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Authors: Daniel Tammet

Tags: #Autoayuda, #Biografía

Nacido en un día azul (22 page)

BOOK: Nacido en un día azul
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De niño, el lenguaje idiomático me pareció especialmente complejo. Describir a alguien
under the weather
(literalmente «bajo la influencia del tiempo»; el significado en español es estar «pachucho») me resultaba muy extraño, porque pensé que a todos nos influía el tiempo. Otro dicho que me dejaba perplejo era el que empleaban mis padres cuando excusaban el comportamiento hosco de uno de mis hermanos diciendo: «Se ha levantado con el pie izquierdo». «¿Por qué no se ha levantado con el derecho?», preguntaba yo.

En los últimos años, los especialistas se han ido interesando cada vez más en el estudio de las experiencias sinestésicas en el lenguaje, como las mías, a fin de descubrir más sobre el fenómeno y sus orígenes. El profesor Vilayanur Ramachandran, del Centro de Estudios Cerebrales de San Diego, California, lleva investigando la sinestesia desde hace más de una década y cree que podría existir una relación entre la base neurológica de las experiencias sinestésicas y la creatividad lingüística de poetas y escritores. Según un estudio, esa dolencia es siete veces más común entre las personas creativas que en la población general.

En particular, el profesor Ramachandran señala la facilidad con la que los escritores creativos inventan y utilizan las metáforas —una forma de lenguaje donde la comparación se realiza entre dos cosas aparentemente no relacionadas— y lo compara con el vínculo existente entre entidades aparentemente no relacionadas, como colores y palabras, formas y números, en la sinestesia.

Algunos científicos consideran que conceptos de alto nivel (incluyendo números y lenguaje) se hallan anclados en regiones específicas del cerebro y que la sinestesia podría estar causada por un exceso de comunicación entre esas diferentes regiones. Ese «cableado cruzado» podría conducir tanto a la sinestesia como a una propensión a vincular ideas aparentemente inconexas.

William Shakespeare, por ejemplo, utilizaba frecuentemente metáforas; muchas de ellas sinestésicas, implicando un vínculo con los sentidos. Por ejemplo, en
Hamlet
hace decir al personaje de Francisco que hace un «
bitter cold
» (literalmente «frío amargo»; en español «frío glacial»), combinando la sensación de frío con el sabor amargo. En otra obra,
La tempestad
, va más allá de las metáforas que únicamente implican a los sentidos y vincula las experiencias concretas con ideas más abstractas. Su expresión: «Esta música se deslizó junto a mí sobre las aguas» relaciona la «música» abstracta con la acción de deslizarse. El lector puede imaginarse la música —algo por regla general muy difícil de concebir mentalmente— como un animal en movimiento.

Pero no sólo la gente muy creativa establece esas conexiones. Todo el mundo lo hace; todos nos apoyamos en la sinestesia en mayor o menor grado. En su libro
Metaphors We Live By
, el investigador del lenguaje George Lakoff y el filósofo Mark Johnson afirman que las metáforas no son construcciones arbitrarias, sino que siguen pautas específicas, que a su vez estructuran el pensamiento. Ofrecen como ejemplo expresiones que indican los vínculos feliz = arriba y triste = abajo: «
Estoy de subidón
», «
me levantó el ánimo
», «
qué bajón
», «
tiene la moral por los suelos
» y entre más = arriba y menos = abajo: «
Me subieron el sueldo el año pasado
», «
el número de errores es muy bajo
». Lakoff y Johnson sugieren que muchas de esas pautas emergen como resultado de nuestras experiencias físicas cotidianas; por ejemplo, el vínculo triste = abajo puede estar relacionado con la manera en que la postura se «encorva» cuando una persona se siente triste. De igual modo, el vínculo más = arriba podría provenir del hecho de que cuando añades un objeto o sustancia a un contenedor o montón, el nivel sube.

