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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

Los guardianes del oeste (24 page)

BOOK: Los guardianes del oeste
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—Quiero darte las gracias por tu información, Bethra —repuso Varana—. Permíteme que te dé algo por las molestias.

—Eso nunca fue necesario, Majestad —respondió ella con una sonrisita picara—. Lo que yo vendo no es información. Ahora me retiro..., a no ser que queráis hablar de negocios, por supuesto.

La mujer, que se estaba poniendo la capa, hizo una pausa para mirarlo directamente a la cara.

—Ah..., creo que éste no es un buen momento, Bethra —dijo Varana con un triste deje en la voz, mientras miraba de soslayo a Ce'Nedra.

—Entonces ya habrá otra oportunidad —concluyó ella con una pequeña reverencia, y abandonó la habitación dejando una fragancia de almizcle en el aire.

Ce'Nedra, todavía rabiosamente ruborizada y con una expresión de furia en los ojos, se volvió hacia Garion y Varana.

—¡No os atreváis a hacer ningún comentario! —exclamó—. No quiero oír ni una palabra.

La triste visita a Tol Honeth llegó a su fin pocos días después, cuando los reyes de Riva embarcaron hacia la Isla de los Vientos. Aunque Ce'Nedra hizo pocas manifestaciones de dolor, Garion la conocía lo suficiente como para saber que la muerte de su padre la había afectado mucho. El joven monarca comprendía muy bien los sentimientos de su esposa y la quería mucho, de modo que durante los meses siguientes la trató con más ternura y consideración que nunca.

Ese mismo año, a mediados de otoño, los reyes alorns y la reina Porenn, regente de Drasnia, se encontraron en Riva para el tradicional consejo alorn. La reunión no tenía el carácter de urgencia de los consejos previos. Torak había muerto, los angaraks estaban convulsionados por la guerra y un rey se sentaba en el trono de Riva. Esta vez, la ceremonia era casi una convención social, pero los monarcas mantenían las apariencias congregándose en la sala con cortinas azules del consejo, en la torre sur de la Ciudadela. Allí hablaban con seriedad de la guerra estancada en el sur de Cthol Murgos y de los problemas de Varana con las familias del norte de Tolnedra.

Escarmentados por el fracaso del intento de asesinato de los Honeth, los Vordue decidieron provocar una guerra de secesión. Poco después de la coronación de Varana como Ran Borune XXIV, la familia Vordue declaró que su gran ducado no pertenecía a Tolnedra, sino que era un reino independiente..., aunque aún no habían decidido cuál de sus miembros ascendería al trono.

—Varana tendrá que enviar a las legiones para detenerlos —declaró Anheg mientras se limpiaba con la manga la aureola de espuma que la cerveza le había dejado en la boca—. De lo contrario, las demás familias también se separarán y Tolnedra saltará en pedazos como un muelle roto.

—No es tan simple, Anheg —explicó Porenn con suavidad y apartó la vista de la ventana por donde había estado contemplando la actividad del puerto situado abajo. La reina de Drasnia vestía de riguroso luto y el negro parecía realzar su belleza y su cabello rubio—. Las legiones se enfrentarían sin reparos a un ejército extranjero, pero Varana no puede pedirles que luchen contra su propio pueblo.

—Podría traer las legiones del sur —dijo Anheg encogiéndose de hombros—. Son todos Borune, Anadile o Ranite y no les importaría combatir contra los Vordue.

—Pero entonces las legiones del norte intervendrían para detenerlos, y en cuanto comenzaran a enfrentarse entre sí el imperio se desintegraría.

—La verdad es que no lo había considerado de ese modo —admitió Anheg—. ¿Sabes, Porenn? Eres extremadamente inteligente... para ser mujer.

—Y tú eres extremadamente perspicaz... para ser hombre —respondió la reina con una dulce sonrisa.

—Un tanto para ella —dijo Cho-Hag en voz baja.

