El entrenador..., intentó decir Ariel. El entrenador está al corriente de que vamos a tener esta conversación. La aprueba él y la aprueba el presidente, que en estas cosas jamás interviene.
Me están echando, pensó Ariel. Como se aparta la ropa vieja. Le molestó que lo hicieran la semana en que no podía defenderse en el campo. Que ni siquiera podría utilizar la rabia para motivarse en la cancha. Lesionado, parecía tener menos argumentos en su defensa. Y no quería defenderse. Le oyó hablar del futuro, de un equipo más ambicioso. Ariel pensó la culpa es mía, no he dado lo suficiente, las cosas no han salido bien.
No te calientes la cabeza, yo sé lo que siente un jugador cuando escucha las cosas que yo te estoy diciendo. Yo era como tú hace cuatro días. Sería un error aferrarte a tu contrato y perder los mejores años de tu carrera, es posible que en otro sitio las cosas te vayan mejor y puedas volver más maduro, más hecho como jugador.
¿Estamos hablando de una cesión a otro equipo?
No estamos hablando de nada, tienes veinte años, hay que ver cómo van las cosas, éste es un tropiezo sin importancia.
No sé, hay algo que no comprendo, dijo Ariel. Yo miro al equipo y no creo que mi aportación sea la más problemática, al revés, veo que por ahí nos han salido cosas bien, que la gente me estima. A la gente no te la has metido en el bolsillo, le dijo Pujalte. Eso también cuenta. Te estoy hablando de que queremos revolucionar el equipo. Las cosas en España son muy diferentes a la Argentina. Aquí el público no cree en los colores ni en sentimentalismos, tienes que venderles al empezar la temporada que nos vamos a comer el mundo, si no nos comen a nosotros. No podemos decirles que este año es una buena inversión para el año que viene o para el siguiente, lo quieren ya. Te voy a ser sincero. Tenemos otro jugador en tu posición, un nombre que traerá ilusión a la gente, novedad. No digo que tú no la cubras con dignidad, pero no creo que seas un jugador para quedarte de suplente. Por eso te hablo tan claro, de hombre a hombre, no quiero que te enteres por ahí de nuestras negociaciones. Ariel asintió. Por un momento parecía que hasta tenía que agradecer la deferencia. Y quizá era así.
Equipos no te van a faltar, dame unas semanas, déjame moverme por el mercado y nos volvemos a reunir, ¿vale? Ariel se sintió estúpido al levantarse ayudado por la muleta. Impedido. Definitivamente el momento elegido era inoportuno. Me temo que esta conversación no va conmigo, sería mejor que hablaran con mi representante. A mí me pagan por demostrar lo que soy en el campo, no para aguantar reuniones en los despachos, dijo Ariel antes de salir.
Quizá sea precisamente eso, necesitas más descanso, más concentración, menos distracciones, más sentirte un futbolista...
El director deportivo habló a su espalda. Ariel estaba a punto de echarse a llorar y no quiso volverse para mirarlo, ni interrogarlo para saber si se refería a algo concreto. Llamó a su hermano desde casa, le contó todo.
Charlie le tranquilizó. Son cosas que se dicen. Deja que nos ocupemos los demás. ¿Pero las cosas van tan mal? ¿Por qué no me lo dijiste? Eso es lo que más me da bronca, Charlie, que yo no pensaba que las cosas estuvieran yendo mal.
Esa tarde le relajó tumbarse en el sofá a ver pasar las horas, sin implicarse en una conversación con Sylvia, tan sólo acariciar los rizos de su pelo mientras ella miraba sus apuntes de clase. Envidió sus ocupaciones. No quiso contarle nada. Ella le preguntó ¿tendrás vacaciones en Semana Santa? Aún no lo sé, dijo él.
