—Creo que no puede ser —respondió el joven mientras se rascaba la mejilla.
—Era una disputa por tierras —observó Javelin— y hay gente que se pone furiosa por este tipo de cosas.
—Sólo se trataba de unas tierras de pastoreo —recordó Kail— y no eran muy extensas. De todos modos, ese hombre tiene tantas propiedades que ni él mismo puede contarlas.
—Y entonces ¿por qué recurrió a la ley?
—Fue su adversario el que trajo el problema ante mi padre.
Barak volvió a entrar en la habitación.
—Anheg —le dijo a su primo—, Greldik está aquí y tiene algo importante que decirte.
El rey de Cherek intentó ponerse de pie y luego miró a su alrededor.
—Hazlo pasar —se limitó a decir—. No quiero que nadie piense que tengo secretos.
—Todos tenemos secretos, Anheg —murmuró la reina Porenn.
—Me encuentro en una situación bastante especial, Porenn —explicó mientras se acomodaba la corona, que se había deslizado hacia una oreja.
El barbudo Greldik, cubierto de pieles, se abrió paso entre los guardias y entró en la habitación.
—Tienes problemas en casa, Anheg —gruñó con brusquedad.
—¿Qué tipo de problemas?
—Acabo de regresar de Jarviksholm —respondió el recién llegado—. Allí la gente tiene una actitud hostil.
—Eso no es nuevo.
—Han intentado hundir mi barco —dijo Greldik—. Han cubierto de catapultas las cimas de los riscos a ambos lados de la ensenada que conduce a la ciudad. Las piedras caían como si estuviera granizando.
—¿Por qué han hecho algo así? —preguntó Anheg con expresión ceñuda.
—Quizá no querían que viera lo que están llevando a cabo.
—¿Qué pueden estar haciendo para intentar guardar el secreto de ese modo?
—Están construyendo una flota.
—Mucha gente construye barcos en Cherek —repuso Anheg encogiéndose de hombros.
—¿A centenares?
—¿Cuántos?
—Yo estaba ocupado esquivando piedras, de modo que no pude contarlos con exactitud, pero toda la parte superior de la ensenada se halla cubierta de astilleros. Las quillas ya están armadas y han comenzado con las cuadernas. Ah, también están construyendo encima de las murallas de la ciudad.
—¿Las murallas? Ya son más altas que las de Val Alorn.
—Pues ahora lo son más aún.
—¿Qué demonios pretenden? —preguntó el rey de Cherek.
—Anheg, cuando alguien construye una flota y comienza a reforzar las fortalezas es porque se prepara para una guerra. Y cuando ese alguien intenta hundir el barco de un amigo de la corona es porque la guerra será contra el rey.
—Lo que dice parece bastante razonable, Anheg —dijo Barak.
—¿Quién está en control en Jarviksholm ahora mismo? —preguntó Garion con curiosidad.
—El culto del Oso —respondió Anheg, disgustado—. Durante los últimos diez años han estado llegando a la ciudad desde todo Cherek.
—Esto es muy serio, Anheg —dijo Barak.
—También es muy extraño —añadió Javelin—. El culto nunca se había interesado en hacer una política de confrontación.
—¿Una política de qué? —inquirió Anheg.
—Es otra forma de referirse a una guerra abierta contra la corona —explicó el jefe de inteligencia drasniano.
—Pues di las cosas claras, hombre.
—Es una deformación profesional —se disculpó el margrave encogiéndose de hombros—. Antes, el culto se limitaba a buscar apoyo para obligar a los reyes de las naciones alorns a seguir sus políticas. Creo que nunca habían pensado organizar una rebelión.
—Siempre hay una primera vez para todo, Javelin —observó Hettar.
—No es propio de ellos —dijo el drasniano con una mueca de preocupación—, y es la política opuesta a la que han seguido desde hace tres mil años.
—La gente cambia —apuntó el general Brendig.
