—¿Qué haces?
—Cama —balbuceó él señalando el lecho real con cuatro columnas.
—Ya sé lo que es eso, Garion. Ayúdame, no me arrastres.
—¡Ah!
El la cogió de la mano, le pasó el otro brazo por la cintura y la alzó. Luego caminó tambaleante hacia la cama con los ojos muy abiertos y la mente completamente en blanco.
—¡Bájame, grandísimo tonto!
—Cama —insistió él, intentando explicarse con toda la elocuencia de que era capaz. Luego la dejó con cuidado en el suelo y se adelantó unos pasos—. ¡A la camita! —exclamó con tono alentador mientras daba unos pequeños golpecitos sobre la colcha.
Ce'Nedra cerró los ojos y suspiró.
—Limítate a salir del medio, Garion —dijo con voz resignada.
—Pero....
—¿Por qué no enciendes el fuego? —sugirió.
—¿Qué? —inquirió mirando a su alrededor sin llegar a comprender.
—La chimenea..., esa abertura en la pared con troncos en el interior. Pon más leña dentro. El lugar debe estar caliente y acogedor para el bebé, ¿verdad? —añadió ella apoyándose contra la cama. Garion corrió hacia la chimenea y se quedó allí, mirándola con expresión estúpida—. ¿Y ahora qué ocurre? —preguntó ella.
—Leña —respondió su esposo—. No hay leña.
—Tráela de la habitación de al lado —sugirió ella. ¡Qué idea tan brillante había tenido! Él se la quedó mirando con expresión de agradecimiento—. Ve a la otra habitación, Garion —dijo ella muy despacio y con claridad—. Coge un poco de leña y tráela aquí. ¿Has entendido?
—¡De acuerdo! —exclamó él con entusiasmo, y corrió hacia la otra habitación, cogió una ramita y volvió con ella—. Leña —dijo con tono de orgullo mostrándole la rama.
—Muy bien, Garion —repuso la joven mientras se metía en la cama con evidente dificultad—. Ahora ponla en el fuego y ve a buscar más.
—Más —asintió él mientras arrojaba la rama al fuego y salía corriendo otra vez.
Cuando acabó de traer la leña de la salita contigua, una rama en cada viaje, Garion miró a su alrededor con ansiedad, como si intentara decidir qué debía hacer. Cogió una silla y pensó que si la golpeaba contra la pared obtendría trozos del tamaño adecuado.
De repente se abrió la puerta de la habitación y entró Polgara. La hechicera se detuvo para mirar a Garion, que seguía con los ojos desorbitados.
—¿Qué diablos haces con esa silla? —preguntó.
—Leña —respondió él agitando el pesado mueble—. Necesito leña... para el fuego.
—Ya veo —musitó ella mirándolo largamente, mientras se alisaba la pechera de la bata blanca—. Conque ésas tenemos. Deja esa silla, Garion. ¿Dónde está Ce'Nedra?
—Cama —respondió él, dejando la lustrosa silla de mala gana. Luego la miró con expresión radiante—. Bebé —le informó.
—Garion —dijo Pol, alzando los ojos hacia el techo, como si le hablara a un niño—, es demasiado pronto para llevar a Ce'Nedra a la cama. Necesita andar un rato..., moverse.
—Cama —repitió Garion con obstinación—. Bebé.
Luego echó un vistazo alrededor y volvió a coger la silla.
Polgara suspiró, abrió la puerta y se dirigió al centinela.
—Joven —indicó—, ¿por qué no acompañas a su Majestad al patio que hay junto a la cocina? Allí encontraréis una gran pila de troncos. Consíguele un hacha para que pueda cortar leña.
Aquel día todo el mundo tenía ideas brillantes. Garion estaba encantado con la sugerencia de tía Pol. Dejó la silla y salió a toda prisa de la habitación, con el perplejo centinela detrás.
