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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

Los guardianes del oeste (39 page)

BOOK: Los guardianes del oeste
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—Es probable que así sea —dijo el hechicero—, pero si ese Ulfgar hubiera logrado enfrentar a Cherek y a Riva, podría haber destruido Drasnia e incluso tal vez Algaria. Con Anheg y Garion concentrados en luchar el uno contra el otro, no le habría resultado tan difícil apoderarse de los dos reinos a la vez.

—Sobre todo con esa flota que están construyendo en Jarviksholm —añadió Anheg.

—Su estrategia parece a la vez muy simple y muy complicada —murmuró el general Brendig—, y creo que estuvo a punto de funcionar.

—Faltó muy poco para que lo hiciera —asintió Polgara—. ¿Qué vamos a hacer al respecto, padre?

—Creo que tendremos que tomar medidas —respondió Belgarath—. Ulfgar pretende la reunificación de Aloria para erigirse como sucesor de Hombros de Oso. El culto ha intentado alterar el orden durante tres milenios. Ahora, por lo visto, quieren una verdadera guerra.

La cara de Garion se ensombreció.

—Bien —dijo—, si lo que quieren es una guerra, han llamado a la puerta apropiada.

—Brindaré por eso —asintió Anheg, y luego reflexionó un instante—. Si quieres aceptar una sugerencia, creo que sería buena idea destruir Jarviksholm antes de avanzar sobre Rheon. No es conveniente que los chereks miembros del culto vengan tras nosotros en los páramos del este de Drasnia y no podemos admitir de ningún modo que haya una flota del culto en el Mar de los Vientos. Aunque sólo la mitad de lo que dice Greldik fuera cierto, tendremos que quemar esos astilleros antes de que los barcos de guerra lleguen al mar. Podrías triunfar en Rheon, Garion, y luego volver a casa y encontrar Riva ocupada por fuerzas enemigas.

Belgarion consideró un momento aquella idea.

—Muy bien —admitió—, entonces iremos a Rheon y mantendremos una pequeña charla con Ulfgar. Tengo muchas ganas de conocer al hombre que se cree lo suficientemente poderoso como para ocupar el puesto de Hombros de Oso.

Capítulo 19

Lo siento, Kail —le dijo Garion a su amigo. Ambos estaban sentados en el despacho de Garion, inundado por el sol de la mañana—, pero necesito que tú y tus hermanos os quedéis en Riva. Me llevo casi todas las tropas conmigo y alguien tiene que quedarse a defender la ciudad en caso de que los barcos de los seguidores del culto vengan hacia aquí.

—Ésa no es la verdadera razón, ¿verdad? —preguntó Kail con expresión de enfado.

—No es la única —admitió Garion—. Sé bien cuánto amabais a vuestro padre y también que deseáis vengaros de los hombres que lo mataron.

—¿No es natural?

—Por supuesto, pero esos sentimientos no os permiten pensar con claridad. Os vuelven impulsivos y podrían conduciros a hacer cosas peligrosas. Ya se ha derramado bastante sangre en vuestra familia: primero vuestro hermano Olban, luego Arell y ahora tu padre. No quiero correr riesgos con los que quedan.

Kail se puso de pie, con la cara roja por la furia contenida.

—¿Su Majestad tiene alguna otra orden para mí?

—No, Kail —suspiró Garion—, por el momento no. Ya sabes lo que tienes que hacer aquí.

Belgarath entró en el despacho del rey por otra puerta.

—No le gustó —dijo Garion.

—Lo imaginaba —repuso el anciano encogiéndose de hombros y rascándose la mejilla—. Pero es una persona demasiado importante en la Ciudadela para permitir que arriesgue su vida. Estará enfadado durante un tiempo, pero luego se le pasará.

—¿Tía Pol también se queda?

