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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

Los guardianes del oeste (23 page)

BOOK: Los guardianes del oeste
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—¡No me toques! —murmuró ella escandalizada mientras alzaba la barbilla con dignidad.

—¿Qué? —preguntó su esposo, atónito.

—No podemos demostrar ningún signo de debilidad en presencia de nuestros enemigos. No pienso desmoronarme para divertir a los Honeth, los Horbit o los Vordue. Si lo hiciera, mi padre se levantaría de la tumba del disgusto.

Los nobles de todas las grandes familias continuaron desfilando para ofrecer su retórico y obviamente falso pésame a la enlutada reina de Riva. A Garion las sonrisas disimuladas le parecían despreciables y los comentarios mordaces repulsivos. A medida que pasaba el tiempo, su expresión se volvía más seria y desaprobadora. La amenazadora presencia del rey de Riva pronto arruinó la diversión de los grandes duques y sus aduladoras mujeres. Los tolnedranos sentían verdadero temor hacia aquel alto y misterioso monarca alorn que había salido de la nada para ocupar el trono de Riva y hacer temblar la tierra entera con sus pisadas. Cuando se acercaban a Ce'Nedra para hacer sus venenosos comentarios, la expresión fría y severa del rey los hacía titubear, y muchas impertinencias cuidadosamente estudiadas quedaron sin pronunciar.

Finalmente, Garion se disgustó tanto que olvidó sus buenos modales sendarios y cogió a su esposa del todo con firmeza.

—Nos vamos —le dijo con una voz lo bastante alta como para que pudieran escucharlo todos los presentes en el enorme templo—. En este lugar el aire se ha vuelto un tanto rancio.

Ce'Nedra lo miró asombrada, alzó la barbilla en un gesto digno de una reina y caminó hacia las enormes puertas de bronce con la mano apoyada sobre el brazo de Garion. Mientras avanzaban con paso solemne entre la multitud, reinó un silencio absoluto y la gente abrió un amplio pasillo para dejarles paso.

—Eso estuvo muy bien, cariño —lo felicitó Ce'Nedra con afecto durante el viaje de regreso al palacio, en la carroza imperial con incrustaciones de oro.

—Me pareció apropiado —respondió él—. Había llegado a un punto en que o bien hacía un comentario sarcástico o los convertía a todos en sapos.

—¡Qué idea tan encantadora! —exclamó la joven—. Si quieres podemos volver.

Cuando Varana regresó al palacio una hora más tarde, estaba rebosante de alegría.

—Belgarion —dijo con una gran sonrisa—, eres un joven espléndido, ¿sabes? Con una sola palabra lograste ofender a todos los nobles del norte de Tolnedra.

—¿Qué palabra?

—Rancio.

—Lo siento.

—No debes sentirlo. Es una expresión que los describe muy bien.

—Sin embargo, es un poco brusca.

—En estas circunstancias no; aunque con ella te has ganado unos cuantos enemigos eternos.

—Eso es justo lo que necesito —repuso Garion con amargura—. Dentro de pocos años tendré enemigos en todas las partes del mundo.

—Un rey que no tiene enemigos es porque no está cumpliendo con su trabajo, Belgarion. Sólo un imbécil puede vivir toda la vida sin ofender a nadie.

—Gracias.

Tras la muerte de Ran Borune, el futuro del general Varana era incierto. Su «adopción» había sido una clara artimaña del emperador y tenía poco asidero legal. Los candidatos al trono, cegados por sus ansias de poder, estaban convencidos de que Varana actuaría como un simple administrador mientras la sucesión se decidía de la forma tradicional.

La cuestión permaneció en el terreno de las dudas hasta su coronación oficial, dos días después de la muerte de Ran Borune. Cuando el general entró cojeando en el templo de Nedra, vestido con uniforme en lugar de la tradicional capa dorada que sólo podía usar el emperador, la alegría de los candidatos al trono fue casi palpable. Por lo visto, aquel hombre no intentaba tomar en serio su ascenso. Sobornarlo sería algo difícil, pero el camino hacia el trono imperial estaba libre. Al aproximarse al altar, ataviado con un peto bañado en oro, Varana fue recibido con amplias sonrisas.