Le dejaba un poso agridulce encontrarse consolado por ella cuando en los últimos días había planeado distanciarse. Después de conocer su cuarto de estudiante, a hurtadillas para no despertar al padre que roncaba, Ariel había caído en la cuenta del disparate que cometía. Ella tiene dieciséis años. Pósters en la pared, un peluche en la cama. Allí estaba él, en el hotel antes de un partido, repasando apuntes de estudio entre bromas, mientras ella le confesaba que le había bajado el periodo. Días después llegó Marcelo a Madrid para dar un concierto de presentación de su nuevo disco. Lo telefoneó, no podés faltar.
Ariel acudió a un local de conciertos, la sala Galileo. Marcelo le había reservado una mesa. Ariel no quiso invitar a Sylvia. Estaba decidido a distanciarse, frenar esa locura. Ariel esperó en la barra hasta que llegó Reyes. Había conseguido su teléfono por Arturo Caspe. Perdona, no quiero molestar, pero la otra noche me puse en ridículo y quería disculparme, ahora sabía que ella era una modelo bastante conocida. No hace falta, qué tontería. Ariel le explicó que un amigo de Buenos Aires actuaba en Madrid, y me encantaría invitarte. Ella sonrió al otro lado de la línea, Ariel pensó es una chica interesante, esa manera de fumar casi suicida. ¿Aún tienes ese lunar en la cara?, preguntó ella. Sí, creo que sí. Entonces no puedo decir que no, contestó Reyes. ¿Estaba tonteando con él? Ariel se sintió animado, eso era lo que necesitaba. Puedes venir con tu pareja, claro.
Pero ella acudió sola.
El local estaba repleto de gente, la mayoría argentinos, lo que luego expresó con frustración Marcelo, no vengo hasta acá para cantar para los que ya me conocen, ¿dónde coño están los españoles? Para triunfar en España tienes que venirte a vivir aquí, le dijo a Ariel. Y a eso me niego, porque luego los españoles te desprecian porque te consideran uno de los suyos. Pero todo eso sucedió al final del concierto, el inicio fue un Marcelo exultante que cantó acompañado por un grupo de cuatro buenos músicos, vestido con un traje negro, camisa blanca y una corbata con los colores de San Lorenzo.
Tiene gracia actuar en un sitio llamado Galileo, habló tras las dos primeras canciones. Espero que no me quemen en la hoguera. Mirá vos que es difícil no acabar en la unidad de quemados de la historia de la música, ¿cierto? Y lo digo yo, que cumplo en septiembre los cuarenta y cinco. Ahora les voy a cantar una respetuosa versión de la canción que escucho al despertarme desde hace casi veinte años. Así presentó su traducción de «Tañen las campanas de la libertad», un viejo clásico de Dylan, que Marcelo versioneó en castellano durante ocho minutos largos. Ariel se inclinó sobre Reyes. ¿Te gusta?, le preguntó. Ella asintió con la cabeza. Era preciosa, los pechos asomaban por los botones sueltos de su camisa blanca recogidos en un fino sosten negro, tan modelados que Ariel se preguntó si no serían de plástico. Hacia el final del concierto, Marcelo le dedicó a Ariel una canción tras una parrafada larga en la que habló de su amistad. Trátenlo bien acá, pidió.
Tomaron una copa con Marcelo, pero luego Reyes dijo mañana madrugo. Ariel quedó con Marcelo para comer al día siguiente. Reyes pidió un taxi por teléfono y Ariel se ofreció a acompañaría a casa. Al salir, un fotógrafo los sorprendió. Los flashazos de la cámara eran como disparos en la oscuridad. Ariel levantó la muleta para quitárselo de encima, pero el tipo reculó. Subieron al taxi y se alejaron de allá. El fotógrafo aún les disparó a través del cristal de la ventanilla. El taxista dijo algo que Ariel no entendió. Veo que eres muy famosa. Me temo que iban por ti, dijo ella. No sé, dijo él. Ella vivía cerca del centro. Ariel volvió a disculparse por la noche anterior. Vamos, tampoco me asusté, bromeó ella. En el fondo es hasta halagador, a lo mejor eres tú el que no estás acostumbrado a que te rechacen. Ariel sonrió. ¿Tu novio trabaja en esto? Sí, es fotógrafo, pero no del tipo que acabamos de ver. Ya. Ariel estaba inquieto, ¿y qué hacen luego con estas fotos? Suelen aparecer en una revista con una entrevista inventada donde decimos que sólo somos buenos amigos y que tú quieres recuperarte pronto de la lesión para darles más satisfacciones a los aficionados. La mierda habitual. Mi novio ya estaba advertido, pero como sabe que los futbolistas no son mi tipo me dio permiso, tú puede que tengas más problemas. ¿Sales con alguien?
