Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
Y cuando esto le oyó, díjole:
—¿Qué concordia puedo hacer perdiendo mi reino?
—Contentarte —dijo el gigante— con lo que buenamente sacar pudieres.
—No vale más —dijo— el morir que verme menguado y deshonrado.
—Como la muerte —dijo Balán —, quite toda la esperanza y muchas veces con la vida y largo tiempo se satisfagan los deseos y las grandes pérdidas se remedien, mucho mejor partido es procurar la vida que desear la muerte a aquéllos que con más pérdida de intereses que con deshonra hacerlo pueden.
—Balán, mi amigo —dijo el rey—, por tu consejo quiero ser guiado y en tu mano dejo todo lo que vieres que hacer debo y ruégote mucho que aunque allá fuera en mis cosas enemigo te muestres en ausencia que viéndome en esta prisión en mi presencia como amigo me aconsejes.
—Así lo haré —dijo el gigante— sin falta.
Entonces, despidiéndose de él y tomando consigo a Enil, se fue a la tienda de don Bruneo de Bonamar, donde halló al rey don Galaor y Agrajes y don Galvanes y otros asaz caballeros de gran cuenta, los cuales le recibieron y tomaron entre sí con mucho placer y él les dijo, que por cuanto había hablado con el rey Arábigo algunas cosas que debían saber, que viesen si era necesario que a ello otros algunos estuviesen. Agrajes le dijo que sería bueno que don Cuadragante y don Brián de Monjaste y Angriote de Estravaus fuesen llamados y así se hizo, los cuales vinieron y con ellos otros caballeros de gran nombre.
Entonces el gigante les dijo todo lo que con el rey Arábigo había pasado que nada faltó y que en su parecer era, dejando aparte que a muerte o a vida los había de seguir y ayudar, que si el rey Arábigo con alguna de aquellas Ínsulas de Landas, la más apartada, se contentase y sin más pérdida de gentes lo restante mandase entregar, que la concordia y atajo sería bueno, especialmente quedando aún por ganar el señorío de Sansueña, que así de gentes como de fortalezas era muy áspero. Mucho le agradecieron aque-los señores al gigante lo que dijo y por muy cuerdo lo tuvieron que no pudieron pensar ni creer que en hombre de aquel linaje tanta discreción hubiese, y así era razón de lo pensar, porque la su grande y demasiada soberbia no dejaba ningún lugar donde la razón y la discreción aposentarse pudiesen, pero la diferencia que este Balán tenía a los otros gigantes era que como su madre Madasima fue tal y de tan noble condición, como la historia os la ha contado, no teniendo de su marido Madanfabul si este solo hijo no, trabajó mucho, aunque contra la voluntad de su marido, que era malo y soberbio de lo criar, so la disciplina de un gran sabio que de Grecia trajo, con la crianza del cual y con la de su madre tomó, que era muy noble en todas las cosas, salió tan manso y tan discreto que pocos hombres había mejor razonados que él lo era ni de tanta verdad.
