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Authors: David Trueba

Tags: #Drama

Saber perder (57 page)

BOOK: Saber perder
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Era un caserón con un amplísimo jardín que daba al mar. Allí habían preparado un asado masivo y no faltaban cubetas llenas de latas de cerveza y refrescos. No se sentaron a comer hasta bien tarde. Aún llegaba algún jugador que había tenido entrenamiento por la mañana. La idea era que todos salieran al día siguiente bien temprano en avión a sus diferentes destinos y dejar así que la fiesta se extendiera toda la noche. Era una celebración ya casi tradicional. Sí, como el día de Acción de Gracias, bromeaba el anfitrión, el Tigre Lavalle, un veterano jugador con barba corta.

La ausencia de mujeres era absoluta. Algunos jugadores bromearon con ello. La familia del anfitrión residía en otra casa en la ciudad, ésta sólo la utilizaban algunos fines de semana. Tenía chicos estudiando, ya mayores, he dado al mundo un par de españoles, se quejaba el Tigre. Un defensa que jugaba en un equipo andaluz le pidió a Ariel su camiseta, tengo un hijo que colecciona todas las de los argentinos en España, es un enloquecido, le falta la tuya y la de aquel hijodeputa, pero a ése no se la pienso pedir, lo dijo en un tono lo suficiente elevado como para que el mencionado le oyera y se riera del comentario.

Había música constante que salía de los altavoces orientados hacia el jardín. La temperatura era agradable. El Pitón Tancredi salió de la casa con una guitarra y se puso a cantar canciones de Vicentico, algunos coreaban, otros desafinaban de modo lastimoso. La canción hablaba de un barco y era sentimental y triste. Había también tres españoles, buenos amigos del anfitrión, también dos uruguayos que eran víctimas de las bromas de los demás. Ariel le preguntó al Pitón si sabía alguna canción de Marcelo Polti. ¿Te gusta ese tipo?, no jodás. Pero luego tocó un fragmento de «Cara de nada», la canción más exitosa de Marcelo.

Sobró comida y la mesa entera estaba regada de botellas de ron, whisky y ginebra. Uno de los españoles, que era directivo del equipo del Tigre, se empeñó en traer chicas. Tenía gracia, era bajito y, con una sonrisa contagiosa, fumaba un puro corto y robusto. Llamó por teléfono a un amigo ex jugador que tras retirarse había montado dos enormes prostíbulos no lejos de allí. Todos le escuchaban hablar por el móvil sin acabar de saber si aquello era una broma o iba de veras. Sí, sí, treinta chicas está bien, pero que sean guapas, no me mandes cualquier cosa. Luego salió para indicarle al conductor del minibús el camino hasta un club de carretera que nombró como Venus o Afrodita o un nombre similar. Una hora después, cuando ya casi todos se habían olvidado del asunto, se oyó el ruido del minibús que se acercaba hasta la puerta. Me ha prometido que reuniría a las mejores putas de la zona, decía el directivo, es un chico estupendo, era un jugador de la casa, salió de un pueblín de Orense. Dijeron el nombre, pero a Ariel no le resultaba familiar.

Entró una treintena de jóvenes que se unieron a la fiesta. Se repartían en grupos. Las había latinas, pero abundaban las eslavas. Treinta y tres, contó alguno. Los hombres se ocupaban de servirles de beber, de repartir las sillas. Había gente sentada en los escalones de la terraza, los más frioleros estaban en el salón, distribuidos por los sofás, algunos aún tumbados en la hierba aunque refrescaba tras esconderse el sol.

Sacaron la tarta de cumpleaños con las velas, sorpresa que guardaban para el Tigre y algunos fueron a buscar sus regalos abandonados a la entrada de casa. Casi todos eran objetos de broma. Hubo una muñeca hinchable, varios baberos, dos gorras, una caja de puros, tres cocteleras, pensáis que soy un alcohólico, gritó entre aplausos mientras los abría, una camiseta de la selección argentina y una bandera del país tamaño reducido. Ariel le había comprado un libro que provocó el desconcierto generalizado, ¿quién fue el pelotudo que le trajo un libro a este que es famoso por no leer nada?, Ariel levantó la mano y todos le aplaudieron.

