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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

Los guardianes del oeste (10 page)

BOOK: Los guardianes del oeste
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Misión subió los peldaños de piedra y encontró a Durnik de pie ante las almenas, contemplando cómo las incansables olas del Mar de los Vientos se rompían contra la orilla rocosa.

—Veo que ya ha acabado de peinarte —observó el herrero.

El pequeño asintió con la cabeza.

—Por fin —dijo con ironía.

—Los dos tenemos que soportar algunas cosas para complacerla, ¿verdad? —rió Durnik.

—Sí —asintió Misión—. Ahora está hablando con Belgarion y creo que no quiere que volvamos hasta que haya acabado.

—Será lo mejor. Pol y Garion están muy unidos, y si los dejamos solos, él le contará cosas que no diría en nuestra presencia. Espero que Pol pueda arreglar las cosas entre él y Ce'Nedra.

—Lo hará —afirmó Misión.

Desde algún lugar de la pradera, encima de ellos, donde el sol de la mañana ya bañaba la hierba esmeralda, una pastora comenzó a cantar a su rebaño. Entonaba una canción de amor con una voz cristalina, no entrenada, que parecía el trino de un pájaro.

—Así es como debe ser el amor —dijo Durnik—; simple, claro y sin complicaciones... ¡Como la voz de esa joven!

—Lo sé —respondió el niño—. Polgara dijo que cuando acabaras aquí podíamos visitar al caballo.

—Por supuesto. Y de camino, podríamos detenernos en la cocina para desayunar algo.

—Estupenda idea —asintió Misión.

Fue un día muy bonito. El sol era cálido y radiante y el caballo retozó en la pista de entrenamiento como si fuera un cachorro.

—El rey no nos permite domarlo —le comentó uno de los mozos de cuadra a Durnik—. Ni siquiera ha sido entrenado para llevar ronzal. Su Majestad dice que es un caballo muy especial, pero yo no lo entiendo. Un caballo es un caballo, ¿verdad?

—Tiene algo que ver con la forma en que nació —explicó Durnik.

—Todos nacen del mismo modo —replicó el mozo.

—Deberías haber estado allí —repuso el herrero.

Aquella noche, durante la cena, Garion y Ce'Nedra se dirigieron miradas vacilantes por encima de la mesa y Polgara sonrió en varias ocasiones.

Cuando acabaron de cenar, Garion se estiró y bostezó de forma algo teatral.

—Esta noche estoy muy cansado —dijo—. Si queréis podéis quedaros a charlar, pero yo me voy a la cama.

—No es mala idea, Garion —observó Polgara.

El joven se puso de pie y Misión advirtió que temblaba de nerviosismo. Luego se volvió hacia la reina, fingiendo despreocupación.

—Ce'Nedra, ¿vienes, cariño? —preguntó, y su tono expresó una verdadera propuesta de paz.

Ella alzó la vista y todo su corazón se reflejó en la mirada que le dedicó.

—Eh..., sí, Garion —dijo con las mejillas teñidas de rubor—. Yo también estoy cansada.

—Buenas noches, jovencitos —los saludó Polgara con afecto—. Que durmáis bien.

—¿Qué les dijiste? —le preguntó Belgarath a su hija, cuando los jóvenes reyes se marcharon cogidos de la mano.

—Un montón de cosas, padre —respondió ella con presunción.

—Pues alguna de ellas ha hecho efecto. Durnik, sé buen chico y lléname la jarra —le dijo al herrero que estaba sentado junto al barril de cerveza.

Polgara estaba tan contenta con su éxito que no hizo ningún comentario al respecto.

Varias horas después de medianoche, Misión se despertó sobresaltado.

«Tienes un sueño muy profundo», dijo una voz que parecía estar en su mente.

«Estaba soñando» respondió Misión.

«Ya lo he notado», replicó la voz con sequedad. «Vístete y ve a la sala del trono. Te necesito allí.»