—No —respondió Belgarath con una mueca de disgusto—. Insiste en venir con nosotros. Al menos las demás señoras tienen suficiente sentido común para darse cuenta de que un campo de batalla no es el sitio más indicado para una mujer. Creo que también deberíamos dejar a Misión aquí. No tiene noción de lo que es el peligro y ésa es una característica poco recomendable en una guerra. Será mejor que termines con lo que tengas que hacer aquí. La marea está cambiando y ya estamos preparados para zarpar.

Aquella soleada mañana, mientras La Gaviota salía del puerto seguida por una flotilla de resistentes barcos rivanos, Garion y los demás se reunieron alrededor de los mapas, en la amplia bodega de popa con techo de vigas, para discutir las estrategias que debían seguir.

—La ensenada que conduce a Jarviksholm es muy estrecha —les advirtió Anheg— y tiene más vericuetos y complicaciones que un acuerdo comercial tolnedrano. La subida será lenta.

—Y esas catapultas que hay sobre los riscos hundirán la mitad de la flota —añadió Barak con tono sombrío.

—¿Hay alguna forma de entrar en la ciudad por la parte de atrás? —inquirió Hettar.

—Hay un camino que sube desde Halberg —respondió Barak—, pero atraviesa varios desfiladeros a unos setenta y cinco kilómetros al sur de la ciudad. Son sitios ideales para tender emboscadas.

El general Brendig había estado estudiando el mapa.

—¿Cómo es el terreno? —preguntó señalando un punto al sur de la boca de la ensenada.

—Accidentado —respondió Barak—, y también empinado.

—La mayor parte del territorio cherek puede describirse así —señaló Seda.

—¿Es transitable? —insistió Brendig.

—Oh, se podría escalar —dijo Barak—, pero quedaríamos a la vista de los que disparan las catapultas. Cuando llegáramos a la cima, habría un ejército entero esperándonos.

—No, si lo hiciéramos por la noche —sugirió Brendig.

—¿Por la noche? ¿De verdad pretendes escalar una montaña por la noche a tu edad, Brendig?

—Si es la única forma de llegar hasta allí... —respondió él encogiéndose de hombros.

—¡Cielos, mi señor! —exclamó Mandorallen, que también había estado estudiando el mapa—. ¿Se puede llegar a lo alto del despeñadero por esta cuesta del norte?

Barak negó con la cabeza.

—Es una cuesta muy abrupta.

—Entonces deberíamos buscar otro modo de neutralizar las catapultas de ese lado. —El caballero reflexionó un instante y luego sonrió—. Tenemos la forma de hacerlo a nuestra disposición —anunció.

—Me encantaría saber cuál es —dijo el rey Fulrach.

—Se trata de la solución más simple, Majestad —repuso Mandorallen, radiante—. Resultaría muy difícil subir las catapultas por la cuesta del sur, sobre todo de noche. Además, sería totalmente innecesario, pues ya las tenemos apostadas para destruir la artillería del norte.

—No entiendo lo que quieres decir —admitió Garion.

—Yo sí —dijo Hettar—. Tenemos que subir la cuesta sur por la noche, apropiarnos de las catapultas y comenzar a arrojar rocas a las que están en la ensenada.

—Y una vez que hayamos distraído a esa gente, podremos cubrir la ensenada de botes cargados de antorchas e incendiar los astilleros —añadió Anheg.

—Pero de ese modo no tocaríamos la ciudad —observó Fulrach con tono de desconfianza.

Garion se puso de pie y comenzó a pasear de un sitio a otro, abstraído con sus pensamientos.

—En cuanto empecemos a arrojar piedras de un extremo al otro de la ensenada y los botes con las antorchas comiencen a avanzar hacia los astilleros, atraeremos la atención de la gente de la ciudad, ¿no os parece?

—No hay duda —respondió Brendig.

—Entonces, ¿no sería el momento perfecto para atacar el interior de la ciudad? Todo el mundo se reunirá en la muralla delantera y la parte de atrás quedará casi indefensa. Si actuamos con rapidez, podremos atacarlos por sorpresa.

—Muy bien, Belgarion —murmuró el rey Cho-Hag.

