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Authors: Daniel Tammet

Tags: #Autoayuda, #Biografía

Nacido en un día azul (26 page)

BOOK: Nacido en un día azul
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A la hora de comer, el ayudante del profesor, un joven de cabello negro azabache y con unos ojos igualmente grandes y redondos, llamado Shai, me acompañó a la cantina del campus del centro. Shai estaba fascinado con mis descripciones acerca de cómo visualizaba los números y las respuestas a los diversos cálculos en mi cabeza. Más tarde, me llevaron a otra habitación, donde conocí a otro de los miembros del equipo del profesor Ramachandran, llamado Ed. Shai y Ed querían saber más acerca de las experiencias visuales concretas que tenía con los diferentes números. Me resultó difícil hallar palabras para describirlas, por lo que tomé un lápiz y empecé a dibujar las formas de los números que me pedían sobre una pizarra blanca. Los científicos se quedaron pasmados. No habían previsto que mis experiencias fuesen tan complejas como ahora parecían, ni que fuese capaz de demostrárselas con tanto detalle.

La reacción de los científicos tomó a todo el mundo por sorpresa. Le pidieron al director si podían disponer de más tiempo para estudiar algunas de mis habilidades específicas y de mis experiencias visuales de los números. El director telefoneó al productor en Londres, que estuvo de acuerdo.

Al día siguiente, con la cámara rodando, se me pidió que retomase mis descripciones y dibujos de los diferentes números utilizados el día anterior. Volví a la pizarra blanca y la fui llenando de dibujos e ilustraciones acerca de cómo veía diversos números y cálculos de operaciones mentales empleando mis formas sinestésicas. Incluso se me pidió que modelase algunos de los números en plastilina.

Luego me pidieron que estudiase una pantalla de ordenador repleta de dígitos del número pi, mientras me conectaban los dedos a un contador de respuestas galvánico dérmico. Los científicos habían sustituido en secreto los seises por nueves en puntos aleatorios de la secuencia y les interesaba comprobar si los cambios desencadenarían algo en el contador. Al mirar los números de la pantalla empecé a sentirme incómodo e hice un montón de muecas, porque pude ver que había partes de mis paisajes numéricos que estaban rotas, como si hubiesen sido destruidas. El contador galvánico registró fluctuaciones significativas, indicando que tenía una respuesta fisiológica ante la alteración de los números. Los científicos estaban fascinados, sobre todo Shai, el ayudante del profesor Ramachandran.

A veces la gente me pregunta si no me importa ser un «conejillo de Indias» para los científicos. No me importa en absoluto porque sé que los estoy ayudando a comprender mejor el cerebro humano, que es algo que beneficiará a todo el mundo. También me resulta muy gratificante aprender más sobre mí mismo y la manera en que funciona mi mente.

Como mi tiempo con los científicos parecía acercarse rápidamente a su conclusión y ahora teníamos un programa más apretado que antes, Shai me preguntó si podía llevarme a los acantilados cercanos para ver el mar y observar los planeadores que se deslizaban por el aire. Tenía ganas de pasar algo de tiempo conmigo, lejos del equipo y las cámaras. Caminamos juntos por los acantilados y me preguntó acerca de mis sensaciones por diferentes números, tomando notas con un cuaderno y un bolígrafo que había traído con ese propósito. Mis respuestas parecieron apasionarle más: «¿Sabes? Eres una oportunidad única para los científicos», dijo, llanamente, pero yo no supe qué contestar. Me gustaba Shai y prometimos permanecer en contacto, algo que hemos seguido haciendo hasta el presente por correo electrónico.

Nuestra siguiente parada fue Las Vegas, la «Ciudad de los Sueños» de Nevada, y el indiscutible centro de juego del mundo. Los productores querían demostrar algunas de mis habilidades mediante un enfoque televisivo «desenfadado», y Las Vegas iba a ser el escenario, basándose en una famosa secuencia de la película
Rain Man
.

Yo no tenía clara esta secuencia propuesta en el programa. Lo último que quería hacer era trivializar mis capacidades o reforzar el erróneo estereotipo de que todos los autistas eran como el personaje de
Rain Man
. Al mismo tiempo entendía que el programa necesitaba secuencias visuales divertidas para intercalar entre las más serias y científicas. Me gustaba jugar a las cartas con amigos pero nunca había entrado en un casino. La curiosidad me ayudó a aceptar.

El calor del aire de Nevada era increíble, como tener un secador de cabello permanentemente funcionando al máximo sobre la cabeza. Incluso vistiendo una camisa de fino algodón y pantalones cortos, mi cuerpo no tardó en estar bañado de sudor mientras esperaba que el siguiente coche de alquiler nos condujese al hotel. El viaje fue afortunadamente rápido y al llegar todos nos sentimos agradecidos por el aire acondicionado del vestíbulo del hotel. Pasar en coche junto a los enormes y llamativos edificios fue una experiencia nauseabunda y la sensación de alivio era palpable.

