Al llegar al sur de Algaria, Cho-Hag y Silar se despidieron y giraron rumbo al este, en dirección al fuerte, y el resto del viaje hacia el valle continuó sin incidentes. Una vez allí, Belgarath pasó unos días en la cabaña y luego se preparó para regresar a la torre. En el último momento, invitó a Misión a que lo acompañara.
—Estamos un poco atrasados con las tareas de la casa, padre —dijo Polgara— necesito atender mi jardín y, después de un invierno como el que hemos pasado, Durnik tendrá mucho trabajo.
—Entonces será mejor sacar al niño del medio, ¿no crees?
Ella lo miró larga y fijamente y por fin se dio por vencida.
—Oh, de acuerdo, padre —respondió—, pero no te lo quedes todo el verano.
—Por supuesto que no. Quiero hablar con los gemelos y ver si Beldin ha regresado. Volveré con él dentro de un mes.
Y así, Misión y Belgarath volvieron al centro del valle para alojarse una vez más en la casa del anciano. Beldin todavía no había regresado de Mallorea, pero el hechicero tenía mucho que discutir con Beltira y Belkira, de modo que Misión y su caballo zaino tuvieron que buscar una manera de divertirse solos.
Una radiante mañana de verano, se dirigieron hacia el oeste del valle a explorar las colinas que señalaban la frontera con Ulgoland. Habían cabalgado varios kilómetros por los montes ondulantes y llenos de árboles, cuando se detuvieron junto a un barranco ancho y bajo, donde corría un turbulento arroyuelo sobre piedras cubiertas de moho. El sol de la mañana daba mucho calor y la sombra de los pinos fragantes y altos resultaba muy agradable.
Cuando se sentaron a descansar, una loba surgió de detrás de unos arbustos, junto a la orilla del arroyuelo, se detuvo y se sentó sobre las patas traseras para observarlos. El animal tenía un extraño halo azul, un suave resplandor que parecía emanar de su grueso pelaje.
La reacción normal del caballo ante el simple olor a lobo solía ser de pánico, pero en este caso respondió a la mirada de la loba azul con calma, sin tan siquiera sufrir una ligera vacilación.
El niño sabía quién era la loba, pero le sorprendió encontrarla allí.
—Buenos días —dijo con cortesía—. Hace un día agradable, ¿verdad?
El animal resplandeció del mismo modo que Beldin cuando se transformaba en halcón. Cuando el aire se aclaró a su alrededor, en su lugar apareció una mujer de cabello rojizo con ojos dorados y una sonrisa divertida en los labios. Aunque llevaba una túnica marrón de campesina, la lucía con una elegancia que despertaría la envidia de cualquier reina vestida de brocado con bordados de piedras preciosas.
—¿Siempre saludas a los lobos con tanta amabilidad? —le preguntó ella.
—No he conocido a muchos lobos —respondió él—, pero estaba casi seguro de que eras tú.
—Sí, supongo que es lógico. —Misión desmontó—. ¿Sabe él dónde estás?
—¿Belgarath? Tal vez no. Está hablando con Beltira y Belkira, así que el caballo y yo salimos a conocer algún lugar nuevo.
—Será mejor que no te adentres demasiado en las montañas de Ulgoland —le aconsejó—. En estas colinas hay criaturas salvajes.
—Lo tendré en cuenta —asintió él.
—¿Harás algo por mí? —preguntó la mujer sin preámbulos.
—Si está en mis manos...
—Habla con mi hija.
—Por supuesto.
—Dile a Polgara que hay un gran mal en el mundo y que representa un enorme peligro.
—¿Zandramas? —preguntó Misión.
—Zandramas forma parte del mal, pero lo fundamental es el Sardion. Debe ser destruido. Dile a mi hija y a Belgarath que alerten a Belgarion. Su tarea aún no ha concluido.
—Se lo diré —prometió Misión—; pero ¿no podrías hacerlo tú?
