—Lo siento —dijo, con una mueca de repulsión—, pero esto ya está yendo demasiado lejos. Voy a detenerlos ahora mismo.
—Yo en tu lugar no me metería, Garion.
—¡Oh, no! No puedo permitir que crucifiquen mujeres.
—¿Qué? —exclamó Seda, y se volvió a mirar a los soldados. El hombrecillo palideció, se puso de pie de un salto y corrió hacia ellos con Garion pegado a sus talones.
—¿Has perdido la cabeza? —le preguntó, exaltado, al delgadísimo jefe del servicio de inteligencia drasniano, que estaba tranquilamente sentado ante una mesa, en medio de los soldados.
—¿Cuál es tu problema, Kheldar?
—¿Sabes a quién acabas de crucificar?
—Por supuesto. Yo mismo la interrogué —respondió mientras movía los dedos como por descuido, pero Seda estaba de pie frente a la mesa y Garion no pudo leer el mensaje que transmitían sus manos.
—¡Haz que la bajen de ahí! —exclamó el príncipe, aunque su voz parecía haber perdido gran parte de la furia.
—¿Por qué no te ocupas de tus asuntos, príncipe Kheldar, y dejas que yo me ocupe de los míos? —sugirió Javelin, y luego se volvió hacia un corpulento cherek que estaba cerca—. Kheldar y el rey de Riva se retiran —dijo con frialdad—. Acompáñalos, por favor. Creo que deberían estar al menos a cuatrocientos metros de aquí.
—Lo mataré —exclamó Seda mientras él y Garion eran escoltados lejos de allí—. Lo mataré con mis propias manos.
Sin embargo, en cuanto los soldados los dejaron a cierta distancia de Javelin y volvieron a su siniestra tarea, el hombrecillo recuperó la compostura con asombrosa rapidez.
—¿Qué ocurre? —preguntó Garion.
—La joven que acaba de crucificar es su propia sobrina, Liselle —respondió Seda con calma.
—¡Bromeas!
—La conozco desde que era una niña. Él prometió explicármelo todo más tarde y espero que tenga un buen motivo, o le arrancaré las tripas —añadió mientras sacaba una larga daga de su chaqueta gris y comprobaba el filo con los dedos.
Javelin fue a buscarlos al anochecer.
—Oh, guarda eso, Kheldar —dijo mirando la daga de Seda.
—Es probable que la necesite dentro de un momento —replicó él—. Comienza a hablar, y será mejor que te muestres muy convincente o te arrancaré las tripas.
—Pareces nervioso.
—¿Lo has notado? ¡Qué listo eres!
—Tenía un buen motivo para hacer lo que hice.
—¡Espléndido! Creí que sólo te estabas divirtiendo.
—Tu sarcasmo está de más, Seda. A estas alturas, ya deberías saber que no hago nada sin una razón. Puedes quedarte tranquilo con respecto a Liselle. Ya la deben de haber soltado.
—¿Soltado?
—En realidad debe de haber escapado. Había muchos seguidores del culto escondidos en el bosque. Si no lo has advertido es porque empieza a fallarte la vista. Lo cierto es que todos los prisioneros que crucificamos han sido liberados y ahora están camino de las montañas.
—¿De qué se trata, Javelin?
—Es muy simple. Durante años, hemos intentado infiltrar a alguien en los puestos más altos del culto del Oso. Acaban de rescatar a una verdadera heroína, una mártir de la causa. Liselle es lo bastante lista como para ascender a un cargo importante.
—¿Cómo llegó aquí en primer lugar?
—Se puso una cota de malla —explicó Javelin encogiéndose de hombros— y yo la subí a bordo del barco de Trellheim. Cuando acabó la lucha, la metí entre los demás prisioneros.
—¿Crees que los que la han rescatado no se darán cuenta de que nunca ha estado en la ciudad?
