Los guardianes del oeste (44 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: Los guardianes del oeste
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—¡Mujeres! —exclamó el rey desesperado abriendo los brazos.

La flota zarpó la madrugada de la mañana siguiente; navegaban sobre el mar turbulento, entre el agua sucia y los restos que había dejado la tormenta.

Garion estaba de pie en la cubierta de popa de La Gaviota, junto a Barak, cuyas poderosas manos sostenían con firmeza el timón.

—Nunca creí que volvería a hacer esto —dijo con tristeza.

—Oh, navegar con mal tiempo no está tan mal —respondió Barak encogiéndose de hombros mientras el viento le agitaba la barba roja.

—No me refería a eso. Pensaba que después de la muerte de Torak, podría vivir mi propia vida en paz.

—Has tenido suerte —repuso el hombretón.

—¿Es una broma?

—Lo único que se consigue con una vida pacífica es un trasero gordo y telarañas en la mente —manifestó con tono sabio—. Yo prefiero una pequeña batalla de vez en cuando.

Después de internarse unos cuantos kilómetros mar adentro, un destacamento de barcos se separó de la flota y se dirigió hacia el este, rumbo a Sendaria; con ellos iba el rey Fulrach, el general Brendig y la reina Layla, esta última bajo los efectos de un poderoso sedante.

—Espero que Brendig llegue a Darine a tiempo —dijo Anheg, que estaba junto a la baranda—. Voy a necesitar esos barcos para la búsqueda.

—¿Dónde piensas empezar? —preguntó la reina Porenn.

—El culto está concentrado en la costa oeste —respondió él—. Si los raptores del príncipe Geran fueron a Cherek, sin duda se habrán dirigido a una fortaleza del culto. Comenzaré en la costa y luego avanzaré hacia el interior.

—Pues parece una estrategia razonable —asintió—. Despliega tus fuerzas y registra toda la zona.

—Porenn —repuso él con expresión apenada—, te quiero tanto como a una hermana, pero, por favor, no uses términos militares cuando hables conmigo. Me pone nervioso oír ese tipo de lenguaje en una mujer.

El paso por el canal de Cherek los hizo retrasarse dos días. Aunque Greldik y otros espíritus intrépidos deseaban con ansiedad pasar por el Gran Torbellino, a pesar de las turbulencias causadas por la tormenta, prevalecieron las opiniones cuerdas y prudentes.

—Estoy seguro de que el mar se calmará pronto —le gritó Barak a su amigo— y Rheon no se moverá de su sitio. Mientras podamos evitarlo, intentemos no perder ningún barco.

—Barak —respondió Greldik a gritos—, te estás convirtiendo en una vieja.

—Anheg me dijo lo mismo poco antes de lo de Jarviksholm —señaló el hombretón.

—Es un rey sabio.

—Y el barco no es suyo.

Después de atravesar el canal y entrar en las aguas más tranquilas del golfo de Cherek, el rey Anheg dividió la flota y se dirigió con unos cuantos barcos hacia Val Alorn. Antes de pasarse a una de las naves de Anheg, Belgarath habló un momento en voz baja con Polgara y Garion en la cubierta.

—En cuanto acabe con lo que he venido a hacer a Val Alorn, iré a Mar Terrin —les dijo—. Si no regreso antes de que lleguéis a Rheon, tened cuidado. Los seguidores del culto son unos fanáticos y han iniciado esta guerra para enfrentarse a ti, Garion.

—Yo lo vigilaré, padre —le aseguró Polgara.

—Creo que ya sé cuidarme solo, tía Pol —replicó el rey.

—Estoy seguro de que así es, cariño —respondió ella—, pero es difícil cambiar las viejas costumbres.

—¿Cuándo vas a aceptar que ya no soy un niño?

—¿Por qué no vuelves a preguntármelo dentro de mil años? —dijo ella—. Tal vez entonces podamos hablar de ello.

Garion sonrió y luego suspiró.

—Tía Pol, te quiero.

