—Debí haber previsto esto —murmuró.
—¿Crees que podrían complicar las cosas? —preguntó Javelin en voz baja.
—No te imaginas cuánto —respondió Garion con un estremecimiento.
Sólo dos días después, La Gaviota bordeó la península y penetró en el puerto con Barak al timón. Junto a las barandas había una multitud de corpulentos guerreros chereks vestidos con cotas de malla, con expresión alerta y los ojos llenos de desconfianza. Barak maniobró para acercar el barco al desembarcadero.
Cuando el rey de Riva llegó al pie de las altas escalinatas de piedra que conducían a la Ciudadela, encontró una gran multitud reunida abajo. La gente estaba indignada y casi todos los hombres llevaban armas.
—Por lo visto nos enfrentamos a una situación muy delicada —le dijo Garion en voz baja a Kail, el cual lo había acompañado hasta el puerto—. Creo que debemos poner buena cara.
Kail observó los rostros furiosos de la gente del pueblo que se apiñaba junto al muelle.
—Tienes razón, Garion.
—Tendremos que recibir a Anheg con gran cordialidad.
—Pides demasiado, Majestad.
—Odio tener que ponerme en esta posición, Kail, pero no te lo estoy pidiendo. Esos chereks que están junto a la baranda son la guardia personal de Anheg. Si ocurriera algún altercado, se produciría una verdadera carnicería y podría ser el comienzo de una guerra que ninguno de nosotros queremos. Ahora sonríe y demos la bienvenida al rey de Cherek.
Para obtener el mejor resultado posible, Garion condujo a Kail hasta lo alto de la pasarela, de modo que el encuentro con el rey Anheg tuviera lugar a la vista de la furiosa multitud. Barak, vestido con una formal chaqueta verde y más corpulento aun de lo que Garion recordaba, bajó de la cubierta para salir a su encuentro.
—Éste es un momento muy triste para todos nosotros —dijo mientras estrechaba primero la mano del rey de Riva y luego la de Kail—. Anheg y Hettar están abajo con las damas.
—¿Damas? —inquirió Garion.
—Isleña y Merel.
—¿Has oído los rumores? —le preguntó el monarca.
—Sí —asintió Barak—. Esa es una de las razones por las cuales trajimos a nuestras mujeres.
—Buena idea —dijo Garion con tono de aprobación—. Un hombre que se dirige a un sitio a luchar no lleva a su mujer consigo y todos queremos que esto presente el mejor aspecto posible.
—Bajaré a buscar a Anheg —indicó Barak, mientras echaba un rápido vistazo a la temible multitud congregada a los pies de la pasarela.
Cuando el rey de Cherek subió a cubierta, vestido con la típica túnica azul, Belgarion notó que su tosco rostro de barba negra estaba demacrado y macilento.
—Anheg, amigo mío —saludó en voz alta para que la multitud lo escuchara. Se apresuró a acercarse al rey y lo estrechó en un rudo abrazo—. Creo que deberíamos sonreír —murmuró—. Toda esa gente debe pensar que seguimos siendo grandes amigos.
—¿Y lo somos, Garion? —preguntó Anheg con tono aprensivo.
—Nada ha cambiado —respondió con firmeza.
—Entonces acabemos de una vez con esto —dijo, y luego alzó la voz para dirigirse a todos—. La casa real de Cherek presenta sus condolencias al trono de Riva en estos momentos de pesar.
—¡Hipócrita! —gritó una voz de la multitud.
La cara de Anheg palideció, pero Garion se acercó con rapidez a la baranda, con los ojos llenos de furia.
—Cualquier hombre que insulte a mi amigo me insulta a mí también —repuso con voz amenazadora—. ¿Alguien quiere decirme algo a mí? —La multitud retrocedió con nerviosismo y el rey de Riva se volvió otra vez hacia Anheg—. Pareces cansado —le dijo.