—No, no lo creo —respondió el cherek—. Ella dirá que vivía en la zona noroeste de Jarviksholm. Los demás vienen de la zona suroeste. Jarviksholm es una ciudad bastante grande y nadie podrá asegurar que no ha estado nunca allí.
—Aún no puedo creer que le hayas hecho esto —dijo Seda.
—Tuvo que hablar mucho para convencerme —admitió Javelin, y el príncipe lo miró asombrado—. ¡Oh, claro! —exclamó aquél—, ¿aún no lo habías adivinado? Todo fue idea suya.
De repente, Garion oyó un sonido sordo e inquietante y un instante después la voz de Ce'Nedra llegó a él con total claridad.
«¡Garion!», gimió angustiada. «¡Garion, vuelve pronto a casa! ¡Han raptado a nuestro hijo!»
Polgara observó a Belgarion con ojo crítico. Estaban en un prado alto y descubierto, encima de la ciudad incendiada de Jarviksholm, y la pálida luz de la madrugada desdibujaba la silueta de las estrellas.
—Las plumas de tus alas son muy cortas —le dijo, y Garion las hizo más grandes—. Mucho mejor —repuso ella. Entonces su mirada se volvió intensa y ella también se convirtió en un halcón moteado—. Nunca me han gustado estas duras plumas —murmuró con su pico torcido. Luego miró a Garion con sus dorados ojos llenos de vehemencia—. Intenta recordar todo lo que te he dicho, cariño. En tu primer vuelo, no debes ir demasiado alto. —La hechicera extendió las alas, dio unos pocos pasos con sus patas en forma de garra y se levantó sin esfuerzo en el aire. El rey intentó imitar sus movimientos y cayó de bruces en el suelo. Ella regresó—. También tienes que usar la cola, Garion —dijo—. Las alas dan fuerza, pero la cola señala la dirección. Inténtalo otra vez. —El segundo intento resultó mejor y el monarca logró volar unos quince metros antes de chocar contra un árbol—. Eso ha estado muy bien, cariño. Ahora sólo debes mirar hacia dónde vas. —Garion sacudió la cabeza para liberarse del zumbido que sentía en los oídos y de las luces que resplandecían ante sus ojos—. Arregla tus plumas, cariño, e inténtalo otra vez.
—Me llevará meses aprender a volar, tía Pol. ¿No sería más fácil navegar hacia Riva a bordo de La Gaviota?
—No, cariño —respondió ella con firmeza—. Sólo necesitas un poco de práctica. Eso es todo.
En el tercer intento tuvo más éxito. El alorn comenzaba a coordinar mejor las alas y la cola, pero todavía se sentía torpe y movía demasiado las garras en el aire.
—Garion, no luches. Déjate llevar y elévate.
Volaron en círculos bajo la luz sin sombras del amanecer. Mientras seguía la espiral ascendente de Polgara, Garion pudo vislumbrar el humo negro que se elevaba desde la ciudad y los astilleros incendiados del puerto. A medida que su confianza crecía, el joven comenzaba a experimentar una enorme exaltación. El aire fresco que agitaba sus plumas resultaba embriagador y Belgarion advirtió que podía elevarse cada vez más sin demasiado esfuerzo. Cuando el sol acabó de salir, el viento dejó de ser un enemigo y el joven monarca comenzó a dominar cientos de pequeños movimientos musculares necesarios para obtener la mayor eficiencia posible de sus plumas.
Belgarath se acercó a ellos, seguido de Durnik.
—¿Cómo lo hace? —preguntó el halcón de aspecto feroz a Polgara.
—Ya está casi listo, padre.
—Bien. Déjalo practicar quince minutos más y luego vayámonos. Sobre aquel lago hay una corriente de aire cálido; eso nos facilitará las cosas.
El hechicero se inclinó sobre un ala y giró en un largo y ágil arco.
—Esto es fantástico, Pol —dijo Durnik—. Debería haber aprendido hace años.