Misión, obediente, se puso la túnica y los botines sendarios.

«No hagas ruido», dijo la voz. «No debemos despertar a Polgara ni a Durnik.»

Dejaron la habitación en silencio y se dirigieron por los largos pasillos desiertos hacia la sala del trono del rey de Riva, la enorme estancia donde tres años antes Misión le había entregado el Orbe de Aldur a Garion, cambiando para siempre la vida del joven.

La enorme puerta crujió ligeramente mientras el niño la abría.

—¿Quién es? —preguntó una voz.

—Soy yo, Belgarion —respondió Misión.

La enorme sala del trono estaba iluminada por el suave resplandor azul del Orbe de Aldur, engarzado en la empuñadura de la gigantesca espada de Riva, la cual colgaba de la pared con la punta hacia abajo.

—¿Qué haces por aquí tan tarde? —le preguntó.

—La voz me dijo que viniera —respondió Misión.

—¿También te habla a ti? —le preguntó Garion, sorprendido.

—Ésta es la primera vez; aunque ya sabía que existía.

—Si él nunca... —Garion se interrumpió para mirar al Orbe. De repente, la suave luz azul de la piedra había cobrado un intenso y desagradable tono rojizo. Misión podía oír con claridad un sonido extraño. Cuando el niño había transportado el Orbe, había escuchado el sonido cristalino de una canción; pero ahora percibía una curiosa vibración, como si la piedra se hubiera encontrado con algo o alguien que la llenaba de furia.

«¡Cuidado!», les dijo claramente la voz que ambos escuchaban, con un tono imposible de ignorar. «¡Cuidado con Zandramas!»

Capítulo 5

Tan pronto como se hizo de día, los dos fueron a buscar a Belgarath. Misión advertía la preocupación de Garion y él mismo estaba convencido de que el mensaje que habían recibido era tan importante que debían dejar a un lado cualquier otro asunto para ocuparse de aquello. Durante las largas y oscuras horas que habían pasado juntos en la sala del trono, esperando que las primeras luces iluminaran el horizonte, Garion y Misión no habían hablado mucho. Ambos se habían quedado estudiando con atención el Orbe de Aldur, el cual, después de aquel breve resplandor rojo de furia, había vuelto a su habitual tono azulado.

Encontraron a Belgarath en una sala con techo de vigas, cerca de la cocina real, sentado ante un fuego recién encendido. En una mesa cercana, había una gran rebanada de pan con un generoso trozo de queso. De repente, Misión sintió hambre y se preguntó si Belgarath estaría dispuesto a compartir el desayuno. El viejo hechicero contemplaba las llamas vacilantes de la chimenea, abstraído en sus pensamientos. Aunque en aquella sala no hacía frío, el anciano llevaba una capa sobre los hombros.

—Os habéis levantado temprano —señaló cuando Garion y Misión se unieron a él.

—Tú también, abuelo —dijo Garion.

—He tenido un sueño muy raro, y he estado intentando olvidarlo durante las últimas horas. Soñé que el Orbe se ponía rojo por alguna razón.

—Lo hizo —repuso Misión en voz baja.

Belgarath alzó la vista, sobresaltado.

—Sí —le confirmó Garion—, ambos lo vimos. Hace unas horas, estábamos en la sala del trono y de repente el Orbe se tiñó de rojo. Luego, la voz que tengo aquí —se señaló la cabeza— me dijo que tuviéramos cuidado de Zandramas.

—¿Zandramas? —repitió el anciano, perplejo—. ¿Qué es eso? ¿Un nombre, una cosa o qué?

—No lo sé, abuelo —respondió Garion—, pero los dos lo oímos, ¿verdad Misión?

El niño asintió con un gesto, con la vista todavía fija en el pan y el queso.

—¿Qué hacíais en la sala del trono a esa hora? —preguntó Belgarath con una mirada penetrante.