—Todo tendrá que estar cuidadosamente sincronizado —apuntó Barak con aire pensativo—. Debemos idear un sistema de señales.

—No hay problema —le dijo tía Pol al hombretón—. Nosotros nos encargaremos de eso.

—¿Sabéis? —intervino Anheg—, creo que puede funcionar. Con un poco de suerte, podríamos sitiar Jarviksholm en un solo día.

—Nunca me han gustado los sitios prolongados —observó Seda mientras le sacaba brillo con esmero a uno de sus anillos.

Dos días más tarde, se encontraron con la flota cherek anclada en el estrecho de Halberg; este canal conducía a un grupo de pequeñas islas rocosas que se hallaban en las aguas territoriales de la península de Cherek. Las islas estaban cubiertas de árboles endebles cuyo color verde contrastaba con los campos nevados del interior. Garion se encontraba de pie junto a la barandilla de La Gaviota, disfrutando de la belleza de aquellas costas salvajes. Unos pasos ligeros a su espalda y una fragancia familiar anunciaron la llegada de tía Pol.

—Es hermoso, ¿verdad?

—Increíble —asintió él.

—Siempre ocurre lo mismo —murmuró la hechicera—. Por alguna razón, cuando uno se dirige hacia algo muy horrible, se encuentra con las vistas más hermosas. —Él la miró con expresión grave—. Tendrás cuidado en Jarviksholm, ¿verdad?

—Yo siempre tengo cuidado, tía Pol.

—¿De veras? Creo recordar varios accidentes hace pocos años.

—Entonces era sólo un niño.

—Me temo que hay cosas que nunca cambian. —De repente le rodeó el cuello con los brazos y suspiró—. Oh, mi querido Garion —dijo—. Estos últimos años te he echado mucho de menos, ¿sabes?

—Yo también, tía Pol. A veces desearía... —dejó la frase en el aire.

—¿Que nos hubiéramos quedado en la hacienda de Faldor?

—No era mal lugar, ¿verdad?

—No, era muy buen lugar... para un niño, pero ahora has crecido. ¿Crees que podrías ser feliz allí? La vida en la hacienda de Faldor es bastante aburrida.

—Si no nos hubiéramos marchado, nunca habría sabido lo que supone vivir en otra parte.

—Y tampoco habrías conocido a Ce'Nedra, ¿no te parece?

—No lo había pensado.

—Bajemos, ¿quieres? —sugirió ella—. Corre una brisa bastante fría.

Encontraron a Anheg y a Barak en una estrecha escalera de cámara que conducía desde la sala principal hasta cubierta.

—Barak —decía Anheg con acritud—, eres peor que una vieja.

—No me importa lo que digas, Anheg —gruñó el hombretón de barba roja—. No vas a llevar a La Gaviota a esa ensenada hasta que no nos hayamos apropiado de las catapultas. No he gastado tanto dinero en este barco para que le disparen piedras desde un despeñadero. En mi nave, soy yo quien pone las reglas.

Javelin, el drasniano de cara delgada, se acercó a la escalera de cámara.

—¿Algún problema, señores? —preguntó.

—Sólo le estaba dando instrucciones a Anheg —respondió Barak—. Permanecerá a cargo de mi barco cuando yo me haya ido.

—¿Vas a algún sitio?

—Acompañaré a Garion a atacar la ciudad.

—Haz lo que te parezca mejor. ¿Cuánto tiempo crees que tardaremos en llegar a la boca de la ensenada?

—Los barcos rivanos que traen las tropas de Garion no son tan rápidos como las naves de guerra —murmuró—. Me llevará un día y medio. ¿Tú qué crees, Anheg?

—Algo así.

—¿Eso quiere decir que llegaremos mañana por la tarde? —inquirió Javelin.

—Exacto —dijo Barak—. ¡Entonces empezará la diversión!

—¡Alorns! —suspiró Polgara.