El rechoncho sumo sacerdote se inclinó un instante para preguntarle algo en un murmullo, Varana respondió y la cara del eclesiástico cobró una palidez cadavérica. Luego, temblando con violencia, el sacerdote abrió un recipiente de cristal situado sobre el altar y extrajo la corona imperial, decorada con piedras preciosas. Mojó con el tradicional ungüento el corto cabello del general y alzó la corona con manos inseguras.

—Yo os corono —anunció con una voz aguda por el miedo—. Yo os corono emperador Ran Borune XXIV, señor de toda Tolnedra.

La reacción del público se hizo esperar un instante, pero pronto el templo se llenó de gritos de angustia y protesta, a medida que los nobles tolnedranos comprendían la magnitud del hecho y las intenciones del general, que resultaban evidentes con la elección del nombre. Varana anunciaba con claridad que pensaba apropiarse de la corona. Pero los gritos de protesta fueron ahogados por el poderoso sonido metálico de las espadas de los legionarios, que habían formado en silencio en el peristilo que rodeaba el templo. Las brillantes espadas se alzaron a modo de saludo.

—¡Salud, Ran Borune! —tronaron las legiones—. ¡Salud, emperador de Tolnedra!

Y eso fue todo.

Aquella tarde, Garion, Ce'Nedra y el flamante emperador se reunieron en una sala privada con cortinas carmesí, a la luz de docenas de velas.

—El factor sorpresa en política es tan importante como en las tácticas militares, Belgarion. Si tu enemigo no sabe lo que vas a hacer, no hay forma de que tome medidas en contra —explicó el general, que ahora llevaba puesta la capa de emperador.

—Eso parece razonable —respondió Garion mientras tomaba un sorbo de vino tolnedrano—. El hecho de que usaras el uniforme en lugar de la capa imperial los hizo dudar hasta el último momento.

—Eso se debió a una razón mucho más práctica —rió Varana—. Muchos de esos jóvenes nobles han recibido entrenamiento militar y nosotros enseñamos a nuestros legionarios a arrojar dagas. Como iba a darles la espalda, quería que una gruesa capa de metal cubriera el área encerrada entre mis omóplatos.

—La política tolnedrana es exasperante, ¿verdad?

Varana asintió con un gesto.

—Pero divertida —añadió.

—Tenéis una extraña idea de la diversión. A mí me han arrojado varias dagas y no lo he encontrado nada divertido.

—Los Anadile tenemos un sentido del humor muy peculiar.

—Borune, tío —corrigió Ce'Nedra concienzudamente.

—¿Qué quieres decir, cariño?

—Que ahora eres un Borune, no un Anadile, y debes comenzar a actuar como tal.

—¿Te refieres a que debo mostrarme malhumorado? Ese no es mi estilo.

—Si quieres, Ce'Nedra puede darte clases —observó Garion mientras sonreía con afecto a su esposa.

—¿Qué? —exclamó ella, indignada, con la voz una octava más aguda.

—Supongo que sí —asintió Varana con suavidad—. Siempre ha sido muy buena en eso.

Ce'Nedra miró a los dos monarcas sonrientes y suspiró con tristeza. Luego su expresión se volvió hábilmente trágica.

—¿Qué va a hacer una pobre chica como yo? —preguntó con voz temblorosa—. Mi marido y mi hermano me maltratan y se burlan de mí.

—¿Sabes? —dijo el nuevo emperador, asombrado—. No había pensado en eso. Ahora eres mi hermana, ¿verdad?

—Tal vez no seas tan listo como yo creía, querido hermano —agregó ella con un ronroneo—. Ya sé que Garion no es muy brillante, pero esperaba más de ti. —Garion y Varana se miraron con amargura—. ¿Queréis seguir el juego, caballeros? —inquirió Ce'Nedra con los ojos brillantes y una sonrisa presuntuosa en los labios.