Ariel tardó en contestar. No, bueno, estoy dejándolo con una chica. No sé, es una historia extraña. Reyes le miró interesada. Ariel guardó silencio, algo incómodo. ¿Quieres tomar una última? Al lado de casa hay un bar tranquilo. Ella le indicó al taxista, que volvió a hablar entre dientes, pero esta vez Ariel sí le entendió, así te vas a recuperar de la lesión, menudos golfos, cómo viven. Ariel alzó las cejas en dirección a Reyes, ella sonrió. Las chicas os interesan más que el balón. Obvio, ¿a usted no?, le respondió Ariel. A mí las mujeres me parecen todas unas hijas de puta, y la mía la que más. Reyes tosió atragantada. Esto es lo que yo llamo hablar claro.
Fueron a una cervecería irlandesa que hacía esquina. Sentados a una mesa de madera, Ariel le contó parte de su historia con Sylvia. No le ocultó que ella tenía dieciséis años. A los dieciséis años, yo aún me enamoraba de los profesores de gimnasia, le dijo ella, y estaba segura de que George Michael me vendría a buscar a la salida del instituto. Supongo que has hecho realidad una de sus fantasías y eso puede ser peligroso.
Me aterra, dijo él. Aunque Sylvia no es una adolescente viviendo en un cuento. Cuidado, las chicas sabemos disimular bien, le advirtió Reyes. Un rato después lo dejó allí con la cerveza a medio terminar, le regaló dos besos en la mejilla y la promesa de encontrarse otro día. Ariel esperó un taxi en la calle, le hubiera gustado acostarse con ella, sumergirse en otros brazos y otro cuerpo que le mantuvieran lejos de Sylvia.
Al día siguiente comió con Marcelo Polti en un restaurante de la Cava Baja. Invitó a Ronco y hubo química instantánea entre ellos, aunque Ronco empezó fuerte. Antes del primer plato ya le había dicho, me carga el típico cantautor argentino modelo coñazo pretencioso y más si se considera heredero de ese plasta católico de Dylan. A mí me gusta Neil Young.
Gente sin pose. Dylan es un ególatra que come hamburguesas y hace canciones demasiado largas que se le ocurren mientras va en moto. Marcelo se echó a reír estruendoso, ¿este tipo es un tarado? Dylan es Dios. Marcelo le daba vueltas a componer una ópera rock, sé que suena fatal, sí, reafirmaron ellos, sobre una turista suiza de veintiocho años que viajaba sola por la Argentina y había desaparecido tras salir de paseo en Pagancillo, en La Rioja, sin dejar rastro. No se sabía nada de ella desde hacía seis meses. Marcelo quería centrar las canciones en el padre, un profesor de alemán jubilado que había llegado al país para tratar de encontrarla. Su visión puede ser perfecta para resumir la Argentina, eso necesitamos, una mirada suiza. Se puede contar la belleza natural, la mierda social, la corrupción, todo.
Marcelo maldecía, poco después, el pedazo de carne que le habían servido. En esta basura es en lo que se va a convertir la carne argentina como sigan abriendo campos de soja y cerrando potreros o convirtiéndolos en agujeros donde se hacinan las vacas. La vaquita necesita vivir suelta y no engordada como aquí en Europa a inyecciones.
Y si Ronco le llevaba la contraria de nuevo, él le decía, pero, pibe, vos tenes una voz preciosa, me tenés que hacer dúo en el próximo disco, qué voz, loco, parece que te pasaron por un protools estropeado.
