Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
Mas otro día qué en ello le habló hubo tal respuesta de Oriana, comoquiera que honesta y con cortesía fuese, que nunca más osó decir ni hablarle en ello, pues Oriana, sabiendo cómo don Florestán se quería partir, tomólo consigo, y llevándolo so unos árboles que allí eran, donde había un muy rico estrado, y haciéndolo sentar ante sí, díjole descubiertamente toda su voluntad y la gran fuerza que su padre le hacía queriéndola desheredar y enviarla a tierras extrañas, rogándole que de ella se doliese, pues que no esperaba otra cosa sino la muerte, y que no solamente a él que ella tanto amaba y en quien tanta esperanza y fucia tenía, mas a todos los grandes de aquellos reinos se quería quejar y a todos los caballeros andantes que hubiesen de ella duelo y gran piedad y rogasen a su padre que de tal propósito mudado fuese y vos, mi buen señor y amigo don Florestán, dijo ella, así se lo rogad y aconsejad que lo haga, haciéndole entender el gran pecado en que está por esta gran crueldad y tuerto que hacerme quiere. Don Florestán le dijo:
—Mi buena señora, sin duda podéis bien creer que os tengo de servir en todo lo que por vos me fuere mandado con tanta voluntad y humildad como lo haría a mi señor el rey Perión, mi padre, mas esto que me decís que a vuestro padre ruego, no lo puedo hacer en ninguna manera, porque yo no soy su vasallo, ni él me pondría en su consejo, sabiendo que lo desamo por el mal que a mí y a mi linaje ha hecho, y si algún servicio de mí hubo, no hay porque me lo deba agradecer, que yo lo hice por mandado de mi hermano y mi señor Amadís, a quien yo contradecir no podía ni debía, el cual no por el rey vuestro padre, mas porque si esta tierra se perdiese la perderíais vos, se dispuso a ser en aquella batalla de los siete reyes y traer consigo al rey Perión y a mí, así como lo supisteis, porque él os tiene como una de las mejores infantas del mundo, y si él ahora supiese esta fuerza y agravio que tanto contra vuestra voluntad se os hace, creed mi señora que con todas sus fuerzas y amigos se pondría al remedio de ella, y no digo por vos que tan alta señora sois, mas la más pobre mujer del mundo lo haría, y vos, mi buena señora, tened buena esperanza, que aún plazo habrá para os poder socorrer si a Dios pluguiere, que yo no pagaré hasta ser en la Ínsula Firme, donde es el caballero Agrajes, que mucho en gran grado os desea servir por aquella crianza que su padre y madre os hicieron, y por el gran amor que a su hermana Mabilia tenéis, y allí habremos consejo de lo que hacerse pueda.
—¿Sabéis vos —dijo Oriana— ser allí cierto Agrajes?
—Selo —dijo él—; que don Grumedán me lo dijo que lo sabía por un escudero suyo que le envió.
—A Dios merced —dijo ella—, y él lo guía y mucho me lo saludad y decidle que en él tengo yo aquella verdadera esperanza que con razón de haber tengo, y si en este medio tiempo algunas nuevas supiereis de vuestro hermano Amadís, hacédmelo saber, porque las diga a Mabilia su cohermana, que muere con soledad de él, y Dios guíe como vos y Agrajes halláis algún buen acuerdo en mi hacienda.
Don Florestán, besando las manos de Oriana, se despidió de ella, y tomando consigo a don Grumedán se fue a la reina Sardamira y díjole:
—Señora, yo quiero me andar y por doquiera que fuere soy vuestro caballero y servidor, y así os ruego yo que lo tengáis y me mandéis en qué os sirva.
La reina le dijo:
—Mucho sería sin conocimiento la que no quisiese servicio y honra de hombre de tanto valor como vos, don Florestán, lo sois, y si Dios quiere, en tal yerro no caeré yo, antes recibo vuestra buena cortesía y os lo agradezco cuanto puedo, y siempre tendré memoria de os rogar lo que por mí hacer pudiereis.