—Sí, cariño —repuso ella acariciándole una mejilla—, ya lo sé. Yo también te quiero.

En Kotu, el barco que llevaba a Hettar, su esposa y sus padres giró hacia el sur, en dirección al vado de Aldur.

—Os veré en Rheon dentro de tres semanas —les gritó el alto algario a los que iban en La Gaviota—. Dejadme a alguien con quien luchar.

—Sólo lo encontrarás si te das prisa —respondió Lelldorin con alegría.

—No sé quiénes son peores —le dijo Polgara a Ce'Nedra en un murmullo—, los arendianos o los alorns.

—¿Crees que deben de estar emparentados? —preguntó Ce'Nedra.

Tía Pol rió, luego miró hacia los muelles de Kotu y arrugó la nariz.

—Vamos adentro —indicó—. Será mejor que bajemos. Los puertos siempre despiden olores horribles.

La flota dejó atrás Kotu y se dirigió hacia la desembocadura del río Mrin. La corriente estaba tranquila y los marjales se extendían verdes y húmedos a ambos lados. Garion estaba en la proa de La Gaviota, mirando ociosamente las cañas verdes grisáceas y los endebles arbustos mientras los hombres remaban sin pausa río arriba.

—Ah, aquí estás, Garion —dijo la reina Porenn acercándose por la espalda—. Me gustaría hablar unos minutos contigo.

—Por supuesto.

Belgarion sentía debilidad por aquella mujer menuda y rubia, cuyo valor y lealtad revelaban a la vez un gran corazón y una voluntad de hierro.

—Cuando lleguemos a Boktor, quiero dejar a Kheva en el palacio. No creo que la idea le guste mucho, pero es demasiado joven para participar en batallas. En caso de que se niegue a quedarse, ¿podrías ordenarle que lo hiciera?

—¿Yo?

—Eres el Señor Supremo del Oeste, Garion —le recordó ella—, y yo sólo soy su madre.

—Creo que todo el mundo le concede una importancia excesiva al título de Señor Supremo del Oeste. —Se rascó una oreja con aire ausente—. Me pregunto si podré convencer a Ce'Nedra de que también se quede en Boktor —murmuró él.

—Lo dudo —respondió Porenn—. Kheva aceptará tu autoridad, pero Ce'Nedra te ve sólo como su esposo. Hay una gran diferencia, ¿sabes?

—Tal vez tengas razón —admitió él con una mueca de preocupación—. Sin embargo, vale la pena intentarlo. ¿Hasta dónde podemos llegar en barco por el Mrin?

—El ramal norte se abre en una serie de bajíos —explicó la reina—. Supongo que podríamos transportar los botes por tierra, pero no adelantaríamos mucho, pues cincuenta kilómetros río arriba nos encontraríamos con otros y poco después con rápidos. Perderíamos mucho tiempo sacando los botes del agua y luego echándolos otra vez al río.

—¿Entonces será más rápido empezar a andar en cuanto lleguemos a los primeros bajíos?

Ella asintió con un gesto.

—Mis generales tardarán varios días en reunir sus tropas y preparar el equipamiento —añadió—. Les ordenaré que nos sigan lo antes posible. En cuanto se hayan unido con nosotros, podremos ir a Rheon y sitiar la ciudad hasta que lleguen Hettar y Brendig.

—¿Sabes? Eres una experta en estas cosas, Porenn.

—Rhodar era un buen maestro —respondió ella con una triste sonrisa.

—Lo querías mucho, ¿verdad?

—Mucho más de lo que puedas imaginar, Garion —suspiró ella.

Llegaron a Boktor al día siguiente por la tarde. Garion acompañó a Porenn y a su decepcionado hijo al palacio, seguidos de cerca por Seda. En cuanto llegaron allí, la reina envió un mensajero al cuartel general de las fuerzas armadas drasnianas.

—¿Os apetece un té mientras esperamos, caballeros? —ofreció la menuda y rubia joven mientras los tres se sentaban cómodamente en una habitación amplia y fresca, con cortinas rojas en las ventanas.