Y habido acuerdo aquellos señores entre sí, hallaron que si lo que el gigante les decía pudiese haber efecto que les sería buen partido y mucho descanso, aunque alguna parte de aquel reino al rey Arábigo le quedase, y respondiéronle que conociendo el amor y voluntad con que allí había venido y hablando en aquello que estaban, que antes por él que por otro alguno lograrían sus voluntades a dar asiento con aquel rey. Donde aquí se puede notar que faltando en las grandes roturas personas que con buena intención se muevan a poner remedio, vienen y se recreen muertes, prisiones, robos y otras cosas de infinitos males. Pues oído esto por el gigante habló con el rey Arábigo y sobre muchos acuerdos y hablas que excusar de decir se deben, así por su prolijidad como de no salir del propósito comenzado. Fue acordado que el rey Arábigo entregase aquella gran ciudad que en tierra comarcana que debajo de su señorío estaba, y de las tres ínsulas de Landas tomase para sí la una más apartada, que Liconia se llamaba, que era a la parte del cierzo, y de allí se llamase rey, y las otras fuesen asimismo con lo otro entregadas, y don Bruneo se llamase rey de Arabia. Esto hecho y consentido por el sobrino del rey Arábigo, que el rey defendía, como ya oísteis, y por todos los más principales de la ciudad, entregóse todo como señalado estaba, y fue suelto el rey Arábigo, el cual con harta fatiga y angustia de su corazón a la Ínsula de Liconia, y don Bruneo fue alzado por el rey con mucho placer y grandes alegrías, así de su parte como de los contrarios, porque conociendo su bondad y gran esfuerzo con él esperaban ser muy honrados y defendidos. Acabado esto como la historia lo ha contado, a poco tiempo que aquí descansaron y holgaron con el rey don Bruneo, ordenaron sus batallas y todas las otras cosas necesarias a su camino y partieron de allí a la villa Califán, que era la más cercana de donde ellos habían el real tenido; mas los sansones, como supieron que la ciudad de Arabia era tomada y concertado el rey Arábigo con aquellas gentes, temiendo lo que fue, juntáronse todos, así caballeros como peones, en muy gran número de gentes, que aquel señorío era grande y las gentes de él muchas y bien armadas y sabedores de guerra como aquéllos que siempre habían tenido los señores muy soberbios y escandalosos y cuando así se vieron juntos en tanta cantidad creciéronle los corazones y con gran soberbia y osadía ordenadas sus haces, llevando por capitanes los más principales del señorío, salieron al encuentro de sus enemigos antes que a la villa de Califán llegasen, donde. los unos y los otros se juntaron y hubieron una muy cruel y brava batalla, que mucho de ambas, las partes fue herida, en la cual pasaron cosas muy extrañas en armas y muertes de muchos caballeros y de otros hombres; pero lo que allí los caballeros señalados y aquel bravo y valiente gigante hicieron no se podría en ninguna guisa acabar de contar, sino tanto que por sus grandes hechos y esfuerzo de sus bravos corazones fueron los de Sansueña vencidos y destruidos de tal manera que los más de ellos quedaron muertos y heridos en el campo y los otros tan quebrantados que aun en los lugares que fuertes eran no se atrevieron defender. Así que don Cuadragante con todos aquellos señores y las gentes que de la batalla fincaron, aunque muchos fueron muertos y heridos, señorearon el campo sin hallar defensa ni resistencia alguna. Y si la historia no os cuenta más por extenso las grandes caballerías y bravos y fuertes hechos que en todas aquellas conquistas y batallas sobre ganar estos señoríos pasaron, la causa de ello es porque esta historia es de Amadís y los sus grandes hechos, y no es razón que los de los otros sea, sino casi en suma contados, porque de otra manera no solamente la escritura de larga prolija daría a los leyentes enojo y fastidio, mas el juicio no podría bastar a cumplir con ambas las partes, así que con mayor razón se debe cumplir con la causa principal que es este esforzado y valiente caballero Amadís, que con las otras que por su respecto a la historia le convino de las hacer mención, y por esto no se dirá más, salvo que vencida esta tan grande y peligrosa batalla, a poco espacio de tiempo, fue aquel gran señorío de Sansueña sojuzgado de manera que los lugares flacos de su propia voluntad, no esperando remedio alguno y los más fuertes constreñidos por grandes combates, a todos les convino tomar por señor a don Cuadragante. Mas ahora los dejaremos muy contentos y pagados de las victorias que hubieron y contaros ha la historia del rey Lisuarte, que ha gran pieza que de él no se hizo mención.
Cómo después que el rey Lisuarte se tornó desde la Ínsula Firme a su tierra fue peso por encantamiento, y de lo que sobre ello acaeció.