Otros investigadores del lenguaje han señalado que algunas de las características estructurales de muchas palabras que normalmente no se asocian con ninguna función, como grupos de fonemas iniciales, tienen un efecto apreciable en el lector/oyente. Por ejemplo, con «sl» tenemos:
slack, slouch, sludge, slime, slosh, sloppy, slug, slut, slang, sly, slow, sloth, sleepy, slipshod, slovenly, slum, slobber, slur, slog
(flojo, perezoso, lodo, fango, desastrado, babosa, fulana, jerga, furtivo, lento, indolencia, adormecido, desaliñado, dejado, pocilga, babear, mancha, sudar tinta)…; todas esas palabras tienen connotaciones negativas y algunas son especialmente peyorativas.

La idea de que ciertos tipos de sonidos «encajan» mejor con determinados objetos que con otros se remonta a la antigua Grecia. Una ilustración obvia de ello es la onomatopeya, un tipo de palabra que suena como aquello que describe (guau, tictac, run-run, etc.). En una prueba llevada a cabo por investigadores en la década de 1960, se crearon palabras artificiales utilizando determinadas letras y combinaciones de letras que se consideraba que podían relacionarse con sensaciones positivas o negativas. Tras escuchar los términos inventados, a los participantes en la prueba se les pidió que relacionasen palabras inglesas que designaban sensaciones agradables o desagradables con una u otra de las palabras inventadas. Las correspondencias fueron más frecuentes de lo que podría achacarse al azar.

Este tipo de lenguaje sinestésico latente en virtualmente todas las personas también puede comprobarse en un experimento que en principio se realizó en la década de 1920, que investigaba una posible relación entre pautas visuales y las estructuras sonoras de las palabras. El investigador, Köhler, utilizó dos formas visuales arbitrarias, una redondeada y suave, y la otra afilada y angulosa, e inventó dos palabras para designarlas:
takete
y
maluma
. A los participantes en el experimento se les pidió que identificasen las formas de
takete
y de
maluma
. La gran mayoría asignó
maluma
a la forma redondeada y
takete
a la angular. Recientemente, el equipo del profesor Ramachandran ha replicado los resultados de esta prueba utilizando los vocablos inventados
bouba
y
kiki
. El 95% de los preguntados pensaron que la forma redondeada era una
bouba
y que la angulosa era un
kiki
. Ramachandran sugiere que la razón para ello es que los cambios angulosos en la dirección visual de las líneas de la figura
kiki
imitan las agudas inflexiones fonémicas del sonido de la palabra, así como la aguda inflexión de la lengua sobre el paladar.

El profesor Ramachandran cree que esta conexión sinestésica entre nuestros órganos auditivo y visual fue un importante primer paso en la creación de palabras por parte de los primeros seres humanos. Según esta teoría, nuestros antepasados habrían empezado a hablar utilizando sonidos que evocaban al objeto que querían describir. También señala que los movimientos labiales y linguales pueden estar sinestésicamente vinculados a los objetos y sucesos a los que hacen referencia. Por ejemplo, las palabras que hacen referencia a algo pequeño suelen implicar realizar un pequeño sonido sinestésico «i» con los labios y estrechar el tracto vocal: pequeñito, minúsculo, diminuto, chico… Mientras que puede aplicarse lo contrario a palabras que denotan algo grande o enorme. Si la teoría fuese correcta, eso significa que el lenguaje emergió del vasto surtido de conexiones sinestésicas del cerebro humano.

Una cuestión interesante que los investigadores del lenguaje están empezando a explorar es si mi habilidad con los idiomas puede o no ampliarse a otras formas de lenguaje, como el gestual. En el 2005 participé en un experimento desarrollado por Gary Morgan, del Departamento de Lenguaje y Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Londres. El doctor Morgan es un investigador del British Sign Language (
BSL
, lenguaje gestual británico), el lenguaje de señas utilizado en el Reino Unido y el preferido o más empleado por alrededor de 70 000 sordos o personas con incapacidades auditivas del país. Muchos miles de personas que oyen también utilizan el
BSL
, que es un lenguaje visual/espacial que utiliza las manos, el cuerpo, el rostro y la cabeza para transmitir un significado. La prueba pretendía comprobar si yo podía aprender palabras con signos con tanta rapidez y facilidad como las escritas o habladas. Un gesticulador se sentó frente a mí junto a una mesa y produjo un total de sesenta y ocho gestos distintos. Tras cada uno de ellos me mostraban una página con cuatro ilustraciones y me pedían que indicase la que pensaba que mejor describía el signo o gesto que me acababan de mostrar. Las palabras gestualizadas variaban de significado, desde la sencilla «sombrero» a signos más difíciles para conceptos como «restaurante» o «agricultura». Fui capaz de identificar correctamente dos terceras partes de los signos a partir de las elecciones que me presentaron y se llegó a la conclusión de que contaba con una «muy buena aptitud gestual». Los investigadores planean ahora enseñarme el
BSL
utilizando clases particulares con un profesor gesticulador a fin de comparar mi captación del lenguaje con la de otros que ya conozco.