Don Florestán, que mucho mirándola estaba, dijo:
—Dios que tan hermosa os hizo os agradezca por mí esta respuesta, pues que yo por ahora no puedo sino con la voluntad y con la palabra.
Y con esto se despidió de ella y de Mabilia, y todas las otras señoras que allí estaban, rogando a don Grumedán que si nuevas de Amadís supiese las hiciese saber en la Ínsula Firme y fue a su posada y armóse y cabalgó en su caballo y con sus escuderos entró en el derecho camino de la Ínsula Firme, donde él quería ir con intención de hablar con Agrajes y dar orden cómo con sus amigos, Oriana socorrida fuese si su padre la diese a los romanos.
Cómo el Caballero de la Verde Espada, que después llamaron el Caballero Griego, y don Bruneo de Bonamar y Angriote de Estravaus se vinieron juntos por el mar acompañando aquella muy hermosa Grasinda, que venía a la corte del rey Lisuarte, el cual estaba delibrado de enviar su hija Oriana al emperador de Roma por mujer, y de las cosas que pasaron declarando su demanda.
Con Grasinda fueron navegando por el mar el Caballero de la Verde Espada y don Bruneo de Bonamar y Angriote de Estravaus, a las veces con buen tiempo y otras con contrario, así como Dios lo enviaba, hasta que llegaron al mar Océano, que es en derecho de la costa de España, y cuando el de la Verde Espada se vio tan llegado a la Gran Bretaña, agradecióle mucho a Dios, porque habiéndose escapado de tantos peligros y de tantas tormentas como por la mar pasado había, le trajera donde ver pudiera aquella tierra donde su señora era. Así que muy grande alegría le sobre vino a su corazón. Entonces con gran alegría hizo juntar todas las fustas y rogó a todos los hombres que en ellas eran, que no lo llamasen por otro nombre sino el Caballero Griego, y mandóles que pugnasen de se llegar a la Gran Bretaña. Entonces se sentó con Grasinda en su estrado y díjole:
—Hermosa señora, ya se llega el tiempo por vos deseado, en que si a Dios pluguiere será cumplido lo que tanto vuestro corazón ha deseado y desea, y cierto creed, señora, que por afán ni peligro de mi persona no dejaré de os pagar algo de las mercedes que me hicisteis.
—Caballero Griego, mi amigo —dijo ella—, tal confianza tengo yo en Dios que así lo guiará, que si otra voluntad fuera no me diera por guardador tal caballero como vos, y mucho os agradezco lo que me decís, pues que estando tan cerca de tal afrenta, parece que el corazón dobla su ardimiento.
El Caballero Griego mandó a Gandalín que le trajese las seis espadas que la reina Menoresa en Constantinopla le diera, y Gandalín las trajo y se las puso delante y dio las dos de ellas a don Bruneo y Angriote que maravillados fueron de ver la riqueza de sus guarnimientos, y el Caballero Griego tomó otra para sí y mandó a Gandalín que guardando la verde suya donde no la viesen, aquélla pusiese con sus armas, esto hacía él, porque en la corte del rey Lisuarte donde él iba y se quería encubrir no fuese por la Verde Espada descubierto, y cuando así en esto que oís estaban siendo entre nona y vísperas, Grasinda que muy enojada de la mar andaba, hizo con el Caballero Griego y don Bruneo y Angriote que la sacasen al borde de la fusta, porque viendo la tierra algún descanso sintiese. Y así estando todos cuatro hablando en lo que más les agradaba, siguiendo su viaje a la hora que el sol se quería poner, vieron una fusta que queda estaba en la mar, y el Caballero Griego mandó a unos marinos que enderezasen contra ella, y llegando cerca que bien podrían oír, dijo el Caballero Griego a Angriote que preguntase a los de la fusta por algunas nuevas, y Angriote los saludó muy cortésmente y dijo:
—¿Cuya es esta fusta y quién anda en ella?
Ellos cuando oyeron esta pregunta le dijeron:
—La fusta es de la Ínsula Firme, y andan en ella dos caballeros que os dirán lo que os pluguiere.
