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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

Los guardianes del oeste (8 page)

BOOK: Los guardianes del oeste
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—¿Quién es el gran duque Noragon? —preguntó Polgara—. ¿Y por qué te interesas por su digestión?

—El duque era el candidato de la familia Honeth para suceder a Ran Borune en el trono imperial de Tolnedra —sonrió el anciano—. Era un imbécil y su ascensión al trono habría producido un desastre irremediable.

—Has dicho era —señaló Durnik.

—Exacto. La indigestión de Noragon fue fatal. Se sospecha que un simpatizante de los Horbit usó cierto condimento exótico procedente de las selvas de Nyissa para condimentar la última comida del gran duque. Los síntomas, según tengo entendido, eran espectaculares. Los Honeth están muy confusos, pero las demás familias parecen encantadas.

—La política tolnedrana es muy desagradable —afirmó Polgara.

—Nuestro querido príncipe Kheldar va camino de convertirse en el hombre más rico del mundo —continuó Belgarath.

—¿Seda? —preguntó Durnik, asombrado—. ¿Ya ha conseguido robar tanto?

—Parece que lo que hace esta vez es bastante legítimo —explicó el hechicero—. Él y ese sinvergüenza de Yarblek se han hecho con el control del comercio de pieles. No conozco todos los detalles, pero los gritos de angustia procedentes de las principales casas comerciales de Boktor parecen indicar que a nuestros amigos les va muy bien.

—Me alegra oír eso —dijo Durnik.

—Tal vez porque no has intentado comprarte un abrigo de piel en los últimos tiempos —rió Belgarath—. Según tengo entendido, el precio se ha disparado de repente. —El anciano se columpió en la silla—. En Cthol Murgos, vuestro amigo Kal Zakath se está abriendo camino hacia la costa a fuerza de asesinatos. Ha añadido Rak Cthan y Rak Hagga a la lista de ciudades que ha tomado y despoblado. Los murgos no me caen muy bien, pero creo que Zakath está yendo demasiado lejos.

—¿Kal Zakath? —preguntó Polgara con una ceja levantada.

—Una muestra de presunción —dijo su padre mientras se encogía de hombros.

—Más bien un síntoma patológico —observó ella—. Los gobernantes angaraks siempre padecen algún desequilibrio. —Se volvió para mirar a su padre—. ¿Y bien?

—¿Y bien qué?

—¿Sabes algo de Riva? ¿Cómo están Garion y Ce'Nedra?

—No he oído nada sobre ellos. Bueno, sólo alguna noticia oficial, como que el rey de Riva se complace en anunciar el nombramiento del conde fulano de tal como embajador rivano en Drasnia; ese tipo de cosas, pero nada personal.

—No hay duda de que sabe escribir, ¿verdad? —preguntó con exasperación—. No puede estar tan ocupado como para no escribir al menos una carta en dos años.

—Lo hizo —dijo Misión en voz baja.

Tal vez no debería haberlo mencionado, pero parecía importante para Polgara.

Ella se volvió a mirarlo de forma brusca.

—¿Qué has dicho? —preguntó.

—El invierno pasado, Belgarion te escribió una carta —explicó Misión—, pero se perdió cuando el barco en que viajaba el mensajero naufragó.

—Si el barco naufragó, ¿cómo sabes...?

—Pol —dijo Belgarath en un tono firme, poco habitual en él—, ¿por qué no dejas que yo me ocupe de esto? —Se volvió hacia Misión—. ¿Dices que Garion le escribió a Polgara el invierno pasado?

—Sí.

—¿Pero que la carta se perdió porque el barco del mensajero se hundió? —El pequeño asintió con un gesto—. Entonces ¿por qué no escribió otra?

—Porque no sabe que el barco se hundió.

—¿Pero tú sí? —Misión volvió a asentir con un gesto—. ¿Por casualidad sabes lo que decía la carta?

—Sí.

—¿Crees que podrías recitarla?

—Supongo que sí, aunque Belgarion va a escribir otra dentro de una semana.

—¿Por qué no nos cuentas qué decía la primera? —dijo Belgarath mirándolo de forma extraña—. De ese modo no nos perderemos nada.

—Bueno —asintió el niño, y arrugó la frente en un gesto de concentración. Después empezó a recitar: «Siento no haber escrito antes pero he estado muy ocupado intentando aprender a ser un buen rey. Ser rey es bastante fácil; todo lo que hay que hacer es nacer en la familia adecuada; pero ser un buen rey es más difícil. Brand me ayuda todo lo que puede, pero aun así tengo que tomar muchas decisiones sobre cosas que no entiendo.

»Ce'Nedra está bien, al menos eso creo, pero como casi no nos hablamos, no podría asegurarlo. Brand está un poco preocupado porque aún no hemos tenido niños, pero yo no creo que deba preocuparse. Tal como están las cosas, nunca tendremos hijos, y tal vez eso sea lo mejor. Creo que deberíamos haber esperado a conocernos más íntimamente antes de casarnos; de ese modo habríamos encontrado la forma de romper, pero ahora es demasiado tarde. Sólo nos queda intentar que las cosas marchen lo mejor posible. Cuando no nos vemos demasiado, logramos ser más o menos educados el uno con el otro..., al menos lo suficiente como para mantener las apariencias.

»Barak vino a visitarnos en su gran barco de guerra el verano pasado y nos divertimos mucho. Me contó todo lo relacionado con...»

—Un momento, Misión —interrumpió Polgara—. ¿Dice algo más sobre sus problemas con Ce'Nedra?

—No —respondió el pequeño después de un momento en que repasó mentalmente la carta—. Habla de la visita de Barak, de las buenas noticias que recibió del rey Anheg y de una carta de Mandollaren. Eso es todo. Dice que te echa mucho de menos y que te quiere. Así termina.