—¿Estáis apuntando los tantos? —preguntó Garion con suavidad.

—Ayuda a llevar una especie de registro de todo lo que se dice —explicó el jefe supremo de los clanes de Algaria con expresión grave.

Unos días más tarde, llegó la noticia del novedoso método de Varana para resolver el conflicto con los Vordue. Una mañana, un barco drasniano entró en el puerto de Riva y un agente del servicio de inteligencia entregó una serie de informes a la reina Porenn. Después de leerlos, la reina entró en la sala del consejo con una sonrisa pícara.

—Creo que debemos dejar a un lado nuestras reservas sobre el talento de Varana como gobernante, caballeros —les dijo a los reyes alorns—. Parece que ha encontrado una solución al problema de los Vordue.

—¿Ah sí? —preguntó Brand con su portentosa voz—. ¿Cuál?

—Mis agentes me han informado de que ha hecho un pacto secreto con Korodullin de Arendia. El llamado «Reino de Vordue», de repente, se ha llenado de bandidos arendianos..., casi todos vestidos con armaduras, por extraño que parezca.

—Espera un momento, Porenn —interrumpió Anheg—. Si se trata de un pacto secreto, ¿cómo es que tú lo conoces?

—Oh, Anheg —dijo la menuda reina de Drasnia entornando los párpados en un gesto de falsa modestia—, ¿todavía no te has enterado de que yo lo sé todo?

—Otro tanto para ella —le indicó Cho-Hag a Garion.

—Yo diría que sí —asintió Garion.

—Sea como fuere —continuó Porenn—, la cuestión es que ahora hay batallones enteros de imprudentes caballeros mimbranos en Vordue, todos actuando como bandidos, saqueando y robando a voluntad. Los Vordue no tienen un ejército propiamente dicho, de modo que han pedido ayuda a las legiones. Mis agentes han conseguido una copia de la respuesta de Varana. —Desplegó un documento y comenzó a leer—. «Saludos al gobierno del Reino de Vordue. Vuestra reciente solicitud de ayuda me ha sorprendido mucho, pues suponía que los estimados caballeros de Tol Vordue no desearían verme romper la soberanía del recién establecido reino enviando a las legiones al otro lado de la frontera, para echar a unos cuantos bandidos arendianos. El mantenimiento del orden público es una responsabilidad fundamental de cualquier gobierno y yo nunca osaría entrometerme en un asunto tan importante. Hacerlo significaría despertar graves dudas en las mentes de los hombres razonables sobre la viabilidad de vuestro nuevo Estado. Sin embargo, os envío mis mejores deseos de éxito en esta cuestión que, después de todo, es estrictamente de competencia interna.»

Anheg comenzó a reír a carcajadas mientras golpeaba la mesa con su enorme puño.

—Creo que esto merece un trago —rió.

—Más bien varios —asintió Garion—. Podemos brindar por los esfuerzos de los Vordue por mantener el orden.

—Confío en que sabréis disculparme, caballeros —dijo la reina—, pero ninguna mujer podría competir con los reyes de Aloria en lo referente a la bebida.

—Por supuesto, Porenn —asintió Anheg, magnánimo—, nosotros nos beberemos tu parte.

—Es muy amable de tu parte —murmuró ella, y se retiró.

Los recuerdos de Garion sobre lo sucedido aquella noche eran imprecisos, como si los vapores del alcohol los hubieran envuelto en una brumosa neblina. Creía recordar un paseo en zigzag por un pasillo, con Anheg a un lado y Brand al otro, cogidos de los hombros y tambaleándose en una curiosa armonía.

También recordaba que habían cantando. Cuando el rey de Riva estaba sobrio, nunca cantaba, pero aquella noche le había parecido la cosa más natural y divertida del mundo.

Nunca antes había estado borracho. Tía Pol desaprobaba la bebida y, como en tantas otras cosas, él había confiado en su criterio. Por consiguiente, el joven rey no estaba preparado en lo más mínimo para la resaca del día siguiente.

