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Authors: Daniel Tammet

Tags: #Autoayuda, #Biografía

Nacido en un día azul (24 page)

BOOK: Nacido en un día azul
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Un desafío al que hacen frente estos escritores es el número 0, que aparece por primera vez en el puesto 32, tras el punto decimal. Una solución es utilizar puntuación, un punto y aparte, por ejemplo. Otra, emplear una palabra de diez letras. Algunos escritores utilizan vocablos más largos, de dos dígitos sucesivos. Por ejemplo, la palabra
calculating
(calculando), de once letras, representaría un uno seguido de otro uno.

Cuando observo una secuencia de números, mi cabeza empieza a llenarse de colores, formas y texturas que se entretejen espontáneamente para conformar un paisaje visual. Siempre me parecen muy bonitos; de niño solía pasarme las horas explorando los paisajes numéricos de mi mente. Para recordar cada dígito, simplemente desando las diferentes formas y texturas en mi cabeza, y leo los números que hay en ellas.

Con números muy largos, como pi, parto los números en segmentos más pequeños. El tamaño de cada segmento varía, dependiendo de qué dígitos son. Por ejemplo, si un número aparece muy luminoso en mi cabeza y el siguiente es muy oscuro, los visualizaría por separado, mientras que un número tamizado seguido de otro tamizado se recordarían juntos. Al ir aumentando la secuencia de dígitos, mis paisajes numéricos se tornan más complejos y estratificados, hasta que —como ocurre con pi— pasan a ser como todo un país en mi mente, compuesto de números.

Así es como veo los primeros veinte dígitos de pi:

El número se inclina hacia arriba, luego se oscurece y se torna desigual en el centro antes de curvarse y culebrear hacia abajo.

Y éstos son los primeros cien dígitos de pi tal y como yo los veo:

Al final de cada segmento de números, el paisaje cambia y aparecen nuevas formas, colores y texturas. Éste es un proceso sin fin, mientras dure la secuencia de dígitos que recuerdo.

La secuencia más famosa de números de pi es el «punto de Feynman», que comprende los decimales de pi entre los lugares 762 y 767: «… 999999…». Llevan el nombre del físico Richard Feynman por su comentario acerca de que le gustaría memorizar los dígitos de pi hasta ese punto, de manera que al recitarlos pudiera acabar con: «… nueve, nueve, nueve, nueve, nueve, nueve y demás». El punto de Feynman me resulta muy hermoso visualmente; lo veo como una cuenca muy profunda y espesa de luz de color azul marino.

Entre los decimales 19 437 y 19 453 de pi también hay una secuencia muy hermosa: «… 99992128599999399…», en la que el 9 se repite cuatro veces seguidas y un total de once veces en el espacio de 17 decimales. Es mi secuencia favorita de dígitos de pi de los más de 22 500 que aprendí.

Empecé a estudiar a pi en diciembre del 2003, disponiendo de tres meses para aprenderme todos los dígitos (más de 22 500) necesarios para intentar batir el récord. El primer problema fue dónde hallar tantos dígitos de pi: la mayoría de los libros dan hasta decenas o centenares de decimales. Internet demostró ser la respuesta, aunque también hubo que buscar lo suyo, pues la mayoría de los sitios web sólo listaban pi hasta mil o varios miles de puntos. Finalmente, Neil descubrió el sitio web de un superordenador asentado en Tokio que contaba con carpetas que almacenaban millones de dígitos de pi. Pasó a convertirse en la base desde la que intentar batir el récord.

Neil imprimió los números en hojas de papel A4, mil dígitos por página, para que fuese cómodo para mí estudiar hoja a hoja. Los dígitos se partieron en «frases» de cien dígitos cada una, para que pudiesen leerse con facilidad y a fin de minimizar el riesgo de que pudiera leer mal los números y aprender algunos incorrectamente.

No estudiaba las hojas de números todos los días. Algunas jornadas estaba demasiado cansado o agitado para sentarme a aprender nada. En otras ocasiones parecía que los devoraba, absorbiendo muchos centenares en una sesión. Neil se dio cuenta de que cuando estaba aprendiendo los números, mi cuerpo se tensaba y se agitaba. Me balanceaba hacia atrás y adelante en mi silla o bien me estiraba continuamente los labios con los dedos. En esos momentos le resultaba casi imposible hablar o interactuar conmigo, como si yo estuviese en otro mundo.

