Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
—Señor, esta reina quiere vuestro aguardamiento, bien es que lo hagáis, que mucho es noble señora, y paréceme que no barata mal ganando a vos y perdiendo sus caballeros.
Esto le decía a él riendo.
—Así Dios me salve —dijo don Florestán—, mucho querría poderla servir en algo que le pluguiese, especialmente yendo en vuestra compañía, que ha mucho que no os vi.
—Señor, cómo a mí place con vuestra vista —dijo él—, Dios lo sabe, y decidme qué hicisteis de los escudos que de aquí llevasteis.
—Enviélos esta noche con un mi escudero a la Ínsula Firme a vuestro amigo don Gandales que los ponga en lugar que sean vistos de cuantos allí vinieren y lo sepan los de Roma si los querrán venir a demandar.
—Si eso ellos hacen —dijo don Grumedán—, bien abastecida será la isla de sus escudos y armas.
Así hablando llegaron donde la reina era, que ya sabía su venida, y don Florestán fue ante ella y quísole besar las manos, más ella no quiso y púsole su mano en la loriga en señal de buen recibimiento, y díjole:
—Don Florestán, mucho os agradezco vuestra venida y el afán que en mi servicio queréis tomar, y pues que así habéis enmendado, razón es que perdonado os sea.
—Mi buena señora —dijo él—, no siento yo afán ni trabajo en os servir; antes mucho más lo sintiera sin con enojo os dejara, y en esto yo recibo honra y gran merced, y en lo que más os fuere os pido yo, señora, que como a vuestro caballero y servidor me mandéis, y aquello con toda afición por mí se cumplirá.
La reina preguntó a don Grumedán si estaba aparejado todo para el camino. Oído lo que decía, dijo él:
—Señora, cuando os plazca podéis andar, y estos caballeros heridos hacerlos he llevar a una villa que cerca de aquí es, donde curarán de ellos hasta que sean guaridos, porque según sus heridas no podrían ir con nos hasta que sean sanos.
—Así se haga, dijo ella.
Entonces trajeron a la reina un palafrén blanco como la nieve y venía ensillado de una silla toda guarnida de oro muy bien labrada a maravilla, y asimismo el freno, y ella vestida de muy ricos paños y al cuello perlas y piedras de gran valor que mucho en su gran hermosura acrecentaban, y luego cabalgaron sus dueñas y doncellas ricamente ataviadas, y tomando don Florestán a la reina por la rienda entraron en el camino de Miraflores. Dígoos de Oriana que ya sabía su venida, de que mucho le pesaba, que en el mundo no habría cosa que más grave le fuese que oír hablar en el emperador de Roma, y sabía cierto que esta reina no venía a otra cosa; mas mucho le plugo con la venida de don Florestán cuando supo que con ella venía por le preguntar por nuevas de Amadís y por se le quejar del rey su padre. Pero comoquiera que su turbación grande fuese, tuvo por bien de mandar aderezar la casa de hermosos y ricos estrados para los recibir, y vistióse ella de lo mejor que tenía, y así lo hizo Mabilia y las otras sus doncellas, y cuando la reina Sardamira entró por el palacio donde Oriana estaba llevábala por el brazo don Florestán y Grumedán, y cuando Oriana la vio venir mucho le pareció bien y pensó que si su demanda no fuese tal que gran placer hubiera con ella, y llegando la reina humillóse ante Oriana y quísole besar las manos, mas ella las tiró así y díjole que ella era reina y señora y ella una doncella pobre a quien sus pecados querían hacer mal. Entonces le saludaron Mabilia y las otras doncellas mostrando muy gran placer por lo dar a la reina, mas eso no hacía Oriana, que nunca lo hubiera después que los romanos fueran en casa de su padre. Mas dígoos que con don Florestán y don Grumedán holgó mucho, como que su corazón con ellos algo descansaba, y todos se sentaron en un estrado, y Oriana hizo asentar ante sí a don Florestán y a don Grumedán, y desde que habló algo contra la reina volvióse a don Florestán y díjole:
—Buen amigo, muy gran tiempo ha que no os vi y pésame de ello, que mucho os amo, así como lo hacen todos aquéllos que os conocen, y grande es la mengua que vos y Amadís y vuestros amigos hacéis el ser fuera de la Gran Bretaña, según los grandes tuertos y agravios que en ella enmendar hacíais, y malditos sean aquéllos que fueron causa de os aparta de mi padre, que si aquí ahora os hallareis juntos como solía, alguna desventura que ahora su mal atiende en ser desheredada y llegada hasta el punto de la muerte pudiera tener esperanza de algún remedio, y así allí fueseis razonaríais por ella y seríais en su defensa como siempre lo hicisteis, que nunca desamparasteis a los cuitados que os hubieron menester; mas tal fue la ventura de ésta que digo que todo le fallece sino la muerte.