—Pero el culto del Oso no —replicó Barak—. En la mente de sus seguidores no hay sitio para más de una idea.
—Creo que será mejor que muevas el trasero y vuelvas a Val Alorn, Anheg —sugirió Greldik—. Si llevan esos barcos al mar, controlarán toda la costa oeste de Cherek.
Anheg negó con la cabeza.
—Tengo que quedarme aquí —declaró—. Ahora mismo debo ocuparme de un asunto más importante.
—Es tu reino —contestó Greldik encogiéndose de hombros—, al menos por el momento...
—Gracias, Greldik —repuso el monarca con frialdad—. No puedes imaginar el consuelo que representan tus palabras. ¿Cuánto tardarás en volver a Val Alorn?
—Tres o cuatro días. Depende de cómo estén las corrientes en el canal.
—Vuelve allí —le dijo Anheg—. Comunica a los almirantes de la flota que quiero que salgan de Val Alorn y tomen posiciones en el estrecho de Halberg. Cuando acaben las reuniones del consejo, creo que haré un pequeño viaje a Jarviksholm y no tardaré mucho en quemar esos astilleros.
La sonrisa con que respondió Greldik era claramente maligna.
Después de que el consejo se retirara hasta el día siguiente, Kail se acercó a Garion en el pasillo alumbrado con antorchas.
—Creo que hay algo que deberías tener en cuenta, Belgarion —susurró en voz baja.
—¿Sí?
—Los movimientos de la flota cherek me preocupan.
—Se trata de la flota de Anheg —respondió el monarca— y de su reino.
—Sólo tenemos la palabra de Greldik sobre los astilleros de Jarviksholm—. Y el estrecho de Halberg está a sólo tres días de Riva.
—¿No crees que te muestras demasiado desconfiado, Kail?
—Estoy completamente de acuerdo en que el rey Anheg merece todo el beneficio de la duda con respecto al asesinato de mi padre, pero esta coincidencia que pone a la flota cherek a una peligrosa distancia de Riva es un asunto muy distinto. Creo que deberíamos considerar nuestras defensas..., sólo por una cuestión de seguridad.
—Lo pensaré —se limitó a responder Garion, y apuró el paso.
Seda llegó al día siguiente alrededor de mediodía. El hombrecillo iba vestido con la acostumbrada chaqueta gris y tenía las manos adornadas con valiosas joyas. Después de saludar brevemente a sus amigos, mantuvo una conversación privada con Javelin.
Belgarath entró en la sala del consejo aquella misma tarde con la carta de Anheg en la mano y una sonrisa de orgullo en el rostro.
—¿Qué ocurre, padre? —preguntó Polgara con curiosidad—. Pareces el gato de un barco pesquero.
—Siempre resulta placentero resolver un enigma, Pol. —Se volvió hacia los demás—. Por lo visto, no hay duda de que Anheg escribió esta carta. —El rey se puso de pie de un salto con la cara pálida, pero Belgarath alzó una mano—. Sin embargo —continuó—, lo que Anheg escribió no es lo que parece —añadió mientras dejaba el pergamino sobre la mesa—. Echadle un vistazo.
Cuando Garion miró la carta, vio con claridad letras rojas debajo de aquellas que parecían culpar a Anheg de la muerte de Brand.
—¿Qué quieres decir, Belgarath?
—En realidad es una carta al conde de Maelorg —respondió el anciano—, y se refiere a la decisión de Anheg de subir los impuestos en la pesca del arenque.
—Esa carta la escribí hace cuatro años —declaró el rey de Cherek con una expresión de perplejidad.
—Exacto —dijo Belgarath—, y si la memoria no me falla, el conde de Maelorg murió el año pasado.
—Sí —asintió Anheg—. Yo asistí a su funeral.
—Parece que, después de su muerte, alguien revolvió entre sus papeles y robó la carta. Luego borraron con cuidado el mensaje original, todo menos la firma, por supuesto, y escribieron encima una carta de presentación para la delegación comercial.