Se oyeron unos golpes suaves en la puerta.

—¿Sí? —preguntó Varana.

—El señor Morin desea veros, Majestad —anunció el guardia de la puerta.

—Hazlo pasar, por favor. —El chambelán imperial entró en silencio. Su cara reflejaba el dolor que sentía por la muerte del hombre a quien había servido con lealtad durante tanto tiempo, pero seguía cumpliendo con sus obligaciones con la serenidad y eficiencia que siempre lo habían caracterizado—. ¿Sí, Morin? —dijo Varana.

—Hay alguien esperando fuera, Majestad. Es una mujer de mala reputación, así que creo que deberíamos hablar en privado antes de hacerla pasar.

—¿De mala reputación?

—Se trata de la cortesana Bethra, Majestad —explicó Morin mientras dirigía una mirada algo avergonzada a Ce'Nedra—. Ella ha sido..., bueno, digamos útil a la corona en el pasado. Tiene acceso a gran cantidad de información y era antigua amiga de Ran Borune, a quien mantenía al tanto de las actividades de ciertos nobles. El emperador había hecho arreglos para que ella pudiera entrar en palacio sin ser vista, para... hablar, entre otras cosas.

—El viejo zorro.

—Su información siempre ha sido fidedigna, Majestad —continuó el chambelán—, y dice que tiene algo importante que contarnos.

—Entonces será mejor que la hagas pasar, Morin —sugirió Varana—. Con tu permiso, querida hermana, por supuesto.

—Desde luego —asintió Ce'Nedra con los ojos llenos de curiosidad.

Morin hizo pasar a la mujer, que llevaba una capa ligera con capucha. En cuanto entró, la dama se quitó la capucha con un brazo suave y torneado, y Garion dio un respingo. La conocía. Recordaba que en su anterior viaje a Tol Honeth con Polgara y los demás, durante la persecución del apóstata Zedar y el Orbe robado, esa misma mujer había abordado a Seda para hacerle una oferta. Mientras se desabrochaba el cuello de la capa y la dejaba deslizarse sobre sus blancos hombros con un ademán sensual, el joven rey notó que prácticamente no había cambiado en los diez años transcurridos desde entonces. El brillante cabello de la mujer, de color negro azulado, no tenía una sola hebra gris; su hermosa cara era aún tan suave como la de una niña y sus grandes ojos todavía estaban llenos de voluptuosa picardía. El vestido que llevaba era de color lavanda muy claro y su corte realzaba, en lugar de ocultar, el cuerpo lujurioso y maduro de la mujer. Era el tipo de figura que se presenta como un desafío directo a todos los hombres y Garion lo contempló abiertamente, hasta que se topó con los ojos verdes de Ce'Nedra, duros y penetrantes, y desvió la mirada.

—Majestad —dijo Bethra con una voz vibrante de contralto, mientras hacía una pequeña reverencia al nuevo emperador—. Hubiese preferido esperar un tiempo antes de venir a presentarme, pero he oído ciertas cosas que pienso que deberíais saber de inmediato.

—Aprecio vuestra lealtad, señora Bethra —respondió Varana con exquisita cortesía.

—No soy una señora, Majestad —corrigió ella con una risa cálida y maligna—. Está claro que no lo soy. —Hizo una pequeña reverencia a Ce'Nedra—. Princesa —murmuró.

—Madame —respondió la joven con voz trémula y una pequeña inclinación de cabeza.

—Ah —dijo Bethra con tristeza, y luego se volvió hacia Varana—. Esta tarde recibí al conde Ergon y al barón Kelbor en mi establecimiento.

—Un par de poderosos nobles de la familia Honeth —le explicó el antiguo general a Garion.