—Yo estaba dormido. —Garion se ruborizó de repente—. Bueno, casi dormido, pues Ce'Nedra y yo nos quedamos charlando hasta muy tarde. Hacía tiempo que no hablábamos y teníamos muchas cosas que contarnos. La cuestión es que él me dijo que me levantara y fuera a la sala del trono.

—¿Y tú? —preguntó el hechicero dirigiéndose a Misión.

—El me despertó —respondió éste— y me...

—Un momento —lo interrumpió Belgarath con brusquedad—. ¿Quién te despertó?

—El mismo que despertó a Garion.

—¿Sabes quién es?

—Sí.

—¿Y sabes qué es? —Misión afirmó con la cabeza—. ¿Te había hablado alguna vez antes?

—No.

—Pero tú enseguida supiste quién y qué era.

—Sí. Me dijo que me necesitaba en la sala del trono, así que me vestí y fui hacia allí. Cuando llegué, el Orbe se puso rojo y la voz dijo que tuviéramos cuidado de Zandramas.

—¿Los dos estáis completamente seguros de que el Orbe cambió de color? —preguntó Belgarath, ceñudo.

—Sí, abuelo —le aseguró Garion—. Y también que sonaba diferente. Por lo general produce un sonido tintineante, como el tañido de una campana; pero esta vez fue muy distinto.

—¿Y estáis seguros de que se volvió rojo? ¿No habrá sido un tono de azul más oscuro?

—No, abuelo. No hay duda de que era rojo.

—Venid conmigo —indicó el anciano mientras se levantaba de la silla con expresión sombría.

—¿Adonde vamos? —preguntó el joven.

—A la biblioteca. Necesito investigar algo.

—¿Sobre qué?

—Espera a que lo lea. Esto es importante y no quiero equivocarme.

Al pasar junto a la mesa, Misión tomó el queso, lo partió y, mientras seguía a Garion y a Belgarath, se llevó un gran trozo a la boca. Cruzaron con rapidez los pasillos sombríos, iluminados por antorchas, y luego subieron por una empinada y estrecha escalera de piedra. Durante los últimos años, la expresión de Belgarath se había vuelto bastante extraña; tenía un aire de pereza. Pero ahora había cambiado y sus ojos estaban brillantes y alertas. Cuando llegaron a la biblioteca, el anciano tomó un par de velas de una mesa polvorienta y las encendió con la antorcha que había junto a la puerta, en un soporte de hierro.

—Cierra la puerta, Garion —dijo, todavía con una de las velas en la mano—. Así no nos molestarán. —Aquél cerró la pesada puerta de roble en silencio. Belgarath se dirigió a la pared, levantó la vela y recorrió con los ojos, fila tras fila, los polvorientos libros encuadernados en piel y los pergaminos envueltos en tela de seda y apilados en perfecto orden—. Allí. —Señaló el estante superior—. Alcánzame ese pergamino, Garion, el que está envuelto en seda azul.

El muchacho se puso de puntillas y bajó el pergamino, pero antes de entregárselo a su abuelo, lo examinó con curiosidad.

—¿Estás seguro de que es éste? —preguntó—. No es el Códice Mrin, ¿sabes?

—No —contestó Belgarath—, no lo es. No debes concentrarte tanto en el Códice Mrin como para olvidar los otros. —Dejó la vela con cuidado en el suelo y desató la cuerda con borlas del pergamino. Luego le quitó la cubierta de seda azul y comenzó a desenrollarlo, mientras paseaba la vista con rapidez por la antigua escritura—. Aquí está —dijo por fin, y empezó a leer—. «¡Mirad! El día en que el Orbe de Aldur arda con un fuego carmesí, se revelará el nombre del Niño de las Tinieblas».

—Pero el Niño de las Tinieblas era Torak —protestó Garion—. ¿Qué pergamino es ése?

—El Códice Darine —respondió el anciano—. No es tan fiable como el Códice Mrin, pero es el único que menciona este hecho.

—¿Qué significa? —preguntó su nieto, perplejo.