Cuando llegaron a la corriente de aire que se alzaba sobre las aguas cálidas del lago, Garion descubrió el secreto para volar sin esfuerzo. Con las alas desplegadas e inmóviles, dejó que el aire lo alzara más y más arriba. A medida que ascendía, los objetos que había en el suelo se volvían más pequeños. Jarviksholm parecía una aldea de juguete con un puerto lleno de barcos de miniatura. Las colinas y los bosques tenían un brillante color verde bajo el sol de la mañana; el mar era azul y los campos nevados de los picos más altos resultaban tan intensamente blancos que lastimaban la vista.
—¿A qué altura crees que estamos? —oyó que Durnik le preguntaba a Belgarath.
—A más de mil metros.
—Es casi como nadar, ¿verdad? La profundidad del agua no tiene importancia porque uno usa sólo la que está en la superficie.
—Nunca lo había visto de ese modo. —El hechicero miró a tía Pol—. Creo que ya hemos subido bastante —dijo con la voz aguda y sibilina del halcón—. Ahora vayamos hacia Riva.
Los cuatro avanzaron sin pausa hacia el oeste. Dejaron atrás la costa cherek y volaron sobre el Mar de los Vientos. Durante un tiempo, una brisa los ayudó, pero al mediodía ésta se calmó y tuvieron que esforzarse para recorrer cada milla. A Garion le dolían los hombros y el desacostumbrado esfuerzo también le provocaba dolores en los músculos del pecho, pero siguió volando sin detenerse. Mucho más abajo, alcanzaba a ver las enormes olas del Mar de los Vientos, que desde aquella altura y bajo el sol de la tarde parecían pequeñas ondulaciones en la superficie del agua.
Cuando la rocosa Isla de los Vientos apareció ante su vista, el sol ya estaba poniéndose al oeste del horizonte. Volaron hacia el sur bordeando la costa este y luego descendieron en espiral hacia las torres y almenas de la Ciudadela, que se alzaba, gris y sórdida, sobre la ciudad de Riva.
Un centinela, que se hallaba ociosamente sobre su lanza en el parapeto más alto, observó con asombro cómo descendían los halcones moteados y vio con ojos desorbitados cómo los cuatro tomaban forma humana.
—Ma...majestad —balbuceó al ver a Garion, e intentó torpemente hacer una reverencia sin dejar de sostener la lanza.
—¿Qué ha ocurrido aquí? —preguntó el monarca.
—Alguien ha raptado a vuestro hijo, Majestad —informó el centinela—. Hemos rastreado toda la isla, pero aún no hemos podido encontrarlo.
—Bajemos —les dijo Garion a los demás—. Quiero hablar con Ce'Nedra.
Sin embargo, eso resultó imposible. En cuanto Belgarion entró en las habitaciones reales, alfombradas de azul, Ce'Nedra se echó en sus brazos y rompió a llorar de forma histérica. El joven sentía su menudo cuerpo temblando junto a él y sus pequeños dedos hundidos en sus brazos.
—Ce'Nedra —suplicó—, basta ya. Debes contarnos lo que ha sucedido.
—No está, Garion —gimió ella—. Al... alguien entró en su cuarto y se... se lo llevó.
La reina estaba acompañada por Ariana, la rubia esposa mimbrana de Lelldorin, y la morena Adara, que contemplaba la escena con expresión de desconsuelo.
—¿Por qué no haces algo, Pol? —sugirió Belgarath en voz baja—. Intenta calmarla, pues más tarde necesitaré hablar con ella. Ahora creo que los demás deberíamos ir a ver a Kail.
Polgara se quitó la capa con expresión sombría, la dobló con cuidado y la colocó sobre el respaldo de una silla.
—Muy bien, padre —respondió. Se acercó y tomó a la sollozante reina entre sus brazos—. Ya está bien, Ce'Nedra —dijo con tono tranquilizador—. Ya estamos aquí y nos ocuparemos de todo.
—¡Oh, Polgara! —gimió la menuda joven echándose en sus brazos.
