Los guardianes del oeste (27 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: Los guardianes del oeste
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—¿Y bien? —le dijo a Garion.

—¿Y bien qué? —respondió él.

—¿No vas a meterte?

—Por supuesto que no.

—¿Acaso el poderoso Señor Supremo del Oeste tiene miedo al agua fría?

—El poderoso Señor Supremo del Oeste es demasiado sensato para coger frío sólo por juguetear un rato en el agua helada.

—Garion, te estás volviendo muy aburrido. Quítate la corona y relájate.

—No llevo puesta la corona.

—Pues entonces quítate otra cosa.

—¡Ce'Nedra!

Ella volvió a reír con su risa musical y comenzó a agitar los pequeños pies; su chapoteo produjo una lluvia de resplandecientes gotas que, a la luz de la mañana, parecían piedras preciosas. Luego se echó hacia atrás y su cabello se abrió como un abanico cobrizo sobre la superficie del estanque. La corona de flores se había deshecho mientras nadaba y ahora las florecillas flotaban sueltas, subiendo y bajando con las pequeñas olas.

Garion se sentó sobre un pequeño promontorio cubierto de musgo y recostó la espalda sobre el tronco de un árbol. El sol irradiaba una suave calidez y el aire le llenaba los pulmones del aroma de los árboles, la hierba y las flores silvestres. Una brisa trajo consigo el olor a sal del mar y acarició las ramas de los altos abetos que rodeaban el pequeño claro, mientras los dorados rayos del sol salpicaban de luz el suelo del bosque.

Una mariposa errante, con las alas decoradas con dibujos geométricos e iluminados con tonos amarillo y azul, surgió de entre los árboles y se dirigió a la luz. Atraída por el color, el aroma o algún otro motivo misterioso, revoloteó en el aire claro por encima del estanque y de las flores que flotaban en la superficie. Voló de una flor a otra con curiosidad, rozándolas apenas con las alas. Con expresión de asombro, Ce'Nedra hundió la cabeza en el agua, dejando sólo la cara vuelta hacia arriba sobre la superficie. La mariposa continuó su investigación, aproximándose cada vez más a la expectante reina, hasta que por fin se posó sobre su rostro, fascinada, y acarició los labios de la joven con un aleteo.

—¡Oh, muy bien! —rió Garion—. Ahora mi mujer flirtea con una mariposa.

—Soy capaz de hacer cualquier cosa por conseguir un beso —respondió ella con una mirada pícara.

—Si lo que quieres son besos, yo puedo ocuparme de complacerte —respondió él.

—Es una idea interesante. Mi amante parece haber perdido interés —dijo señalando a la mariposa, que se había posado con alas temblorosas sobre un arbusto de la orilla—, así que quiero un beso ahora mismo. Ven y bésame, Garion.

—Estás en la parte más profunda del estanque —le recordó él.

—¿Y eso qué importa?

—Supongo que no piensas salir.

—Me has ofrecido besos sin poner condiciones, Garion.

El suspiró y comenzó a quitarse la ropa.

—Ambos vamos a arrepentirnos de esto —predijo—. Los resfriados de verano duran meses.

—No cogerás un resfriado, Garion. Entra de una vez.

El rey suspiró de nuevo y se sumergió con valor en el agua helada.

—Eres una mujer cruel, Ce'Nedra —la acusó, temblando de frío.

—Deja de comportarte como un niño y ven aquí.

Garion anduvo despacio y con esfuerzo en el agua, y en el camino se arañó un dedo del pie con una piedra grande. Cuando llegó al lado de Ce'Nedra, ella lo rodeó con sus pequeños brazos, húmedos y fríos, y luego pegó sus labios a los de él. Fue un beso largo, que estuvo a punto de hacerle perder el equilibrio. De repente, él sintió que los labios de su esposa se tensaban ligeramente en una sonrisa pícara. Sin dejar de besarlo, lo rodeó con las piernas y lo hundió en el agua con su peso.

