Authors: Garci Rodríguez de Montalvo
—Dios valga —dijo don Bruneo—, ¿y cómo acertará acá venir? Él me dijo que viniese a los más altos árboles de esta floresta, que muerto os hallaría, que él así lo cuidaba según lo que uno de estos traidores le dijo antes que lo matase, y el duelo que por vos hace no se puede contar ni decir.
—¡Ay, Dios! —dijo el Caballero de la Verde Espada—, guardadlo de mal peligro. Decid —dijo a Lasindo— ¿saberme has de guiar a ese monasterio?
—Sabré, dijo él.
Entonces dijo al maestro Helisabad que llevasen a don Bruneo en andas a la villa, y armándose de las armas de don Bruneo cabalgó en su caballo y metióse en la floresta, y Lasindo con él, que el escudo, yelmo y lanza le llevaba, y llegando donde esa noche había dejado el venado debajo del árbol, vieron venir a Angriote en su caballo, la cabeza baja como que duelo hacía, con el cual el de la Verde Espada gran placer hubo, y luego vio venir en pos de él cuatro caballeros muy bien armados que a altas voces le decían:
—Esperad, don falso caballero; conviene que la cabeza perdáis por las que tajaste a los que mucho más que vos valían.
Angriote volvió su caballo contra ellos y embrazó su escudo y quiso de se ellos defender sin que el de la Verde Espada viniese. El cual ya tomara sus armas y fue cuanto el caballo llevarlo pudo, y llegó a Angriote antes que a los otros llegase, y dijo:
—Buen amigo, no temáis, que Dios será con vos.
Angriote cuidó por las armas que don Bruneo era de muy alegre sin comparación fue, mas el de la Verde Espada hirió al primero que delante los otros venía, que era Brandasidel, aquel con quien ya ajustara e hiciera llevar la cola del caballo en la mano caballero al revés, como ya oísteis, que era uno de los más valientes en armas que en toda aquella comarca se hallaba, y encontróle por cima del escudo so la falda del yelmo en el pecho, tan fuertemente que lo lanzó de la silla en el campo, sin que pie ni mano bullese, y los otros hirieron a Angriote y él a ellos, así como aquél que muy esforzado era, mas el de la Verde Espada puso mano a ella y metióse con tanta saña entre ellos, hiriéndolos de tan fuertes golpes, que de un golpe que al uno dio por cima del hombro no pudieron tanto las armas resistir que cortadas no fuesen con la carne y con el hueso, así que cayó a los pies de Angriote, que mucho se maravillaba de tales heridas que no pudiera él creer que tanta bondad en don Bruneo hubiese, que ya había él derribado otro. El que quedaba solo vio venir contra sí al de la Verde Espada, y no lo osando atender comenzó de huir al más no correr del caballo, y el de la Verde Espada iba tras él por le herir, y el otro con el gran miedo erró un paso de un río y cayó en el hondo, así que saliendo el caballo, el caballero con el peso de las armas ahogado fue; entonces, dando el escudo y el yelmo a Lasindo se tornó para Angriote, que espantado estaba de su gran valentía, cuidando que don Bruneo fuese como ya os dije, mas llegando cerca conoció que era Amadís y fue contra él los brazos tendidos, dando gracias a Dios que se lo hiciera hallar, y el de la Verde Espada asimismo fue a lo abrazar, viniendo al uno y al otro las lágrimas a los ojos de buen talante que se mucho amaban, y el de la Verde Espada le dijo:
—Ahora parece mi señor aquel leal y verdadero amor que me habéis en me buscar tanto tiempo con tantos peligros por tierras extrañas.
—Mi señor —dijo—, no puedo tanto hacer ni trabajar en vuestra honra ni servicio que a más vos no sea obligado, pues que me hicisteis haber aquélla que sin ella no pudiera yo sostener la vida, y dejemos esto, pues que la deuda es tan grande que a duro se podrá pagar; mas decidme si sabéis las desventuradas nuevas de vuestro gran amigo don Bruneo de Bonamar.