La noche avanzó sin dejar de sonar la música y las voces. Había hombres que intimaron con las elegidas entre el grupo de mujeres. Otros se mantenían al margen, yo estoy felizmente casado, dejate de joder.

Algunos bailaban o cambiaban la música a cada rato. Ariel se descubrió intercambiando miradas con una chica de rostro finísimo y ojos claros. Al encontrarla en la escalera camino del baño se sentó a charlar con ella.

Se llamaba Irina y hablaba buen castellano. Tenía veintitrés años. En un rincón del salón, una de las chicas se la chupaba al directivo reclinado en el suelo entre cojines. Se le había apagado el puro en los labios, la cabeza apoyada contra la pared. Ariel se apartó con Irina.

Encontraron un dormitorio libre. La chica sacó los preservativos de su bolso. Era en extremo delgada y llevaba una cadenita finísima de plata con un corazón diminuto alrededor de la cintura. Hacía casi cuatro meses que trabajaba en España, primero en la Costa del Sol, pero cada mes la cambiaban de local. En Galicia había recalado la semana anterior, le explicó a Ariel mientras se untaba la vagina de crema dilatadora.

Ariel escapó de la fiesta cuando oyó a alguien anunciar que llegaba un taxi. Aún quedaba gente desperdigada por el jardín o caída entre los cojines del salón. Se despidió con un abrazo del Tigre y compartió el taxi con dos compañeros. De vuelta hablaban de la fiesta. La del año pasado estuvo mejor, lo de las chicas quita encanto. Es un horror, el puto ese lo jodió trayéndolas. Bueno, ¿tú te encamaste con una? ¿Cómo te fue?

Bah, bien. Pero tú eres joven, tenés que aprovechar, la vida dura lo que un pedo en la mano.

Ariel ofreció dinero a Irina, pero ella le había dicho que todo estaba ya pagado. Aun así le dejó el billete dentro del bolso cuando se despidieron. En el hotel, Ariel revisó su móvil. Tenía un mensaje de Sylvia. Aparecía siempre para golpearle la cara con su sencillez, su pureza. Te quiero, decía el mensaje, quiero estar contigo.

Pujalte le pregunta cuando lo ve levantarse, ¿cómo va ese tobillo? Bien, se limita a responder. Esas fotos podrían perjudicar a una persona inocente, se atrevió a decir Ariel antes de irse, no creo que sea... Olvídate de las fotos, le interrumpió el gerente, como si no existieran. Ariel asintió con la cabeza, estuvo a punto de dar las gracias, por suerte se contuvo. Ariel sale del despacho cabizbajo. Posa el tobillo sin problemas. Mañana se entrenará con normalidad. Empezará de nuevo a golpear el balón. Echaba de menos el balón. De niño su padre para castigarle encerraba bajo llave la pelota en un armario del dormitorio. Cuando le levantaba la pena, Ariel recuperaba la pelota y se pasaba la tarde chutándola contra la fachada de ladrillo donde durante años hubo una pintada que nadie borró: Perón vive. Si corre el balón todo es fácil.

Sylvia entrega la hoja de examen con gesto ausente. No cruza la mirada con el profesor, que, sentado, agrupa los folios sobre la mesa. Vuelve a su pupitre y recoge las cosas. No siente la mirada de don Octavio clavada en su espalda, sorprendido al recibir la hoja en blanco. Al final del pasillo algunos compañeros se han agrupado para comentar las preguntas.

Sylvia se une a ellos, pero no participa de la conversación. A la salida se reúnen en los bancos de un parque cercano. Alguien le ha comprado unas cervezas a un chino. Resulta agradable relajarse bajo el sol.