—En cuanto me enteré de lo ocurrido, puse el palacio y gran parte de Val Alorn patas arriba; pero no he podido encontrar una sola pista. —El rey de barba negra se detuvo y miró a su amigo con expresión suplicante—. Te juro por mi vida, Garion, que yo no tuve nada que ver con la muerte de Brand.
—Ya lo sé, Anheg —se limitó a responder aquél, y miró a la indignada multitud—. Será mejor que llamemos a Hettar y a las señoras y subamos a la Ciudadela. Todos los demás están allí y deberíamos empezar la reunión lo antes posible. —Se volvió hacia Kail—. En cuanto lleguemos arriba, quiero que envíes a algunos hombres a dispersar a esta gente. Haz que rodeen los muelles, pues no quiero problemas aquí.
—¿Tan mal están las cosas? —preguntó Anheg en voz baja.
—Es sólo una precaución —dijo Garion—. Quiero controlar la situación hasta que hayamos llegado al fondo de este asunto.
El funeral de Brand, el Guardián de Riva, tuvo lugar al día siguiente en la sala del trono del rey rivano. Garion oyó el panegírico del diácono de Riva, totalmente vestido de negro y sentado en el trono de basalto junto a Ce'Nedra.
La asistencia del rey Anheg de Cherek a aquella triste ceremonia provocó comentarios furiosos entre la nobleza del lugar y sólo el profundo respeto que sentían hacia Brand y la mirada implacable de Garion impidieron que los murmullos del fondo de la sala se convirtieran en acusaciones abiertas.
Anheg estaba sentado entre Porenn y Cho-Hag, con expresión impenetrable, y abandonó la sala en cuanto concluyó el funeral.
—Nunca lo había visto así —le dijo Barak en voz baja a Garion después de la ceremonia—. Jamás lo habían acusado de asesinato y no sabe cómo resolver la situación.
—Ahora nadie lo acusa —se apresuró a responder el rey de Riva.
—Date la vuelta y fíjate en las caras de tus súbditos, Garion —indicó Barak con tristeza—. Hay una acusación en cada mirada.
—No necesito mirarlos —respondió Belgarion con un suspiro—. Sé exactamente lo que piensan.
—¿Cuándo quieres comenzar la reunión?
—Espera un poco. No quiero que Anheg camine por los pasillos de la Ciudadela mientras todos estos hombres andan por aquí con dagas en los cinturones.
—Una idea muy sensata —asintió Barak.
Se reunieron a media tarde en la sala con cortinas azules de la torre sur. En cuanto Kail hubo cerrado la puerta, Anheg se puso de pie frente a los demás.
—Quiero dejar bien claro desde el principio que yo no he tenido nada que ver con lo que ha ocurrido aquí —declaró—. Brand siempre fue uno de mis mejores amigos y yo me habría cortado un brazo antes que hacerle daño. Tenéis mi palabra, como rey y como alorn.
—Nadie te acusa de nada, Anheg —dijo Cho-Hag en voz baja.
—¡Ja! No soy tan estúpido como aparento ser, Cho-Hag, e incluso si lo fuera, tengo oídos. La gente de Riva ha estado a punto de escupirme en la cara.
El conde de Seline, de cabellos plateados, se recostó en el respaldo de la silla.
—Creo que tal vez esas sospechas, infundadas, desde luego, se deban a la carta que los asesinos presentaron al llegar aquí. Por lo tanto, pienso que deberíamos empezar por examinar ese documento.
—No es mala idea —reconoció Garion, y se volvió hacia Kail—. ¿Podríamos ver la carta?
—Ah..., la tiene el venerable anciano Belgarath —respondió el joven.
—Oh, es cierto —dijo el aludido—, casi lo había olvidado.
El hechicero buscó en el interior de su túnica gris, sacó un pergamino doblado y se lo entregó al noble sendario.
—Parece estar en orden —murmuró el conde después de leerlo.
