Los guardianes del oeste (48 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: Los guardianes del oeste
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—¿Es posible hacer eso, Garion? —inquirió Lelldorin con tono de duda.

El monarca reflexionó al respecto.

—Es posible, muy posible.

—Y si lo hacemos por la noche, podremos entrar en la ciudad de inmediato —dijo Barak—, sin perder un solo hombre.

—Es una solución original —observó Seda desde la puerta de la tienda—; no demasiado ética, pero original de todos modos.

—¿Dónde has estado, ladronzuelo? —le preguntó Yarblek.

—En Rheon —respondió Seda.

—¿Has estado en el interior de la ciudad? —repuso Barak atónito.

—Por supuesto —contestó el príncipe encogiéndose de hombros—. Pensé que sería apropiado sacar a una amiga nuestra de allí antes de destruir el lugar.

Seda se apartó de la puerta e hizo una burlona reverencia para abrirle paso a la rubia margravina Liselle.

—Ésta sí que es una mujer hermosa —exclamó Yarblek con admiración.

Liselle le sonrió y en sus mejillas se formaron dos hoyuelos.

—¿Cómo diablos has entrado? —le preguntó Garion al hombrecillo con cara de rata.

—No creo que quieras saberlo —respondió Seda—. Si uno se empeña, siempre encuentra una entrada o una salida de una ciudad.

—No hueles muy bien —observó Yarblek.

—Es por el camino que hemos seguido —respondió Liselle arrugando la nariz.

—A pesar de todo, tienes buen aspecto —le dijo Javelin a su sobrina con tono casual.

—Gracias, tío —respondió ella, y luego se volvió hacia Garion—. ¿Son ciertos los rumores que corren por la ciudad sobre el secuestro del príncipe?

El monarca asintió con un gesto sombrío.

—Ocurrió poco después de que tomáramos Jarviksholm. Por eso estamos aquí.

—Pero el príncipe Geran no está en Rheon —informó ella.

—¿Estás segura? —intervino Ce'Nedra.

—Eso creo, Majestad. Los seguidores del culto están asombrados y no parecen tener la menor idea de quién secuestró al niño.

—Es probable que Ulfgar lo mantenga en secreto —sugirió Javelin— y que sólo lo sepa un pequeño grupo de gente.

—Quizá, pero no tengo esa impresión. No he podido acercarme lo suficiente como para asegurarme de ello, pero tiene el aspecto de un hombre al que todo le ha salido mal. Creo que no esperaba este ataque a Rheon. Sus fortificaciones todavía no están terminadas, aunque desde el exterior no se note. La muralla del norte, en particular, es bastante endeble. El apuntalamiento de las murallas ha sido una maniobra desesperada y es evidente que no esperaba que lo sitiarais. Si él hubiese organizado el rapto, se habría preparado para el ataque..., a no ser que estuviera seguro de que no sospecharíais de él.

—Excelentes noticias, señora —la felicitó Mandorallen—. Ahora que sabemos que las murallas del norte son débiles, podremos concentrar nuestros esfuerzos en ellas. Si el plan de Durnik funciona, la muralla caerá con facilidad con sólo ablandar sus cimientos.

—¿Qué puedes decirnos de Ulfgar? —preguntó Barak.

—Apenas lo he visto un momento y de lejos. Se pasa casi todo el día en su casa y sólo permite entrar a sus secuaces más allegados. Sin embargo, poco antes de que enviara sus fuerzas a atacarle, dio un discurso. Habla con pasión y tiene totalmente controlada a la multitud. Sólo estoy segura de una cosa: no es un alorn.

—¿No? —preguntó Barak atónito.

—Su rostro no delata su nacionalidad, pero por su forma de hablar sé que no es alorn.

—¿Cómo es que el culto acepta a un extranjero como jefe? —preguntó Garion.

—En realidad no saben que es extranjero. Pronuncia mal algunas palabras, muy pocas, por cierto, pero son sutilezas que sólo puede captar el oído de un experto. Si hubiera conseguido acercarme más a él, podría haberle hecho repetir esas palabras para ver si delataban su origen. Siento no serviros de más.

—¿Tiene mucho poder en el culto? —inquirió Javelin.

—Tiene un poder absoluto —respondió ella—. Sus seguidores harán cualquier cosa que él les pida. Lo miran como si fuera un dios.

—Necesitamos cogerlo con vida —sentenció Garion con tristeza—. Tengo que interrogarlo.

—Eso será muy difícil, Majestad —repuso la joven muy seria—. En Rheon todos creen que es un hechicero. Yo no lo he visto actuar, pero he hablado con mucha gente que sí lo ha hecho, o al menos eso dicen.

—Has realizado una gran labor, margravina —dijo la reina Porenn con gratitud—. No lo olvidaré.

—Gracias, Majestad —respondió Liselle con una pequeña reverencia formal, y luego se volvió hacia Garion—. Según la información que he podido obtener, he llegado a la conclusión de que las fuerzas del culto que se encuentran en el interior de las murallas no son tan poderosas como pretenden hacernos creer. Las cifras son impresionantes, pero incluyen gran cantidad de niños y ancianos. Esperan con ansiedad a unas tropas que marchan hacia la ciudad bajo el mando de un miembro del culto infiltrado.