La mujer de cabello rojizo miró hacia el barranco sombrío.
—No —respondió con tristeza—. Le causa demasiada pena verme.
—¿Por qué?
—Le recuerda los años perdidos y la angustia de una joven que tuvo que crecer sin una madre que la guiara. Cada vez que me ve, todo eso viene a su memoria.
—¿Entonces nunca se lo contaste? ¿No le explicaste el sacrificio que te pidieron que hicieras?
—¿Cómo es posible que sepas lo que ni siquiera saben Polgara o mi marido?
—No estoy seguro —respondió él—, pero lo sé, igual que sé que tú no has muerto.
—¿Y se lo dirás a Pol?
—Si tú prefieres que no lo haga, no lo haré.
Ella suspiró.
—Quizás algún día yo misma se lo diga, pero todavía no ha llegado el momento. Creo que es mejor que ella y Belgarath no lo sepan. Aún tengo una misión que cumplir y es mejor que lo haga sin que nada me distraiga.
—Como quieras —respondió Misión con amabilidad.
—Volveremos a vernos —dijo ella—. Adviérteles sobre el Sardion y diles que no se empeñen tanto en la búsqueda de Zandramas como para olvidarlo, pues el mal proviene del Sardion. Además, la próxima vez que te encuentres con Cyradis, ten cuidado. Ella no pretende hacerte daño, pero tiene su propia misión que cumplir y hará todo lo que sea necesario para llevarla a cabo.
—Lo haré, Poledra —prometió él.
—Ah —añadió en el último momento—, hay alguien esperándote allí arriba. —Señaló la cima rocosa de un monte que se alzaba sobre el valle cubierto de hierba— Todavía no puede verte, pero te aguarda —agregó, y luego sonrió, volvió a transformarse con un resplandor en una loba azulada y se fue corriendo sin mirar atrás.
Lleno de curiosidad, Misión volvió a montar, se alejó del barranco y se dirigió al sur, bordeando las colinas más altas que se elevaban hacia los resplandecientes y blancos picos de la tierra de los ulgos, rumbo al monte. Entonces, mientras buscaba la cuesta rocosa, captó el reflejo del sol sobre algo brillante, en medio de un afloramiento de piedras cubierto de matorrales, y cabalgó en esa dirección sin detenerse a pensarlo.
El hombre que estaba sentado entre los tupidos arbustos llevaba una extraña cota de malla, confeccionada con láminas de metal superpuestas. Era bajo, pero tenía hombros corpulentos, y llevaba los ojos vendados con una gasa que actuaba como escudo contra la brillante luz del sol, aunque no lo cegaba por completo.
—¿Eres tú, Misión? —preguntó el de los ojos vendados con voz áspera.
—Sí —respondió el pequeño—. Hace mucho tiempo que no nos vemos, Relg.
—Necesito hablar contigo —dijo con voz ronca—. ¿Podemos ir a donde no dé el sol?
—Por supuesto.
Misión desmontó y siguió al ulgo a través de los arbustos hacia la abertura de una cueva que había en la cuesta de la colina. Relg se agachó un poco y entró en ella.
—Pensé que te reconocería —repuso cuando el niño se unió a él en la cueva fría y húmeda—, pero con toda esa luz no podía estar seguro. —Se quitó la venda de los ojos y lo observó con atención—. Has crecido.
—Han pasado unos cuantos años —sonrió Misión—. ¿Cómo está Taiba?
—Me ha dado un hijo —respondió Relg, como si él mismo no pudiera creerlo— Un hijo muy especial.
—Me alegro.
—Cuando yo era joven y estaba convencido de mi santidad, UL me habló y me dijo que el niño destinado a ser el nuevo Gorim llegaría a Ulgo a través de mí. Lleno de presunción, yo interpreté que debía buscar al niño y revelar su nombre. ¿Cómo podía imaginar que se refería a algo mucho más simple? Hablaba de mi propio hijo. La señal está en él, ¡en mi hijo! —exclamó el fanático con voz llena de orgullo y admiración.
