—Mi querido Valgon —comenzó el rey, buscando alguna forma diplomática de negarse—, en realidad creo que esta cuestión requiere...
Garion se interrumpió al ver que se abrían las enormes puertas talladas de la sala del trono.
Entró uno de los corpulentos centinelas vestidos de gris que siempre hacían guardia en la puerta, carraspeó y anunció en una voz que podría llegar a oírse desde el otro extremo de la isla:
—Su Majestad, reina Ce'Nedra de Riva, princesa imperial del imperio de Tolnedra, comandante de los ejércitos del Oeste y amada esposa de su Majestad, Belgarion de Riva, Ejecutor de Dioses, Señor del Mar Occidental y Señor Supremo del Oeste.
Ce'Nedra, tímida y pequeña, entró detrás del centinela, con los hombros erguidos a pesar de cargar con aquellos grandiosos títulos. Llevaba una túnica de terciopelo verde pálido, fruncida bajo el corpiño para disimular su abultado vientre, y tenía un brillo pícaro en los ojos.
Valgon se giró y la saludó con una elegante reverencia.
La reina dio un golpecito al centinela en el hombro, se puso de puntillas y murmuró algo a su oído. Este asintió con un gesto, se giró otra vez hacia el trono y volvió a carraspear.
—Su Alteza, príncipe Kheldar de Drasnia, sobrino del finado y querido rey Rhodar y primo del rey Kheva, Señor de las Marchas del Norte.
Garion alzó la vista, atónito.
Seda entró con aire majestuoso. Llevaba una lujosa casaca de color gris perla, multitud de brillantes anillos en los dedos y una gruesa cadena de oro con un gran colgante de zafiro alrededor del cuello.
—Está bien, caballeros —les dijo a Garion y al conde Valgon haciendo un rápido gesto con la mano—, no es necesario que os levantéis.
Extendió su brazo hacia Ce'Nedra, con un ademán ampuloso, y ambos recorrieron el ancho y alfombrado pasillo en dirección al trono.
—¡Seda! —exclamó Garion.
—El mismo —respondió el príncipe Kheldar con una pequeña reverencia burlona—. Su Majestad tiene buen aspecto, a pesar de todo.
—¿A pesar de qué?
El joven respondió con un guiño.
—Estoy encantado de volver a ver a un mercader y príncipe tan famoso otra vez. En los últimos años, os habéis convertido en una leyenda. Vuestras explotaciones en el este causan verdadera desesperación a las grandes casas comerciales de Tol Honeth —elogió el conde.
—No hay duda de que he tenido bastante éxito —respondió Seda mientras soplaba sobre un gran anillo de rubí y luego lo refregaba contra la parte delantera de su chaqueta—. En tu próximo informe, por favor, envíale recuerdos de mi parte al nuevo emperador. Su actuación en el conflicto de los Vordue ha sido magistral.
Valgon se permitió una ligera sonrisa.
—Estoy seguro de que Su Majestad imperial se alegrará de conocer vuestra opinión favorable, príncipe Kheldar. —Se volvió hacia Garion—. Supongo que tendréis cosas que discutir con vuestro antiguo amigo, Majestad, así que podremos seguir con esta cuestión en otro momento —dijo—. Con el permiso de su Majestad —añadió con una reverencia.
—Por supuesto, Valgon —repuso el monarca—. Y gracias por todo.
El tolnedrano hizo otra reverencia y abandonó la sala en silencio.
Ce'Nedra se acercó al pie del trono y se cogió afectuosamente del brazo de Seda.
—Espero que no te importe que te hayamos interrumpido, Garion —dijo ella— Estoy segura de que Valgon y tú estabais manteniendo una conversación absolutamente fascinante.
Su esposo hizo una mueca.
—¿Qué sentido tienen todos estos formalismos? —preguntó con curiosidad—. Me refiero a todo ese asunto de los títulos.
—Ha sido idea de Ce'Nedra. Dijo que si abrumábamos a Valgon con suficientes títulos, lo persuadiríamos para que se fuera. ¿Hemos interrumpido algo importante?