La vista que nos esperaba al llegar a la recepción del hotel mitigó cualquier entusiasmo que pudiéramos sentir. El productor, al que le resultó muy difícil encontrar un casino que permitiese la entrada de cámaras de televisión, llegó finalmente a un acuerdo con un establecimiento del centro, mucho más pequeño que sus primos los casinos más famosos, que aceptó encantado la idea y que incluso nos proporcionó las habitaciones gratis. La reacción inicial del equipo no fue buena. La moqueta estaba sucia y en el vestíbulo había un olor rancio y persistente. Tampoco ayudó que el personal del hotel tardase más de una hora en organizar nuestras habitaciones.

Una vez que nos dieron las llaves y nos dirigimos a las habitaciones, nos parecieron sorprendentemente espaciosas y cómodas. Cuando anocheció me llevaron al coche y filmaron mientras conducíamos por la famosa calle de Las Vegas, bañada por las deslumbrantes luces de los casinos. Me apreté las manos con fuerza y sentí que el cuerpo se me ponía tenso y rígido, incómodo, al estar rodeado de tantos estímulos. Por fortuna, el paseo no duró mucho tiempo. Cenamos juntos en un restaurante cercano antes de acostarnos temprano.

El equipo estaba ocupado instalándose en una sección tranquila de la zona de las mesas de
blackjack
desde bastante antes de ir a recogerme la mañana siguiente. La dirección del casino había organizado una gran cantidad de fichas de mentira para que las usásemos durante la secuencia. Conocí al propietario del casino y me presentaron al crupier de cartas, que me explicó las reglas del juego rápidamente.

El
blackjack
es uno de los juegos de cartas más populares, también conocido como la «veintiuna». El objeto del juego es apostar en cada mano si las cartas del jugador superarán a la de la banca sin exceder de 21. Un as puede contarse como 1 o como 11, mientras que las figuras (sotas, reinas y reyes) puntúan 10.

Al principio de cada mano se colocan las apuestas iniciales y el crupier da dos cartas a cada jugador y a sí mismo. Una de las dos cartas del crupier se deja boca abajo. Una figura más un as se denomina «veintiuna» o
blackjack
y resulta en el triunfo inmediato de su poseedor. De otro modo, el crupier da a cada jugador la opción de pedir más cartas («pedir») o quedarse tal y como está («plantarse»). Si el jugador sobrepasa los 21 («pasarse»), pierde. Tras las decisiones de los jugadores, el crupier muestra la carta oculta y decide si quiere pedir o no una o más cartas hasta alcanzar un valor mínimo total de 17. Si el crupier se pasa, ganan todos los jugadores que quedan.

La práctica de contar cartas es muy conocida en la veintiuna y consiste en que el jugador rastrea mentalmente la secuencia de cartas jugadas en un intento de obtener una pequeña ventaja sobre el crupier, aumentando una apuesta cuando la cuenta es buena (por ejemplo, cuando el resto de la baraja contiene muchas figuras) y disminuyéndola cuando es mala. En su forma más simple, contar cartas implica asignar un valor positivo o negativo a cada una de ellas; a cartas de un valor bajo, como 2 y 3, se les concede un valor positivo, mientras que en el caso de los dieces es negativo. A continuación, el contador lleva la cuenta mentalmente de los puntos con cada carta que sale y realiza ajustes regulares en la cuenta total, teniendo en cuenta el número aproximado de cartas que todavía hay que repartir.

Contar cartas no es fácil y los jugadores muy dotados para ello sólo ganan alrededor del 1% utilizando sus métodos. Los casinos suelen prohibir la entrada de quienes se sospecha que cuentan cartas en sus mesas. Nuestra mesa utilizaba ocho barajas, lo cual significa que había 416 cartas en juego, un número suficientemente grande como para minimizar cualquier ventaja contable posible.

Los casinos son entornos ruidosos y con muchas distracciones, y uno de los mayores desafíos para mí era intentar concentrarme. Al sentarme en mi taburete frente al crupier, me fijé en las barajas de cartas, poniendo mucha atención mientras eran abiertas una a una, barajadas y guardadas antes del inicio del juego. Las cámaras que me rodeaban atrajeron a los mirones y no tardé en estar rodeado por una pequeña multitud mientras jugaba.

Iba a jugar durante un período de tiempo preestablecido. El casino había reservado especialmente la mesa para que yo fuese el único jugador. Era el crupier contra mí. Queriendo familiarizarme con el juego, empecé realizando estimaciones simples basadas en las cartas que aparecían en cada mano: me «plantaba» si tenía un 10 y un 8, y seguía si me daban un 3 o un 9 (excepto cuando el crupier mostraba un 4, 5 o 6, en cuyo caso me plantaba), una técnica conocida como «estrategia básica».