Ce'Nedra se mostró de lo más incomprensiva, para decirlo del modo más suave posible. Como todas las mujeres que habían habitado la tierra desde la creación, disfrutaba con el sufrimiento de su esposo.

—Te avisé de que estabas bebiendo demasiado —le recordó.

—Por favor, calla —dijo él con la cabeza entre las manos.

—Ha sido culpa tuya —lo riñó ella.

—Déjame solo —suplicó el joven—. Quiero morir en paz.

—Oh, no creo que mueras, Garion. Tal vez desees hacerlo, pero no podrás.

—¿Es imprescindible que grites tanto?

—A todos nos encantaron tus canciones —lo felicitó ella efusivamente—. Creo que incluso inventaste notas que no sabíamos que existían.

Garion gruñó y volvió a esconder la cara entre las temblorosas manos.

El consejo alorn se prolongó una semana más y habría durado aún más tiempo si no hubiera sido por una furiosa tormenta de otoño, que anunció con el rugido del viento la hora de que los reyes se marcharan al continente, antes de que el Mar de los Vientos se volviera intransitable.

Pocos días después, Brand, el alto y maduro Guardián de Riva, solicitó una audiencia privada con Garion. Estaba lloviendo mucho y, mientras los dos hombres hablaban sentados en cómodas sillas a ambos lados de la mesa, una cortina de agua golpeaba de forma intermitente los cristales de la ventana del estudio del rey.

—¿Puedo hablarte con franqueza, Belgarion? —preguntó el hombretón de ojos tristes.

—Ya sabes que no necesitas preguntarlo.

—Es un asunto personal y no quiero ofenderte.

—Di lo que tengas que decir; te prometo que no me ofenderé.

—Belgarion —empezó Brand mientras miraba por la ventana el cielo gris y la cortina de lluvia empujada por el viento—, han pasado casi ocho años desde que te casaste con la princesa Ce'Nedra. —Aquél asintió con un gesto—. No quiero entrometerme en tu vida privada, pero el hecho de que tu mujer no te haya dado un heredero se ha convertido en un asunto de estado.

—Sé que tú, Anheg y los demás estáis preocupados; pero creo que vuestra preocupación es prematura —respondió Garion con una mueca de fastidio.

—Ocho años es mucho tiempo, Belgarion. Todos sabemos que amas a tu esposa y, por nuestra parte, la queremos mucho..., a pesar de que a veces es un poco obstinada.

—Lo habéis notado.

—La seguimos de buen grado al campo de batalla de Thull Mardu y, si fuera necesario, volveríamos a hacerlo; pero creo que debemos enfrentarnos a la posibilidad de que sea estéril.

—Estoy seguro de que no lo es —dijo Garion con firmeza.

—Entonces ¿por qué no tiene hijos? —El rey fue incapaz de responder a eso—. Belgarion, el destino de este reino y el de todo Aloria pende de un hilo. En los reinos del norte no se habla de otra cosa.

—No lo sabía —confesó el joven monarca.

—Grodeg y sus secuaces fueron eliminados en Thull Mardu, pero el culto del Oso ha resurgido en las zonas más remotas de Cherek, Drasnia y Algaria. Lo sabías, ¿verdad? —Garion asintió en silencio—. Incluso en las ciudades, hay individuos que simpatizan con los objetivos y creencias del culto. Esa gente está disgustada porque has elegido una princesa tolnedrana como esposa y ya corren rumores de que la supuesta esterilidad de Ce'Nedra es un castigo de Belar por su casamiento.

—Eso es una superstición estúpida —protestó Garion.

—Por supuesto, pero si la gente comienza a creer en ese tipo de ideas las consecuencias pueden ser muy desagradables. Hay otros miembros de la sociedad alorn, amigos tuyos, preocupados por este asunto. Para decirlo con crudeza, existe la opinión generalizada de que deberías divorciarte de Ce'Nedra.

