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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

Los guardianes del oeste (36 page)

BOOK: Los guardianes del oeste
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—Así lo haremos —decidió el rey.

Estaban a finales de verano y el cielo era claro y soleado. El barco de Jandra avanzaba con rapidez sobre las olas brillantes por el reflejo del sol y se inclinaba hacia un lado empujado por el viento. Garion pasaba casi todo el tiempo caminando de un extremo al otro de la cubierta. Tres días después de salir de Camaar, cuando la silueta dentada de la Isla de los Vientos apareció en el horizonte, lo embargó una desesperada impaciencia. Tenía que hacer tantas cosas y resolver tantos enigmas que incluso la hora que faltaba para llegar al puerto le parecía un tiempo insoportablemente largo.

Por fin, el barco de Jandra rodeó el promontorio del puerto y se aproximó a los muelles de piedra, a los pies de la ciudad.

—Me adelantaré —dijo Garion a los demás y, antes de que los marineros terminaran de amarrar las sogas del barco, saltó a las rocas incrustadas de sal del muelle y se dirigió a la Ciudadela, subiendo los escalones de dos en dos.

Ce'Nedra lo esperaba junto a las enormes puertas de la Ciudadela, vestida de luto. Estaba pálida y tenía los ojos llenos de lágrimas.

—¡Oh, Garion! —exclamó cuando él se acercó; luego lo abrazó y comenzó a llorar contra su pecho.

—¿Cuándo ocurrió, Ce'Nedra? —preguntó él mientras la estrechaba entre sus brazos—. Hettar no estaba al tanto de los detalles.

—Fue hace unas tres semanas —sollozó ella—. Pobre Brand, nuestro pobre y querido Brand.

—¿Sabes dónde puedo encontrar a Kail?

—Ha estado trabajando en el despacho de Brand —respondió ella—. Creo que desde que mataron a su padre, ha dormido apenas unas horas.

—Tía Pol y los demás llegarán pronto. Voy a hablar con Kail. ¿Los acompañarás en cuanto lleguen?

—Por supuesto, cariño —repuso ella mientras se secaba los ojos con el dorso de la mano.

—Hablaremos más tarde —dijo él—. Ahora mismo tengo que descubrir qué ha ocurrido.

—Garion —murmuró la joven con tono grave—, eran chereks.

—Eso es lo que he oído —respondió él— y por eso quiero llegar al fondo de este asunto lo antes posible.

En los pasillos de la Ciudadela reinaba un extraño silencio. Garion se dirigió a las habitaciones del ala oeste, donde Brand solía ocuparse de los problemas cotidianos del reino. Los criados y funcionarios que encontraba a su paso se hacían a un lado y lo saludaban con reverencias formales.

Kail iba vestido de riguroso luto y su cara estaba cenicienta por la fatiga y la profunda pena. Las ordenadas pilas de papeles que había sobre el escritorio revelaban que, a pesar de su dolor, había cumplido no sólo con sus obligaciones sino también con las de su padre. Cuando Garion entró en la habitación, el joven alzó la vista e hizo ademán de ponerse de pie.

—No lo hagas —le dijo el rey—. Tenemos demasiadas cosas que hacer para perder el tiempo con formalidades. —Miró a su amigo, que tenía aspecto de estar agotado—. Lo siento, Kail, mucho más de lo que puedes llegar a imaginar.

—Gracias, Majestad.

Garion se dejó caer en una silla al otro lado del escritorio y sintió una oleada de cansancio.

—Aún no conozco los detalles —repuso—. ¿Podrías contarme exactamente lo que ocurrió?