Y cuando esto decía lloraba fuertemente, y esto por dos cosas: la una porque si su padre la entregase a los romanos esperaba de echarse en la mar, y la otra con soledad de Amadís, que la remembranza de don Florestán que delante de sí tenía le daba que le mucho semejaba. Y don Florestán, que mucho entendido era, bien conoció que por sí misma lo decía, y dijo:
—Mi buena señora, a las grandes cuitas acorre Dios con la su piedad, y en él tened vos, señora, esperanza que pondrá consejo en vuestras cosas, y de lo que decís de Amadís, mi señor hermano, aquel que yo deseo mucho ver, y así como en las unas partes fallece su socorro, así en las otras lo hallan aquéllos que menester lo han, y creed, mi buena señora, que él es sano, y en su libre poder, y anda por tierras extrañas haciendo maravillas en armas y socorriendo a los que tuerto reciben, así como aquél que Dios extremó en este mundo sobre cuantos en el nacer hizo.
La reina Sardamira, que cerca estaba de ellos y oía toda la habla dijo:
—¡Ay!, Dios le guarde a Amadís de caer en las manos del emperador, que muy mortalmente los desama, y yo habría pesar de su enojo por el que tan preciado es y por vos, don Florestán, que es vuestro hermano.
—Señora —dijo él—, otros muchos le aman y desean su bien y honra.
—Yo os digo —dijo la reina—, que según he oído, no hay hombre que tanto desame el emperador como a él si no es un caballero que moró un tiempo en casa del rey Tafinor de Bohemia, en tiempo que gentes del emperador lo guerreaban, y aquel caballero que os digo mató en batalla a don Garadán, que era el mejor caballero que en todo el linaje del emperador había y en todo el señorío de Roma, sino en Salustanquidio, este príncipe muy honrado que vino con mandado del emperador a vuestro padre en hecho de vuestro casamiento, aquel caballero que os digo, hizo vencer otro día después que mató a don Garadán por la su gran bondad de armas, otrosí, caballeros del emperador, de los mejores que en toda Roma había, y con estas dos batallas que os digo, hizo aquel caballero quedar libre de la guerra al rey de Bohemia, que con el emperador tenía, donde no esperaba remedio sino de perder todo su reino. Así que en buen día entró en su casa tan noble caballero para sus males remediar.
Entonces les contó la reina Sardamira la razón de las batallas mucho por extenso y cómo la guerra fue partida tanto a honra y provecho del rey Tafinor, así como este libro os lo ha contado, y desde que ella se calló, dijo don Florestán:
—Mi buena señora, ¿sabéis vos cómo ha nombre ese caballero que todas esas cosas pasó a su honra?
—Sí dijo la reina—, que lo llaman el Caballero de la Verde Espada, o el Caballero del Enano, y a cada uno de estos nombres responde él cuando lo llaman, pero bien creído tienen todos que no es aquél su derecho nombre, mas porque dicen que trae una grande espada de un guarnimiento verde y un enano en su compañía, le llaman estos nombres. Y comoquiera que otro escudero contigo trae, nunca el enano de él se parte.
Cuando don Florestán esto oyó fue muy ledo y creyó verdaderamente que Amadís su hermano sería, según las señales de él oía, y así lo creyeron Oriana y Mabilia y don Florestán estuvo una pieza pensando, que tanto que aquellas cortes del rey Lisuarte se partiesen lo iría a buscar. Y Oriana que moría por hablar con Mabilia, dijo a la reina:
—Buena señora, vos venís de lueñe y habéis menester de holgar y será bien que descanséis en las buenas posadas que tenéis.