—Los métodos de UL no son los del hombre.
—¡Es una gran verdad!
—¿Y eres feliz?
—Mi vida está completa —se limitó a responder Relg—. Pero ahora tengo otra tarea. Nuestro anciano Gorim me envió a buscar a Belgarath; es urgente que venga conmigo a Prolgu.
—No está demasiado lejos —dijo Misión. Luego miró a Relg y vio que, incluso en el interior de la cueva, el fanático mantenía los ojos entrecerrados para protegerlos de la luz—. Tengo un caballo —agregó—, así que puedo ir a buscarlo y traerlo aquí dentro de unas horas. De ese modo no tendrás que exponerte a la luz del sol.
Relg lo miró con expresión agradecida y asintió con un gesto.
—Dile que debe venir. El Gorim tiene que hablar con él.
—Lo haré —prometió el niño mientras se dirigía a la salida de la cueva.
—¿Qué demonios quiere? —preguntó Belgarath, disgustado, cuando Misión le avisó de que Relg lo esperaba.
—Que vayas con él a Prolgu —respondió el pequeño—. El Gorim quiere verte..., el viejo.
—¿El viejo? ¿Es que hay un nuevo Gorim?
—El hijo de Relg —asintió Misión. Belgarath lo miró fijamente y de repente se echó a reír.
—¿Dónde está la gracia?
—Por lo visto, UL tiene sentido del humor —dijo con una risita tonta—. Nunca lo hubiera imaginado.
—No te entiendo.
—Es una vieja historia —dijo Belgarath, todavía riendo—. Supongo que si el Gorim desea vernos será mejor que nos vayamos.
—¿Quieres que te acompañe?
—Polgara me despellejaría vivo si te dejara solo. Vámonos de una vez.
Misión guió al anciano a través del valle hasta el monte y la cueva donde esperaba Relg. Tardaron unos minutos en hacer entender al joven caballo que debía volver solo a la torre de Belgarath, pero, después de que Misión hablara un rato con él, pareció comprender la idea.
El viaje a través de las oscuras galerías de Prolgu llevó varios días. Misión tenía la impresión de que avanzaban a ciegas; pero Relg, cuyos ojos no veían nada a la luz del día, caminaba por aquellos pasadizos como si fueran su propia casa y su sentido de la orientación era perfecto. Por fin llegaron a una caverna ligeramente iluminada, en la que había un lago poco profundo y cristalino. En el centro del lago encontraron una isla, donde los aguardaba el anciano Gorim.
—Yad ho, Belgarath —dijo el venerable anciano, que vestía una túnica, cuando llegaron a la orilla del lago subterráneo—. Groja UL.
—Gorim —respondió Belgarath con una respetuosa reverencia—. Yad ho, Groja UL. —Luego cruzaron el puente de mármol que conducía al otro lado y se unieron al Gorim. Belgarath y el anciano se cogieron los brazos en un gesto afectuoso—. Han pasado varios años, ¿verdad? —dijo el hechicero—. ¿Cómo van tus cosas?
—Ahora que Relg me ha encontrado un sucesor, me siento rejuvenecido —sonrió aquél—. Al menos puedo ver el fin de mi misión.
—¿Lo ha encontrado? —preguntó Belgarath con tono burlón.
—Es más o menos lo mismo —dijo el Gorim mientras miraba con afecto a Relg—. Hemos tenido nuestros desacuerdos, ¿verdad, hijo? Pero al fin se descubrió que ambos luchábamos por el mismo objetivo.
—Me llevó un tiempo comprenderlo, sagrado Gorim —agregó Relg con sarcasmo—. Soy más terco que la mayoría de los hombres; me asombra que UL no perdiera la paciencia conmigo. Ahora os ruego que me disculpéis, pues debo ver a mi hijo y a mi esposa. He estado varios días lejos de ellos —añadió mientras se volvía para cruzar el puente en dirección contraria.