Garion se incorporó rápidamente, maldiciendo y escupiendo.

—¿No te ha parecido divertido? —preguntó ella.

—La verdad es que no —gruñó él—; ahogarme no es uno de mis deportes favoritos.

—Ahora que estás mojado, podrías nadar un rato conmigo —señaló ella ignorando ese último comentario.

Nadaron juntos durante un cuarto de hora y luego salieron del estanque, temblorosos y con los labios azules.

—Haz un fuego —dijo Ce'Nedra, mientras le castañeteaban los dientes.

—No he traído mechas —respondió él—, ni tampoco una piedra para hacer chispas.

—Entonces hazlo del otro modo.

—¿De qué otro modo? —preguntó él perplejo.

—Ya sabes... —repuso la joven con un gesto misterioso.

—Oh, lo había olvidado.

—Date prisa, Garion, me estoy congelando. —El monarca reunió unas cuantas ramas caídas, limpió un trozo de musgo y se concentró en el montón de leña. Primero surgió un pequeño hilo de humo y luego una brillante llama naranja. Unos minutos después, un buen fuego chisporroteaba junto al promontorio donde se acurrucaba Ce'Nedra—. Oh, eso está mucho mejor —dijo ella mientras extendía los brazos hacia el fuego—. Resulta útil teneros cerca, mi señor.

—Gracias, mi señora. ¿Ahora tal vez consideraríais la posibilidad de vestiros?

—No hasta que esté seca; odio vestirme cuando estoy húmeda.

—Entonces esperemos que no venga nadie; no vamos ataviados como para recibir visitas, ¿sabes?

—Eres tan convencional, Garion.

—Supongo que sí —admitió él.

—¿Por qué no vienes a mi lado? Aquí hace mucho más calor. —Garion no pudo encontrar una razón para negarse, de modo que se unió a su esposa sobre el cálido musgo—. ¿Lo ves? —dijo ella mientras le rodeaba el cuello con los brazos—. ¿No estás mucho mejor así? —añadió, y lo besó con pasión.

Era el tipo de beso que le quitaba el aliento a Garion y hacía que su corazón latiera más deprisa.

Cuando por fin lo soltó, el joven miró con nerviosismo alrededor del claro. Un ligero movimiento junto a la orilla del estanque llamó su atención y carraspeó, avergonzado.

—¿Qué ocurre? —le preguntó ella.

—Creo que la mariposa nos está mirando —respondió ruborizándose ligeramente.

—No hay problema —repuso la reina mientras lo abrazaba y comenzaba a besarlo otra vez.

Aquel año, durante el paso de la primavera al verano, el mundo parecía inusualmente tranquilo. La secesión de los Vordue había fracasado gracias a los desmanes de los «bandidos» mimbranos vestidos con armaduras, de modo que la familia Vordue se había dado por vencida y había pedido, con humildad casi genuina, que la readmitieran dentro del imperio. Aunque no sentían mucho cariño por los recaudadores de impuestos de Varana, todos salieron a las calles a celebrar el regreso de las legiones.

Las noticias de Cthol Murgos no eran muy precisas, pero en apariencia las cosas en el sur continuaban en un punto muerto, con los malloreanos de Zakath en las llanuras y los murgos de Urgit atrincherados en la montaña.

Los informes periódicos que Garion recibía del servicio de inteligencia drasniano parecían indicar que los miembros del culto del Oso no hacían otra cosa que organizar reuniones en el campo.

Garion estaba encantado con aquella pausa en los problemas, y, como no tenía asuntos urgentes que atender, se acostumbró a dormir hasta tarde, disfrutando de un agradable sueñecillo extra en la cama; en ocasiones, éste se extendía hasta dos y tres horas después del amanecer.

Una de esas mañanas de mediados de verano, tuvo un sueño espléndido. Él y Ce'Nedra saltaban desde el henil del granero de la hacienda de Faldor sobre un blando colchón de heno amontonado abajo. De repente se despertó sobresaltado, al oír que su esposa corría a la habitación contigua y vomitaba de forma ruidosa y violenta.

—¡Ce'Nedra! —exclamó saltando de la cama para seguirla—. ¿Qué haces?

—Estoy vomitando —repuso ella mientras alzaba la pálida cara de la vasija que tenía sobre las rodillas.

—¿Te encuentras mal?

—No —respondió ella con sarcasmo—. Lo hago para divertirme.

—Voy a buscar un médico —dijo él mientras cogía una bata.

—No es necesario.

—Pero estás vomitando.

—Por supuesto, pero no necesito un médico.

—Eso no tiene sentido, Ce'Nedra, necesitas un médico.

—Se supone que debo vomitar —replicó ella.

—¿Qué?

—¿Es que nunca entenderás nada, Garion? Lo más probable es que vomite todas las mañanas durante los próximos meses.

—No entiendo nada, Ce'Nedra.

—Eres terriblemente lento. Las mujeres en mi condición siempre vomitan por las mañanas.

—¿En tu condición?, ¿qué condición?

Ella alzó la vista hacia arriba, en un gesto casi desesperado.

—Garion —dijo con tono de exagerada paciencia—, ¿recuerdas el pequeño problema que tuvimos el último otoño? ¿El problema por el cual enviamos a buscar a Polgara?

—Bueno..., sí.

—Me alegro tanto de que lo recuerdes... Pues bien, ya no lo tenemos.

Él la miró fijamente y empezó a comprender.

—¿Quieres decir que...?

—Sí, cariño —respondió ella con una débil sonrisa—. Vas a ser papá. Y ahora, si me disculpas, creo que voy a vomitar otra vez.

Capítulo 13

No coincidían. Por más que Garion intentara cambiar o adaptar el sentido de los dos pasajes, no había ninguna relación evidente entre ellos. Aunque ambos parecían referirse al mismo período de tiempo, los significados eran opuestos. Fuera hacía una radiante y dorada mañana de otoño, pero la polvorienta biblioteca parecía lóbrega, fría y poco acogedora.

Garion no se veía a sí mismo como un erudito y había aceptado la tarea que Belgarath le había impuesto con cierta reticencia. Por un lado, el volumen de los documentos que debía leer lo intimidaba, y por otro, aquella sombría habitación con olor a pergaminos viejos y tapas de piel enmohecidas lo deprimía. Sin embargo, él ya estaba acostumbrado a hacer algunas cosas desagradables y, a pesar de su falta de entusiasmo, cumplía con su deber, pasando al menos dos horas al día en aquella especie de prisión, esforzándose por comprender viejos libros y documentos, a menudo ilegibles. Garion se consolaba con la idea de que aquello era mejor que fregar platos en la cocina.

Apretó los dientes y colocó los dos pergaminos sobre la mesa para compararlos una vez más. Luego comenzó a leer despacio y en voz alta, con la esperanza de que sus oídos captaran lo que escapaba a sus ojos:

«Mirad, el día en que el Orbe de Aldur arda con un fuego carmesí, se revelará el nombre del Hijo de las Tinieblas. Cuidad bien al hijo del Niño de la Luz, pues no tendrá hermano. Y sucederá que aquellos que una vez eran uno y ahora son dos volverán a unirse, y en esa unión uno de ellos dejará de existir.»

El Orbe se había puesto carmesí y el nombre del Niño de las Tinieblas —Zandramas— había sido revelado. Eso coincidía con lo ocurrido. La información de que el hijo del Niño de la Luz —su hijo— no tendría hermanos preocupó un poco a Garion. Al principio lo interpretó como que él y Ce'Nedra sólo tendrían un descendiente, pero luego se dio cuenta de que su razonamiento era equivocado. Lo único que el documento decía con claridad era que no tendrían otro hijo, pero en ningún momento hablaba de hijas. Cuanto más pensaba en ello, más le agradaba la idea de tener un grupito de niñas charlatanas sentadas en las rodillas.