Los períodos de estudio acostumbraban a ser cortos (la mayoría de una hora o menos) porque mi concentración fluctúa mucho. Elijo las habitaciones más tranquilas de la parte de atrás de la casa, para aprender los números, ya que incluso el sonido más nimio puede hacer que me resulte imposible concentrarme en lo que estoy haciendo. A veces me tapo los oídos con los dedos para amortiguar cualquier ruido. Mientras aprendo, suelo caminar en círculos alrededor de la habitación, con la cabeza baja y los ojos medio abiertos, para no darme contra nada. En otras ocasiones, me siento en una silla y cierro los ojos por completo, visualizando mis paisajes numéricos y las numerosas pautas, colores y texturas que contienen.

Como la enumeración pública iba a ser hablada y no escrita, era importante que practicase recitar los números en voz alta con otra persona. Una vez a la semana, Neil sostenía una o más de las hojas de números frente a él para comprobar, mientras yo permanecía en pie o andaba arriba y abajo, enumerándole la creciente secuencia de dígitos memorizados. Al principio, pronunciar los números en voz alta fue una experiencia extraña y difícil, ya que eran totalmente visuales para mí, y durante la primera práctica de enumeración en voz alta delante de Neil me sentía dudar y cometí varios errores. Me resultó muy frustrante y me preocupé preguntándome si llegaría a conseguirlo, ya que se esperaba que recitase la secuencia completa delante de bastante gente. Como siempre, Neil se mostró paciente y tranquilizador. Sabía que para mí era difícil decir los números en voz alta, y me animó a relajarme y a seguir intentándolo.

Con la práctica, se me fue haciendo más fácil recitar los números continuamente en voz alta y mi confianza empezó a aumentar al irse acercando la fecha del evento. Como el número de dígitos aumentaba sin cesar, no era posible recitarlos todos de golpe frente a Neil, por lo que decidimos que practicaría diferentes partes con él cada semana. En otros momentos, recitaba el número para mí mismo en voz alta mientras estaba sentado o caminaba por la casa, hasta que el flujo de números se tornó liso y consistente.

Para ayudar con la recaudación de fondos, la entidad benéfica colgó una página en Internet que recibió donaciones y mensajes de apoyo de personas de todo el mundo. Por ejemplo, una de las donaciones provenía de una clase en una escuela de Varsovia, en Polonia, después de que hubieran leído acerca del intento de batir el récord en la página web. La institución benéfica también redactó un comunicado de prensa, mientras Neil y yo recolectamos donaciones de familiares y amigos. Un vecino que se enteró del evento me habló acerca de la epilepsia de su propia hija y expresó su admiración por lo que yo estaba haciendo. Recibir esas palabras de apoyo, así como tarjetas y correos electrónicos con buenos deseos resultó muy inspirador.

Al principio del fin de semana del evento, el sábado 13 de marzo, Neil me llevó en coche hasta Oxford, donde tendría lugar la enumeración al día siguiente. Aunque ya había acabado de aprender los dígitos hacía semanas, seguía muy nervioso ante la perspectiva de tener que repetirlos en público. Pasamos la noche en una casa de huéspedes cerca del museo e intenté dormir lo mejor que pude, lo cual no resultó fácil, porque no dejé de pensar y preocuparme acerca de lo que podría suceder al día siguiente. Finalmente caí dormido y soñé que caminaba por mis paisajes del número pi. Allí me sentía sosegado y confiado.

A la mañana siguiente ambos nos levantamos temprano. Yo no era el único que estaba nervioso, ya que Neil se quejaba de dolor de estómago, y yo sabía que tenía su origen en la tensión que sentía ante lo que se avecinaba. Desayunamos juntos y luego nos dirigimos hacia el museo. Era mi primera visita a Oxford, y estaba deseando ver esta ciudad, famosa por su universidad (la más antigua del mundo angloparlante) y conocer la «ciudad de los chapiteles soñadores», en referencia a la arquitectura de los edificios de la universidad. Condujimos por una serie de largas y estrechas calles empedradas, hasta que llegamos a nuestro destino.