—¿Y cómo no lo advertimos antes? —inquirió Barak.
—Tuve que manipularla un poco para descubrirlo —admitió el anciano.
—¿Hechicería?
—No. He usado una solución salina. La hechicería podría haber sacado a la luz el antiguo mensaje, pero habría borrado el nuevo, y podemos necesitar la carta como prueba. —Barak parecía algo desilusionado—. La hechicería no es la única forma de hacer las cosas, Barak.
—¿Cómo descubriste que había otro mensaje debajo? —preguntó Garion.
—La sustancia que usaron para borrar la carta original deja un leve aroma en el papel —explicó el anciano con expresión astuta—. Hasta esta mañana no acabé de darme cuenta de qué era lo que estaba oliendo. —Se volvió hacia Anheg—. Siento haber tardado tanto en aclarar tu inocencia.
—No te preocupes, Belgarath —dijo aquél con tono efusivo—. Esta experiencia me ha servido para comprobar quiénes son mis verdaderos amigos.
Kail se puso de pie; su rostro reflejaba muchas emociones contradictorias. Se aproximó a la silla de Anheg y se arrodilló ante él.
—Perdonadme, Majestad —se disculpó sin rodeos—, debo confesar que sospechaba de vos.
—Claro que te perdono —rió Anheg—. ¡Por los dientes de Belar! Después de leer aquella carta, incluso yo comencé a sospechar de mí mismo. Levántate, joven. Debes permanecer siempre de pie, aun cuando hayas cometido un error.
—Kail —dijo Garion—, ¿puedes ocuparte de que esta noticia tenga la mayor difusión posible? Dile a la gente de la ciudad que dejen de afilar sus espadas.
—Lo haré de inmediato, Majestad.
—El misterio sigue sin resolver —observó el conde Seline—. Sabemos que el rey Anheg no tuvo nada que ver en este asesinato, pero no tenemos idea de quién puede ser el responsable.
—Al menos sabemos por dónde empezar —intervino Lelldorin—. Tenemos la lista de los hombres que podrían odiar a Brand.
—Creo que ésa es una pista falsa —objetó la reina Porenn—. El asesinato del Guardián de Riva es una cosa, pero intentar atribuirle la responsabilidad a Anheg es algo muy distinto.
—No te entiendo, Porenn —admitió el rey de Cherek.
—Tú tienes buenos amigos, ¿verdad, Anheg? Pues si uno de ellos fuera un oficial de alto grado y el rey de otro país lo asesinara, ¿qué harías?
—Mis barcos zarparían con la siguiente marea —respondió.
—Exacto. No creo que la muerte de Brand sea el resultado de una rencilla personal. Podría ser un intento de enfrentar a Riva y a Cherek en una guerra.
Anheg parpadeó.
—Porenn —dijo—, eres una mujer extraordinaria.
Se abrió la puerta y entraron Seda y Javelin.
—Su excelencia, el príncipe Kheldar, tiene un interesante informe para nosotros —anunció el margrave.
Seda dio un paso al frente e hizo una solemne reverencia.
—Majestades y queridos amigos —dijo—, no sé si esto tendrá alguna importancia en vuestras discusiones, pero creo que es un asunto al que deberíais prestar atención.
—¿Has notado cómo a veces la prosperidad hace que la gente se vuelva pomposa? —le preguntó Barak a Hettar.
—Lo he notado —asintió aquél con suavidad.
—Lo supuse.
Seda dedicó una rápida sonrisa a sus dos amigos.
—Bien —continuó en un tono menos formal—, he pasado los últimos meses en la ciudad de Rheon, en la frontera este de nuestra vieja y aburrida Drasnia. Rheon es una ciudad interesante y muy pintoresca, sobre todo ahora que han doblado la altura de sus murallas.