El rey cortó lo que parecían tres mil kilos de leña sólo en la primera hora, produciendo una verdadera llovizna de astillas que oscurecían el aire. Luego hizo una pausa, se quitó la chaqueta y volvió al trabajo. A mediodía, un respetuoso cocinero le trajo una loncha de carne asada, una gran rebanada de pan y una jarra de cerveza. Garion comió dos o tres bocados, bebió un par de sorbos de cerveza y volvió a coger el hacha para arremeter contra todo tronco. Si Brand no lo hubiera interrumpido poco antes de la puesta de sol, sin duda habría terminado de cortar todos los troncos que había en el patio de la cocina.
—Enhorabuena —le dijo el corpulento y canoso Guardián de Riva, con una enorme sonrisa—. Ya tienes un hijo.
Garion se detuvo y miró casi con tristeza los troncos que quedaban, pero de repente comprendió el significado de las palabras de Brand y dejó caer el hacha.
—¿Un hijo? —repitió—. ¡Qué extraordinario! ¿Tan rápido? —Observó el montón de leña—. Acabo de llegar aquí. Siempre creí que estas cosas llevaban más tiempo.
Brand lo miró con atención y luego lo cogió suavemente del brazo.
—Vamos, Belgarion —sugirió—. Ven a conocer a tu hijo.
El monarca se agachó y levantó toda la leña que podía cargar entre sus brazos.
—Para el fuego —explicó—. Ce'Nedra quiere un gran fuego.
—Estará muy orgullosa de ti, Belgarion —le aseguró el guardián.
Cuando llegaron a la alcoba real, Garion dejó la leña con cuidado sobre una lustrosa mesa situada junto a la ventana y se acercó a la cama de puntillas.
Ce'Nedra parecía cansada y débil, pero tenía una sonrisa de satisfacción en los labios. Acurrucada junto a ella, cubierta con una manta, había una pequeña criatura. El recién llegado tenía la cara roja y era casi calvo. Parecía dormido, pero cuando Garion se acercó abrió los ojos. El príncipe de la corona miró a su padre con expresión grave, luego suspiró, eructó y volvió a dormirse.
—¿No es hermoso, Garion? —dijo Ce'Nedra maravillada.
—Sí —respondió él con un nudo en la garganta—. Y tú también —añadió mientras se arrodillaba junto a la cama y los abrazaba a los dos.
—Muy bien, niños —repuso Polgara desde el otro lado de la cama—. Ambos os habéis portado muy bien.
Al día siguiente, Garion y el recién nacido protagonizaron una antigua ceremonia. Con Polgara a su lado, vestida con una espléndida túnica plateada y azul, el monarca llevó al niño a la sala del trono, donde los aguardaban los nobles de la isla. Mientras los tres entraban en la sala, el Orbe de Aldur, engarzado en la empuñadura de la espada de Puño de Hierro, se encendió con un gran resplandor azul. Garion se aproximó al trono con aire pensativo.
—Éste es mi hijo Geran —anunció, en parte a la comunidad allí reunida, pero en especial al propio Orbe.
La elección del nombre no había sido difícil. Aunque nunca había conocido a su padre, Garion quería rendirle un homenaje, y darle su nombre a un hijo suyo parecía lo más apropiado.
Belgarion le entregó el niño con cuidado a Polgara, alzó el brazo, sostuvo la enorme espada por el filo y apuntó con ella al pequeño. El resplandor del Orbe se hizo más brillante y, entonces, como si aquella luz lo atrajera, Geran extendió una pequeña manita rosada y la apoyó sobre la rutilante piedra. En cuanto la mano del niño lo rozó, el Orbe irradió una gran aureola de luces de colores y rodeó a los tres con un palpitante arco iris que iluminó la sala entera. Un vibrante coro resonó en los oídos de Garion y ascendió hasta convertirse en un enorme acorde que pareció estremecer al mundo entero.
