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Authors: Daniel Tammet

Tags: #Autoayuda, #Biografía

Nacido en un día azul (21 page)

BOOK: Nacido en un día azul
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Fuimos de inmediato. La recepcionista nos condujo por un estrecho pasillo hasta una habitación tranquila y gris en la parte de atrás del edificio, y luego dijo que debía dejarnos solos unos minutos y desapareció. Ni siquiera entonces me di cuenta de la gravedad de la situación. Nos quedamos en medio de la habitación en silencio y entonces la vimos. Jay seguía tendida, inmóvil, gruñendo débil y repetidamente, sobre una colchoneta blanca y rodeada de tubos de plástico. Me acerqué a ella vacilante, estiré el brazo y la acaricié. Tenía el pelo graso, y estaba delgada y macilenta. De repente, como una ola que golpease una roca invisible, sentí una gran emoción, demasiado intensa para poder contenerla. Tenía el rostro húmedo y supe que estaba llorando. Neil se acercó y la miró, también lloroso. Entró una enfermera y nos dijo que hacía todo lo posible, pero que la enfermedad de Jay era muy rara y grave. Regresamos a casa y volvimos a llorar uno sobre el hombro del otro. Al día siguiente, Neil recibió una llamada que le comunicó el fallecimiento de Jay. Lloramos mucho más en los días siguientes, y la conmoción de perder a alguien tan querido fue repentina y profunda. Fue incinerada y enterramos sus cenizas en el jardín, señalando el lugar con un monumento de piedra, donde se leía: «Jay 1999-2004. Presente en nuestros corazones».

Ninguna relación está exenta de problemas y eso es algo que se hace especialmente evidente cuando una de las dos personas padece un trastorno autista. No obstante, creo que para el éxito de cualquier relación importa más el amor que el hecho de ser compatibles. Cuando quieres a alguien, todo es virtualmente posible.

Se dan situaciones aparentemente triviales, como que se caiga una cuchara al suelo mientras se lavan los platos cuando siento un «colapso» y necesito tiempo para calmarme antes de poder continuar. Incluso puedo llegar a sentirme superado por una pequeña y repentina pérdida de control, sobre todo cuando interfiere con el ritmo de una de mis rutinas. Neil ha aprendido a no intervenir y a dejar pasar ese tipo de situaciones, que no duran mucho, y su paciencia me ayuda enormemente. Gracias a su apoyo y comprensión, esas crisis se han ido espaciando y se han hecho menos frecuentes.

Hay otras situaciones que pueden provocarme elevados niveles de ansiedad, como por ejemplo cuando un amigo o un vecino deciden venir a vernos inesperadamente. Aunque me siento feliz de que vengan, también me noto tenso y algo aturdido, porque significa que debo cambiar el programa que he diseñado en mi cabeza para ese día y alterar mis planes, lo que me perturba. Una vez más, Neil me da confianza y trata de tranquilizarme.

Las situaciones sociales pueden representar graves problemas para mí. Si salimos a comer a un restaurante, prefiero sentarme en una mesa en un rincón o contra la pared, de manera que no me encuentre rodeado de más gente. Durante una de nuestras visitas a un restaurante local, nos hallábamos hablando y comiendo tranquilamente cuando de repente me llegó el olor de un cigarrillo. No acerté a ver de dónde venía y no lo había previsto, lo que me hizo sentir muy inquieto. Neil se da cuenta de ese tipo de situaciones porque ya las ha presenciado en numerosas ocasiones: abandono el contacto visual y me torno monosilábico. No hay remedio, y lo único que podemos hacer es acabar de comer y marcharnos lo antes posible. Me siento afortunado de poder pasar juntos tanto tiempo en casa y de que no necesitemos salir mucho. Cuando lo hacemos, generalmente vamos al cine o a un restaurante tranquilo.

Nuestras conversaciones pueden ser problemáticas a causa de las dificultades de procesamiento auditivo que a veces experimento. Por ejemplo, Neil me dice algo, a lo que asiento o digo «sí» o «vale», pero luego me doy cuenta de que no he entendido lo que me decía. Para él puede llegar a ser muy frustrante perder el tiempo explicándome o contándome algo importante para mí, para acabar dándose cuenta de que no lo he captado. El problema es que no me doy cuenta de que no escucho lo que me dice. Suelo escuchar fragmentos de cada frase, que mi cerebro une automáticamente para encontrar un sentido. No obstante, al perderme palabras clave no acabo de comprender lo que me está diciendo. Asentir y decir cosas como «vale» cuando alguien me habla ha pasado a ser con el tiempo mi manera de permitir que fluya la comunicación entre alguien más y yo, sin que la otra persona tenga que detenerse y repetir continuamente. Aunque esa táctica me funciona la mayor parte del tiempo, me he dado cuenta de que no es apropiada en una relación. En lugar de ello, Neil y yo hemos aprendido a perseverar cuando hablamos entre nosotros. Yo le presto toda mi atención mientras me habla y le hago saber si hay alguna palabra o palabras que deba repetir. De esa manera, ambos podemos estar seguros de que estamos entendiendo perfectamente al otro.