—¿Ya le habéis dado algo? —le preguntó la hechicera a Ariana.
—No, señora —repuso aquélla—. Temía que las pócimas que suelen recetarse como calmantes le hicieran daño en su estado de excitación.
—Déjame echar un vistazo a tus medicinas.
—De inmediato, señora Polgara.
—Venid —les dijo Belgarath a Garion y a Durnik con un brillo de furia en los ojos—. Veamos si podemos encontrar a Kail y llegar al fondo de este asunto.
Encontraron al muchacho sentado a la mesa de su padre, con aspecto de cansado, examinando con atención un gran mapa de la isla que había desplegado ante él.
—Ocurrió ayer por la mañana, Belgarion —explicó con expresión grave después de que intercambiaran un brevísimo saludo—, antes del amanecer. La reina Ce'Nedra fue a mirar al príncipe poco después de medianoche y todo estaba bien. Un par de horas más tarde, había desaparecido.
—¿Qué has hecho hasta ahora? —le preguntó Belgarath.
—Ordené que cerraran el tráfico a la isla —respondió Kail— y luego hicimos lo mismo con la Ciudadela, de un extremo al otro. Quienquiera que se haya llevado al príncipe no estaba en la fortaleza, pero ningún barco ha entrado o salido desde que yo di esa orden y el administrador del puerto nos informó de que no ha salido nadie desde la medianoche de ayer. Por lo que sabemos, el secuestrador no ha salido de la Isla de los Vientos.
—Bien —dijo Garion con una súbita esperanza.
—En estos momentos, tengo tropas registrando todas las casas de la ciudad y los barcos patrullan cada centímetro de la costa. La isla está totalmente cerrada al exterior.
—¿Has buscado en los bosques y las montañas? —inquirió el anciano.
—Primero queremos acabar la búsqueda dentro de la ciudad. Luego cerraremos sus accesos y llevaremos las tropas al campo.
Belgarath asintió con la vista fija en el mapa.
—Debemos proceder con cuidado —dijo—. No acorralemos al secuestrador en un rincón..., al menos hasta que mi bisnieto esté seguro donde debe estar.
—La seguridad del príncipe constituye nuestra mayor preocupación —asintió Kail.
Polgara entró silenciosamente en la habitación.
—Le he dado algo para dormir y Ariana la vigila. Creo que por ahora no serviría de nada intentar interrogarla. Lo que necesita es dormir.
—Tienes razón, tía Pol —reconoció Garion—, pero yo no voy a dormir hasta que descubra lo que le ha ocurrido a mi hijo.
A primera hora de la mañana siguiente, se reunieron otra vez en el ordenado estudio de Kail para volver a examinar el mapa. El rey estaba a punto de interrogar al joven sobre la búsqueda en la ciudad, pero se agachó al sentir un súbito movimiento en el arma que llevaba a la espalda. Con aire ausente, y sin dejar de mirar el mapa, ajustó la correa que sujetaba la espada. Entonces volvió a sentir un tirón, esta vez más insistente.
—Garion —le preguntó Durnik con curiosidad—, ¿el Orbe suele brillar así aunque no estés blandiendo la espada?
El monarca miró por encima del hombro a la llameante piedra.
—¿Por qué hará eso? —inquirió perplejo. El siguiente movimiento del Orbe estuvo a punto de hacerlo caer—. ¡Abuelo! —exclamó bastante alarmado.
—Garion —dijo Belgarath con voz tranquila, pero expresión preocupada—. Saca la espada de la funda. Creo que el Orbe intenta decirte algo.
El joven extendió el brazo por encima del hombro contrario y desenfundó la espada con un chirrido metálico. Luego, sin temor a hacer el ridículo, le habló directamente a la brillante piedra de la empuñadura.
—En este momento estoy muy ocupado. ¿No puedes esperar?
El Orbe respondió con un firme movimiento hacia la puerta.
—¿Qué demonios hace? —preguntó Garion disgustado.