Incluso cuando el jugador utiliza la estrategia básica de manera óptima, el crupier sigue contando con una ventaja estratégica. Con el tiempo, mi montón de fichas fue disminuyendo cada vez más. No obstante, mi sensación acerca de cómo se jugaban las cartas era mucho mejor que al principio; tomaba decisiones con mayor rapidez y me sentía más cómodo en la mesa. Tomé la repentina decisión de jugar instintivamente, según experimentase el flujo de números en mi cabeza, y un paisaje visual a base de picos y depresiones. Cuando mi paisaje numérico mental daba máximos, apostaba con mayor agresividad que cuando decaía.

Algo cambió; empecé a ganar cada vez más manos individuales. Me relajé y comencé a disfrutar el juego mucho más que antes. En un momento clave estaba con un par de sietes y con el crupier mostrando un 10. La estrategia básica dice «pedir». En lugar de eso, me dejé guiar por el instinto y separé la pareja, doblando mi apuesta original. El crupier sacó una tercera carta, que también fue un 7. Pregunté si podía separar ese 7. El crupier pareció sorprendido. Se trata de una jugada muy inusual contra el 10 del crupier. Separé la carta y ahora contaba con tres manos de 7, con la apuesta original triplicada, contra un 10. La audiencia de curiosos por detrás de mí expresaba su desaprobación de manera audible. Un hombre por detrás señaló en voz alta: «¿Qué está haciendo separando sietes contra un 10?». El crupier procedió a dar más cartas sobre cada uno de los sietes. El primero acabó sumando 21. Luego más cartas para la segunda mano: otro 21. Finalmente le tocó el turno al tercer 7, y de nuevo gané con otro 21. Tres 21 consecutivos en una única mano contra el crupier. En una partida había recuperado todas mis pérdidas y ganado a la casa.

Me alegré de dejar Las Vegas. Hacía demasiado calor, había demasiada gente y demasiadas luces deslumbrantes. El único momento en que me sentí cómodo fue cuando estuve entre cartas. Cada vez sentía más nostalgia de casa y cuando regresé al hotel telefoneé a Neil desde mi habitación, rompiendo a llorar al oír su voz. Me dijo que lo estaba haciendo bien y que debía continuar. Estaba orgulloso de mí. Por entonces yo todavía no sabía que el episodio más importante y especial de todo el viaje estaba por llegar.

Al día siguiente volamos a Salt Lake City, capital del estado de Utah y hogar de la religión de los mormones. Había una corta distancia entre el hotel y la biblioteca pública de la ciudad. El edificio era extraordinario: paredes curvadas y transparentes de seis alturas que cubrían más de 22 000 metros cuadrados y que contenían más de medio millón de libros, con tiendas y servicios en la planta baja, galerías de lectura arriba y un auditorio de 300 asientos. A causa de mi amor por los libros y los recuerdos de los años pasados leyendo durante horas al día en mis pequeñas bibliotecas locales, ésta me pareció el paraíso.

En su interior, la enorme sensación de espacio estaba imbuida de luz diurna y sentí cómo me llenaba de un familiar estremecimiento de tranquilidad. Las bibliotecas siempre han tenido el poder de hacerme sentir en paz, de calmarme y suavizarme. Allí no había multitudes, sólo pequeños grupos de individuos leyendo o moviéndose de estantería en estantería o de mostrador en mostrador. No había explosiones súbitas de ruido, sólo el suave pasar de páginas o la charla íntima entre amigos y colegas. Nunca había visto ni visitado ninguna biblioteca como aquélla; realmente tenía la impresión de hallarme en el palacio encantado de un cuento de hadas.

Me pidieron que me sentase en un banco en la planta baja y que esperase, así que conté las hileras de libros y la gente que pasaba tranquilamente. Podía haberme quedado allí sentado durante horas. Llegó el director y me llevó a un ascensor que nos condujo al segundo piso. Allí había hileras e hileras de libros que discurrían hasta perderse de vista. Se acercó un hombre anciano y me estrechó la mano. Se presentó como Fran Peek, padre y cuidador a tiempo completo de su hijo Kim.

Kim Peek es un milagro. Nacido en 1951, los médicos les dijeron a sus padres que nunca andaría ni podría aprender y que debían internarle en una institución. Kim nació con una cabeza agrandada y una ampolla de agua en el cráneo que había dañado el hemisferio izquierdo, el lado del cerebro implicado en áreas tan importantes como el habla y el lenguaje. Una exploración ultrasónica realizada por neurocientífícos descubrió que carecía de cuerpo calloso, la membrana que separa ambos hemisferios del cerebro. A pesar de ello, Kim podía leer a los dieciséis meses y completó sus estudios de enseñanza media a los catorce años.

Kim ha memorizado una vasta cantidad de información sobre más de una docena de temas a lo largo de los años, que van desde historia y fechas hasta literatura, deportes, geografía y música. Puede leer dos páginas de un libro simultáneamente, una con cada ojo, con una retención casi perfecta. Ya ha leído más de 9000 libros y puede recordar su contenido. También es un calculador calendárico muy dotado.

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