El esperanto es otro tipo muy distinto de lenguaje. Leí por primera vez la palabra «esperanto» hace muchos años en un libro de la biblioteca, pero sólo tras adquirir mi primer ordenador me enteré de más cosas al respecto. Lo que más me atrajo de él es que su vocabulario es una mezcla de varios idiomas, sobre todo europeos, mientras que su gramática es coherente y lógica. Empecé a
esperantigis
(a hablar esperanto) muy rápidamente, tras leer varios textos en la red en ese idioma y escribiéndome con otros hablantes de esperanto de todo el mundo.

El esperanto (la palabra significa «el que espera») fue creación del doctor Ludovic Lazarus Zamenhof, un oculista de Bialystok, en la actual Polonia. Publicó su idioma por primera vez en 1887 y el primer congreso mundial de «esperantistas» se celebró en Francia en 1905. El deseo de Zamenhof fue crear un idioma universal fácil de aprender que ayudase a fomentar el entendimiento universal. En la actualidad se calcula que hay entre 100 000 y un millón de hablantes de esperanto en el mundo.

La gramática de esta lengua cuenta con varias características interesantes. La primera es que las diferentes partes de la oración están señaladas mediante sus propios sufijos: todos los sustantivos finalizan en  o, todos los adjetivos en a, los adverbios en e y los infinitivos en i. Por ejemplo,
rapido
se traduciría como «velocidad»,
rapida
como «veloz»,
rapide
como «rápidamente» y
rapidi
como «apresurarse».

Los verbos no cambian con el sujeto, como la mayoría de los idiomas naturales:
mi estas
(yo soy),
vi estas
(tú eres),
li estas
(él es),
sî estas
(ella es),
ni estas
(nosotros somos),
ili estas
(ellos son). Los verbos de tiempos pasados siempre acaban en «is»:
mi estis
(yo era), y los futuros en «os»:
vi estos
(tú serás).

Muchas de las palabras del esperanto se forman utilizando afijos: el final «ejo», por ejemplo, significa «lugar», como en
lernejo
(escuela),
infanejo
(guardería) y
trinkejo
(bar). Otro sufijo muy utilizado es «ilo», que significa «herramienta» o «instrumento» y que se encuentra en palabras como
hakilo
(hacha),
flugilo
(ala) y
sercilo
(motor de búsqueda).

Tal vez la característica más famosa de la gramática del esperanto sea su utilización del prefijo «mal» para indicar lo contrario de algo. Esta característica se emplea mucho en el idioma:
bona
(bueno) -
malbona
(malo),
rica
(rico) -
malrica
(pobre),
granda
(grande) -
malgranda
(pequeño),
dekstra
(derecha) -
maldekstra
(izquierda),
fermi
(cerrar) -
malfermi
(abrir),
amiko
(amigo) -
malamiko
(enemigo).

La creación y uso de modismos suele desanimarse en el esperanto, aunque existen ejemplos de «argot esperanto». A un principiante en el aprendizaje del idioma se le podría llamar
fresbakito
, del alemán
frischgebacken
(recién hecho), cuando la palabra normal en esperanto sería un
komencanto
(principiante). Un ejemplo de eufemismo en esperanto es
la necesejo
(el lugar necesario) para hacer referencia a los aseos.

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