—Sólo si no tienes nada más fuerte —contestó Seda con una sonrisa picara.

—¿No crees que es un poco pronto para beber, príncipe Kheldar? —preguntó ella con tono de reprobación.

—Soy un alorn, querida tía, y para nosotros nunca es demasiado pronto para un trago.

—Kheldar, por favor, no me llames tía. Me hace sentir muy vieja.

—Pero lo eres, Porenn... Quiero decir que eres mi tía, pero no una vieja.

—¿Alguna vez te tomas algo en serio?

—No, si puedo evitarlo.

Ella suspiró y luego dejó escapar una risita afectuosa y cristalina. Unos quince minutos después, entró en la habitación un hombre corpulento con cara rubicunda y un uniforme color naranja chillón.

—¿Su Majestad me ha hecho llamar? —preguntó con una respetuosa reverencia.

—Ah, general Haldar —dijo ella—. ¿Conoces a su Majestad, el rey Belgarion?

—Nos vimos en una ocasión, señora, en el funeral de vuestro esposo. —Dedicó una florida reverencia a Garion—. Majestad.

—General.

—Supongo que ya conoces al príncipe Kheldar, por supuesto.

—Desde luego —respondió el recién llegado—. Alteza.

—General. —Seda lo miró con atención—. ¿Esa condecoración es nueva, Haldar?

El rubicundo general tocó las numerosas medallas que lucía en su pecho con un gesto de modestia.

—En tiempos de paz, príncipe Kheldar, los generales nos dedicamos a concedernos medallas unos a otros.

—Me temo que los tiempos de paz están a punto de acabar, Haldar —dijo Polgara—. Supongo que estarás al tanto de lo que sucedió en Jarviksholm, en Cherek, ¿verdad?

—Sí, Majestad —respondió él—. Fue una campaña bien organizada.

—Ahora vamos a atacar Rheon. El culto del Oso ha secuestrado al hijo del rey Belgarion.

—¿Secuestrado?

—Eso es. Creo que ha llegado el momento de eliminar por completo el culto y por eso vamos a atacar Rheon. En el puerto tenemos una flota llena de soldados rivanos. Mañana navegaremos hasta los bajíos y desembarcaremos allí; luego iremos hasta Rheon a pie. Quiero que reúnas el ejército y nos sigas tan pronto como sea posible.

Haldar arrugó la frente, como si algo le preocupara.

—¿Estáis segura de que el príncipe rivano fue secuestrado, Majestad? ¿No lo han asesinado?

—No —replicó Garion con firmeza—. Fue claramente un secuestro.

Haldar comenzó a pasear con nerviosismo de un sitio a otro.

—Eso no tiene sentido —dijo, casi para sí.

—¿Has comprendido las órdenes, Haldar? —preguntó Porenn.

—¿Qué? Ah, sí, Majestad. Debo reunir al ejército y alcanzar las fuerzas rivanas antes de que éstas lleguen a Rheon.

—Exacto. Sitiaremos la ciudad hasta que llegue el resto de las fuerzas. Los algarios y los sendarios se unirán a nosotros en Rheon.

—Me pondré en marcha de inmediato, Majestad —asintió él, pero su expresión aún parecía un tanto ausente y tenía la frente arrugada en una mueca de preocupación.

—¿Ocurre algo, general? —inquirió ella.

—¿Qué? Oh, no, Majestad. Iré al cuartel general y me ocuparé de todo inmediatamente.

—Gracias, Haldar. Eso es todo.

—Es obvio que algo de lo que oyó no le sentó bien.

—En los últimos tiempos, todos hemos oído cosas que no nos gustan.

—No es lo mismo —murmuró Seda—. Si me disculpáis un momento, creo que voy a hacer unas cuantas preguntas.

Seda se puso de pie y se retiró de la habitación en silencio.

A primera hora de la mañana siguiente, la flota levó anclas y comenzó a avanzar despacio hacia Boktor. Aunque el día había amanecido claro y soleado, a mediodía una gran nube procedente del golfo de Cherek cubrió el cielo y le confirió al paisaje drasniano un aire gris y depresivo.