—Déjame verlo —pidió Anheg, y luego leyó el documento con una mueca de disgusto y preocupación—. No hay duda de que ésta es mi firma —admitió— y también mi sello, pero yo nunca escribí esto.
De repente, Garion tuvo una idea.
—¿Siempre lees todo lo que firmas? —preguntó—. A mí a veces me traen montañas de papeles para firmar y yo me limito a garabatear mi nombre debajo de cada uno. ¿Crees que podrían haberlo puesto entre otros documentos y que tú lo firmaste sin darte cuenta?
Anheg negó con la cabeza.
—Eso me ocurrió una vez —dijo— y desde entonces lo leo todo antes de firmarlo. De ese modo sé que dice exactamente lo que yo quiero decir. —Le pasó la carta a Garion—. Mira esto —añadió señalando el segundo párrafo—: «En tanto en cuanto el comercio es el alma de nuestros reinos...». ¡Demonios, Garion! Yo no he usado la expresión «en tanto en cuanto» en mi vida.
—¿Cómo se entiende esto? —preguntó el conde de Seline—. La firma y el sello son auténticos, y el rey Anheg declara que no sólo lee todo lo que firma sino que también dicta sus proclamas personalmente. Sin embargo, encontramos contradicciones en el texto.
—Seline —dijo Anheg con acritud—, ¿alguna vez te has dedicado al derecho? Hablas igual que un abogado.
—Sólo intento ser preciso, Majestad —rió el conde.
—Yo odio a los abogados.
Continuaron discutiendo el contenido de aquella infame carta durante el resto del día, pero no llegaron a ninguna conclusión. Garion se fue a dormir confuso, con más dudas que antes.
El rey de Riva tuvo un sueño intranquilo y se despertó tarde. Tendido en la cama con dosel, intentando poner en orden sus ideas, oyó voces procedentes de la habitación contigua. Casi por diversión, comenzó a identificar las voces. Ce'Nedra estaba allí, por supuesto, con tía Pol. La risa estridente de la reina Layla la hacía fácilmente identificable y también era sencillo reconocer a Nerina y a Ariana, por su vocabulario mimbrano. Había otras voces, pero se perdían en el parloteo general.
Garion se sentó despacio en la cama, con la sensación de que no había dormido en toda la noche. Apartó el edredón de plumas y apoyó los pies en el suelo. No tenía ganas de enfrentarse con las obligaciones de aquel día. Por fin suspiró y se puso de pie. Echó un breve vistazo a la chaqueta y calzas negras que había usado el día anterior e hizo un gesto negativo con la cabeza. Alguien podría interpretar el luto como una acusación encubierta y debía evitarlo por todos los medios. La situación con el rey Anheg era tan delicada que la menor suspicacia podía convertirse en una crisis. Se acercó al armario macizo donde guardaba la ropa, escogió una de sus habituales chaquetas azules y comenzó a vestirse.
La conversación en la habitación contigua se apagó de forma súbita con una llamada en la puerta.
—¿Os molesta que me una a vosotras? —oyó que preguntaba la reina Isleña con voz temerosa.
—Por supuesto que no —respondió tía Pol.
—Yo había pensado que... —Isleña se interrumpió y luego comenzó otra vez— Teniendo en cuenta las circunstancias, yo había pensado que tal vez debería permanecer aislada.
—Tonterías —afirmó la reina Layla—. Entra, Isleña, por favor.
Hubo un murmullo general de aprobación.
—Os juro que mi marido no es culpable de esta atrocidad —dijo la recién llegada con voz clara.
—Nadie dice que lo sea, Isleña —respondió tía Pol con serenidad.
—Tal vez no abiertamente, pero todo el mundo tiene horribles sospechas.
—Estoy segura de que Garion y los demás reyes llegarán al fondo de este asunto —le aseguró Ce'Nedra con voz firme—. Luego todo se aclarará.
—Mi pobre Anheg no pudo dormir en toda la noche —dijo Isleña con tristeza— Sé que parece un bruto, pero en el fondo es muy sensible y esto lo ha afectado profundamente. Incluso ha llorado.