—Así se haga —dijo ella—, pues que, señora, lo mandáis.
Entonces se fueron todas juntas al aposentamiento de la reina, que muy sabroso era allí de árboles y fuentes como de casas muy ricas, y dejándola allí con sus dueñas y doncellas y don Grumedán, que las hacía servir.
Oriana se tornó a su cámara y apartando a Mabilia y a la doncella de Dinamarca, les dijo cómo creía verdaderamente que aquel caballero que la reina Sardamira dijera, sería Amadís, y ellas dijeron que así lo creían y cuidaban, y Mabilia dijo:
—Señora, ahora es suelto un sueño que esta noche soñaba, que es, que me parecía que estábamos metidas en una cámara muy cerrada y oíamos de fuera muy gran ruido, así que nos ponía en pavor y el vuestro caballero quebrantaba la puerta y preguntaba a grandes voces por vos, y yo os mostraba que estabais echada en un estrado, y tomándoos por la mano nos sacaba a todas de allí y nos ponía en una muy alta torre a maravilla, y decía: "Vos estad en esta torre y no temáis de ninguno", y a esta sazón desperté, y por esto señora mi corazón es mucho esforzado y él os acorrerá.
Cuando esto oyó Oriana, fue muy leda, y abrazóla, llorando de sus ojos, que las lágrimas le caían por las sus muy hermosas faces, y díjole:
—¡Ay!, Mabilia, mi buena señora y verdadera amiga, qué bien me acorréis con vuestro esfuerzo y buenas palabras, y Dios mande por la su merced que así avenga de vuestro sueño como lo decís, y si esto no es su voluntad, que haga de guisa que viniendo Amadís ambos muramos y no quede ninguno de nos vivo.
—Dejaros de eso —dijo Mabilia—, que Dios que también aventurado en las cosas extrañas, le hizo, no le desamparará en las suyas propias, y hablad con don Florestán mostrándole mucho amor, y rogadle que él y sus amigos pugnen cuanto pudieren como no seáis fuera de esta tierra llevada, y que así lo diga a don Galaor de vuestra parte y de la suya.
Mas dígoos que don Galaor, sin que ninguno se lo dijese, estaba ya él en este cuidado, puesto de lo así consejar al rey, y deciros hemos en qué manera. Sabed que el rey Lisuarte fuera a caza y con él don Galaor, y desde que hubieron cazado, yendo el rey por un valle tomó la rienda a su palafrén y pasando todos adelante llamó a don Galaor y díjole:
—Mi buen amigo y leal servidor, nunca en cosa os demandé consejo que bien de ello no me hallase. Ya sabéis el gran poder y alteza del emperador de Roma, que a mi hija envía a pedir para emperatriz, y yo entiendo en ellos dos cosas, mucho de mi pro. La una casar a mi hija tan honradamente, siendo señora de un tal alto señorío, y tener aquel emperador para mi ayuda cada que menester hubiese. Y la otra, que mi hija Leonoreta quedara señora y heredera de la Gran Bretaña, y esto quiero lo hablar con mis hombres buenos por quien he enviado, para ver en este casamiento qué me aconsejaran y en tanto decidme vos aquí donde apartados estamos, si os placerá, qué os parece de esto, que bien conocido os tengo, que en este caso me aconsejareis todo aquello que mucho a mi honra será.
Don Galaor cuando esto 1e oyó, estuvo una pieza, cuidando de sí dijo:
—Señor, no soy yo de tan gran seso ni por mí han patado tantas cosas de esta calidad, que en una cosa de tan gran hecho como esta supiese dar entrada ni salida, y por esto, señor, sea yo excusado de ello si os pluguiere, porque esos que decís con quien se ha de platicar os dirán mucho mejor lo que vuestra honra y servicio sea, porque muy mejor que yo lo alcanzarán.
—Don Galaor —dijo el rey—, todavía quiero que me lo digáis, sino recibiría el mayor pesar del mundo, especialmente que hasta hoy nunca de vos recibí sino mucho placer y servicio.
—Dios me guarde de os enojar —dijo don Galaor—, y pues que todavía os place probar mi simpleza, quiérolo hacer, y digo que en lo que decir que casaréis vuestra hija muy honradamente y con gran señorío, esto me parece muy al contrario, porque siendo ella vuestra sucesora, heredera de estos reinos, después de vuestros días no le podéis hacer mayor mal que quitárselos y ponerla en sujeción de hombre extraño donde mando ni poder tendrá, y puesto caso que alcance aquello que es el cabo de semejantes señoras, que son los hijos de éstos ver casados luego será puesta en mayor sujeción y pobreza que antes, viendo mandar otra emperatriz. En esto que decís de os ayudar de él, cierto señor según vuestra persona y vuestros caballeros y amigos que tanto valen con que habéis adelantado vuestros señoríos y gran fama por el mundo, antes os sería mengua pensar y creer que aquél os había de sacar de necesidades que según sus maneras soberbiosas que dicen todos tiene, tornárseos ya al revés, que siempre recibiríais por mi causa afrentas y gastos muy sin provecho y lo que peor de esto sería, es que como servicio le hicieseis seríais sojuzgado y así quedaríais perpetuamente en sus libros y crónicas, así que, señor, esto que vos por gran honra tenéis, tengo yo por la mayor deshonra que os podría venir, y en lo que decís de heredar a vuestra hija Leonoreta en la Gran Bretaña, éste es un muy mayor yerro, que así acaece, de uno venir muchos, si la buena discreción no lo ataja. Quitaros, señor, este señorío a una tal hija en el mundo señalada viniéndole de derecho, y darlo a quien no lo debe haber, nunca Dios plega que tal consejo y diese y no digo a vuestra hija, mas a la más pobre mujer del mundo no sería en que el suyo se lo quitase. Esto he dicho por la lealtad que a Dios y a vos y a mi ánima debo y a vuestra hija, que por ser yo vuestro vasallo por señora la tengo, y yo me voy mañana, si a Dios pluguiere, camine de Gaula, que el rey mi padre no sé por cuál razón me envió a llamar, y si os pluguiere yo dejaré un escrito de mi mano que hagáis mostrar a todos vuestros hombres buenos de lo que os he dicho, y si caballero hubieres que lo contrario diga, teniéndolo por mejor, yo se lo combatiré y le haré conocer ser verdad todo lo que dicho tengo.
El rey cuando esto le oyó fue muy mal pagado de sus razones, aunque no se lo demostró, y díjole:
—Don Galaor, amigo, pues que vos ir queréis, dejadme el escrito.
Mas esto no lo demandaba él para lo mostrar sino en caso que mucho menester fuese. Así como oído habéis, se fue el rey Lisuarte con don Galaor, hasta que llegaron a su palacio, y aquella noche holgaron con mucho placer, y hablando todos en este casamiento, principalmente el rey que de él mucha gana tenía. Y otro día de mañana don Galaor dióle el escrito, y despidióse de él y de los hombres buenos y partióse para Gaula. Y sabed que la intención de don Galaor en este hecho era estorbar aquel casamiento, porque no sentía ser pro del rey, y que también sospechaba lo de Amadís y de Oriana, hija del rey Lisuarte, aunque ninguno no se lo dijera, y quiso hallarse fuera donde más en ello hablar no pudiese. Conociendo estar ya de todo en todo el rey determinado a lo hacer, y de esto no sabía nada Oriana, y por esto rogaba ella a don Florestán como ya oísteis que lo hablase de su parte a don Galaor, pues así pasaron aquel día como oís en Miraflores, siendo la reina Sardamira espantada mucho de la gran hermosura de Oriana, que no pudiera creer que persona mortal tanto lo fuese, aunque muy menoscabada era de lo que solía por las grandes angustias y tribulaciones de su corazón que muy propincuas le eran, temiendo aquel casamiento del emperador y no sabiendo nuevas del de su amado amigo Amadís de Gaula y no quiso la reina hablara por entonces en hecho de emperador, salvo en otras cosas de nuevas y de placer.