—Ya las sé —dijo el de la Verde Espada—, y sin de buenaventura, pues Dios por su merced quiso que en tal sazón yo lo hallase.
—Entonces le contó por cuál guisa lo hallara y cómo le dejaba en guarda del mejor maestro que en el mundo había con seguridad de la vida. Angriote alzó las manos al cielo, agradeciendo a Dios que así lo había remediado. Entonces movieron para se ir, y pasando cabe los caballeros que había vencido hallaron el uno de ellos que vivo estaba, y el de la Verde Espada se pasó sobre él, y díjole:
—Mal caballero que Dios confunda, decid por qué a sin guisado queréis matar a los caballeros andantes; ¡decidlo luego, si no tajaros he la cabeza!; y si fuisteis vos en el mal del caballero que traía estas armas que yo tengo.
—Eso no lo puede negar —dijo Angriote—, que yo lo dejé con otros dos en su compañía con don Bruneo y después hallé los dos que se alababan que habían muerto a don Bruneo, el cual los llevaba para les ayudar diciéndole que les querían quemar una hermana suya. Así que todos debieron ser en la traición, porque don Bruneo se fue con ellos a salva fe por socorrer las doncella que no pereciese, y yo me fui con un caballero viejo que esa noche nos había albergado, por le hacer tornar un hijo suyo que preso le tenían en unas tiendas acá suso en una ribera, y avínome también que se lo hice dar, y metí en su prisión al que preso se lo tenía, y en esta manera nos partimos el uno del otro. Ahora diga éste por qué le hicieron tan grande aleve.
El de la Verde Espada dijo a Lasindo:
—Desciende y tájale la cabeza, que traidor es.
El caballero hubo gran miedo, y dijo:
—Señor, merced por Dios, que yo os diré la verdad de lo que pasó. Sabed, señor caballero, que no supimos cómo estos dos caballeros buscaban al Caballero de la Verde Espada, que nosotros mortalmente desamamos, y sabiendo cómo eran sus amigos acordamos de los matar, y no lo pensando acabar tomándolos juntos movimos aquellas razones que este caballero ha dicho, y yendo nuestro camino con achaque de librar la doncella hablando, desarmadas las cabezas y las manos, llegamos a aquella fuente de las altas hayas, y en tanto que el caballero daba a beber a su caballo, tomamos las lanzas, y yo que cabe él estaba arrebatéle la espada de la vaina, y antes que él se pudiese valer lo derribamos del caballo y dímosle tantas heridas que por muerto lo dejamos, y así creo yo que él lo estará.
El de la Verde Espada le dijo:
—¿Por qué razón me desamáis, que tal aleve cometisteis?
—Y cómo —dijo él—, ¿vos sois el Caballero de la Verde Espada?
—Sí soy —dijo él—, y veis aquí la traigo.
—Pues ahora os diré lo que preguntáis: bien se os acordará cómo habrá un año que pasasteis por esta tierra y combatióse con vos aquel caballero que allí muerto yace —y tendió la mano contra Brandisel—, que era el más recio y fuerte caballero de toda esta tierra, y la batalla fue ante la hermosa Grasinda, y Brandasidel con gran soberbia puso la ley que el vencido había de guardar, la cual era que cabalgando aviesas en el caballo y el escudo al revés y la cola del caballo en la mano por freno pasase ante aquella hermosa dueña por medio de una villa suya, lo cual Brandasidel, como vencido, le convino cumplir con gran deshonra y mengua suya. Y por está deshonra que le hicisteis os desamaba él de muerte y todos aquéllos que sus parientes y amigos somos y caímos en aquel yerro que habéis visto. Ahora mandadme matar o dejad vivo, que dicho os he lo que saber queríais.
—No os mataré —dijo el de la Verde Espada—, porque los malos viviendo mueren muchas veces y pagan aquello que sus malas obras merecen, que según vuestras mañas así se cumplirá como lo digo.