—Fue hace un mes —comenzó Kail mientras se recostaba en el respaldo de la silla—, poco después de que te fueras de Drasnia. Una delegación comercial del rey Anheg llegó a Riva. Aunque no especificaron con claridad el motivo de su visita, todos los papeles parecían en regla. Los recibimos con los debidos honores y ellos pasaron casi todo el tiempo en las habitaciones que les asignamos. Una noche en que mi padre había estado discutiendo unos asuntos con la reina Ce'Nedra, los encontró en el pasillo que conduce a las habitaciones reales y les preguntó si necesitaban algo. Entonces ellos lo atacaron sin previo aviso. —Kail se detuvo y Garion notó que apretaba las mandíbulas. Luego hizo una profunda inspiración y se secó los ojos con la mano, con un gesto cansado—. Majestad, mi padre ni siquiera iba armado. Hizo todo lo que pudo para defenderse y logró pedir auxilio antes de morir. Mis hermanos y yo corrimos en su ayuda, junto con varios guardias de la Ciudadela, pero ellos se negaron a rendirse. —Hizo una mueca de disgusto—. Era como si quisieran morir, y no nos quedó otra opción más que matarlos.

—¿A todos? —preguntó Garion con un nudo en la boca del estómago.

—A todos menos a uno —respondió el joven—. Mi hermano Brin lo golpeó en la nuca con el mango de su hacha y ha estado inconsciente desde entonces.

—Tía Pol ha venido conmigo —dijo Garion—. Si hay alguna posibilidad de despertarlo, ella lo conseguirá. —Su expresión se volvió sombría—. Y cuando se despierte, tendré una pequeña conversación con él.

—Yo también necesito respuestas —asintió Kail, y luego hizo una pausa, con una mueca de preocupación—. Belgarion, traían una carta del rey Anheg, por eso los dejamos entrar en la Ciudadela.

—Estoy seguro de que habrá alguna explicación lógica.

—Tengo la carta; lleva el sello y la firma de Anheg.

—He convocado una reunión del consejo alorn —explicó Garion—. En cuanto Anheg llegue aquí, aclararemos este asunto.

—Si es que viene —añadió Kail con tono sombrío.

La puerta se abrió con suavidad y entró Ce'Nedra con los demás.

—Muy bien —dijo Belgarath con brusquedad—, a ver si puedo entender esto. ¿Ha sobrevivido alguno de los asesinos?

—Uno, venerable anciano —respondió Kail—, pero se halla inconsciente.

—¿Dónde está? —preguntó Polgara.

—Lo llevamos a una habitación de la torre norte, señora. Los médicos han estado atendiendo sus heridas, pero aún no han conseguido que vuelva en sí.

—Iré de inmediato —dijo ella.

Misión se acercó adonde estaba sentado Kail y, sin decir una palabra, apoyó una mano sobre el hombro del joven, en un gesto compasivo. Éste volvió a apretar las mandíbulas y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—Traían una carta del rey Anheg, abuelo —le comunicó Garion al anciano—; así fue como entraron en la Ciudadela.

—¿Tienes la carta? —le preguntó Belgarath a Kail.

—Sí, venerable anciano —respondió el muchacho, y comenzó a hojear una pila documentos.

—Creo que debemos empezar por ahí —repuso Belgarath—. La alianza entre los pueblos alorns depende de esto, así que será mejor que lo aclaremos cuanto antes.

Cuando Polgara terminó su examen del único asesino superviviente, ya era casi de noche. La hechicera entró en las habitaciones reales, donde habían seguido las discusiones, con expresión sombría.

—Lo siento, pero no puedo hacer nada con él —informó—. Le han aplastado la nuca y su vida pende de un hilo. Si intento despertarlo, morirá de inmediato.

—Necesito respuestas, tía Pol —dijo Garion—. ¿Cuánto tiempo crees que tardará en despertar?

—Dudo que lo consiga —pronosticó ella sacudiendo la cabeza—; y si lo hace, no creo que pueda decir nada coherente. Lo único que mantiene unidos sus sesos es el cuero cabelludo.

—¿No podrías...? —insistió el rey con una mirada de impotencia.

—No, Garion. En su mente no queda nada con lo que pueda trabajar.