—Es algo complicado —repuso Belgarath, con una mueca en los labios y los ojos todavía fijos en aquel pasaje—. En pocas palabras, que hay dos profecías.

—Sí, ya lo sé, pero pensé que después de la muerte de Torak, la otra se había... Bueno...

—No exactamente, no creo que sea tan simple. Las dos profecías se han estado enfrentando desde antes de la creación del mundo y, en cada oportunidad, hay un Niño de la Luz y un Niño de las Tinieblas. Cuando tú y Torak luchasteis en Cthol Mishrak, tú encarnabas al primero y él al segundo; pero no era la primera vez que ambos se enfrentaban y, por lo visto, tampoco la última.

—¿Quieres decir que esto aún no ha terminado? —inquirió Garion con incredulidad.

—Según este Códice, no —respondió Belgarath señalando el pergamino.

—Muy bien, si ese Zandramas es el Niño de las Tinieblas, ¿quién será el Niño de la Luz?

—Creo que eres tú.

—¿Yo? ¿Todavía?

—Hasta que nos enteremos de lo contrario.

—¿Por qué yo?

—¿No hemos tenido esta conversación antes? —preguntó el hechicero con sequedad.

—Ahora también tendré que preocuparme por esto —dijo Garion desconsolado y con los hombros caídos—, como si no tuviera otros problemas.

—¡Oh, deja de compadecerte de ti mismo! —le ordenó Belgarath con brusquedad—. Todos hacemos lo que podemos y los lloriqueos no van a cambiar las cosas.

—No estaba lloriqueando.

—Llámalo como quieras, pero para ya y ponte a trabajar.

—¿Qué se supone que debo hacer? —preguntó el joven, algo ofendido.

—Puedes empezar por aquí —sugirió el anciano mientras señalaba los libros polvorientos y los pergaminos envueltos en seda—. Ésta es una de las mejores colecciones de profecías, al menos de las occidentales. No incluye los oráculos de los grolims malloreanos, por supuesto, o los volúmenes que Ctuchik tenía en Rak Cthol, ni los libros secretos del pueblo de Kell, pero es un buen lugar para empezar. Quiero que leas todo esto y veas si puedes encontrar algo de Zandramas. Toma nota de todas las referencias al Niño de la Oscuridad. Es probable que gran parte de ellas se refieran a Torak, pero puede haber alguna que hable de Zandramas. —Arrugó la frente en un gesto de preocupación—. Mientras lo haces, estáte atento por si encuentras algo sobre el «Sardion» o «Cthrag Sardius».

—¿Qué es eso?

—No lo sé. Beldin oyó la palabra en Mallorea y podría ser importante.

—¿Dices que todo esto son profecías? —preguntó Garion mientras echaba un vistazo a su alrededor y palidecía ligeramente.

—Por supuesto que no; la mayor parte de lo que ves aquí es una colección de delirios de lunáticos, pero fielmente transcritos.

—¿Por qué la gente se interesa en escribir lo que dice un loco?

—Porque el Códice Mrin es precisamente eso, los delirios de un lunático. El profeta Mrin estaba tan loco que tuvo que ser encadenado; así que, después de su muerte, gente muy escrupulosa se dedicó a transcribir los discursos de los locos por sí había alguna profecía oculta en alguna parte.

—¿Cómo haré para saber cuál es auténtica?

—No estoy seguro. Quizá después de leerlas todas, encuentras un sistema para distinguir unas de otras. Si lo haces, dínoslo, podría ahorrarnos mucho tiempo.

Garion miró la biblioteca con expresión desconsolada.

—¡Pero abuelo! —protestó—. ¡Esto podría llevarme años!

—Entonces será mejor que empieces cuanto antes, ¿no crees? Concéntrate en las cosas que suceden después de la muerte de Torak. Lo que ocurrió antes, ya lo conocemos bastante bien.

—Abuelo, yo no soy un erudito, ¿qué pasa si se me escapa algo?

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