—Kheldar —dijo la reina Porenn impaciente, tamborileando con los dedos sobre el brazo de su sillón—, ¿piensas ir al grano alguna vez?
—Por supuesto, querida tía —respondió él con tono burlón—. Rheon siempre ha sido una ciudad fortificada a causa de su proximidad con la frontera nadrak. A su vez, está llena de ciudadanos tan conservadores que desaprueban el uso del fuego. Es un terreno muy propicio para el culto del Oso. Después del atentado contra Ce'Nedra, el verano pasado, yo me dediqué a husmear un poco en la ciudad.
—Es una forma sincera de describirlo —apuntó Barak.
—Estoy pasando por una etapa de franqueza —dijo Seda encogiéndose de hombros—. Disfrutadla mientras podáis, porque ya empieza a aburrirme. Por lo visto, parece que el culto del Oso tiene un nuevo líder, un hombre llamado Ulfgar. Después de que los murgos hirieran a Grodeg con un hacha en Thull Mardu, los miembros del culto quedaron muy desmoralizados. Luego este Ulfgar apareció de la nada y comenzó a reunirlos otra vez. Es el tipo de individuo capaz de convencer a los pájaros de que abandonen los árboles. Hasta ahora, el culto siempre había estado en manos de sacerdotes y su territorio se había restringido a Cherek.
—Cuéntame algo nuevo —gruñó Anheg con acritud.
—Ulfgar no parece un sacerdote de Belar —continuó Seda— y su centro de poder está en Rheon, al este de Drasnia.
—Kheldar, por favor, ve al grano —insistió Porenn.
—A eso iba, Majestad —le aseguró Seda—. Durante los últimos meses, muy despacio, nuestro amigo Ulfgar ha estado convocando a sus seguidores. Multitud de miembros del culto han ido llegando desde Algaria y se han infiltrado en Rheon desde todos los puntos de Drasnia. La ciudad está atestada de hombres armados. Creo que Ulfgar tiene un ejército en Rheon equivalente, al menos, a todas las fuerzas armadas de Drasnia. —Miró al joven rey Kheva—. Lo siento, primo —dijo—, pero parece que tu ejército es el segundo de Drasnia.
—Si es necesario, podría corregir eso, primo —respondió Kheva.
—Estás haciendo un gran trabajo con este pequeño, tía —felicitó Seda a Porenn.
—Kheldar —repuso ella con amargura—, ¿voy a tener que someterte al potro de torturas para que acabes tu historia?
—¡Oh, tía, qué sugerencia más horrible! Lo cierto es que el misterioso Ulfgar ha resucitado varias ceremonias y rituales antiguos, entre ellos un método permanente para identificar espíritus afines, por decirlo de algún modo. Siguiendo sus órdenes, cada uno de los miembros del culto se ha hecho marcar con un hierro candente una señal en la planta del pie derecho. Si veis a un hombre cojo, es muy posible que sea un nuevo miembro del culto del Oso.
—Eso debe de hacer mucho daño —dijo Barak con un respingo.
—Llevan la señal con gran orgullo —explicó Seda—, al menos una vez que ha cicatrizado.
—¿Qué aspecto tiene esa marca? —preguntó el rey Cho-Hag.
—Es una representación simbólica de la pata de un oso. Tiene la forma de la letra «U» con un par de signos en la abertura que representan las pezuñas.
—Cuando Seda me lo contó —intervino Javelin—, hicimos una visita al asesino que sobrevivió y descubrimos que su pie derecho tiene esa extraña marca.
—Entonces ya está aclarado —observó Hettar.
—Desde luego —asintió Belgarath.
—¡Cielos! —exclamó Mandorallen con una mueca de perplejidad—. Yo tenía entendido que el nombre de esta extraña religión estaba relacionado con la reunificación de Aloria, el titánico imperio del norte que existía bajo el reinado de Cherek-Hombros de Oso, el monarca más poderoso de la humanidad.