—No estaba sugiriendo eso, Kheldar.
—Claro que no.
—Aunque es una idea muy buena y me alegro de que se te haya ocurrido.
Poco después de medianoche, Seda regresó a la amplia habitación iluminada por el fuego donde Garion tenía su cuartel general.
—Fuera hace una noche realmente horrible —dijo el príncipe temblando y frotándose las manos mientras se aproximaba al fuego.
—¿Y bien? ¿Tienen alguna sorpresa para nosotros? —le preguntó Barak, alzando su jarra de cobre.
—Oh, sí —respondió Seda—. Están construyendo murallas al otro lado de la calle, más allá de nuestra zona, y las están levantando detrás de las casas para que no las veamos hasta que las tengamos encima.
—¿Y también tienen arqueros y cuencos de alquitrán hirviendo en las casas cercanas? —inquirió el hombretón con tono sombrío.
—Quizá —repuso Seda encogiéndose de hombros—. ¿Tenéis más cerveza? Estoy congelado.
—Tenemos que reflexionar un poco sobre esto —murmuró Javelin.
—Qué mala suerte —se quejó Barak con amargura mientras iba a buscar el barril de cerveza—. Odio pelear en las ciudades. Siempre son preferibles los espacios abiertos.
—Pero es en las ciudades donde está el botín —dijo Yarblek.
—¿No puedes pensar en otra cosa?
—Estamos en este mundo para obtener beneficios, amigo mío —replicó el huesudo nadrak encogiéndose de hombros.
—Hablas igual que Seda.
—Ya lo sé. Por eso somos socios.
Continuó nevando durante todo el día siguiente, aunque de manera intermitente. Los habitantes de Rheon hicieron varias incursiones más en el barrio tomado por Garion, pero la mayor parte del tiempo se limitaron a disparar flechas a cualquier cosa que se moviera.
A media mañana del día siguiente, Misión cruzó los escombros de la muralla del norte y se encaminó a la casa desde donde el rey de Riva dirigía las operaciones. Llegó jadeante y con una expresión de felicidad en su rostro juvenil.
—Es fantástico —dijo.
—¿A qué te refieres? —preguntó Garion.
—A esquivar flechas.
—¿Sabe tía Pol que estás aquí?
—No lo creo. He venido porque quería ver la ciudad.
—Esta visita puede ocasionarnos problemas a ambos, ¿sabes?
—Una regañina no me hará daño —respondió Misión encogiéndose de hombros—. Ah, creo que debes saber que Hettar ha llegado..., o lo hará dentro de una hora. Está a unos pocos kilómetros al sur.
—¡Por fin! —exclamó Garion con un suspiro de alivio—. ¿Cómo lo sabes?
—Saqué al caballo a dar un paseo, pues se pone nervioso cuando está encerrado. Fuimos hasta una gran colina que hay en el sur y vimos acercarse a los algarios.
—Bueno, salgamos a esperarlos.
—¿Por qué no?
Cuando Garion y su joven amigo llegaron a la cima de la citada colina, vieron una multitud de algarios avanzando sobre los páramos nevados a todo galope. Uno de los jinetes se separó de la fila delantera de aquel mar de caballos y hombres y galopó colina arriba, mientras la larga cola del animal se agitaba tras él.
—Buenos días, Garion —saludó Hettar con tono informal al detenerse—. Espero que no hayáis tenido problemas.
—No demasiados —sonrió el rey.
—Ha estado nevando.
Belgarion miró a su alrededor con falso asombro.
—¡Oh, creo que tienes razón! Ni siquiera lo había notado.
Otro jinete subió a la colina, un hombre con una andrajosa capa que incluía una capucha.
—¿Dónde está tu tía, Garion? —inquirió antes de llegar a la cima.
—¿Abuelo? —exclamó el monarca sorprendido—. Creí que ibas a Mar Terrin.
Belgarath respondió con un resoplido poco delicado.
—Lo hice, y fue un viaje inútil. Ya te contaré luego. ¿Qué ha pasado aquí?
Garion los informó brevemente de los hechos acaecidos en las últimas semanas.
—Has estado ocupado —observó Hettar.
—¿Entonces Pol está en la ciudad? —preguntó Belgarath.
—No. Ella, Ce'Nedra y las demás señoras se encuentran en un campamento que levantamos al llegar aquí. Los seguidores del culto han estado contraatacando nuestras bases en el interior de la ciudad y creí que no era un lugar seguro para ellas.
—Me parece bien. ¿Por qué no venís todos al campamento? Necesitamos discutir algunas cosas.
—De acuerdo, abuelo.
Poco después del mediodía se reunieron en la tienda principal.
—¿Has encontrado algún dato útil, padre? —le preguntó Polgara a Belgarath cuando el anciano entró en la tienda.
—Sólo algunas pistas exasperantes —respondió éste mientras se repantigaba en una silla—. Tengo la impresión de que la copia de Anheg de los oráculos de Ashaba ha sido tergiversada en algún momento..., o mejor dicho desde el principio. Las modificaciones parecen formar parte del texto original.