En los postres Marcelo se refirió a Reyes, felicidades por la muchacha de anoche, la que trajiste al concierto, qué pedazo de pibón, pero Ariel aclaró que no salían juntos. Ronco se interesó por ella. Ariel les contó lo del fotógrafo a la salida del local. No lo dudes, si Arturo Caspe sabía adonde ibais los llamó él, sentenció Ronco. Ese hijo de puta vive de vender favores. Ya te lo dije, son vampiros, necesitan sangre virgen cada noche. Marcelo había encontrado a Ariel más serio. El culpó a la lesión. No quiso hablarles de las malas noticias del club ni de su relación con Sylvia, a la que estaba decidido a abandonar. Pero Marcelo podía ser un hombre insistente, desde el mismo restaurante llamó a un amigo suyo que trabajaba de analista en Madrid y le envió a Ariel esa misma tarde. Ronco se reía a carcajadas, los españoles no vamos al analista, nos emborrachamos en un bar, todos los camareros tienen el título de psiquiatría por la Gin Tonic University.
Ariel se sentó frente a un doctor llamado Klimovsky que no quiso dedicar aquella primera sesión más que a hablar con relajo, lo que se tradujo en una avalancha de datos sobre su propia vida. Era analista, pero también escribía guiones de cine y pintaba. Los cuadros que adornaban la consulta eran la terrible consecuencia de esa afición en apariencia inofensiva. Apenas permitió a Ariel decir otra cosa que no fueran monosílabos y aunque quedaron en verse la semana siguiente, Ariel dudaba si volver. En uno de los cuadros de la consulta un pez salía de la vagina de una mujer con la cara pintada de arlequín y esta visión provocó pesadillas en Ariel durante gran parte de la tarde.
Al día siguiente acudió sin muleta al final del entrenamiento. Se sentía bien después del masaje y quería conocer la opinión del entrenador. Ayer me dijeron que no cuenta conmigo para el año próximo, le dijo en un momento en que se acercó a saludarle a la banda. ¿Quién te ha dicho eso? La sorpresa sonaba falsa. El club exige, yo por mi parte tendría otras prioridades, le trató de convencer Requero. Me dicen que hay alguien fichado para mi posición. Primera noticia, yo no sé nada. De las cosas que más desagradaban a Ariel en estas situaciones era la cobardía. Hubiera preferido una autoridad mayor o al menos un gramo de sinceridad, aunque fuera perjudicial para él. Pero el entrenador lo esquivaba.
Sólo quería saber si usted cuenta conmigo, porque voy a luchar por quedarme en el equipo. El entrenador le miró con una sonrisa insignificante y asintió con la cabeza. Como si apreciara la actitud. No se ahorró decir una estupidez, me gusta la gente con ese carácter. Mientras formes parte de la plantilla del equipo no dudes jamás que serás mi jugador.
De modo automático Ariel lo introdujo en la lista de personas despreciables que había conocido en su vida. No era una lista demasiado larga, pero incluía a aquellos que habían eludido su responsabilidad cuando tocaba dar la cara, que habían sido falsos, interesados, traidores, en los momentos en que uno más indefenso estaba.
Amílcar lo invitó a comer. En el coche hablaron. Intuía que algo así estaba pasando. No te dejes liar, le dijo Amílcar, escucha lo que tienen que decirte y déjate de actitudes nobles y cosas así. Si te ofrecen un buen equipo, márchate, cobra tu ficha y juega a gusto, que nuestra vida es muy corta. A lo mejor regresas convertido en un ídolo, no sería la primera vez que pasa. Ariel levantó la cara hacia él. Tú sabes tan bien como yo que hay equipos de los que nunca vuelves, que ya sólo te ofrecen la oportunidad de ir bajando en el escalafón. A lo mejor para eso prefiero volverme a Buenos Aires. Ni siquiera me han dado tiempo para demostrar nada.