—Haldar —dijo Barak.

Ella asintió con un gesto.

—Y eso nos conduce otra vez a la absoluta necesidad de traspasar las murallas —manifestó Javelin. Luego miró a Durnik—. ¿Cuánto tiempo crees que tardarán en ablandarse los cimientos para que caiga la pared del norte?

—Queremos pillarlos por sorpresa —murmuró el herrero, mientras se echaba hacia atrás y contemplaba el techo de la tienda con aire pensativo—, de modo que el agua no puede salir a borbotones, al menos al principio. Una filtración gradual sería mucho menos notable. Llevará un tiempo antes de que el suelo se empape.

—Y deberemos tener mucho cuidado —añadió Garion—. Si ese Ulfgar es un verdadero hechicero, oirá el ruido que hacemos al trabajar.

—Habrá mucho ruido cuando se caiga la muralla —dijo Barak—. ¿Por qué no la haces estallar tal como hiciste con la puerta trasera de Jarviksholm?

Belgarion negó con la cabeza.

—En cuanto uno pone en marcha la fuerza de su mente, durante un par de segundos es completamente vulnerable ante alguien con el mismo tipo de poderes. Preferiría estar sano y en una pieza cuando encuentre a mi hijo.

—¿Cuánto tiempo tardaréis en empapar el suelo para derribar la muralla? —preguntó Javelin.

—Toda esta noche —repuso Durnik rascándose la mejilla— y todo el día de mañana. A medianoche de mañana, la muralla debería estar bastante débil. Luego, poco antes de que ataquemos, Garion y yo podremos aumentar el caudal del agua y empapar la mayor parte del suelo. Ya va a estar muy húmedo y blando, y un buen arroyuelo acabará de separar la muralla del suelo. Si arrojamos piedras y arpeos, deberíamos poder derribarla en poco tiempo.

—Tú tendrías que agilizar el ritmo de tus catapultas —le dijo Yarblek a Mandorallen—. Si mañana por la noche están intentando esquivar las piedras que caen del cielo, no prestarán mucha atención a los ruidos procedentes de las murallas.

—¿Entonces lo haremos mañana a medianoche? —inquirió Barak.

—De acuerdo —decidió Garion con firmeza.

—¿Recuerdas el plano del barrio norte de la ciudad? —le preguntó Javelin a su sobrina. Ella asintió—. Entonces haznos un dibujo. Necesitamos saber dónde colocar nuestras defensas una vez que estemos en el interior.

—Lo haré en cuanto me bañe, tío.

—Necesitamos ese mapa, Liselle.

—No tanto como yo necesito un baño.

—Y tú también, Kheldar —dijo Polgara con firmeza.

Seda miró a Liselle con expresión inquisitiva.

—De eso nada, Kheldar —replicó ella—. Sé lavarme la espalda, gracias.

—Vayamos a buscar agua, Durnik —propuso Garion poniéndose de pie—. Me refiero al agua subterránea.

—De acuerdo —respondió el herrero.

Por supuesto, no había luna. Los nubarrones que habían cubierto la zona durante las últimas semanas se habían vuelto cada vez más oscuros y el aire de la noche esa fresco. Garion y Durnik avanzaron con cuidado por el valle en dirección a la ciudad.

—Es una noche muy fría —murmuró el herrero mientras caminaban entre los tojos.

—Sí —asintió Garion—. ¿A qué profundidad crees que está el agua?

—A no mucha —respondió aquél—. Le pregunté a Liselle cómo eran de profundos los pozos en Rheon y me respondió que no demasiado. Creo que encontraremos agua a unos ocho metros.

—¿Cómo se te ha ocurrido esta idea?

—Cuando era joven —explicó Durnik con una risita—, trabajé para un granjero presuntuoso que pensó que podría impresionar a los vecinos si construía un pozo en el interior de su casa. Trabajamos en él todo el invierno y por fin lo convertimos en una fuente artesana. Tres días después, su casa se derrumbó. Se puso furioso.

—Me lo imagino.

—No creo que necesitemos acercarnos más —dijo mirando las amenazadoras murallas—. Si nos ven y comienzan a dispararnos flechas, nos resultará difícil concentrarnos. Ahora vayamos hacia el norte.

—De acuerdo.

Avanzaron con más cuidado, intentando no hacer ningún ruido al pasar entre los matorrales.

—Ya es suficiente —murmuró Durnik—. Ahora veamos qué hay aquí abajo.

Garion hizo que sus pensamientos se hundieran despacio a través de la tierra compacta, bajo la muralla del norte de la ciudad. Los primeros metros fueron difíciles, pues encontró topos y lombrices. Un chillido furioso le indicó que había molestado a un tejón. Luego se topó con una capa de roca y examinó con su pensamiento la superficie plana buscando alguna grieta.

—A tu izquierda —musitó Durnik—. ¿No es una grieta?

Garion se internó en ella. La fisura parecía volverse más húmeda a medida que descendía.

—Aquí abajo está húmedo —murmuró el rey—, pero la grieta es tan pequeña que el agua apenas se filtra a través de ella.

