pero quiero responder a lo que me preguntáis. Sabed que estando yo con Agrajes y con otros caballeros que con él estaban en aquellas conquistas que sabéis, después de haber vencido una gran batalla en que mucha gente padeció que con un sobrino del rey Arábigo hubimos y los encerramos en la gran ciudad de Arabia. Un día entró por la tienda de Agrajes una dueña del reino de Noruega, cubierta toda de negro, que se echó a los pies de Agrajes demandándole muy ahincadamente que la quisiese socorrer en una gran tribulación en que estaba. Agrajes la hizo levantar y la sentó cabe sí, y demandóle que le dijese qué cuita era la suya, que le daría remedio si con justa causa hacer se pudiese. La dueña le dijo:
—Señor Agrajes, yo soy del reino de Noruega, donde mi señora Olinda, vuestra mujer, y por ser yo natural y vasalla del rey su padre, vengo a vos por el deudo y amor que aquellos señores tenéis a os demandar ayuda de algún caballero bueno que me haga tornar una doncella, mi hija, que por fuerza me tomó un mal caballero, señor de la gran torre de la Ribera, porque no se la quise dar por mujer, que él no es del linaje ni sangre, que mi hija, antes de poca suerte, sino que alcanzó a ser señor de aquella torre, con que sojuzga mucha de aquella parte donde vive, y mi marido fue primo hermano de don Grumedán, el amo de la reina Brisena de la Gran Bretaña, y nunca por cosa que he hecho me la ha querido tornar, y dice que si por fuerza de armas no, que de otra manera no la espere ver en mi compaña.
Agrajes le dijo:
—Dueña, ¿cómo el rey vuestro señor no os hace justicia?
—Señor —dijo ella—, el rey es muy viejo y doliente, de forma que ni a si ni a otro puede gobernar.
—¿Pues es lejos de aquí —dijo Agrajes— donde este caballero está?
—No —dijo ella—, que en un día y una noche con buen tiempo pueden llegar allá por la mar. Como yo esto vi, rogué mucho a Agrajes que me diese licencia para ir con la dueña, que si Dios me diese victoria, luego me volvería para él. Agrajes me la dio y mandóme que en otra ventura no me entrometiese salvo en esta; yo así se lo prometí. Entonces tomé mis armas y mi caballo y metíme con la dueña en una nao en que allí había venido, y anduvimos todo lo que de aquel día quedó y la noche, y otro día a mediodía salimos en tierra, y la dueña salió conmigo, y me guió a la parte donde era la torre del caballero, y como a ella llegamos yo llamé a la puerta, y respondióme un hombre de una finiestra diciendo qué demandaba. Yo le dije que dijese al caballero señor de aquella torre que diese luego una doncella que había tomado a aquella dueña que conmigo traía, o diese razón por qué la podía y debía tener, y si no lo hiciese que fuese cierto que no saldría persona de aquella torre que no matase o prendiese.
El hombre me respondió y dijo:
—Por lo que tú puedes hacer, muy poco haremos acá, pero espera, que aína habrás lo que pides.
Entonces me aparté de la torre, y desde a una pieza abrieron las puertas, y salió un caballero asaz grande, armado de unas armas jaldes y en un gran caballo, y díjome:
—Caballero amenazador con poco seso, ¿qué traes, qué es lo que demandas?
Yo le dije:
—No te amenazo ni desafío hasta saber la razón que tienes para tener por fuerza una doncella hija de esta dueña que me dice que le tomaste.
—Pues aunque la dueña diga verdad —dijo él—, ¿qué puedes tú hacer sobre ello?
—Tomar de ti la enmienda —dije yo— si la voluntad de Dios fuere.
El caballero dijo:
—Pues por esta punta de la lanza te la quiero dar.