—¡Salud, Geran! —exclamó Brand con voz estruendosa—, ¡heredero al trono de Puño de Hierro y guardián del Orbe de Aldur!
—¡Salud, Geran! —repitió la multitud con un grito ensordecedor.
«¡Salud, Geran!», añadió en silencio la voz de la mente de Garion.
Polgara no dijo nada, pero no necesitaba hablar, pues sus ojos expresaban todos sus sentimientos.
Aunque estaban en invierno y las tormentas asolaban el Mar de los Vientos, todos los reyes alorns viajaron a Riva para celebrar el nacimiento de Geran. Muchas personas más, amigos o simples conocidos, se unieron a Anheg, Cho-Hag y la reina Porenn en su visita a Riva. Barak estaba allí, por supuesto, con su esposa Merel, así como Henar y Adara. También Lelldorin y Mandorallen llegaron desde Arendia, acompañados por Ariana y Nerina.
Garion, que ahora se fijaba más en aquellas cosas, estaba asombrado por la gran cantidad de hijos que tenían sus amigos. Mirara donde mirara, había pequeños por todas partes y las risas de los niños y niñas que correteaban de un sitio a otro resonaban en los sobrios pasillos de la Ciudadela. El niño-rey Kheva de Drasnia y el hijo de Barak, Unrak, pronto se convirtieron en íntimos amigos. Las hijas de Nerina participaban con los hijos de Adara en juegos interminables que parecían provocar muchas carcajadas. La hija mayor de Barak, Grunded, que ya era una hermosa jovencita, dejó una profunda señal en los corazones de innumerables jóvenes nobles rivanos, bajo la mirada constante y atenta de su barbudo padre; éste, aunque nunca llegaba a amenazar a ninguno de los pretendientes de su hija, dejaba muy claro con sus miradas que no toleraría tonterías. La pequeña Terzie, hermana menor de Grunded, estaba en el umbral de la adolescencia, y aunque a menudo correteaba con los niños más pequeños, un instante después miraba arrobada a los jóvenes rivanos que siempre parecían estar por todas partes.
El rey Fulrach y el general Brendig llegaron de Sendaria en plena celebración. La reina Layla enviaba su más sincera enhorabuena, pero no había hecho el viaje con su marido.
—Estuvo a punto de subir al barco —informó Fulrach—, pero una ráfaga de viento hizo que una ola rompiera sobre las piedras del muelle y se desmayó; así que decidimos no someterla a la tensión del viaje.
—Tal vez sea lo mejor —asintió Garion.
Como era natural, Durnik y Misión llegaron del valle acompañados por Belgarath.
Los festejos duraron semanas. Hubo banquetes y presentaciones formales de regalos, tanto por parte de los visitantes como de los embajadores procedentes de varios reinos amigos. Naturalmente, también hubo tiempo para los recuerdos y para emborracharse. Ce'Nedra estaba en la gloria, pues ella y su pequeño hijo eran el centro indiscutible de toda la atención.
Entre los festejos y las obligaciones habituales del reino, a Garion no le quedaba un solo momento libre. Hubiera deseado disponer de una hora o dos para charlar con Barak, Hettar, Mandorallen y Lelldorin; pero aunque se esforzaba por organizar las tareas, nunca le sobraba tiempo para nada.
Sin embargo, a última hora de aquella tarde, Belgarath fue a buscarlo. Cuando el hechicero entró en el estudio, Garion alzó la vista del informe que estaba leyendo.
—Pensé que deberíamos hablar un rato —dijo el anciano.
—Hubiera querido atenderte mejor, abuelo —se disculpó Garion apartando el informe—, pero estoy ocupado de la mañana a la noche.
—Dentro de poco las cosas volverán a la normalidad —repuso Belgarath encogiéndose de hombros—. ¿Te he dado ya la enhorabuena?
—Creo que sí.