Y mandó a Lasindo que tomase un caballo de aquéllos que sueltos andaban para llevar el venado, y desenfrenando los otros caballos corriéndolos por la floresta se fueron contra la villa, donde pensaban hallar a don Bruneo, y llevaron ante sí en el caballo el venado. Y el Caballero de la Verde Espada había gran sabor de preguntar a Angriote por nuevas de la Gran Bretaña, y él le contaba las que sabía, aunque ya había año y medio que él y don Bruneo de allá en su demanda de él había partido, y entre las otras cosas le dijo:
—Sabed, mi señor, que en casa del rey Lisuarte queda un doncel, el más extraño y más hermoso que se nunca vio, del cual Urganda la Desconocida ha hecho por su carta saber al rey y a la reina las grandes cosas si vive a que ha de pujar, y contóle cómo el ermitaño lo criara sacándolo de la boca de una leona y en la forma que el rey Lisuarte lo halló, y díjole de las letras blancas y coloradas que en el pecho tenía, y cómo el rey lo criara muy honradamente por lo que Urganda dijera, y cómo de más de ser el doncel tan hermoso de buen donaire era muy bien acostumbrado en todas sus cosas.
—¡Dios val! —dijo el Caballero de la Verde Espada—, de muy extraño hombre me habláis, ahora me decid qué edad habrá.
—Puede ser hasta doce años —dijo Angriote—, y él y Ambor de Gandel, mi hijo, sirven ante Oriana, que nunca merced les hace tanto es bueno su servicio, tanto que en aquella casa del reino no hay otros tan honrados ni mirados como ellos. Pero muy diferente son en el parecer, que el uno es más hermoso que se hallar podría, y muy mejor acostumbrado, y Ambor me semeja muy perezoso.
—¡Ay, Angriote! —dijo el Caballero de la Verde Espada—, no juzguéis a vuestro hijo en la edad que ni bien ni mal puede alcanzar a saber, y dígoos, mi buen amigo, que si él de más días fuese y Oriana me lo quisiese dar, que lo traería yo conmigo y haría caballero a Gandalín, que tanto tiempo ha que me sirve.
—Así Dios me salve —dijo Angriote—, eso merece él muy bien, y creo que la caballería será en él muy bien empleada, como en uno de los mejores escuderos del mundo, y siendo el caballero y mi hijo entrado a vos servir en su lugar, entonces perdiera yo la sospecha que tengo y sería puesto en gran esperanza que de vuestra compañía saldría en tal que mucha honra diese a su linaje, y dejémoslo ahora hasta su tiempo, que Dios lo enderece.
Y luego le dijo:
—Sabed, señor, que don Bruneo y yo hemos andado por todas las partes de estas ínsulas de Romania, donde hallamos grandes cosas que en armas habéis hecho, así contra caballeros muy soberbios como contra fuertes y esquivos gigantes, que todas las gentes que lo saben quedan con espanto en ver cómo pudo un cuerpo de hombre solo tales afrentas y peligros sufrir, y allí supimos de la muerte del temeroso y fuerte Endriago que nos habéis hecho mucho maravillar como osasteis acometer al mismo diablo, que así nos dicen que es su hechura y que ellos lo engendraron y criaron, como quiera que hijo de aquel gigante y su hija fuese, y ruégoos, mi señor, que me digáis cómo con él vos hubisteis, por oír la más extraña y fuerte cosa que nunca por hombre mortal pasó.
Y el Caballero de la Verde Espada le dijo:
—De esto que preguntáis son mejores testigos que yo Gandalín y el maestro que de don Bruneo cura. Y ellos os lo dirán.