—Los caballeros de la casa de los Honeth no están en absoluto de acuerdo con la elección de vuestro nombre oficial —continuó Bethra—. Hablaban con precipitación y vehemencia, pero creo que deberíais tomar sus palabras en serio. Ergon es un estúpido incorregible, lleno de pomposidad y presunción, pero el barón Kelbor no es el tipo de persona que pueda tomarse a la ligera. Al final llegaron a la conclusión de que ningún asesino profesional podría entrar en palacio mientras las legiones lo vigilaran, pero Kelbor dijo: «Si quieres matar a una serpiente, córtale la cola... justo donde termina la cabeza. No podemos llegar a Varana, pero sí a su hijo. Sin un heredero, el linaje de Varana muere con él».

—¿Mi hijo? —inquirió el nuevo emperador.

—Su vida está en peligro, Majestad. Pensé que deberíais saberlo.

—Gracias, Bethra—respondió con expresión grave, y luego se volvió hacia Morin—. Envía un destacamento de la tercera legión a la casa de mi hijo —ordenó— Nadie debe entrar o salir de allí hasta que yo tome otras medidas.

—De inmediato, Majestad.

—También me gustaría hablar con los dos caballeros de la casa de Honeth. Envía a varios soldados para que los inviten a venir a palacio y hazlos esperar en la pequeña sala situada junto a la cámara de torturas, en las mazmorras, hasta que yo tenga tiempo de hablar con ellos.

—No serías capaz de hacer algo así —exclamó Ce'Nedra.

—Quizá no —reconoció Varana—, pero ellos no tienen por qué saberlo, ¿verdad?

—Lo haré enseguida, Majestad —dijo Morin, y salió de la habitación haciendo una pequeña reverencia.

—Me han dicho que conocías a mi padre —le comentó Ce'Nedra a la voluptuosa mujer que estaba en el centro de la sala.

—Sí, princesa —respondió Bethra—, y bastante bien, por cierto. Fuimos amigos durante muchos años. —Ce'Nedra la miró con los ojos entrecerrados—. Vuestro padre era un hombre vigoroso —continuó la mujer con calma—. Sé que mucha gente prefiere no creer estas cosas de sus padres, sin embargo, lo cierto es que ocurren de vez en cuando. Yo le tenía un gran cariño y creo que lo echaré mucho de menos.

—No te creo —dijo la muchacha con brusquedad.

—Como queráis.

—Mi padre nunca habría hecho algo así.

—Lo que digáis, princesa —respondió Bethra con una ligera sonrisa.

—¡Mientes! —exclamó Ce'Nedra.

—No, princesa —replicó la cortesana con un momentáneo brillo en los ojos—. Yo nunca miento. A veces puedo llegar a disimular la verdad, pero nunca miento. Las mentiras se descubren con facilidad. Ran Borune y yo fuimos amigos íntimos y disfrutamos de nuestra mutua compañía en muchos sentidos. —Su expresión se volvió divertida—. Vuestra educación os ha protegido de ciertas realidades, princesa Ce'Nedra. Tal Honeth es una ciudad muy corrupta y yo me siento muy bien aquí. Enfrentémonos con la cruda verdad: soy una prostituta y no voy a pedir perdón por ello. Es un trabajo fácil, a veces placentero, y se gana mucho dinero. Me entiendo muy bien con algunos de los hombres más ricos o poderosos del mundo. Hablamos y ellos valoran mi conversación, pero cuando vienen a mi casa buscan otra cosa. La conversación viene luego. Con vuestro padre ocurría lo mismo: hablábamos, pero por lo general después de hacer otras cosas.

La cara de Ce'Nedra estaba ardiendo y tenía una expresión de horror en los ojos.

—Nunca nadie me había hablado así antes —dijo boquiabierta.

—Quizás era hora de que alguien lo hiciera. Ahora sabéis algo más que antes, aunque eso no os haga más feliz —repuso Bethra con calma—. Si me disculpáis, debería irme. Los Honeth tienen espías por todas partes y sería preferible que no se enteraran de esta visita.

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