Algunos hablan de vacaciones en Semana Santa. Un grupo quiere irse de acampada, al menos un par de días. Otro cuenta que su padre le obliga a ir al pueblo para la procesión, yo lo hago por él, por él y por mi abuelo, pero no veas qué coñazo. Habría que verte con el capirote, bromea otro. ¿Y por seguir la tradición tú también obligarás a tu hijo? Supongo que le coges cariño, es un rito, dice sin demasiada pasión.

Sylvia estuvo el fin de semana en casa de su madre. Lo pasó bien. Le sirvió para alejarse de los problemas de Ariel, para no sentirse tan dependiente. Se encontraba a gusto con Santiago, Pilar reía con sus bromas, se relajaba cuando estaba con él. Durante la comida en los bajos de Casa Hermógenes, cuando Sylvia dijo que este curso no lo llevaba muy bien, él añadió eso será porque te has dedicado a cosas más interesantes. Creo que sí, dijo Sylvia. Su madre trató de sonsacarle sobre el chico con el que salía. Sylvia respondió con evasivas. Cambió el juego de lado, como le había mostrado Ariel que se hacía en el fútbol, cuando te presionan en un lado del campo lo mejor es lanzar la pelota al lado opuesto, obligas a la defensa a abanicarse en la otra dirección. El que se ha echado novia es papá, dijo Sylvia. Ya se la ha presentado a los abuelos. Sylvia trató de analizar si aquello causaba alguna impresión en Pilar, pero no notó nada, más bien un suspiro relajado.

La noche anterior había dormido con la abuela. Aurora se había empeñado en que se tumbara junto a ella. Hace mucho tiempo que no siento calorcito a mi lado. Ese calor. Sylvia, sin moverse para no dañar a la abuela o incomodarla, recordó cuando necesitaba el calor de su madre, siendo niña. Corría a su dormitorio si sufría pesadillas, a veces Pilar se encogía a su lado en la cama, al acostarla, apretaban las caras, se traspasaban un calor que quizá fuera el mismo calor al que se refería la abuela.

El sábado por la tarde fueron a pasear por los puentes, cerca del río. Visitaron el Pilar y la Aljafería, luego habían cenado en un restaurante cercano, Casa Emilio, donde apenas habían podido charlar porque en el salón contiguo tenía lugar una tertulia literaria y se escuchaban gritos y golpes continuos sobre las mesas. El grupo de borrachos habituales amenazaba a gritos al camarero con llamar a un Telepizza. Uno de ellos entonó una copla, me lo dijeron mil veces pero nunca quise prestar atención. La voz desoladoramente desafinada se extendió por los salones del restaurante. Al principio Sylvia y Pilar escucharon con una sonrisa burlona. Pero era tal el desamparo de quien la cantaba que terminaron por emocionarse.

Caminaron de vuelta a casa, Pilar también detestaba esa concentración de gente empeñada en divertirse como si fuera un oficio, y no veas cómo se pone el centro aquí también. Se refugiaron en el sofá y miraron un programa del corazón donde todos gritaban como si hablaran de algo vital para la humanidad aunque en ese momento sólo se referían a la fístula anal de uno de los participantes en un concurso de supervivencia en una isla del Caribe. Pilar se fue a dormir pronto, Sylvia aún se quedó un rato más. En la tele apareció una mujer rubia, insignificante al lado de sus labios y pechos operados. Después de la publicidad nos va a contar la larga lista de futbolistas que han pasado por su cama, anunció el presentador con entusiasmo. Así que no nos fallen, estamos de vuelta en tres minutos.