Así hablando como oís, llegaron a la villa, donde con mucho placer de Grasinda recibidos fueron, siendo ya Angriote avisado que lo no había de llamar por otro nombre sino de la Verde Espada, y hallaron piezas de caballeros armados que por mandado de Grasinda los querían ir a buscar, y tomándolos ella consigo los llevó a la cámara del Caballero de la Verde Espada, donde tenía en un lecho a don Bruneo de Bonamar. Y cuando entraron dentro y lo hallaron en buena disposición, quién os podría decir el placer que a sus ánimos vino en se ver todos tres juntos, y así lo había aquella señora muy hermosa, teniéndose por mucho honrada de ser en su casa y en guarda de caballeros tan preciados, donde hallaba la guarida y reparo que a duro en otra parte no podrían hallar, y luego fue cuando Angriote de la herida de su pierna, que mucho enconada, con el camino y con la fuerza que en la batalla de los caballeros puso, traía, y en otra cama junto con la de don Bruneo fue echado, y cuanto hubieron comido aquello que el maestro mandó, saliéronse todos fuera por dejar dormir y sosegar y dieron de comer al Caballero del Enano en otra cámara, y allí estuvo contando a Grasinda la bondad y gran valor de aquéllos sus muy leales amigos, y desde que hubo comido, ella se fue a sus dueñas y doncellas, y el de la Verde Espada sus compañeros, que los mucho amaba, a los cuales halló despiertos y hablando. Mandó juntar su lecho con los suyos y allí holgaron con mucho placer hablando en muchas cosas porque habían pasado, y el Caballero de la Verde Espada les contó el don que a la dueña había prometido, y lo que ella le demandó, y cómo aderezaba para ir por la mar a la Gran Bretaña, de que mucho a don Bruneo y Angriote plugo, porque ya ellos habiendo hallado a aquel que demandaban deseaban volver a aquella tierra. Estaban, pues, así como la historia cuenta en casa de aquella hermosa dueña Grasinda, el de la Verde Espada y don Bruneo de Bonamar y Angriote de Estravaus con mucho placer, y cuando fueron en disposición que sin peligro de sus personas estar pudiesen en la mar, ya la flota estaba guarnecida de viandas para un año y de gente de mar y de guerra, tanto cuando convenía.
Y un domingo de mañana, en el mes de mayo, entraron en las naves y con buen tiempo comenzaron a navegar la vía de la Gran Bretaña.
Cómo llegaron a la alta Bretaña la reina Sardamira con los otros embajadores que el emperador de Roma enviaba para que se llevasen a Oriana, hija del rey Lisuarte, y de lo que les acaeció en una floresta donde se salieron a recrear con un caballero andante que los embajadores maltrataron de lengua, y el pago que les dio de las desmesuras que le dijeron.
Los embajadores del emperador Patín, que en la Lombardía eran llegados, hubieron barcas y pasaron en la Gran Bretaña y aportaron en Fenusa, donde el rey Lisuarte era, del cual con mucha honra fueron muy bien recibidos, y les mandó dar muy abastadamente buenas posadas y todo lo ál que menester habían. Y a esta sazón eran con el rey muchos hombres buenos y atendía a otros por quien había enviado por haber consejo con ellos, de lo que en el casamiento de su hija Oriana haría, puso plazo a los embajadores de un mes para les dar la respuesta, poniéndoles en gran esperanza de que sería tal con que alegres fuesen. Y acordó que la reina Sardamira, que allí el emperador con veinte dueñas y doncellas había enviado para que a Oriana por la mar hiciesen compañía y la sirviesen que se fuese a Miraflores, donde ella estaba, y le contase las grandezas de Roma y la gran alteza en que sería con aquel casamiento, mandó tantos reyes y principes y otros muchos grandes señores. Esto hacía el rey Lisuarte porque de su hija conocía tomar mucho contra su voluntad aquel casamiento y porque esta reina, que muy cuerda era, la atrajese a ello; pero a esta sazón era Oriana tan cuitada y con tan gran angustia, que el entendimiento y la palabra le faltaban, cuidando que su padre contra toda su voluntad la entregaría a los romanos, por donde a ella y a su amigo Amadís la muerte sobrevendría. Pues la reina Sardamira partió para Miraflores y don Grumedán, por mandado del rey, con ella, para que le hiciese servir, e iban en su guarda caballeros romanos y de Cerdeña, donde ella era reina. Y así acaeció que estando en una ribera verde y de hermosas flores esperando que la calor del sol pasase, los sus caballeros, que preciados en armas eran, pusieron sus escudos fuera de las tiendas, y eran cinco, y don Grumedán les dijo: