—¿De qué hablas?
—Ulfgar ha consultado el oráculo. Tú no eres el rey de Riva que esperamos durante siglos. Es el próximo rey de Riva quien reunirá Aloria y nos guiará en la lucha contra los reinos del sur. Será tu hijo, Belgarion, y lo hará porque lo educaremos en nuestras creencias.
—¿Dónde está Geran? —gritó Garion.
—En un lugar donde nunca lo encontrarás —se burló el fanático—. Lo educaremos en la verdadera fe, como corresponde a un monarca alorn. Y cuando haya crecido, vendrá a matarte y recuperará la corona, la espada y el Orbe de tu mano usurpadora. —El hombre tenía los ojos desorbitados, le temblaban los brazos y las piernas en una especie de éxtasis religioso y le salía espuma por la boca—. Morirás en manos de tu propio hijo, Belgarion de Riva —gritó—, y el rey Geran guiará a todos los alorns contra los infieles del sur, tal como ha ordenado Belar.
—Creo que con este tipo de interrogatorio no llegaremos demasiado lejos —dijo Belgarath. Déjame intentarlo a mí. —Se volvió hacia el prisionero. ¿Qué sabes de ese Ulfgar? —preguntó.
—Es el Señor-Oso y tiene más poder que tú, viejo.
—Es interesante —musitó Belgarath—. ¿Conoces a ese gran hechicero o lo has visto alguna vez?
—Bueno... —titubeó el fanático.
—Ya me parecía. Entonces ¿cómo te ordenó que vinieras aquí y raptaras al hijo de Belgarion? —El prisionero se mordió los labios—. ¡Respóndeme!
—Envió un mensajero —contestó el hombre de mala gana.
De repente, Garion tuvo una idea.
—¿Ese tal Ulfgar planeó el intento de asesinato de mi esposa? —inquirió.
—¡Esposa! —se burló el miembro del culto—. Ningún alorn toma una mestiza tolnedrana por esposa, y tú, como heredero de Puño de Hierro, deberías saberlo mejor que nadie. Por supuesto que intentamos matar a esa zorra tolnedrana. Era la única forma de librar a Aloria de la enfermedad que has traído aquí.
—Empiezas a irritarme, amigo —dijo Garion con suavidad—, y te aconsejo que no lo hagas.
—Volvamos al mensajero —intervino Belgarath—. Dices que el niño está en un sitio donde no podemos encontrarlo, pero tú aún estás aquí, ¿verdad? ¿Es posible que el mensajero fuera el verdadero secuestrador y que vosotros sólo seáis sus secuaces? —El fanático miró de un lado a otro con los ojos llenos de terror y comenzó a temblar con violencia—. Creo que hemos hecho una pregunta que no deseas responder, amigo —sugirió el anciano.
Entonces sucedió algo horrible, como si alguien asestara un terrible golpe a aquel hombre y le destrozara el cerebro desde el interior de su cráneo. El prisionero gritó, miró a Belgarath con expresión esquizofrénica, se giró y con tres rápidos pasos se arrojó al vacío.
—¡Interrogadme ahora! —exclamó mientras desaparecía bajo la luz del crepúsculo, que se reflejaba en las oscuras y turbulentas aguas, a los pies del despeñadero. Luego, Garion alcanzó a oír las demenciales carcajadas que se desvanecieron poco a poco, a medida que el fanático se alejaba de ellos.
Polgara corrió hacia el borde del abismo, pero su padre la detuvo.
—Déjalo, Pol —dijo—. Salvarle la vida no sería un gesto amable. Alguien manipuló su mente y acabó con su cordura cuando le hicimos la última pregunta.
—¿Quién puede haber hecho algo así?
—No lo sé, pero te aseguro que voy a averiguarlo.
El eco de aquella risa estruendosa, cada vez más lejano, vibró a su alrededor. Y luego se apagó bruscamente mucho más abajo.
Dos días después de la batalla, una súbita tormenta de verano procedente del Gran Mar Occidental asoló la isla con tempestuosos vientos y cortinas de lluvia, que golpeaban sobre las ventanas de la sala del consejo, en lo alto de la torre sur. El delgadísimo Javelin, que había llegado aquella mañana con los demás en La Gaviota, se repantigó en un sillón y tamborileó con los dedos sobre la madera con aire pensativo.
—¿Adonde os llevó el rastro? —preguntó.
—Hasta una cueva oculta junto a la orilla —respondió Garion.
—Entonces debemos suponer que el secuestrador escapó con el príncipe. El tiempo parece un poco justo, pero los hombres que patrullaban la costa permanecían atentos en la orilla, y si el barco zarpó antes de que llegaran, puede haber pasado desapercibido.
Barak estaba apilando leños junto a la cavernosa chimenea.
—¿Así que dejaron a algunos atrás? —inquirió—. Eso no tiene ningún sentido.
—Hablamos de miembros del culto del Oso, Barak —le recordó Seda—. No esperes que actúen de forma razonable.
—Sin embargo, tiene cierta lógica —señaló el conde de Seline—. Si aquel hombre dijo la verdad antes de morir, Ulfgar le ha declarado la guerra a Belgarion. ¿No es posible que hayan dejado atrás a esos hombres con la intención de que lo atacaran? De un modo u otro, sabían que él seguiría ese rastro.
—Sin embargo, aún hay algo que no encaja —dijo Javelin con una mueca de preocupación—. Dejadme pensar un momento.
—Podemos establecer los motivos más tarde —repuso Garion—. Ahora lo importante es descubrir adonde se llevaron a mi hijo.
—Es muy probable que a Rheon —sugirió Anheg—. Hemos destruido Jarviksholm. Rheon es el único centro de poder que les queda.
—Eso no es del todo cierto, Anheg —objetó la reina Porenn—. El plan de secuestrar al príncipe Geran fue planeado hace bastante tiempo y vosotros destruísteis Jarviksholm la semana pasada. Es probable que los secuestradores ni siquiera lo supieran. No creo que podamos descartar la posibilidad de que hayan llevado al príncipe a Cherek.
Anheg se puso de pie y comenzó a pasear de un extremo al otro de la habitación, con una siniestra mueca de preocupación.
—Tiene razón —admitió por fin—. Después de todo, los ladrones de niños eran chereks. Es posible que intentaran llevarlo a Jarviksholm y que, al encontrar la ciudad destruida, se vieran obligados a ir a otro sitio. Podrían estar escondidos en una aldea de pescadores en algún lugar de la costa oeste.
—Entonces ¿qué hacemos? —preguntó Garion con tono de impotencia.
—Nos dividiremos —dijo el rey Cho-Hag en voz baja—. Anheg enviará a sus tropas a registrar todos los pueblos y granjas de Cherek, y los demás iremos a Rheon y nos ocuparemos de sus habitantes.
—Hay un problema —indicó Anheg—. Todos los bebés se parecen. ¿Cómo reconocerán mis hombres al hijo de Belgarion si lo encuentran?
—Es muy sencillo —repuso Polgara, que estaba sentada junto al fuego, bebiendo una taza de té—. Enséñales la palma de tu mano, Garion.
El rey alzó la mano derecha y le enseñó al monarca cherek la mancha blanquecina.
—Casi lo había olvidado —gruñó aquél—. ¿El príncipe Geran tiene la misma señal?
—Todos los herederos del trono rivano presentan esa marca en las manos —respondió Pol—. Ha sido así desde el nacimiento del primer hijo de Puño de Hierro.
—Muy bien —dijo Anheg—. Mis soldados sabrán lo que deben buscar, pero vosotros ¿tendréis suficientes hombres para sitiar Rheon? Si contamos los miembros del culto algarios y drasnianos, el ejército de Ulfgar es bastante numeroso.
El general Brendig se puso de pie y se acercó al gran mapa que aparecía colgado en una de las paredes.
—Si salgo de inmediato hacia Sendar, podré reunir un ejército considerable en pocos días. Nos daremos prisa y estaremos en Darine dentro de una semana.
—Entonces yo os esperaré con barcos para transportar a tus hombres hasta Boktor —prometió Anheg.
—Y yo iré hacia el sur para reunir a los clanes —dijo Hettar—. Cabalgaremos directamente hacia Rheon.
—Si las naves de Anheg me llevan con mis tropas a Boktor —repuso Garion, también mirando el mapa—, podemos unirnos a los piqueros drasnianos y marchar hacia Rheon desde el oeste. Luego los barcos pueden volver a Darine y recoger a Brendig.
—Eso nos ahorraría tiempo —asintió el general.
—Con los rivanos y los drasnianos tendrás suficientes tropas para rodear Rheon —dijo Seda—. Es probable que no tengas bastantes hombres para tomar la ciudad, pero sin duda serán suficientes para evitar que entre o salga nadie. Luego, sólo tendrás que sentarte a esperar a Brendig y Hettar. Cuando ellos se unan a ti, tendréis un ejército poderoso.
—Es un buen plan, Garion —afirmó Barak con tono de aprobación.
—Y cuando lleguemos a la ciudad fortificada en los páramos del este de Drasnia —intervino Mandorallen poniéndose de pie—, atacaré con la artillería de sitio y otras armas para debilitar la defensa de las murallas y facilitar el asalto final. Rheon caerá y nos apresuraremos a hacer justicia con el pérfido Ulfgar.
—Espero que no os apresuréis demasiado —dijo Hettar—. Yo había planeado un castigo más lento.
—Tendremos tiempo de pensar en eso después de que lo cojamos —opinó Barak.
La puerta se abrió y entró Ce'Nedra, pálida y débil, acompañada por la reina Layla y las demás damas.
—¿Aún estáis aquí? —preguntó—. Tendríais que estar revolviendo el mundo para encontrar a mi hijo.
—No seas injusta, Ce'Nedra —la riñó Garion con suavidad.
—No intento ser justa, sólo quiero a mi pequeño.
—Yo también, pero no conseguiremos nada corriendo por ahí en círculos, ¿no crees?
—Si es necesario, yo misma reuniré un ejército —anunció—. Ya lo hice antes y puedo volver a hacerlo ahora.
—¿Y adonde lo llevarías, cariño? —le preguntó Polgara.
—Donde sea que escondan a mi hijo.
—¿Y dónde es eso? Si tienes más información que nosotros, ¿no crees que deberías decírnoslo?
Ce'Nedra la miró con expresión de impotencia y los ojos llenos de lágrimas.
Belgarath no había participado en las discusiones y se había quedado meditando en un sillón junto a la ventana.
—Tengo la impresión de que se me escapa algo —murmuró mientras Adara y Nerina acompañaban a la desconsolada Ce'Nedra a una silla que había cerca de la mesa del consejo.
—¿Qué has dicho, Belgarath? —preguntó Anheg, quitándose la corona y dejándola sobre la mesa.
—He dicho que creo que hay algo que se me escapa —respondió el anciano—. Anheg, ¿tienes muchos libros en tu biblioteca?
—No sé si podría competir con la biblioteca de la Universidad de Tol Honeth —admitió el rey cherek rascándose la cabeza—, pero creo que tengo la mayoría de los libros importantes que hay en el mundo.
—¿Qué tal está tu colección de misterios?
—¿De qué?
—De profecías. No me refiero al Códice Mrin o al Darine, sino a los demás: los evangelios de los videntes de Kell, las profecías grolims de Rak Cthol o los oráculos de Ashaba.
—Ese último, el de Ashaba, lo tengo —dijo Anheg—. Lo conseguí hace unos diez años.
—Creo que debería ir a Val Alorn a echarle un vistazo.
—Éste no es momento para hacer viajes de ese tipo, abuelo —objetó el rey de Riva.
—Garion, sabemos que lo que está ocurriendo es algo más que una insurrección de fanáticos religiosos. El párrafo que encontraste en el Códice Mrin fue muy claro al respecto. Me decía que estudiara los misterios, y creo que si no lo hago nos arrepentiremos de ello. —Se volvió hacia Anheg—. ¿Dónde está tu copia de los oráculos de Ashaba?
—En el estante más alto de la biblioteca. No le encontré demasiado sentido y lo dejé allí arriba pensando que lo releería algún día. —De repente se le ocurrió una idea—. Ah, a propósito, hay una copia de los evangelios malloreanos en el monasterio de Mar Terrin. —Belgarath parpadeó, asombrado—. Ése es otro de los libros que querías ver, ¿verdad? Los evangelios de Kell.
—¿Cómo diablos sabes tú lo que hay en la biblioteca de Mar Terrin?
—Hace unos años oí hablar de él. Tengo personas encargadas de buscar libros raros. Les hice una oferta a los monjes que me pareció bastante generosa, pero el negocio no se concretó.
—Eres una verdadera fuente de información, Anheg. ¿Recuerdas algo más?
—Temo no poder ayudarte con las profecías de Rak Cthol. La única copia que conozco estaba en la biblioteca de Ctuchik y debe de haber quedado enterrada cuando derribasteis la montaña. Supongo que si te pusieras a cavar podrías encontrarla.
—Gracias, Anheg —respondió el hechicero con frialdad—. No sabes cuánto te agradezco tu ayuda.
—No puedo creer lo que oigo —le dijo Ce'Nedra a Belgarath en tono acusatorio—. Han secuestrado a mi hijo, tu bisnieto, y en lugar de intentar encontrarlo haces planes para ir a buscar manuscritos incomprensibles.
—No abandono la búsqueda del niño, Ce'Nedra, sólo que yo lo buscaré en otro sitio, eso es todo. —La miró con los ojos llenos de compasión—. Todavía eres muy joven —dijo—, y sólo puedes pensar en el rapto de tu hijo; pero hay dos tipos de realidad. Garion buscará al niño en esta realidad y yo lo haré en la otra. Todos perseguimos lo mismo y de ese modo cubrimos todas las posibilidades.
Ce'Nedra lo miró fijamente un instante, luego se cubrió la cara con las manos y rompió a llorar. Garion se acercó a ella y la rodeó con un brazo.
—Ce'Nedra —dijo con tono tranquilizador—, Ce'Nedra, todo saldrá bien.
—Nada saldrá bien —sollozó ella desconsolada—. Tengo tanto miedo por lo que pueda ocurrirle a mi bebé, Garion... Nada volverá a ser lo mismo.
Mandorallen se puso de pie, con los ojos llenos de lágrimas.
—Como vuestro caballero y defensor, queridísima Ce'Nedra, juro por mi vida que el villano Ulfgar no vivirá otro verano.
—Ésa es la cuestión —murmuró Hettar—. ¿Por qué no vamos a Rheon y clavamos a Ulfgar a un poste con clavos muy largos?
—Tu hijo tiene una visión muy perspicaz de la situación —observó Anheg volviéndose hacia Cho-Hag.
—Es la luz que alumbra el ocaso de mi vida —replicó el rey Cho-Hag con orgullo.
En cuanto regresaron a las habitaciones reales, Ce'Nedra comenzó a gritar. Garion primero intentó razonar, luego dar órdenes y por fin recurrió a las amenazas.
—No me importa lo que digas, Garion. Yo voy a Rheon.
—¡No vas!
—Claro que sí.
—Te haré encerrar en la habitación.
—Si lo haces, ordenaré a alguien que abra la puerta o yo misma la echaré abajo y me iré en el siguiente barco que salga del puerto.
—Ce'Nedra, es demasiado peligroso.
—También lo era Thull Mardu y Cthol Mishrak y yo no me asusté en ninguno de los dos sitios. Voy a recuperar a mi hijo... aunque tenga que derribar las murallas de la ciudad con mis propias manos.
—Ce'Nedra, por favor.
—¡No! —insistió ella—. Voy contigo, Garion, y nada de lo que digas va a detenerme.