Dos días más tarde, el rey Cho-Hag, jefe supremo de los clanes de jinetes algarios, llegó acompañado de la reina Silar y de Adara, la alta y morena prima de Garion.

—Es una ocasión muy triste —le dijo Cho-Hag a Garion en voz baja cuando se estrecharon las manos en el muelle.

—En los últimos tiempos, sólo nos encontramos en la celebración de funerales —asintió el rey de Riva—. ¿Dónde está Hettar?

—Creo que está en Val Alorn —respondió Cho-Hag—. Es probable que venga con Anheg.

—Tendremos que hablar de eso —repuso Garion, y Cho-Hag alzó una ceja en un gesto de asombro—. Los que mataron a Brand era chereks —explicó con serenidad—. Traían una carta de Anheg.

—Anheg no puede tener nada que ver con esto —le aseguró el algario—. Quería a Brand como a un hermano. Tiene que haber otra persona detrás.

—Estoy seguro de que tienes razón, pero ahora mismo en Riva la gente se muestra recelosa. Algunos incluso han llegado a hablar de guerra. —La expresión de Cho-Hag mostró preocupación—. Por eso tenemos que darnos prisa. Debemos salir al paso de esas ideas antes de que se nos escapen de las manos.

Al día siguiente, el rey Fulrach de Sendaria llegó al puerto. Junto a él, en su imponente barco construido con grandes maderos, estaba el manco general Brendig, el anciano pero vigoroso duque de Seline y, por sorprendente que pareciera, la mismísima reina Layla, cuyo temor a los viajes por mar se había convertido casi en una leyenda.

Aquella misma tarde, desembarcó la reina Porenn, aún de riguroso luto por la muerte de su esposo. La reina llegó desde Drasnia en una nave pintada de negro, acompañada por su hijo, el niño-rey Kheva, y el delgadísimo margrave Khendon, más conocido como Javelin.

—¡Oh, mi querido Garion! —exclamó Porenn mientras lo abrazaba al pie de la pasarela—. No encuentro palabras para decirte cuánto lo siento.

—Hemos perdido a uno de nuestros amigos más queridos —reconoció él, y se volvió hacia Kheva—. Majestad —dijo con una reverencia formal.

—Majestad —respondió el niño-rey con otra reverencia.

—Hemos oído que el asesinato está rodeado de misterio —repuso Porenn—, y Khendon es muy bueno para resolver misterios.

—Margrave —saludó Garion al jefe del servicio de inteligencia drasniano.

—Majestad —respondió Javelin. Luego se volvió y le extendió una mano a una joven de cabello rubio miel y suaves ojos marrones, que bajaba por la pasarela—. Recordaréis a mi sobrina, ¿verdad?

—Margravina Liselle —saludó Garion.

—Majestad. —Ella devolvió el saludo con una reverencia formal. Aunque la muchacha no parecía consciente de ello, los dos pequeñísimos hoyuelos que tenía en las mejillas le daban un aire pícaro a su expresión—. Mi tío ha insistido para que viniera como secretaria suya. Dice que le falla la vista, pero creo que es sólo una excusa para no darme un puesto más apropiado. Los parientes mayores tienden a sobreprotegerse, ¿verdad?

Garion respondió con una ligera sonrisa.

—¿Alguien sabe algo de Seda? —preguntó.

—Está en Rheon —respondió Javelin—, intentando reunir información sobre las actividades del culto del Oso. Hemos enviado a un mensajero, pero suele ser difícil encontrarlo. De todos modos, espero que vuelva pronto.

—¿Ha llegado Anheg? —inquirió la reina Porenn.

Garion negó con la cabeza.

—Cho-Hag y Fulrach ya están aquí, pero todavía no sabemos nada de Anheg.

—Hemos oído decir que la gente sospecha de él —dijo la menuda reina—, pero no puede haber sido Anheg, Garion.

—Estoy seguro de que cuando llegue lo explicará todo.

—¿Ha sobrevivido alguno de los asesinos? —preguntó Javelin.