—¿Qué?

—Tienes ese derecho. Todo el mundo piensa que deberías divorciarte de tu estéril esposa tolnedrana y casarte con una fértil y guapa chica alorn, que te dará hijos por docenas.

—De ningún modo —dijo Garion con vehemencia—. Jamás haré una cosa así. ¿Acaso esos idiotas no han oído hablar de los acuerdos de Vo Mimbre? Aunque quisiera divorciarme de Ce'Nedra, no podría hacerlo. Nuestro matrimonio se decidió hace quinientos años.

—Los miembros del culto del Oso creen que Belgarath y Polgara obligaron a los alorns a aceptar ese acuerdo —explicó Brand—, y, como ambos son leales a Aldur, consideran que se hizo sin la aprobación de Belar.

—¡Tonterías! —exclamó el rey.

—La religión está llena de tonterías, Belgarion; pero la verdad es que Ce'Nedra no tiene muchos amigos en ningún sector de la sociedad alorn. Incluso algunos de los que te aceptan a ti, no sienten demasiado aprecio por ella. Tanto tus amigos como tus enemigos se alegrarían de que te divorciaras. Todos saben cuánto la amas, de modo que nunca te propondrían la idea; pero en su lugar son capaces de tomar medidas más directas.

—¿Como cuáles?

—Como saben que no aceptarías divorciarte de ella, podrían intentar eliminarla para siempre.

—¡No se atreverían!

—Los alorns son tan emotivos como los arendianos, Belgarion, y casi igual de tercos. Todos lo sabemos. Anheg y Cho-Hag me pidieron que te advirtiera de esa posibilidad y Porenn ha puesto a trabajar a un verdadero batallón de espías para avisarte en cuanto alguien comience a tramar un atentado contra la reina.

—¿Y cuál es exactamente tu posición, Brand? —preguntó Garion con serenidad.

—Belgarion —dijo el hombretón con firmeza—, te quiero como si fueras mi hijo y Ce'Nedra es para mí la hija y mujer que nunca tuve. Nada en el mundo me haría más feliz que ver el cuarto contiguo al vuestro lleno de niños. Pero han pasado ocho años y las cosas han llegado a un punto en que es necesario hacer algo, al menos para proteger la vida de esa pequeña y valiente mujer que ambos amamos.

—¿Y qué podemos hacer? —preguntó el monarca con tono de impotencia.

—Tú y yo sólo somos hombres, Garion. ¿Cómo podemos saber por qué una mujer no tiene hijos? Esa es la clave del asunto; así que te ruego, Garion, te suplico, que envíes a buscar a Polgara. Necesitamos su consejo y ayuda..., y los necesitamos ya.

El Guardián de Riva se retiró en silencio y Garion se quedó sentado un largo rato, con la vista fija en la lluvia. Decidió que sería preferible no comentar nada de aquello con Ce'Nedra, pues no quería asustarla con la idea de que unos asesinos acechaban en oscuros pasillos para matarla. Además, sabía que cualquier sugerencia sobre la conveniencia política de un divorcio no sería bien recibida. Después de reflexionar un momento, llegó a la conclusión de que lo mejor sería mantener la boca cerrada y mandar a buscar a tía Pol. Por desgracia, el rey había olvidado un detalle bastante importante. Aquella noche, cuando entró a las alegres habitaciones reales, alumbradas por la luz de las velas, esbozó una estudiada sonrisa para convencer a su esposa de que no había sucedido nada desagradable durante el día.

El frío silencio con que lo recibió Ce'Nedra debería haberle servido de advertencia; y aunque se le hubiera escapado aquella señal de peligro, tendría que haber notado los rasguños en la puerta o los restos de varios jarrones y figuras de porcelana que aún quedaban en los rincones, después de la rápida limpieza que había seguido a algún tipo de explosión. Sin embargo, el rey de Riva no era un buen observador.

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