—Nuestros señores vengarán las lágrimas que vuestro esposo ha vertido con el cuerpo del perverso villano que se esconde detrás de este acto monstruoso —declaró la baronesa Nerina—. Y cuando la verdad salga a la luz, los estúpidos que dudan de su fidelidad se avergonzarán por su falta de fe.
—Espero que tengas razón —repuso Isleña.
—Éste es un asunto muy triste, señoras —dijo Adara, la prima de Garion, al resto de las mujeres—, y no tiene nada que ver con el motivo de nuestra presencia aquí.
—¿Y cuál es ese motivo, dulce Adara? —preguntó Ariana.
—El bebé, Ariana —respondió aquella—. Hemos venido a ver a tu pequeño otra vez, Ce'Nedra. Estoy segura de que ya no duerme, así que ¿por qué no lo traes aquí para que todas podamos jugar con él un rato?
—Creí que nunca me lo pediríais —rió Ce'Nedra.
La reunión del consejo comenzó a media mañana. Una vez más, los reyes y sus consejeros se reunieron en la sala de cortinas azules. Los dorados rayos del sol de fines de verano se filtraban a través de las ventanas y una suave brisa marina agitaba las cortinas. En aquellas reuniones no se daba demasiada importancia a las formalidades y los concurrentes se repantigaban cómodamente en los sillones tapizados de terciopelo que había en la sala.
—Creo que si volvemos a estudiar esa carta perderemos otro día y no llegaremos a ninguna parte —dijo Belgarath—. Partamos de la base de que se trata de una falsificación y sigamos adelante. —Se volvió hacia Kail—. ¿Tu padre tenía enemigos en esta isla? —preguntó—. ¿Alguien lo suficientemente rico y poderoso como para contratar asesinos chereks?
—Nadie puede pasar por la vida sin ganarse algún rencor, venerable anciano —respondió Kail con una mueca de perplejidad—. Pero no creo que nadie lo odiara tanto como para matarlo.
—En realidad, amigo mío —intervino Mandorallen—, hay hombres que cuando se sienten ofendidos alimentan su rencor en silencio y disimulan su enemistad hasta que se les presenta la oportunidad de vengarse. La historia de Arendia está repleta de situaciones semejantes.
—Es posible —asintió el rey Fulrach—. Y sería mejor que empezáramos por casa antes de irnos más lejos.
—Una lista de sospechosos podría resultar muy útil —sugirió Javelin—. Si apuntamos los nombres de todos los habitantes de la Isla de los Vientos a quienes Brand podría haber ofendido, luego podremos empezar a eliminar algunos. Cuando dicha lista se haya reducido a unos pocos nombres, comenzaremos las investigaciones. Si el individuo que está detrás de esto es rivano, tiene que haber visitado Cherek o haber tenido algún contacto con chereks en los últimos tiempos.
Tardaron toda la mañana en elaborar la lista. Kail mandó a buscar ciertos documentos y entre todos analizaron las decisiones tomadas por Brand durante los últimos cinco años. Como el guardián había actuado como magistrado principal del reino, sus decisiones habían afectado a mucha gente.
Después de comer, comenzaron a eliminar los nombres de aquellos que no tenían suficiente dinero o poder para pagar los servicios de asesinos profesionales.
—La lista se ha reducido bastante —dijo Javelin mientras tachaba un nuevo nombre—. Ya ha adquirido unas proporciones casi manejables. —De repente se oyó un respetuoso golpe en la puerta. Uno de los guardias apostados allí intercambió unas breves palabras con alguien que aguardaba fuera, luego se acercó a Barak y le susurró algo al oído. El hombretón de barba roja asintió con un gesto, se puso de pie y lo siguió fuera de la habitación—. ¿Qué hay de éste? —le preguntó el margrave a Kail señalando otro nombre de la lista.