—Ha cambiado mucho —sonrió Belgarath.
—Su mujer es una maravilla —asintió el Gorim.
—¿Estás seguro de que su hijo es el elegido?
—UL lo ha confirmado. Algunos protestaron, porque Taiba no es ulgo sino marag, pero UL los ha hecho callar.
—No me cabe duda; ya he notado que su voz es muy potente. ¿Querías verme?
El Gorim se puso serio y señaló hacia la casa en forma de pirámide.
—Entremos —dijo—. Debemos discutir un asunto muy urgente.
Misión siguió a los dos ancianos al interior de la casa. La sala a la que los condujo estaba iluminada por la tenue luz de un globo de cristal, que colgaba del techo con una cadena, y en el centro de la habitación había una mesa con bancos bajos de piedra. Se sentaron a la mesa y el viejo Gorim miró a Belgarath con expresión solemne.
—Nosotros no somos como la gente que vive fuera, a la luz del sol, amigo mío —declaró—. Ellos pueden escuchar el sonido del viento en los árboles, el murmullo de los ríos y el canto de los pájaros que llena el aire. Sin embargo, aquí, en las cuevas, sólo oímos los sonidos de la tierra. —Belgarath respondió con un gesto afirmativo—. La tierra y las rocas hablan a la gente de Ulgo de formas extrañas —continuó el Gorim—. Un sonido puede llegar a nosotros desde el otro extremo del mundo. Pues bien, un sonido semejante ha estado murmurando algo a través de las rocas durante años y se ha ido volviendo más claro y fuerte cada mes.
—¿Una falla, tal vez? —sugirió Belgarath—. ¿Un movimiento del lecho de piedra de un continente?
—No lo creo, amigo —discrepó el Gorim—. El sonido que oímos no es un movimiento de la tierra inquieta, sino un sonido causado por el despertar de una piedra.
—No entiendo —dijo el hechicero con expresión ceñuda.
—La piedra que oímos está viva, Belgarath.
—Sólo existe una piedra viva, Gorim —afirmó éste mirándolo fijamente.
—Siempre he creído eso. He oído el sonido del Orbe de Aldur en sus movimientos a través del mundo, y por eso sé que éste también es el sonido de una piedra viva. Está despertando, Belgarath, y probando su propio poder. Es maligna, amigo mío, tan maligna que la tierra misma gime bajo su peso.
—¿Cuánto tiempo hace que oyes ese sonido?
—Comenzó poco después de la muerte del maldito Torak.
—Sabemos que algo ha estado ocurriendo en Mallorea —dijo Belgarath con una mueca de preocupación—, pero ignoraba que fuera tan serio. ¿Puedes decirme algo más sobre esa piedra?
—Sólo su nombre —respondió el Gorim—. Oímos cómo lo murmuran a través de las cuevas, las galerías y las grietas de la tierra. Se llama «Sardius».
Belgarath alzó la cabeza.
—¿Cthrag Sardius? ¿El Sardion?
—¿Has oído hablar de ella?
—Beldin oyó algo en Mallorea. Estaba conectada con algo llamado Zandramas.
—¡Belgarath! —exclamó el Gorim, sobresaltado y con la cara mortalmente pálida.
—¿Qué ocurre?
—Esa es la palabra más horrible de nuestra lengua.
—Yo creía conocer bien el idioma de los ulgos —dijo el hechicero mirándolo fijamente—. ¿Cómo es que nunca oí ese término?
—Nadie sería capaz de pronunciarlo.
—Pensé que los ulgos ni siquiera sabían decir groserías. ¿Qué significa? En términos generales, claro.
—Significa confusión, caos, negación absoluta. Es una palabra espantosa.
—¿Por qué usarían un vocablo ulgo en Darshiva para nombrar algo o alguien? ¿Y por qué en conexión con el Sardion?
—¿No es posible que las dos cosas signifiquen lo mismo?