—Espero que no llueva —gruñó Barak, que iba al timón—. Odio tener que chapotear en el barro antes de una batalla.

Los bajíos del Mrin resultaron ser una ancha franja de río donde el agua corría sobre bancos de grava.

—¿Nunca habéis pensado en dragar esta parte del río? —le preguntó Garion a la reina de Drasnia.

—No —respondió ella—. En realidad, prefiero que el Mrin no sea navegable más allá de este punto. No quiero que los mercaderes tolnedranos cuenten con un atajo para llegar a Boktor. —Miró a Ce'Nedra con dulzura—. No es mi intención ofenderte, pero tus compatriotas siempre están buscando la forma de evitar pasar por la aduana. Tal como están las cosas ahora, yo controlo la Ruta de las Caravanas del Norte. Necesito esos impuestos.

—Lo entiendo, Porenn —le aseguró Ce'Nedra—. Yo en tu lugar haría lo mismo.

Acercaron la flota a la orilla norte del río y las tropas de Garion comenzaron a desembarcar.

—¿Entonces te llevarás los barcos río abajo y al otro lado de Darine? —le preguntó Barak al barbudo Greldik.

—Exacto —respondió éste—. Traeré a Brendig y a sus sendarios dentro de una semana.

—Bien. Dile que se dirija a Rheon cuanto antes. No me gustan los sitios largos.

—¿Dejarás que me lleve a La Gaviota?

El hombretón se rascó la barba con aire pensativo.

—No —dijo por fin—. Creo que la dejaré aquí.

—Créeme, no voy a hundirte el barco, Barak.

—Ya lo sé, pero preferiría tenerlo aquí por si lo necesito. ¿Vendrás a Rheon con Brendig? Será una buena batalla.

—No —respondió Greldik con expresión de tristeza—. Anheg me ordenó que volviera a Val Alorn en cuanto desembarcaran los sendarios.

—¡Oh, qué pena!

Greldik gruñó con amargura.

—Que te diviertas en Rheon —repuso—, e intenta evitar que te maten.

—Lo tendré en cuenta.

Cuando las tropas acabaron de desembarcar y de descargar las provisiones, ya estaba atardeciendo. Las nubes eran cada vez más oscuras, pero aún no llovía.

—Creo que deberíamos acampar aquí —indicó Garion a los demás, cuando ya se encontraban en la orilla del río—. De todos modos, no llegaríamos muy lejos antes de que anocheciera, y si dormimos bien, mañana podremos salir temprano.

—Creo que tienes razón —asintió Seda.

—¿Has descubierto algo acerca de Haldar? —le preguntó la reina Porenn al hombrecillo con cara de rata—. Sé que hay algo en él que te preocupa.

—No es nada concreto —respondió Seda encogiéndose de hombros—, pero en los últimos tiempos ha viajado mucho.

—Es un general, Kheldar, y el jefe de la plana mayor. Sabes bien que los generales suelen hacer viajes de inspección de vez en cuando.

—Pero no solos —replicó el príncipe—. Cuando hace esos viajes, ni siquiera lo acompaña su ayudante.

—Creo que te muestras demasiado desconfiado.

—La desconfianza forma parte de mi trabajo, querida tía.

—¿Quieres dejar de llamarme así? —exclamó ella dando una patada en el suelo.

—¿De verdad te molesta tanto, Porenn? —inquirió él con una mirada serena.

—Ya te he dicho que sí.

—Entonces intentaré recordarlo.

—Eres absolutamente increíble, ¿lo sabías?

—Claro que sí, querida tía.

Durante los días siguientes, el ejército rivano marchó sin pausa hacia el este, a través de los desolados páramos verdosos, una extensión llena de pequeñas colinas con escasa vegetación, en la que se alternaban zonas donde crecían arbustos espinosos y matorrales alrededor de pozos de agua estancada. El cielo seguía gris y amenazador, pero aún no había llovido.

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