El Museo de Historia de la Ciencia, situado en Broad Street, es el edificio museístico más antiguo del mundo. Construido en 1683, fue el primer museo del mundo en abrir sus puertas al público. Entre su colección de alrededor de 15 000 objetos, que datan desde la antigüedad hasta principios del siglo
XX
, hay un amplio muestrario de primitivos instrumentos matemáticos utilizados en cálculo, astronomía, navegación, topografía y dibujo.

Al dirigirnos hacia el aparcamiento situado enfrente del museo, vimos a miembros del personal, periodistas, cámaras y a los organizadores de la institución benéfica que preparaba el evento, todos esperando juntos y fuera nuestra llegada. Simon, el director del departamento de recaudación de la institución, se acercó mientras yo salía del coche y me estrechó la mano con vigor, preguntándome cómo me sentía. Le contesté que bien. Me presentaron a otras personas que me esperaban y luego me pidieron que me sentase en los escalones del edificio y me hicieron algunas fotos. El peldaño estaba frío y húmedo e intenté no ponerme demasiado nervioso.

En el interior, la sala donde iba a tener lugar la enumeración era alargada y polvorienta, repleta de lado a lado con expositores de cristal que contenían diversos objetos. Contra la pared, a un lado, había una mesita y una silla para que me sentase. Desde la silla podía mirar hacia arriba y también directamente a la pizarra de Einstein, en la pared de enfrente. A escasa distancia de mi mesa había otra más grande, con hojas de papel repletas de números y un reloj digital. Sentados a su alrededor había miembros del departamento de ciencias matemáticas de la cercana Universidad de Oxford Brookes, que se ofrecieron voluntarios como verificadores durante la enumeración. Su tarea era controlar mi memoria y asegurar que existía una precisión absoluta, comprobando los números en las páginas frente a ellos mientras yo los recordaba en voz alta. El reloj debía empezar al principio de la enumeración, para que los miembros del público que entrasen a mirar supiesen cuánto tiempo de recitación se llevaba. El evento fue promovido por la prensa local, y fuera del edificio había carteles para animar a entrar a los curiosos y los activistas de la institución benéfica aguardaban con folletos de información y huchas para recaudar las posibles donaciones.

Neil seguía muy tenso, hasta el punto de sentirse casi enfermo, pero quería quedarse en la sala para darme apoyo moral y su presencia resultó verdaderamente tranquilizadora. Tras posar para más fotos en el interior de la sala, me senté en la silla que me estaba destinada y deposité sobre la mesa los pocos objetos que había llevado conmigo. Había botellas de agua para beber siempre que sintiese la garganta seca, y chocolate y plátanos para proporcionarme energía durante la enumeración. Como organizador del evento, Simon pidió silencio una vez que estuve dispuesto, y puso el cronómetro en marcha a las once y cinco.

Y así empecé recitando los ahora familiares dígitos iniciales de pi, los paisajes numéricos de mi cabeza comenzaron a aumentar y a cambiar mientras seguía adelante. Mientras recitaba, los examinadores marcaban como correctos los números. En la sala había un silencio casi total, a excepción de la ocasional tos apagada o del sonido de pasos yendo de un lado a otro de la sala. Los ruidos no me molestaban, porque mientras recitaba pude sentirme absorto en el flujo visual de colores y formas, texturas y movimiento, hasta que estuve rodeado de mis paisajes numéricos. El recitado se tornó casi melódico, pues cada respiración estaba repleta de números y más números, y entonces, de repente, me di cuenta de que estaba totalmente tranquilo, como lo había estado en mi sueño de la noche anterior. Me costó unos diez minutos completar los primeros mil dígitos. Abrí una de las botellas y bebí un poco de agua, para luego continuar con el recitado.

Poco a poco, la sala empezó a llenarse de público, que se mantenía en pie a varios metros de mí y que me observaba recitar en silencio. Aunque me había preocupado tener que recitar pi ante tanta gente, al final casi ni la veía, ya que todos mis pensamientos estaban absortos en el fluido rítmico y continuo de números. Que yo recuerde, sólo hubo una interrupción, cuando el teléfono móvil de alguien empezó a sonar. En ese momento dejé de recitar y esperé hasta que el ruido se detuviese, antes de continuar.

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