Y cuando el Caballero Griego oyó hablar de la Ínsula Firme alegróse el corazón y a sus compañeros por los oír hablar de lo que deseaban saber, y Angriote dijo:
—Amigos, ruégoos por cortesía que digáis a esos caballeros que se lleguen ende y preguntarles hemos por nuevas que querríamos saber, si os pluguiere decidnos quién son.
—Eso no haremos nos, más decirles hemos vuestro mandado.
Y llamándolos se pusieron los dos caballeros allí cabe sus hombres. Entonces Angriote dijo:
—Señores, querríamos saber de vos, en qué lugar es el rey Lisuarte, si por ventura lo sabéis.
—Todo lo que sabemos —dijeron ellos— se os dirá, pero antes querríamos saber una cosa que por de ella ser certificados hemos llevado mucho afán.
—Y aún llevar más dan en ella dos caballeros que os dirán lo que os pluguiere —dijo Angriote—, que si lo sé, saberlo habéis vos.
Ellos dijeron:
—Amigo, lo que nos deseamos es saber nuevas de un caballero que se llama Amadís de Gaula, aquél que por le hallar andan todos sus amigos muriendo y lacerando por tierras extrañas.
Cuando el Caballero Griego esto oyó, las lágrimas le vinieron a los ojos y muy presto con el gran placer que su ánimo sintió, en ver cómo sus parientes todos y amigos le eran leales, pero estuvo callado y Angriote les dijo:
—Ahora me decís quién sois y yo os diré lo que de ello supiere.
El uno de ellos dijo:
—Sabed que yo he nombre Dragonís, y éste mi compañero Enil, y queremos correr el mar Mediterráneo y los puertos de la una y otra parte, si pudiéramos saber nuevas de éste por quien preguntamos.
—Señores —dijo Angriote—, Dios os dé nuevas buenas de él, y en estas fustas vienen gentes de muchas partes, y yo preguntaré si algo de ello saben y os lo diré de grado.
Esto decía él por mandado del Caballero Griego, y díjoles:
—Ahora os ruego que me digáis dónde es el rey Lisuarte, y qué nuevas de él sabéis y de la reina Brisena, su mujer, y de su corte.
—Eso os diré yo —dijo Dragonís—. Sabed que él es una su villa que Tagades se llama, que es un gran puerto de mar contra Normandía y ha hecho cortes en que están todos sus hombres buenos por haber con ellos consejo, si dará a su hija Oriana al emperador de Roma, que por mujer le pide y allá son para la llevar muchos romanos, entre los cuales es el mayor Salustanquidio, príncipe de Calabria, y otros muchos a quien él manda, que son caballeros de cuenta, y tienen consigo una reina que Sardamira se llama, para acompañar a Oriana y que el emperador la llamaba ya emperatriz de Roma.
Cuando esto oyó el Caballero Griego estremeciósele el corazón y estuvo una pieza desmayado. Mas cuando Dragonís vino a contar las cosas que Oriana hacía de amarguras y llantos y cómo se había enviado a quejar a todos los altos hombres de la Gran Bretaña, sosegósele el corazón y esforzóse pensando que pues a ella pensaban que los romanos no serían tantos ni tan fuertes, que él no se la tomase por la mar o por la tierra y que aquello haría él por la más pobre doncella del mundo, pues qué debía hacer por la que si sólo un momento perdía la esperanza de ella él no podría 'vivir, y daba muchas gracias a Dios porque en tal sazón lo arribara en aquella tierra donde pudiese servir a su señora algo de las grandes mercedes que le había hecho, y que tomándola la tendría como lo él deseaba, sin su culpa de ella, y con esto se haría tan alegre y tan lozano como si ya hecho y acabado lo tuviese, y díjole paso a Angriote que preguntase a Dragonís dónde sabía él aquellas nuevas, y preguntando por él Dragonís, le dijo:
—Hoy ha cuatro días que llegaron a la Ínsula Firme donde nos partimos con Cuadragante y su sobrino Landín y Gavarte de Val Temeroso y Mandacián de la Puente de la Plata y Elián el Lozano. Estos cinco vinieron por haber consejo con Florestán y Agrajes, que ahí son como les parece que deben entrar en la demanda de Amadís, aquél que nos buscamos y don Cuadragante quería enviar a la corte del rey Lisuarte por saber de aquellas gentes extrañas que allí son, algunas nuevas y aquel muy esforzado Amadís.