Y vínose luego de rondón para mí y yo para él, y tuvimos nuestra batalla, que duró gran pieza del día; mas a la fin, como yo demandaba la verdad y aquél defendía lo contrario, quiso Dios darme la victoria, de manera que le tenía tendido a mis pies para le cortar la cabeza, y él me pidió merced que no le matase y que haría en todo mi voluntad, y yo le mandé que diese la doncella a su madre y que jurase de nunca tomar mujer ninguna contra su voluntad, y él así lo otorgó. Pues esto así hecho soltéle, y demandóme licencia para entrar en la torre y que él mismo me traería la doncella, y yo tomé de él fianza y dejéle ir, y desde ha poco que en la torre entró y salió por otra puerta, que es contra la mar tenía, y metióse en un batel con la doncella así armado como estaba, y díjome:
—Caballero, no te maravilles si no te mantengo verdad, que gran fuerza de amor me lo causa hacer, que sin esta doncella no viviría sólo una hora, pues que a mí mismo no me puedo sojuzgar ni gobernar, no me pongas culpa, yo te ruego de cosa que en mí veas, y porque pierdas esperanza de la nunca haber ni su madre tampoco, veisme cómo con ella me voy por esta mar a tal parte donde gran tiempo pase, que ninguno de mí ni de ella sepa—, y como esto dijo, con un remo que en sus manos llevaba partió de la ribera a más andar y fuese por la mar adelante, y la doncella llorando con él muy dolorosamente. Cuando yo esto vi hube tan gran dolor y pesar que quisiera más la muerte que la vida, porque la dueña que allí me trajo rompió sus tocas y vestiduras delante de mí, haciendo el mayor duelo del mundo, que era muy gran dolor de la ver, diciendo que mayor mal había de mí recibido que del caballero, porque estando en aquella torre su hija, siempre tenía esperanza de la cobrar, la cual ahora del todo cesaba, pues que la veía ir a parte donde nunca sus ojos la podrían ver, de lo cual había yo sido causa, que comoquiera que supe vencer al caballero, no fue mi discreción bastante para dar de él el derecho que ella esperaba, y que no solamente no me agradecía lo que por ella había hecho, mas que a todo el mundo se quejaría de mí. Yo la consolé lo más que pude y le dije: «Dueña, yo me tengo por muy culpado, pues que no supe dar cabo en esto para que me trajiste. Que debiera pensar que caballero que con tanta deslealtad tenía por fuerza vuestra hija, que así en todas las otras cosas fuera de poca virtud, pero pues que así es, yo os prometo que nunca huelgue ni haya descanso hasta que por la mar o por la tierra lo halle y os traiga la doncella o muera en esta demanda; solamente os ruego, pues, quedéis en vuestra tierra, me socorráis con la barca en que venimos y con uno de vuestros hombres que la guíe». La dueña algo con esto consolada dijo que la tomase, y mandó a un hombre de los suyos que conmigo fuese y mirase bien lo que le prometía y lo que haría en ello con esto, me despedí de ella y torné por el camino que allí había venido, y cuando a la barca llegué era ya noche cerrada, así que hube de esperar a la mañana, la cual venida tomé la vía que el caballero con la doncella vi llevar, y anduve aquel día todo sin de él saber nuevas algunas, y así he andado otros cinco días navegando a todas partes donde la ventura me llevaba, y esta mañana hallé unos hombres que andaban pescando, y dijéronme que habían visto venir un caballero en un batel armado y que traía consigo una doncella, y que llevaban la vía de esta peña que se llama de la Doncella Encantadora. Como esta nueva supe, mandé al hombre que me guiaba que aquí me trajese, y cuando fui al pie de la peña hallé vuestra compaña y un barco desviado de ellos, y preguntéles por nuevas del caballero y de la doncella. Dijéronme qué no lo habían visto, sino solamente aquel batel vacío que allí estaba, y por esa causa subí acá encima, que creo sin duda que así se acogió este desleal caballero, y también por probar una ventura que aquellos pescadores me dijeron que en esta peña había una cámara encantada si la pudiese acabar, y si no que supiese decir nuevas de ella a los que de ella no saben.
Grasandor le dijo riendo:
—Mi buen amigo Grandalín, en lo del caballero y de la doncella se ponga remedio, que en esto que decís de esta aventura quedará para más despacio, que no es tan ligero, de acabar.
Entonces le contaron todo lo que les aconteciera, de lo cual Gandalín fue mucho maravillado. Amadís le dijo:
—Nosotros hemos andado gran parte de este llano y de estas casas, pero no hemos visto persona alguna más, pues así es, busquémoslo todo porque satisfagan tu voluntad —y luego todos tres comenzaron a buscar todas aquellas casas derribadas y hallaron a poco rato dentro, en un baño, al caballero con la doncella, el cual como los vio salió luego fuera trayéndola por la mano, y dijo:
—Señores caballeros, ¿a quién buscáis?
—A vos, don mal hombre —dijo Gandalín—, que ya no os podrán prestar vuestros engaños ni mentiras que no me paguéis la burla que me hicisteis y el trabajo que tomé en os hallar.
El caballero le conoció luego en las armas blancas que aquél era el que lo tenía vencido, y díjole:
—Caballero, ya te dije que el gran amor que a esta doncella tengo me hace que no sea señor de mí, y si tú o alguno de estos caballeros sabe qué cosa es amor verdadero, no me culpará de cosa que haga. Tú has de mí lo que la voluntad te diere en tal que si la muerte no otra cosa me parta de esta mujer.
Amadís cuando esto le oyó decir bien conoció por su corazón y por los grandes amores que siempre tuviera a su señora que el caballero era sin culpa, pues que su poder no bastaba para se las forzar, y dijo:
—Caballero, como quiera que eso que decís algo excuse vuestra gran culpa, ni por eso este que os demanda debe dejar de dar derecho de vos a la madre de esta doncella, que si así lo hiciese. Con mucha razón sería culpado entre los hombres buenos.
El caballero le dijo:
—Buen señor, así lo conozco yo, y si a él le pluguiere, yo me pongo en su poder para que me lleve a la dueña que decís, a cuya requesta se combatía conmigo, que de mí haga su voluntad y me sea ayudador, pues que la hija está de mí contenta con que lo esté la madre y me la dé por mujer.