La historia cuenta que después que el rey Lisuarte con la reina Brisena, su mujer, partió de la Ínsula Firme al tiempo que dejó casadas sus hijas y las otras señoras que con ellas casaron, como ya oísteis, que él se fue derechamente a su villa de Fenusa porque era puerto de mar y muy poblada de florestas en que mucha caza se hallaba, y era lugar muy sano y alegre, donde él solía holgar mucho, y como allí fue luego al comienzo por dar algún descanso y reposo a su ánimo de los trabajos pasados, diose a la caza y a las cosas que más placer le podían ocurrir, y así pasó algún espacio de tiempo, pero como ya esto le enojase, así como todas las cosas del mundo que hombre mucho sigue lo hacen, comenzó a pensar en los tiempos pasados y en la gran caballería de que su corte abastecida fue, y las grandes venturas que los sus caballeros pasaban de que a él redundaba mucha honra y tan gran fama que por todas las partes del mundo era nombrado y ensalzado su loor hasta el cielo, y comoquiera que ya su edad reposo y sosiego le demandase, la voluntad criada y habituada en lo contrario de tanto tiempo envejecida no lo consentía, de manera que teniendo en la memoria la dulzura de la gloria pasada y el amargura de no la tener ni poder haber al presente, le pusieron en tan gran estrecho de pensamiento que muchas veces estaba como fuera de todo su juicio, no se pudiendo alegrar ni consolar con ninguna cosa que viese, y lo que más a su espíritu agravaba era tener en su memoria cómo en las batallas y cosas pasadas con Amadís fue su honra tanto menoscobada y que en voz de todos más constreñido con necesidad que con virtud dio fin a aquel gran debate.
Pues con estos tales pensamientos hubo la tristeza lugar de cargar sobre él de tal forma que éste que era un rey tan poderoso, tan gracioso, tan humano y temido de todos fue tomado triste y pensativo, retraído, sin querer ver a persona alguna, como por la mayor parte acaece a aquéllos que con las buenas venturas sin recibir contrastes ni entrevalos que mucho les duelan, pasan sus tiempos y amollentadas sus fuerzas no pueden sufrir ni saben resistir los duros y crueles golpes de la adversa fortuna.
Este rey tenía por estilo cada mañana, en oyendo misa, de tomar consigo un ballestero y encima de su caballo, solamente la su muy buena y preciada espada ceñida, irse por la floresta gran pieza cuidando muy fieramente y a las veces tirando con la ballesta, y con esto le parecía recibir algún descanso. Pues un día acaeció que siendo alongado de la villa por la espesura de la floresta que vio venir una doncella encima de un palafrén corriendo a más andar por entre las matas y dando voces demandando a Dios ayuda, y como la vio fue contra ella y díjole:
—Doncella, ¿qué habéis?
—¡Ay, señor! —dijo ella—, por Dios y por merced acorred a una mi hermana que acá dejó con un mal hombre que la forzar quiere.
El rey hubo de ella duelo y díjole:
—Doncella, guiadme, que yo os seguiré.
Entonces volvió por el mismo camino por donde allí viniera cuanto el palafrén aguijar pudo, y anduvieron tanto hasta que el rey vio cómo entre unas espesas matas un hombre desarmado tenía a la doncella por los cabellos y tirábala reciamente por la derribar, y la doncella daba grandes gritos.
El rey llegó en su caballo dando voces que dejase la doncella, y cuando el hombre cerca de sí lo vio soltóla y huyó por entre las más espesas matas. El rey siguiólo con el caballo, mas no pudo pasar mucho adelante con el estorbo de las ramas, y como esto vio apeóse lo más presto que pudo con gran gana de lo tomar por le dar el castigo que tal insulto merecía, que bien cuidó que de su tierra podría ser, y corriendo tras él cuanto pudo llamándolo siempre muy cerca y pasada la espesura de aquel gran monte halló un prado que desenvuelto y sin embarazo estaba, en el cual vio armado un tendejón donde el hombre tras que él iba a gran prisa fue metido. El rey llegó a la puerta del tendejón y vio una dueña, y el hombre que huía tras ella, como que allí pensaba guarecer. El rey le dijo:
—Dueña, ¿es ese hombre de vuestra compaña?