El último párrafo, sin embargo, el que hablaba de los dos que antes habían sido uno, no parecía tener mucho sentido, aunque estaba seguro de que con el tiempo llegaría a comprenderlo.

Movió la mano siguiendo las líneas del Códice Mrin y las examinó con atención bajo la vacilante llama de la vela. Volvió a leer despacio y atentamente: «Y el Niño de la Luz se enfrentará con el Niño de las Tinieblas y lo vencerá». Era obvio que aquello se refería al combate con Torak. «...Y la oscuridad huirá.» La tenebrosa profecía había huido tras la muerte de Torak. «Pero, cuidado, la piedra que está en medio de la luz —el Orbe, sin duda— será...» Aquí había una palabra borrada. Garion intentó descifrar lo que había debajo de aquella mancha de tinta con una mueca de concentración. Mientras miraba fijamente el papel, sintió que lo embargaba un extraño cansancio, como si apartar aquella mancha fuera tan difícil como mover una montaña. Por fin se encogió de hombros y continuó la lectura: «... este encuentro tendrá lugar en un sitio que ya no existe y allí se hará la elección».

El último párrafo le producía deseos de gritar de frustración. ¿Cómo podía tener lugar un encuentro, o cualquier otra cosa, en un lugar que ya no existía? ¿Y cuál era el significado de la palabra «elección»? ¿Elección entre qué y qué?

Maldijo entre dientes y volvió a leer. Una vez más, cuando sus ojos llegaron a la mancha, sintió una extraña lasitud. No importaba cuál fuera la palabra que había bajo la tinta, sólo se trataba de una palabra y no podía ser tan decisiva. Garion dejó el pergamino a un lado, enfadado, y reflexionó sobre aquel punto. La explicación más razonable era que en aquella cuestión, como en tantas otras, la famosa locura del profeta de Mrin había alcanzado su punto culminante. Otra posibilidad era que aquella copia en particular no fuera demasiado exacta. El escriba que la reprodujo podía haberse saltado una línea o dos después de manchar la hoja. Garion recordó una ocasión en que eso le había sucedido a él, cuando convirtió una razonable proclama en una terrible declaración por la cual parecía que se nombraba dictador militar de todos los reinos a este lado del acantilado del Este. Al darse cuenta del error, el joven rey no se limitó a borrar las líneas ofensivas, sino que quemó toda la hoja para asegurarse de que nadie la viera.

Por fin, Garion se puso de pie, se estiró para aliviar sus agarrotados músculos y se dirigió a la pequeña ventana de rejas de la biblioteca. El cielo de otoño tenía un brillante color azul. En las últimas semanas, las noches se habían vuelto frescas y los prados más altos que había detrás de la ciudad amanecían salpicados de escarcha. Los días, sin embargo, eran cálidos y dorados. Garion observó la posición del sol para calcular la hora. Había quedado en encontrarse con el conde Valgon, el embajador de Tolnedra, a mediodía y no quería llegar tarde. Tía Pol siempre había insistido en la importancia de la puntualidad y él solía hacer todo lo posible para llegar a tiempo a sus citas.

Volvió a aproximarse a la mesa y enrolló los dos pergaminos con aire ausente, sin dejar de pensar en el problema de los dos pasajes. Luego apagó las velas y salió de la biblioteca, cerrando con cuidado la puerta tras de sí.

Valgon estaba tan pesado como de costumbre. Garion creía que el tolnedrano sufría de una especie de pomposidad innata que no le permitía expresar nada sin adornarlo de forma excesiva. La discusión de aquel día se refería a la «prioridad» de la descarga de barcos mercantes en el puerto de Riva. Valgon era muy aficionado a la palabra «prioridad» y siempre encontraba un modo de incluirla en casi todas las frases de una conversación. En resumen, en su discurso solicitaba, o mejor dicho exigía, que los comerciantes tolnedranos tuvieran preferencia para entrar en los limitados muelles que había a los pies de la ciudad.

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