—Los profetas no suelen tergiversar sus propias profecías —observó Polgara.
—Éste parece haberlo hecho..., sobre todo con partes de la profecía que no deseaba creer.
—¿Quién era?
—Torak. He reconocido su estilo de inmediato.
—¿Torak? —exclamó Garion, con un súbito escalofrío.
Belgarath asintió con un gesto.
—Según una antigua leyenda malloreana, después de destruir Cthol Mishrak, Torak hizo construir un castillo en las montañas Karandese de Ashaba. Cuando se mudó allí, una especie de éxtasis se apoderó de él y escribió los oráculos de Ashaba. La leyenda dice que, al salir de aquel estado, Torak se puso furioso. Por lo visto, en la profecía había cosas que no le gustaban y eso explicaría las alteraciones que he detectado. Siempre nos han dicho que la palabra da sentido a las cosas.
—¿Se puede hacer algo así?
—No, pero Torak era tan arrogante que podía haberse creído capaz de hacerlo.
—Pero eso nos lleva a un callejón sin salida, ¿verdad? —dijo Garion desconsolado—. El Códice Mrin decía que tenías que estudiar todos los misterios, y si los oráculos de Ashaba no están bien... —Se interrumpió y alzó las manos con un gesto de impotencia.
—Tiene que haber una copia auténtica en alguna parte —respondió el anciano con convicción—, de lo contrario el Códice no me habría enviado a buscarla.
—Sólo te basas en tu fe, Belgarath —lo acusó Ce'Nedra.
—Lo sé —admitió él—. Siempre lo hago cuando no tengo ninguna otra cosa a la que aferrarme.
—¿Qué encontraste en Mar Terrin? —le preguntó Polgara.
—Los monjes que están allí resultan muy eficientes consolando las almas de los marags muertos, pero son incompetentes para conservar manuscritos. El techo de la biblioteca tiene goteras y la copia de los evangelios malloreanos, como es natural, se hallaba en el estante más alto, debajo de una gotera. Estaba tan empapado que apenas podía separar las páginas; la tinta se había corrido y lo había manchado todo. El manuscrito era casi ilegible. Les dije unas cuantas cosas a esos monjes. —Se rascó la barbuda mejilla—. Por lo visto tendré que seguir buscando hasta encontrar lo que necesito.
—¿Quieres decir que no has hallado nada en absoluto? —inquirió Beldin.
—Había un pasaje en los oráculos que decía que el Dios de las Tinieblas volverá otra vez.
—¿Torak? —pronunció Garion con un súbito nudo en el estómago—. ¿Es posible?
—Supongo que podríamos interpretarlo de ese modo, pero, si realmente significara eso, ¿por qué iba a molestarse en destruir tantos otros párrafos? Si el propósito de los oráculos hubiera sido el de predecir su propio regreso, estoy seguro de que habría estado encantado de dejarlos como estaban.
—Hablas como si ese viejo con la cara quemada hubiera sido un ser racional —gruñó Beldin—, y yo nunca advertí esa cualidad en él.
—Oh, no —objetó Belgarath—. Todo lo que Torak hacía era perfectamente racional, siempre y cuando aceptaras la idea de que él era el centro de la creación. No; creo que ese pasaje significa otra cosa.
—¿Pudiste leer al menos parte de los evangelios malloreanos, padre?
—Sólo un pequeño párrafo. Hablaba sobre la elección entre la Luz y las Tinieblas.
—Eso sí que es raro —repuso Beldin—. Los videntes de Kell no han tomado una sola decisión sobre nada desde el comienzo de los tiempos. Hace miles de años que no toman partido por nada.
A última hora de la tarde siguiente, avistaron al ejército sendario sobre las colinas nevadas del oeste. Garion experimentó una extraña sensación de orgullo al ver a los hombres que siempre había considerado como compatriotas marchando con aire resuelto, a través de la nieve, hacia la ciudad predestinada a la destrucción.
—Debería haber llegado antes —se disculpó el general Brendig mientras se acercaba—, pero tuvimos que rodear el valle inundado donde se encuentran los piqueros drasnianos.
—¿Están bien? —se apresuró a preguntar la reina Porenn.
—Perfectamente, Majestad —respondió el general manco—, aunque no pueden ir a ningún sitio.
—¿Cuánto tiempo de descanso necesitarán tus tropas antes de estar listas para el asalto, Brendig? —se interesó Belgarath.
—Con un día bastará, venerable anciano —repuso aquél encogiéndose de hombros.
—Lo suficiente para hacer planes —dijo el hechicero—. Acampa con tus hombres y comed algo; luego Garion te informará del estado de las cosas aquí.