—¿Por qué lo preguntáis? —dijo ella.
—Porque quiero que me lo deis para hacer de él justicia, que si por mí no fuera forzara acá donde yo lo hallé una doncella.
La dueña dijo:
—Señor caballero, entrad y oiré lo que diréis, que si es así como decís yo lo daré, que pues yo doncella fui y en mucha estima tuve mi honra, no daría lugar a que otra ninguna deshonrada fuese.
El rey fue luego adonde la dueña estaba, y al primero paso que dio cayó en el suelo tan fuera de sentido como si muerto fuese. Entonces llegaron las doncellas que tras él venían, y la dueña con ellas, y con el hombre que allí tenía tomaron al rey así desacordado como estaba en sus brazos y salieron otros dos hombres de entre los árboles que tiraron el tendejón y fuéronse todos a la ribera de la mar que muy cerca estaba, donde tenían un navio enramado y tan cubierto que apenas nada de él se parecía, y metiéronse dentro y pusieron en un lecho al rey y comenzaron a navegar. Esto fue tan prestamente hecho y tan encubierto y en tal parte que persona Otra alguna no lo pudo ver ni sentir. El ballestero del rey, como andaba a pie, que no le pudo seguir, porque el rey se aquejó mucho por socorrer la doncella y cuando llegó adonde había el caballo quedado mucho se maravilló de lo hallar así solo, y metióse cuando más pudo por las espesas matas buscando a todas partes, mas no halló nada, y a poco rato hallóse en el prado donde el tendejón había estado, y desde allí tornóse al caballo y cabalgó en él y anduvo gran pieza a un cabo y a otro buscando por la floresta y por la ribera de la mar, y como no hallase nada acordó de se tornar a la villa, y cuando cerca de ella llegó y algunos que por allí andaban lo vieron cuidaron que el rey le enviaba por alguna cosa, mas él no decía nada sino andar hasta donde la reina estaba, y descabalgó del caballo y entró en el palacio con gran prisa, y como la vio díjole todo lo que del rey viera y cómo lo buscara con mucha diligencia sin lo poder hallar. Cuando la reina esto oyó fue muy turbada, y dijo:
—¡Ay, Santa María!, ¿qué será del rey, mi señor, si le he perdido por alguna desventura?
Entonces hizo llamar al rey Arbán, su sobrino, y a Cendil de Ganota, y díjole aquellas nuevas. Ellos mostraron buen semblante, dándole esperanza que no temiese, que no era aquello cosa de peligro para el rey, porque muy presto se podría perder por aquella floresta con codicia de dar venganza a la doncella, y pues él sabía aquella tierra por donde muchas veces a caza anduviera, que no tardaría de venir, que si él el caballo dejó no seria sino porque con la espesura de los árboles no se podría de él aprovechar, pero teniéndolo en la verdad en más de lo que mostraban, fueron luego a se armar y cabalgar en sus caballos e hicieron salir toda la gente de la villa, y lo más presto que ser pudo se metieron por la floresta, llevando consigo el ballestero que los guiase y la otra gente que mucha era se derramó a todas partes, pero ni ellos ni aquellos caballeros, por mucho afán que tomaron en lo buscar, nunca de él nuevas supieron. La reina estuvo todo aquel día alguna nueva esperando con mucha turbación y alteración de su ánimo, pero ninguno fue tan osado que con tan poco recaudo como hallaban volviesen antes, así los que de allí salieron como todos los de la comarca que las nuevas oían nunca cesaban de buscar con mucha diligencia. Venida la noche, acordó de enviar mensajeros a más andar y cartas a los más lugares que ella pudo, y en esto pasó toda la noche sin sueño dormir.