De adolescente odiaba tener que afeitarme. Las cuchillas resbalaban y acababan cortándome la cara mientras me afanaba en mantener sujeta la maquinilla con una mano, sosteniéndome la cabeza con la otra. Solía costarme más de una hora, y acababa con la piel enrojecida e irritada. Resultaba tan incómodo que me rasuraba lo menos posible, a veces incluso durante meses, hasta que mi barba incipiente me irritaba tanto la piel que debía afeitarme. Al final acabé haciéndolo un par de veces al mes, fastidiando a mis hermanos y hermanas al ocupar durante mucho rato el cuarto de baño. Ahora, Neil me afeita cada semana con una maquinilla eléctrica que recorta la barba de manera rápida e indolora.

Ser demasiado sensible a ciertas sensaciones físicas afecta a la manera en que Neil y yo nos expresamos nuestro cariño e intimidad. Por ejemplo, para mí la luz me resulta incómoda —como un dedo tocándome el brazo— y así tuve que explicárselo a Neil a causa de la manera en que me retorcía cuando todo lo que él trataba de hacer era demostrarme su cariño. Por fortuna, no tengo ningún problema para tomarnos de las manos o para que Neil me rodee con el brazo.

Durante los años que llevamos juntos he aprendido muchas cosas de él, así como de la experiencia de amarle y de compartir nuestras vidas. El amor me ha cambiado, abriéndome más a los demás y haciéndome más consciente del mundo que me rodea. También me ha proporcionado más confianza en mí mismo y en mi capacidad de crecer y realizar progresos cada día. Neil forma parte de mi mundo, una parte de lo que me hace ser «yo», y ni por un momento podría imaginarme la vida sin él.

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Don de lenguas

Los idiomas siempre me han fascinado y ahora, tras haberme instalado en mi nuevo hogar y creado la página web, puedo empezar a pasar más tiempo trabajando en ellos. El primer idioma que estudié después del lituano fue el español. Mi interés por él surgió tras tener una conversación con la madre de Neil, en la que me habló de las vacaciones que la familia había pasado en diversas partes de España y mencionó que había ido aprendiendo el idioma a lo largo de bastantes años. Le pregunté si tenía algún libro que pudiera prestarme y encontró un ejemplar de la serie
Enséñate a ti mismo
, que me llevé y leí. Al cabo de una semana volví a visitar a los padres de Neil y le devolví el libro a su madre. Cuando empecé a hablar fluidamente con ella en español, no daba crédito.

Utilicé un método parecido para aprender rumano, cuando mi amigo Ian me pidió consejo sobre cómo aprenderlo para comunicarse mejor con su nueva esposa, Ana, en su lengua materna. Completé mi lectura con una edición en rumano en la red del clásico de Saint-Exupéry,
Mircul Print (El principito)
.

Mi último proyecto en el aprendizaje de idiomas es el galés, una lengua hermosa y diferente que escuché y visualicé por primera vez con Neil en una pequeña población del norte de Gales, en Blaenau Ffestioniog, en las montañas de Snowdonia. Muchos de los pobladores de esa región hablan galés como primera lengua (en total, en Gales una de cada cinco personas habla galés), y fue el único idioma que oí hablar en muchos de los lugares que visitamos.

El galés posee algunas características únicas entre todos los idiomas que he estudiado. Las palabras que empiezan con ciertas consonantes a veces cambian sus primeras letras, dependiendo de cómo se utilizan en una frase. Por ejemplo, la palabra
ceg
(boca), cambia a
dy geg
(tu boca),
fy ngheg
(mi boca) y a
ei cheg
(la boca de ella). El orden de los vocablos también es poco usual, pues el verbo es lo primero en una frase:
Aeth Neil i Aberystwyth
(«Neil fue a Aberystwyth», literalmente: «Fue Neil a Aberystwyth»). Para mí, lo más difícil al aprender galés ha sido la pronunciación de algunos sonidos, como «ll», que es como poner la lengua adoptando la posición para pronunciar la letra «l», tratando de decir la «s».