—Hablábamos de los problemas de descarga de los barcos tolnedranos —explicó con expresión de amargura—. Creo que, si el embajador llega a pronunciar de nuevo la palabra «prioridad», lo habría estrangulado.
—¿Ah sí? —dijo Ce'Nedra con los ojos muy abiertos y tono pícaro—. Entonces, digámosle que vuelva.
—Por lo que veo, no le tienes mucha simpatía.
—Es un Honeth —respondió Ce'Nedra con un resoplido poco delicado—, y yo detesto a los Honeth.
—Vayamos a algún sitio donde podamos hablar —sugirió Garion tras echar un vistazo alrededor de la sala del trono.
—Como su Majestad desee —aceptó Seda con una gran reverencia.
—¡Oh, ya está bien! —exclamó el monarca mientras bajaba de la plataforma y los guiaba hacia una puerta lateral.
Cuando llegaron al tranquilo y luminoso refugio de las habitaciones reales, Garion se quitó la corona y la túnica oficial, y suspiró aliviado.
—No te imaginas el calor que da esa ropa —dijo arrojándola sobre una silla.
—También se arruga, cariño —le recordó Ce'Nedra, apresurándose a recoger la túnica; luego la dobló con cuidado y la colgó sobre el respaldo de la silla.
—Yo podría conseguirte una confeccionada en satén de Mallorea..., de un color apropiado y con hilos de plata entretejidos —sugirió Seda—. Tendría un aspecto lujoso, sin llegar a ser presuntuosa, y no sería tan pesada.
—Buena idea —aprobó Garion.
—Y estoy seguro de que podría hacerte muy buen precio.
El joven rey lo miró con asombro y el príncipe soltó una carcajada.
—No cambiarás nunca, ¿verdad, Seda? —dijo Ce'Nedra.
—Por supuesto que no —respondió el pequeño ladronzuelo, y se repantigó en una silla sin esperar que lo invitaran a sentarse.
—¿Qué te trae por Riva? —le preguntó Garion mientras se sentaba a la mesa frente a él.
—Sobre todo el afecto. Hacía varios años que no os veía a ninguno de los dos. —Miró a su alrededor—. ¿No tendrás algo de beber a mano?
—Supongo que podremos encontrar algo —sonrió Belgarion.
—Tenemos un vino bastante bueno —dijo Ce'Nedra mientras se dirigía a un aparador de madera oscura y lustrosa—. Intento que Garion no pruebe la cerveza. —Éste levantó una ceja en señal de asombro—. Ha adquirido la desafortunada costumbre de cantar cada vez que bebe cerveza —explicó la reina—, y no quisiera obligarte a pasar por esa experiencia.
—Ya está bien —repuso Garion.
—El problema no es su voz —continuó Ce'Nedra, implacable—, sino la forma que tiene de buscar las notas correctas..., que nunca encuentra.
—¿No crees que ya es suficiente? —insistió su esposo.
Ella dejó escapar una vibrante carcajada y llenó dos copas de plata de vino tolnedrano.
—¿No nos acompañarás? —preguntó Seda.
—Al heredero del trono rivano no le gusta mucho el vino —respondió la joven con una mueca mientras apoyaba una mano con suavidad sobre su abultado abdomen—. O tal vez le guste tanto que comience a dar patadas y preferiría que no me rompiera ninguna costilla.
—Ah —se limitó a responder Seda con delicadeza.
—Ahora, caballeros, si me disculpáis, me voy a los baños —dijo Ce'Nedra mientras depositaba las copas sobre la mesa.
—Es su diversión favorita —le explicó Garion a Seda—. Todas las tardes se pasa al menos dos horas en los baños de mujeres..., aunque no esté sucia.
—Me relaja la espalda —repuso ella encogiéndose de hombros. En los últimos tiempos he estado llevando esta carga —añadió señalándose la barriga—, y tengo la impresión de que cada día pesa un poco más.