Mas don Florestán le dijo que no lo hiciese, que él venía de allá y no sabían ningunas nuevas y sus escuderos han dicho de una contienda que con los romanos hubo de que su gran prez será loada en tanto que el mundo durare. Cuando esto oyó Angriote, dijo:
—Señor caballero, decidnos qué hombre es ese, que cosas que hizo tan loadas son.
—Éste es —dijo Dragonís— hijo del rey Perión de Gaula, y bien parece en la su gran bondad a sus hermanos.
Y contóle todo lo que le acaeciera con los caballeros romanos delante de la reina Sardamira, y cómo llevó los escudos de ellos a la Ínsula Firme, y los nombres de los señores de ellos escritos de su sangre, y este don Florestán contó allí las nuevas que os dijimos. Y cómo siendo los caballeros de la reina Sardamira tan maltratados que por ruego suyo de ella la aguardó don Florestán hasta la poner en Miraflores donde ella iba a ver a Oriana, la hija del rey Lisuarte.
Mucho fueron alegres el Caballero Griego y sus compañeros de aquella buena ventura de don Florestán. Y cuando el Caballero Griego oyó mentar a Miraflores, el corazón le saltaba que no lo podía sosegar, viniéndole a la memoria el sabroso tiempo que allí pasó con aquélla que de allí señora era, y dejando a Grasinda y a los otros caballeros, se apartó con Gandalir. y díjole:
—Mi verdadero amigo, ya has oído las nuevas de Oriana, que si así pasase pasaríamos ella y yo por la muerte. Ruégote mucho que tomes gran cuidado en esto que yo te mandaré, y esto es que te despidas tú y Ardián el Enano de mí y de Grasinda, diciendo que os queréis ir con aquellos de la fusta a buscar a Amadís, y di a mi primo Dragonís y a Enil todas las nuevas de mí y que luego se tornen a la Ínsula Firme y cuando allí llegaréis diréis a don Cuadragante y Agrajes que le ruega yo mucho que no se partan ende, que yo seré con ellos en estos quince días, y que tenga consigo todos esos caballeros nuestros amigos que ende están y envíen por más si de ellos supieren, y di a don Florestán y a tu padre don Gandales que hagan abastecer todas las fustas que ahí se hallaren de viandas y armas, porque tengo de ir con ellos a un lugar que prometido tengo, lo cual de mí sabrán cuando los viere, y en esto pon gran recaudo, que ya sabes lo que en ello me va.
Entonces llamó al Enano y díjole:
—Ardián, vete con Gandalín y haz lo que te mandare.
Gandalín, que mucho deseaba cumplir el mandado de su señor, fuese para Grasinda y díjole:
—Señora, nosotros queremos dejar al Caballero Griego por entrar en la demanda con aquellos caballeros que en aquellas fustas andan buscando a Amadís, y Dios os agradezca las mercedes que de vos, señora, recibidas tenemos.
Y asimismo se despidieron del Caballero Griego y de don Bruneo y de Angriote, y ellos los encomendaron a Dios y entraron en la fusta, y Angriote les dijo:
—Señores, veis ende un escudero y un enano que andan en la demanda que vos andáis.
Mas cuando ellos vieron que eran Gandalín y el enano mucho fueron alegres, y como supieron las nuevas ciertas de ellos partiéronse de la flota con su galera y llevaron el camino de la Ínsula Firme y el Caballero Griego y Grasinda, con su compaña fueron corriendo su mar contra Tagades, donde el rey Lisuarte era.