Un recurso muy valioso ha sido el canal de televisión en galés S4C, que puedo ver gracias a mi plataforma digital. La programación es variada e interesante, e incluye desde la serie
Pobol y Cwn (Gente del valle)
hasta las
newyddion
(noticias). Ha demostrado ser una ayuda excelente para mejorar mi comprensión y pronunciación.

La relación que tengo con un idioma es bastante estética; algunas palabras y combinaciones de palabras me resultan especialmente bellas y estimulantes. A veces leo una frase en un libro una y otra vez, sólo por la manera en que las palabras me hacen sentir interiormente. Los sustantivos son mi tipo de palabra favorito, porque me resultan mucho más fáciles de visualizar.

Cuando aprendo un idioma hay algunas cosas que considero herramientas imprescindibles. La primera es un buen diccionario. También necesito varios textos en ese idioma, como libros infantiles, cuentos y artículos de prensa, porque prefiero aprender palabras integradas en frases a fin de ayudarme a captar cómo funciona el idioma. Cuento con una memoria visual excelente, y cuando leo un término o frase, cierro los ojos y los veo en mi cabeza, pudiendo recordarla perfectamente. Mi memoria funciona peor si sólo puedo escuchar la palabra o frase, sin verla. Conversar con hablantes nativos ayuda a mejorar el acento, la pronunciación y la comprensión. No me importa cometer errores pero me esfuerzo en no volver a cometerlos una vez que me los han señalado.

Todo idioma puede convertirse en trampolín de otro. Cuantos más idiomas se hablan, más fácil es aprender otro nuevo. Y es así porque son un poco como las personas: pertenecen a «familias» de lenguas relacionadas, que comparten ciertas similitudes. Los idiomas también se influyen y se prestan palabras entre sí. Antes incluso de que empezase a estudiar rumano, ya entendía perfectamente la frase: «
Unto este un creion galben?
» («¿Dónde está el lápiz amarillo?»), debido a las similitudes con el español «¿dónde está?», el francés, «
un crayon
» (un lápiz) y el alemán «
gelb
» (amarillo).

También existen relaciones entre palabras del mismo idioma, que son específicas. Veo esas conexiones con facilidad. Por ejemplo, el islandés tiene
borð
(mesa) y
borða
(comer); en francés está
jour
(día) y
journal
(diario, periódico), y el alemán tiene
Hand
(mano) y
Handel
(oficio).

Aprender palabras compuestas puede ayudar a enriquecer el vocabulario y proporciona valiosos ejemplos acerca de la gramática de un idioma. El término alemán para «vocabulario», por ejemplo, es
Wortschatz
, que combina
wort
(palabra) y
schatz
(tesoro). En finés, pueden formarse palabras compuestas que equivalen a muchos vocablos separados de otros idiomas. Por ejemplo, en la frase: «
Hän oli talossanikin
» («Él también estuvo en casa»), la última palabra —
talossanikin
— está compuesta de cuatro partes distintas:
talo
(casa) +
-ssa
(en) +
-ni
(mi) +
-kin
(también).

Algunos aspectos del lenguaje me parecen más difíciles que otros. Las palabras abstractas me resultan menos fáciles de comprender y en mi cabeza guardo una imagen de cada una que me ayuda a deducir el significado. Por ejemplo, la expresión «complejidad» me hace pensar en una trenza de cabello, muchos mechones entretejidos formando un todo. Cuando leo o escucho que algo es complejo me lo imagino con muchas partes distintas que necesitan unirse para alcanzar una respuesta. De igual manera, la palabra «triunfo» crea la imagen en mi mente de un gran trofeo dorado, como los que se ganan en los grandes eventos deportivos. Si oigo hablar acerca del «triunfo electoral» de un político, me imagino al político sosteniendo una copa por encima de su cabeza, como el capitán del equipo vencedor de la final del mundial de fútbol. Con el término «frágil» pienso en cristal; me imagino una «paz frágil» como una paloma de cristal. La imagen que veo me ayuda a comprender que la paz puede saltar en pedazos en cualquier momento.

Algunas estructuras de frases pueden resultarme especialmente difíciles de analizar, como: «No es un inexperto en esas cuestiones», donde las dos partículas negativas («no» e «in») se eliminan entre sí. Sería mucho mejor si la gente dijese: «Tiene experiencia en esas cuestiones». Otro ejemplo es cuando una frase empieza con: «¿No le…?», como en: «¿No le parece que deberíamos ir ahora?», o: «¿No le apetece un helado?». Me confunde mucho, y me empieza a doler la cabeza, cuando no está claro si el que hace la pregunta quiere decir: «¿Le apetece un helado?» o: «¿Es cierto que no quiere un helado?»; es posible contestar ambas preguntas con un «sí», y no me gusta que la misma palabra tenga dos sentidos totalmente distintos.

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