Durante la reunión para planear las tácticas que mantuvieron en la tienda principal, cubierta con extravagantes alfombras, dieron los últimos toques a un plan de ataque relativamente simple. La artillería de Mandorallen continuaría acosando la ciudad durante el día y la noche siguientes. Por la mañana, montarían un ataque ficticio contra la puerta sur para desviar la atención del mayor número de hombres posible de la improvisada fortificación que se estaba construyendo en el interior de la ciudad. Entonces, un destacamento saldría de la zona sitiada del barrio norte de Rheon para ocupar todos los edificios circundantes. Otro grupo más, bajo las órdenes del general Brendig, usaría las escaleras de cuerdas como puentes sobre los tejados de las casas y luego bajarían por detrás de las nuevas murallas del interior de la ciudad.
—Lo más importante es coger a Ulfgar con vida —dijo Garion—, pues tenemos que interrogarlo. Necesito saber qué relación tiene con el secuestro de mi hijo y si sabe dónde se encuentra Geran.
—Y yo quiero saber cuántos oficiales de mi ejército se han pasado a sus filas —añadió la reina Porenn.
—Parece que tendrá que hablar mucho —repuso Yarblek con una sonrisa maligna—. En Gar og Nadrak conocemos varias formas divertidas de soltarle la lengua a la gente.
—Pol se ocupará de eso —intervino el hechicero con firmeza—. Ella puede obtener las respuestas que necesitamos sin recurrir a ese tipo de métodos.
—¿Te estás ablandando, Belgarath? —preguntó Barak.
—No lo creo —respondió el anciano—, pero si Yarblek se deja llevar por sus impulsos, es capaz de llegar demasiado lejos y es imposible interrogar a un hombre muerto.
—¿Y después? —inquirió el nadrak con ansiedad.
—Me importa un pimiento lo que hagáis con él después del interrogatorio.
Al día siguiente, Garion volvió a estudiar los mapas y las minuciosas listas de tácticas en un rincón separado por cortinas de la tienda principal, intentando asegurarse de que no olvidaba nada. En los últimos tiempos, tenía la sensación de cargar con todo el peso del ejército sobre los hombros.
—Garion —dijo Ce'Nedra, entrando en el compartimiento—, han llegado unos amigos. —El joven rey alzó la vista—. Son los tres hijos de Brand y ese soplador de vidrio, Joran.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó con una mueca de preocupación—. Les dije que se quedaran en Riva.
—Dicen que traen una información importante.
—Entonces será mejor que los hagas pasar.
Los tres hijos de Brand, vestidos con capas grises, y Joran, el artesano de expresión seria, entraron y lo saludaron con una pequeña reverencia.
—No estamos desobedeciendo tus órdenes de forma deliberada, Belgarion —se apresuró a decir Kail—, pero hemos descubierto algo muy importante y creemos que debes saberlo.
—¿Ah, sí? ¿De qué se trata?
—Cuando saliste de Riva con el ejército —explicó Verdan, el hermano mayor de Kail—, decidimos registrar la costa oeste centímetro a centímetro. Temíamos que la primera vez se nos hubiera pasado algo por alto.
—Además —añadió Brin—, no había otra cosa que hacer.
—Bien —continuó Verdan—, la cuestión es que encontramos el barco que usaron los chereks para llegar a la isla.
—¿El barco? —preguntó Garion, incorporándose en su asiento—. Yo pensé que quienquiera que hubiera secuestrado a mi hijo lo habría usado para salir de la isla.
Verdan negó con la cabeza.
—El barco fue hundido a propósito. Lo llenaron de rocas y le hicieron agujeros en la base. Navegamos por encima de él por lo menos cinco veces sin advertirlo, hasta que un día en que no había olas vimos que estaba a unos diez metros de profundidad.
—Entonces ¿cómo salió el secuestrador de la isla?
—Nosotros nos hicimos la misma pregunta, Belgarion —dijo Joran—. Pensamos que, a pesar de las apariencias, el secuestrador podía estar aún en la Isla de los Vientos. Comenzamos a buscar y entonces encontramos un pastor.
—¿Un pastor?
—Había estado solo con su rebaño en los prados del oeste —explicó Kail—, y no estaba enterado de lo ocurrido en la ciudad. Le preguntamos si había notado algo fuera de lo común el día en que secuestraron al príncipe Geran y respondió que había visto un barco en una ensenada en la costa oeste, y que alguien había entrado en él llevando un bulto envuelto con una manta. Luego el barco zarpó y dejó a los demás detrás. Belgarion, el pastor se refería a la misma cala a la que nos llevó el Orbe.
—¿Hacia dónde fue la nave?
—Hacia el sur.
—Hay algo más, Belgarion —añadió Joran—. El pastor está convencido de que el barco era nyissano.
—¿Nyissano?
—Está absolutamente seguro. Incluso afirmó que llevaba una bandera con la imagen de una serpiente.
—Esperad aquí —dijo el rey poniéndose de pie, y se dirigió a la cortina que separaba aquella sección de la tienda—. Abuelo, tía Pol, ¿podéis venir un momento?
—¿Qué ocurre, cariño? —preguntó Polgara mientras ella y el viejo hechicero entraban en la improvisada oficina de Garion, con Seda pisándoles los talones.
—Cuéntales —le pidió el monarca a Kail.
El segundo hijo de Brand resumió la información que acababa de darle a Garion.