—Me alegro de que sean las mujeres las que tienen los hijos —afirmó Seda—. Estoy seguro de que yo no tendría el valor de hacerlo.
—Eres un hombrecillo despreciable, Seda —dijo ella con tono crítico.
—Claro que sí —rió él.
La reina le dirigió una mirada fulminante y luego se fue a buscar a Arell, su compañera de baños.
—Está absolutamente radiante —observó el príncipe—, y no parece tan malhumorada como esperaba encontrarla.
—Deberías haberla visto hace unos meses.
—¿Estuvo muy mal?
—No puedes imaginártelo.
—Supongo que es normal..., al menos eso me han dicho.
—¿Qué has estado haciendo últimamente? —preguntó Garion mientras se recostaba en la silla—. No hemos tenido muchas noticias tuyas.
—He estado en Mallorea —respondió Seda tras beber un sorbo de vino—. El mercado de las pieles ya no es tan emocionante como antes y Yarblek se ha estado ocupando de él. Nos dimos cuenta de que había muchas más posibilidades de obtener ganancias con las sedas malloreanas, las alfombras y las piedras sin tallar, así que fui allí a investigar.
—¿No crees que Mallorea es un lugar peligroso para un mercader occidental?
—No es peor que Rak Goska —dijo Seda encogiéndose de hombros— o que Tol Honeth. Me he pasado la vida en sitios peligrosos, Garion.
—¿No podrías comprar las mercancías en Yar Marak o Thull Zelik, cuando las descargan de los barcos malloreanos?
—Los precios son mejores en el lugar de origen. Cada vez que el producto pasa por un par de manos, el precio se dobla.
—Supongo que es lógico —reconoció Garion mientras miraba con envidia a su amigo, libre para ir a cualquier lugar del mundo cuando le apeteciera—. ¿Cómo es Mallorea? —le preguntó—. Aquí oímos todo tipo de historias, pero creo que sólo se reducen a eso, historias.
—En estos momentos hay un gran alboroto —respondió el joven con seriedad—. Kal Zakath se ha ido a luchar contra los murgos y los grolims se han venido abajo al enterarse de la muerte de Torak. La sociedad malloreana siempre ha estado dirigida por Mal Zeth o por Mal Yaska, es decir, por el emperador o por la Iglesia; pero ahora no parece haber nadie a su cargo. Los burócratas del gobierno intentan mantener estable la situación, pero los malloreanos necesitan gobernantes más duros y ahora mismo no los tienen. Están saliendo a la luz todo tipo de conflictos: rebeliones, religiones nuevas y cosas por el estilo.
De repente, Garion tuvo una idea.
—¿Has oído el nombre de Zandramas en algún sitio? —inquirió con curiosidad.
—Es extraño que me preguntes eso —dijo Seda alzando la vista de forma súbita—. Cuando fui a Boktor, poco antes de la muerte de Rhodar, yo estaba hablando con Javelin y Misión le hizo esa misma pregunta. Javelin le respondió que lo único que sabía era que se trataba de un nombre darshivano. Cuando volví a Mallorea, intenté averiguarlo en varios sitios, pero cada vez que lo hacía la gente se ponía muy nerviosa y se negaba a hablar, de modo que dejé de hacer preguntas al respecto. Supuse que tendría que ver con alguna de las religiones que mencioné antes.
—¿Y por casualidad oíste hablar de algo llamado el Sardion, o tal vez Cthrag Sardius?
—Me resulta familiar —respondió Seda con una mueca de concentración mientras se daba suaves golpecitos con la copa sobre el labio inferior—, pero no recuerdo dónde lo he oído.
—Si llegaras a recordarlo, te agradecería que me contaras todo lo que sepas sobre ello.
—¿Es importante?
—Creo que puede serlo. El abuelo y Beldin han estado buscando una pista.
—Tengo algunos contactos en Mal Zeth y Melcene —señaló Kheldar—. Cuando regrese allí, veré si puedo averiguar algo.
—¿Entonces volverás pronto?