—Bien, entonces ya he cumplido con esa parte. ¡La gente organiza tanto alboroto cuando nace un niño! A mí no me interesan demasiado. La mayor parte del tiempo están mojados o berreando y es casi imposible hablar con ellos. No te importa que me sirva una copa, ¿verdad? —dijo señalando una licorera de cristal llena de un vino de color claro.
—No. Adelante.
—¿Quieres un poco?
—No, gracias, abuelo.
—¿Qué tal los negocios del rey? —preguntó Belgarath mientras se servía una copa de vino y se sentaba frente a Garion.
—Aburridos —respondió éste con tristeza.
—Eso es bueno, ¿sabes? Tu trabajo se vuelve emocionante sólo cuando ocurren cosas peligrosas.
—Supongo que tienes razón.
—¿Has estado estudiando?
—Me alegro de que hayas sacado el tema —replicó Garion incorporándose en la silla—. Con tanto alboroto, casi olvido comentarte algo importante.
—¿Ah, sí?
—¿Crees que la gente encargada de copiar las profecías lo hacía con cuidado?
—Supongo que sí. ¿Por qué lo preguntas?
—Creo que en mi copia del Códice Mrin falta algo.
—¿Qué te hace pensar eso?
—Hay un pasaje que no tiene sentido.
—Quizá no lo tenga para ti, pero no has estado estudiando demasiado tiempo.
—No es eso, abuelo. No me refiero a un significado oscuro, sino a una frase que empieza y luego no termina; o al menos no termina en la forma correcta.
—¿Te preocupa la gramática?
—Es el único párrafo que se interrumpe de ese modo. Dice: «Pero cuidado, la piedra que está en medio de la luz será...». Entonces hay una mancha y después sigue: «...este encuentro tendrá lugar en un sitio que ya no existe y allí se hará una elección».
—Creo que conozco ese pasaje —dijo Belgarath, ceñudo.
—Las dos partes no coinciden, abuelo —observó el rey rascándose la cabeza— La primera parte habla del Orbe, o al menos así lo interpreto yo, y la segunda de un encuentro. No sé cuál será la palabra que está bajo el manchón, pero no logro comprender cómo puede unir los dos párrafos. Creo que falta algo. Por eso te preguntaba si los escribas solían ser cuidadosos a la hora de hacer las copias. ¿Es posible que se saltaran un par de líneas?
—No lo creo, Garion —respondió Belgarath—. Siempre hay alguien que se encarga de comparar la copia nueva con la vieja. Tenemos mucho cuidado en hacerlo.
—¿Entonces qué hay debajo de la mancha de tinta?
—No logro recordarlo —confesó el anciano mientras se rascaba la barba con aire pensativo—, pero Anheg está aquí y es probable que él lo recuerde. Si no fuera así, puedes pedirle que cuando regrese a Val Alorn transcriba esa parte de su copia y te la envíe.
—Buena idea.
—No deberías preocuparte demasiado por eso, Garion. Al fin y al cabo, sólo es una parte del pasaje.
—Hay muchas cosas que sólo formaban parte de un pasaje y luego resultaron ser muy importantes.
—Si tanto te preocupa, intenta averiguar lo que decía. Es una buena forma de aprender.
—¿No sientes la más mínima curiosidad?
—Tengo otras cosas en la cabeza. Tú eres el que encontró el error, así que dejaré para ti la gloria de solucionarlo y enseñárselo al mundo entero.
—Con eso no me ayudas mucho, abuelo.
—No era mi intención ayudarte, Garion —sonrió Belgarath—. Ya has crecido lo suficiente como para solucionar tus propios problemas. —Miró la licorera que había en la mesa—. Creo que voy a beber otra copita de ese vino —dijo.
«Y serán doce, porque doce es un número que complace a los dioses. Sé que esto es cierto, pues una vez un cuervo vino a mí en un sueño y me lo dijo. Yo siempre he amado el número doce y es por esta razón que los dioses me han elegido para revelar esta verdad a las naciones...»