Después de varios intercambios de instrucciones entre los barcos, la flota giró de forma brusca empujada por la creciente brisa y se dirigió hacia el norte, bordeando la escarpada costa de la península de Cherek en dirección a Jarviksholm.

A la mañana siguiente, Garion subió a cubierta con Barak y Hettar para contemplar la salida del sol tras los boscosos picos de Cherek, con sus cimas coronadas de nieve. En los valles, las sombras tenían un brumoso color azul, y el sol producía destellos de luz sobre las olas.

De repente, un marinero cherek enfundado en una cota de malla, el cual había estado enrollando una cuerda de forma ostensible, arrojó una daga a la desprotegida espalda de Garion cuando éste se hallaba junto a la baranda.

Si Durnik no hubiera gritado, el ataque podría haber resultado fatal. Belgarion se giró y vio cómo la daga caía sobre el suelo de la cubierta y, casi al mismo tiempo, oyó un grito ahogado y un chapoteo. Entonces vio una mano que se hundía con desesperación bajo las olas a unos treinta metros a babor. El joven rey miró a Polgara con expresión inquisitiva, pero ella negó con la cabeza.

—Olvidé la cota de malla —dijo Durnik a modo de disculpa—. Debe de ser difícil nadar con una de ésas, ¿verdad?

—Bastante —asintió Barak.

—Supongo que querrás interrogarlo —repuso Durnik—. Si quieres, puedo sacarlo del agua.

—¿Tú qué crees, Hettar? —preguntó el hombretón.

Aquél reflexionó al respecto unos segundos mientras contemplaba las burbujas que subían a la superficie.

—Éstas son aguas chereks, ¿verdad? —Barak asintió en silencio—. Entonces creo que deberíamos consultar a Anheg.

—Se ha quedado dormido —dijo Barak también mirando las burbujas.

—Odiaría tener que despertarlo —observó Hettar—. En los últimos tiempos ha tenido muchas preocupaciones y necesita descansar. —El alto algario se volvió hacia el herrero muy serio—. Te diré lo que haremos, Durnik. En cuanto Anheg se despierte, le pediremos su opinión.

—¿Habías hecho una translocación antes, Durnik? —le preguntó Polgara a su marido.

—No, en realidad no. Nunca se me había presentado la oportunidad de intentarlo. Me temo que lo arrojé un poco más lejos de lo que deseaba.

—Ya mejorarás con la práctica, cariño —le aseguró ella, y luego se volvió hacia Garion—. ¿Te encuentras bien?

—Por supuesto, tía Pol. La daga ni siquiera llegó a rozarme..., gracias a Durnik.

—Siempre resulta útil tenerlo cerca —dijo la hechicera con una tierna sonrisa.

—¿De dónde salió ese hombre, Barak? —preguntó Hettar.

—De Val Alorn, aunque parezca mentira. Siempre me pareció un buen tipo. Hacía su trabajo y mantenía la boca cerrada. Jamás habría sospechado que fuera un fanático religioso.

—Tal vez haya llegado el momento de examinarle los pies a todo el mundo —sugirió Hettar. Barak lo miró con expresión de perplejidad—. Si Seda está en lo cierto, todos los seguidores del culto del Oso tendrán una señal en un pie. Es preferible examinar pies a permitir que Garion se exponga a ser agredido por todas las dagas que pueda haber en el barco.

—Quizá tenga razón —asintió Barak.

Navegaron hacia la amplia embocadura de la ensenada que conducía a Jarviksholm justo cuando el sol comenzaba a ponerse.

—¿No deberíamos haber esperado a que anocheciera para acercarnos tanto? —les preguntó Garion a los demás reyes, reunidos en la cubierta de popa de La Gaviota.

—Saben que venimos —respondió Anheg encogiéndose de hombros—. Nos han estado vigilando desde que salimos del estrecho de Halberg. Además, ahora que saben que estamos aquí, los que disparan las catapultas se concentrarán sobre todo en los barcos. Cuando llegue el momento, eso permitirá que tú y Brendig podáis subir sin ser vistos.

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