Seda asintió con un gesto.
—Yo me hubiera quedado allí, pero se desató una pequeña crisis en Yar Nadrak. El rey Drosta se está volviendo codicioso. Le hemos estado pagando unos sobornos bastante sustanciosos para que hiciera la vista gorda con respecto a nuestras actividades en su reino; pero se le metió en la cabeza la idea de que estábamos ganando mucho dinero y pretendió expropiar nuestras posesiones en Gar og Nadrak. He tenido que ir a convencerlo de que no lo hiciera.
—¿Y cómo lo lograste? Siempre he tenido la impresión de que Drosta hace lo que quiere en Gar og Nadrak.
—Empleé amenazas —respondió el príncipe—. Le recordé que soy un pariente cercano del rey de Drasnia y le sugerí que tengo muy buenas relaciones con Kal Zakath. Como la idea de una invasión procedente del este o del oeste no le gustó nada, cambió de idea.
—¿Tú tienes muy buenas relaciones con Zakath?
—Ni siquiera lo conozco..., pero Drosta no lo sabe.
—¿Le has mentido? ¿No podría ser peligroso?
—El mundo está lleno de peligros, Garion —rió Seda—. Los dos hemos estado en lugares siniestros. Como recordarás, Rak Cthol no era el lugar más seguro del mundo y Cthol Mishrak me ponía los pelos de punta.
—¿Sabes una cosa, Seda? —dijo Garion mientras jugueteaba con la copa—. En cierto modo, echo de menos todo aquello.
—¿A qué te refieres?
—No lo sé...: el peligro, la emoción. Los días se han vuelto bastante rutinarios. Ahora, la única emoción en mi vida es intentar librarme del embajador tolnedrano. A veces desearía... —El rey dejó la frase sin concluir.
—Si quieres, puedes venir conmigo a Mallorea —ofreció Seda—. Yo podría encontrar un trabajo interesante para un hombre con tus habilidades.
—No creo que a Ce'Nedra le gustara que me fuera en estos momentos.
—Ésa es una de las razones por las que no me he casado —dijo Kheldar—. Nunca tengo que preocuparme por esas cuestiones.
—¿Piensas detenerte en Boktor en el camino de regreso?
—Tal vez unos días. Ya he visitado a la gente que quería ver en mi viaje hacia aquí desde Yar Nadrak. Porenn está haciendo un buen trabajo con Kheva, y creo que cuando crezca será un buen rey. También pasé a visitar a Javelin, por supuesto. El siempre espera que lo hagamos, pues le gusta escuchar nuestras impresiones sobre la situación de los demás países, aunque no estemos actuando en ninguna misión oficial.
—Javelin es muy competente, ¿verdad?
—Es el mejor.
—Siempre pensé que tú eras el mejor.
—No a largo plazo, Garion —sonrió Seda—. Yo soy muy inconstante..., brillante quizá, pero inconstante, y me desvío con facilidad del objetivo. Cuando Javelin persigue algo, no permite que nada lo distraiga hasta que no lo ha conseguido. En estos momentos, está intentando llegar al fondo de la organización del culto del Oso.
—¿Ha tenido suerte?
—Todavía no. Hace años que intenta infiltrar a alguien en los consejos del culto, pero aún no lo ha conseguido. Le dije que enviara a Hunter, pero él me respondió que está ocupado en otra cosa y que me metiera en mis asuntos.
—¿Hunter? ¿Quién es Hunter?
—No tengo ni idea —respondió Seda—. En realidad no es una persona en concreto; es el nombre que se otorga al más secreto de nuestros agentes y varía de vez en cuando. Sólo Javelin sabe quién es Hunter, pero no se lo dice a nadie. Ni siquiera a Porenn. El propio Javelin fue Hunter una vez, hace unos quince años. Sin embargo, ni siquiera es necesario que sea un drasniano..., ni que sea hombre. Podría ser cualquier persona en el mundo; incluso algún conocido, como Barak, Relg o un nyissano.