—Uno —contestó Garion—, pero me temo que no nos servirá de mucho. Uno de los hijos de Brand lo golpeó en la cabeza y no parece que vaya a despertarse nunca.

—Es una pena —se limitó a decir Javelin—, pero un hombre no necesita hablar para dar información.

—Espero que tengas razón —repuso Garion con tono esperanzado.

Durante la cena, todo el mundo se mostró reservado. Aunque nadie se atrevía a decirlo con claridad, tenían miedo de mencionar la siniestra hipótesis a la cual se enfrentaban. Sacar aquel tema en ausencia de Anheg podría acrecentar las dudas y sospechas, y dar a aquella reunión un carácter que ninguno de ellos deseaba.

—¿Cuándo se llevará a cabo el funeral de Brand? —preguntó Porenn.

—En cuanto llegue Anheg —respondió Garion.

—¿Has tomado alguna decisión con respecto a su cargo? —intervino Fulrach.

—No te entiendo.

—El cargo de guardián se creó hace mucho tiempo para cubrir el vacío existente cuando los nyissanos mataron a Gorek y a su familia. Ahora que ocupas el trono, ¿crees que realmente necesitas un guardián?

—Para serte franco, ni siquiera había pensado en ello. Brand siempre había estado allí y su presencia parecía tan permanente como los ladrillos de la propia Ciudadela.

—¿Quién ha estado haciendo su trabajo desde su muerte? —preguntó el conde de Seline, de cabellos plateados.

—Su segundo hijo, Kail.

—Tú tienes otras responsabilidades, Belgarion —señaló el conde—. Necesitas a alguien que se ocupe de los problemas cotidianos, al menos hasta que haya pasado la actual crisis. Sin embargo, no creo que sea necesario tomar una decisión definitiva sobre el cargo de guardián en estos momentos. Estoy seguro de que, si se lo pides, Kail continuará cumpliendo con los deberes de su padre sin ningún nombramiento formal.

—Tiene razón, Garion —dijo Ce'Nedra—. Kail siempre te ha servido con devoción y hará cualquier cosa que le pidas.

—Si ese joven hace bien su trabajo, será mejor que continúe con él —sugirió Seline, y luego esbozó una pequeña sonrisa—. Hay un viejo proverbio sendario que dice: «No intentes reparar lo que no está roto».

A la mañana siguiente, un barco de aspecto desagradable con elaboradas estructuras en la proa y la popa entró en el puerto bajo una vela excesivamente pesada. Garion, que estaba hablando tranquilamente con Javelin en las almenas de la Ciudadela, lo miró con una mueca de perplejidad.

—¿Qué clase de barco es ése? —preguntó—. No reconozco ese estilo de construcción.

—Es arendiano, Majestad. A todo le dan forma de castillo.

—No sabía que los arendianos tuvieran barcos.

—No tienen muchos —admitió Javelin—. Sus naves suelen naufragar cada vez que se encuentran con un viento fuerte.

—Será mejor que bajemos a ver quién viene.

—De acuerdo —asintió el margrave.

Los pasajeros que iban a bordo de aquel ridículo barco arendiano resultaron ser viejos amigos. Mandorallen, el poderoso barón de Vo Mandor, estaba de pie junto a la baranda, vestido con una resplandeciente armadura. A su lado se encontraban Lelldorin de Wildantor y las esposas de ambos, Nerina y Ariana, ambas ataviadas con lujosos trajes de brocados negros.

—Vinimos en cuanto nos enteramos de la tragedia, Garion —gritó Mandorallen mientras la tripulación arendiana hacía difíciles maniobras para acercar el pesado barco al desembarcadero, donde esperaban Garion y Javelin—. El deber y el afecto, tanto hacia vos como hacia el salvajemente asesinado guardián, nos han traído aquí para ayudaros en una justa venganza. El propio Korodullin se hubiera unido a nosotros, de no ser por una enfermedad que lo ha dejado muy débil.

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