Sylvia tuvo un pálpito que se confirmó tras los diez minutos de publicidad, cuando la mujer de la televisión dejó caer que entre otros futbolistas famosos había follado con un argentino que juega en un equipo madrileño y tiene nombre de detergente. Sylvia mandó un mensaje a Ariel al móvil. Pon la tele. Apenas unos segundos después Ariel la llamó. ¿De verdad te has follado a ese adefesio? Ariel se estremeció, ¿lo ha dicho? Ha dado pistas. No jodas, yo le pongo una denuncia, esto es increíble. Podrías elegir mejor, la verdad, le dijo ella. Pero si es mentira, fue una liada de mi hermano Charlie, la subió a la habitación del hotel, acabábamos de llegar. Aún no me conocías, ¿no? Pues claro, le respondió Ariel. Sylvia le preguntó ¿y desde que me conoces te has follado a muchas tías? No digas bobadas. No, no, si no me importa, hombre, preferiría que no tuvieran la pinta de putones de esta desgraciada. ¿Pero es que cualquiera puede salir en la tele para decir lo que se le pasa por la cabeza?, protestaba Ariel. La gente es así, le dijo Sylvia con desgana. Durante el paseo junto al Ebro, Pilar le contó a Sylvia que habían iniciado los trámites para adoptar. A Santiago le haría ilusión tener un hijo, dice que le da envidia de mí, cuando te ve. Sylvia no esperaba que su madre quisiera de nuevo enredarse en la vida familiar. ¿Y quieres meterte otra vez en el lío ese? Pilar se rió con ganas, el lío ese eres tú ahora y me encanta, ¿por qué no vivirlo otra vez? ¿A ti no te gustaría? Sylvia se limitó a contestar, a mí no me tiene que gustar, es a ti.

¿Y si las cosas no te van bien con Santiago? ¿Por qué no iban a ir bien? Pues porque a veces no van bien. Pero cuando estás con alguien no puedes pensar que a lo mejor eso no va a ir bien, tienes que apostar por que todo va a salir bien, confiar, si no... Pilar no terminó la frase.

Sylvia tuvo envidia de la actitud de su madre. En su relación con Ariel siempre había tenido diseñado un plan alternativo en caso de catástrofe. Un plan de fuga, una línea de evacuación como la que señalan las azafatas de vuelo con gestos automáticos. Aunque la mayoría de las veces, cuando la tragedia sucede, nadie alcanza la puerta de salida o está cegada, cerrada a cal y canto. En su relación con Ariel había algo que le decía todo esto que vives se habrá acabado mañana y no podrás llorar por ello ni contárselo a nadie. Jamás se había engañado. Por eso su madre, con una dolorosa derrota a cuestas, era ejemplar en su manera de encarar la nueva vida. Tener un hermanito puede estar bien, se vio obligada a decir. Y logró una sonrisa de Pilar.

Mai le había propuesto a Sylvia irse de vacaciones juntas. Vente conmigo a Barcelona, así conoces la ciudad. ¿A la casa ocupada? No, no, nos buscamos un hotelito y si Mateo quiere salir con nosotras algún día muy bien, pero paso de estar esclavizada. Entonces, ¿por qué vas a la ciudad donde está él?, mejor sería que fuéramos a otro lado. Ya. Mai se quedó sin palabras. Luego dijo es que tú no conoces Barcelona, es una pasada, nada que ver con Madrid.

Sylvia y Ariel habían hecho planes para irse a algún lado durante los tres días de Semana Santa. Pero todo dependía de la situación en el club. Los días de lesión habían sido agotadores. Cuando no jugamos, somos como inútiles, le había explicado a Sylvia. Ahora comprendo a esos jugadores profesionales que cuando se retiraban venían a vernos entrenar al campo, querían charlar con nosotros, necesitaban mantener un contacto, formaban equipos de ex jugadores y aún competían entre ellos, como si nada hubiera cambiado. Se convertían en fijos de los cafés para rememorar anécdotas. Aún firmaban algún autógrafo o alguien les preguntaba por el partido siguiente como si ellos supieran mejor que nadie el secreto, y, por supuesto, aceptaban participar en las tertulias, en los comentarios que llenaban las radios y la televisión. Los futbolistas sin fútbol, los llamaba el Dragón, una raza peligrosa, como los cantantes sin canciones o como los hombres de negocios sin negocio. Relojes parados.

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