—Agrandémosla, pero no mucho. Sólo lo suficiente para dejar pasar un hilo de agua.

Garion se concentró en su voluntad y sintió que el poder de Durnik se unía al de él. Juntos ensancharon un poco la grieta de la roca. El agua que había debajo emergió a la superficie. Ambos volvieron atrás y sintieron que el agua comenzaba a erosionar la tierra compacta por debajo de la muralla, filtrándose y extendiéndose en la oscuridad.

—Sigamos —propuso Durnik—. Deberíamos abrir seis o siete grietas debajo de la muralla para poder empapar la tierra. Mañana las agrandaremos todas.

—¿Y eso no hará que se inunde la cuesta de la colina?

—Es probable.

—Eso complicará las cosas a nuestras tropas cuando pasen por aquí.

—No hay duda de que tendrán que mojarse los pies, pero será mejor que escalar una muralla mientras alguien les arroja aceite hirviendo en la cabeza, ¿no te parece?

—Mucho, mucho mejor —asintió Garion.

Siguieron avanzando en la noche fría. Al cabo de poco, algo rozó la mejilla del rey. Al principio lo ignoró, pero volvió a ocurrir otra vez. Era algo frío, suave y húmedo.

—Durnik —murmuró—, está empezando a nevar.

—Me lo parecía. Creo que las cosas se van a poner muy mal.

Continuó nevando durante el resto de la noche y toda la mañana siguiente. Aunque se producían ráfagas ocasionales que se arremolinaban alrededor del fuerte sombrío, la mayor parte del tiempo la nevada fue intermitente. Era una especie de aguanieve, pues se convertía en barro casi tan pronto como tocaba el suelo.

Poco antes del mediodía, Garion y Lelldorin se pusieron gruesas capas de lana y recias botas, y salieron del campamento cubierto de nieve hacia la muralla norte de Rheon. Cuando estaban a unos doscientos metros de la base de la colina sobre la cual se alzaba la ciudad, caminaron intentando aparentar absoluta indiferencia, como si fueran sólo un par de soldados patrullando. Garion observó la ciudad amurallada y al volver a ver la bandera roja y negra del oso, una vez más sintió que lo embargaba una ira irracional.

—¿Estás seguro de que podrás reconocer las flechas en la oscuridad? Aquí fuera hay un montón en el suelo.

Lelldorin preparó el arco y disparó una flecha adornada con plumas en dirección a la ciudad. Aquélla se elevó hacia el cielo dibujando un amplio semicírculo y luego se hundió en la tierra cubierta de nieve a unos cincuenta pasos de la cuesta.

—Yo mismo he hecho estas flechas —dijo mientras sacaba otra del carcaj que llevaba a la espalda—. Créeme, puedo reconocerlas con sólo tocarlas. —Se echó hacia atrás y volvió a tensar el arco—. ¿Se está ablandando la tierra bajo la muralla?

Garion envió sus pensamientos hacia la base de la colina y sintió la humedad fría y mohosa del suelo, por debajo de la nieve.

—Despacio —respondió—, todavía está bastante firme.

—Ya es casi mediodía, Garion —constató Lelldorin con seriedad mientras cogía otra flecha—. Ya sé que Durnik es muy meticuloso con sus planes, ¿pero crees que esto está funcionando?

—Llevará tiempo. Primero tienen que mojarse las capas inferiores de la tierra, luego el agua comenzará a ascender y a saturar el suelo por debajo de la fortificación. Habrá que esperar, pues si el agua comenzara a manar a raudales de las madrigueras de los conejos, la gente que está en lo alto de la muralla sospecharía algo.

—Y piensa cómo se sentirían los conejos —sonrió Lelldorin mientras disparaba otra flecha.

Siguieron avanzando y el joven arquero continuó preparando la línea de asalto para aquella noche con engañosa indiferencia.

—Muy bien —dijo Garion—. Es obvio que tú podrás reconocer tus propias flechas, pero ¿qué hay de los demás? Para mí todas son iguales.

—Es muy simple —respondió Lelldorin—. Yo me adelantaré. Encontraré mis flechas y las ataré con una cuerda. Cuando vosotros halléis la cuerda, esperad que se derrumbe la muralla y luego atacad. Hace siglos que hacemos asaltos nocturnos a las casas mimbranas de Astur de este modo.

A lo largo de aquel día de nieve, Garion y Durnik controlaron periódicamente el nivel de humedad en el suelo del empinado monte donde se alzaba la ciudad de Rheon.

—Se acerca al punto de saturación, Garion —informó el herrero al atardecer— En la base de la colina hay lugares donde el agua comienza a filtrarse a través de la nieve.

—Es una suerte que esté oscureciendo —dijo el rey, mientras cambiaba el peso de su cota de malla con nerviosismo. Las armaduras de todo tipo le resultaban incómodas y la perspectiva del inminente asalto a la ciudad le producía una sensación extraña, fruto en parte del nerviosismo y en parte de la impaciencia.

Durnik, su viejo amigo, lo miró con una expresión comprensiva que impedía cualquier intento de disimulo.

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