Amadís preguntó a la doncella que si decía verdad el caballero. Ella respondió que sí, que aunque hasta allí había estado en su poder contra toda su voluntad, que viendo el gran amor que le tenía y a lo que por ella se había puesto que ya era otorgado su corazón de lo querer y amar y le tomar por marido. Amadís dijo a Gandalín:
—Llévalos entrambos y mételos en la mano de aquella dueña y en lo que pudieres adereza como lo haya por mujer, pues que a ella le place.
Con esto se descendieron todos de la peña abajo y durmieron aquella noche en la ermita de la imagen de metal, y allí cenaron de lo que el caballero y la doncella para sí tenían. Otro día se bajaron donde sus barcas tenían, y Gandalín se despidió de ellos y se fue con el caballero y con la doncella, pero antes hablaron Amadís y Grasandor con él y le dijeron que les encomendase mucho a Agrajes y a aquéllos sus amigos, y que si necesidad de gente tuviesen que se lo hiciesen saber en la Ínsula Firme, que ellos irían o se lo enviarían luego. Así se partieron unos de otros, y Gandalín llegado a la casa de la dueña puso en su mano al caballero y a su hija, y así como aquella doncella con el amor que aquel caballero le mostró, fue su propósito mudado, como las mujeres acostumbran hacer. Así la madre por ventura siendo de la misma naturaleza que su hija mudó el suyo, con lo que Gandalín le dijo y otros algunos que en ello aderezar quisieron, de manera que a placer y contentamiento de todos fueron casados en uno.
Esto hecho, Gadalín se tornó donde Agrajes estaba, que mucho con él le plugo por las nuevas que de Amadís le dijo, y halló que todos estaban muy alegres por las buenas venturas que en aquel cerco les habían venido, porque después que a sus enemigos encerraron en aquella ciudad, como ya oísteis, habían habido grandes peleas en que los más y mejores caballeros que dentro estaban eran muertos y tullidos, y también con la venida de don Galaor y de don Galvanes, que como dejaron en la Profunda Ínsula por rey a Dragonís, sin ningún entrevalo muy prestamente entraron en su flota, y fuéronles a ayudar, que así como acaece que los dolientes cuando de gran dolencia se levantan y van cobrando salud nunca piensan sino en las cosas más conformes a su querer y voluntad y con aquello creen desechar del todo lo que del mal les queda. Así este rey de Sobradisa, don Galaor, viéndose escapado de aquella gran dolencia en que muchas veces al punto de la muerte llegado se vio, no pensaba él de dar contentamiento a su voluntad ni reformar su salud, sino con aquellas cosas que su bravo y fuerte corazón le demandaba, que en esto era todo su vicio y gran placer como aquél que desde el día que su hermano Amadís le armó caballero delante del castillo de la calzada, siendo presente Urganda la Desconocida, nunca de su memoria se apartó de querer saber todo lo que a la orden de caballería tocaba y lo poner en obra, porque como en todas las partes que en esta gran historia de él hace mención, lo cuenta no mirando ahora el se ver rey poderoso con aquella tan hermosa reina Briolanja, y que según las proezas que por el pasado habían con mucha causa y razón, pudiera por gran espacio de tiempo reposar y dar holganza a su espíritu, mas considerando que la honra no tiene cabo y que es tan delicada que con mucho poco olvido se puede oscurecer, en especial a los que en la cumbre de ella la fortuna les ha puesto, dejándolo todo aparte quiso este esforzado rey tomar la empresa de ayudar a Dragonís su cohermano como ya oísteis y no ser contento con el cabo de aquella afrenta ni trabajo, sino luego se ir a la mayor prisa que pudo ayudar a aquellos caballeros sus grandes amigos. ¡Oh!, cómo deberían esto considerar aquéllos que en este mundo fueron nacidos para seguir el acto de la caballería y cómo deberían pensar que aunque algún tiempo de su honra den buena cuenta, que dejando aquella gran obligación que sobre sí tienen olvidar, no solamente las armas se toman de orín, mas la fama de ellos tan cubierta que por muchos tiempos no lo puede de sí desechar, que así como los oficiales de cualquier oficio tratándolo con diligencia son según sus estados en honra sin necesidad puesto, que olvidándolo con flojura y poco cuidado pierden lo ganado viniendo en pobreza y miseria, así los caballeros por el semejante perdiendo el cuidado de lo que hacer deben sus honras, su fama y virtudes de gran mengua en miseria son combatidos y derribados Y este noble rey, don Galaor, por caer en este yerro teniendo siempre al rey Perión su padre delante y a sus hermanos, que eran los que habéis oído, en la hora que fue lo de la Profunda Ínsula despachado se partió como se os ha dicho con don Galvanes a ayudarle a que lo otro de ganar se acabase, y su venida puso tan gran esfuerzo a los de su parte y a los contrarios tal espanto que desde el día que allí llegaron nunca más tuvieron osadía de salir de los muros afuera, de forma que en poco espacio de tiempo todo aquel reino esperaban ganar. Mas ahora los dejaremos en sus reales acordando de combatir a sus enemigos, pues que a ellos no osaban, y contaros ha la historia de Amadís y Grasandor que de Gandalín se partieron de la Peña de la Doncella Encantadora y se iban a la Ínsula Firme.