Polgara y Belgarath intercambiaron una larga mirada. Misión podía percibir su perplejidad, pero no sabía qué hacer para tranquilizarlos.

—¿Estás seguro de que la carta decía eso?

—Eso es lo que escribió —asintió Misión.

—¿Y tú supiste lo que decía la carta tan pronto como la escribió?

—No lo sé —vaciló el pequeño—. No funciona así, ¿sabes? Tengo que pensar en ello y la verdad es que no lo hice hasta que salió el tema; hace un momento, cuando Polgara habló de él.

—¿La distancia que te separa de la otra persona tiene alguna importancia? —preguntó Belgarath con curiosidad.

—No —respondió el niño—. No lo creo. Da la impresión de que la información viene a mí cuando yo quiero tenerla.

—Nadie puede hacer eso, padre —le dijo Pol al anciano—. Nadie ha sido capaz de hacerlo nunca.

—Por lo visto, las reglas han cambiado —declaró Belgarath con aire pensativo—. Yo opino que dice la verdad, ¿y tú?

—No tiene ninguna razón para mentir —asintió ella.

—Creo que tú y yo vamos a tener una larga charla, Misión —dijo el hechicero.

—Quizá —observó Polgara—, pero ahora no. —Se volvió hacia el niño—. ¿Podrías repetirme lo que Garion decía de Ce'Nedra?

Misión asintió con la cabeza.

—«Ce'Nedra está bien, al menos eso creo, pero como casi no nos hablamos, no podría asegurarlo. Brand está un poco preocupado porque...»

—Ya es suficiente, Misión —dijo ella alzando una mano y mirando al pequeño a los ojos con atención. Después de un momento, enarcó una ceja—. Dime —habló con mucho cuidado, como si eligiera las palabras—. ¿Sabes cuál es el problema entre Garion y Ce'Nedra?

—Sí —respondió Misión.

—¿Me lo dirás?

—Si tu quieres. Ce'Nedra hizo algo que enfureció a Garion y entonces él hizo algo para avergonzarla en público. Ella cree que él no le presta suficiente atención y que dedica tanto tiempo al trabajo para no tener que estar con ella. Él opina que ella es egoísta y consentida, y que no es capaz de pensar en nadie más que en sí misma. Los dos están equivocados, pero han tenido muchas discusiones al respecto y se han herido tanto con algunas de las cosas que se han dicho que ahora preferirían no estar casados. Ambos son muy desdichados.

—Gracias, Misión —dijo Pol y se volvió hacia Durnik—. Tenemos que empaquetar algunas cosas —sugirió.

—¿Ah sí? —preguntó él, sorprendido.

—Nos vamos a Riva —decidió con firmeza.

Capítulo 4

En Camaar, Belgarath se encontró con un viejo amigo en una taberna cerca del puerto. Llevó al barbudo cherek, ataviado con pieles, a la posada donde se hospedaban y Polgara le dedicó una mirada fulminante.

—¿Cuánto tiempo has estado borracho, capitán Greldik? —preguntó con brusquedad.

—¿Qué día es hoy? —fue su vaga respuesta. Ella se lo dijo—. ¡Es sorprendente! —exclamó él con un eructo—. No sé qué he hecho en los últimos días. ¿Tienes alguna idea de en qué mes estamos?

—Greldik —dijo Pol—, ¿es necesario que te emborraches cada vez que paras en un puerto?

El cherek miró el techo con aire pensativo mientras se rascaba la barba.

—Ahora que lo dices, Polgara, creo que sí. Nunca me había detenido a pensarlo, pero ya que me lo sugieres... —Ella le dirigió una mirada furiosa, pero él le devolvió otra absolutamente insolente—. No pierdas tu tiempo, Polgara —le aconsejó—. No estoy casado, nunca he estado casado y jamás me casaré. Con mi forma de comportarme no le arruino la vida a ninguna mujer, y puedes estar segura de que ninguna mujer arruinará la mía. Belgarath dice que quieres ir a Riva, así que reuniré a mi tripulación y zarparemos mañana con la marea.

—¿Crees que tus hombres estarán lo bastante sobrios como para salir del puerto?

—Es probable que choquemos con un par de barcos mercantes tolnedranos, pero al final encontraremos la salida al mar. Sobrios o borrachos, los miembros de mi tripulación son los mejores marinos del mundo. Estaremos en Riva pasado mañana a media tarde, a no ser que el mar se congele totalmente, en cuyo caso tardaremos un par de horas más. —Volvió a eructar—. Perdón —dijo mientras se columpiaba de atrás hacia adelante y miraba a la hechicera con los ojos vidriosos entrecerrados.

—Greldik —observó Belgarath con tono de admiración—. Eres el hombre más valiente del mundo.

—El mar no me asusta —respondió el cherek.

—No hablaba del mar.

Al mediodía del día siguiente, el barco de Greldik navegaba, empujado por una brisa fresca, sobre las crestas espumosas de las olas. Los miembros de la tripulación que se encontraban en mejores condiciones se ocupaban del cordaje, tambaleándose en la cubierta, y vigilaban con más o menos atención la popa, donde Greldik llevaba el timón, con los ojos hinchados y un aspecto lamentable.

—¿No apocarás las velas? —le preguntó Belgarath.

—¿Por qué?

—Porque si sigues navegando a toda vela con este viento, arrancarás el mástil.

—Tú ocúpate de la hechicería, Belgarath, y déjame a mi la navegación. Vamos a la velocidad adecuada, y el tablaje de la cubierta comienza a corvarse bastante antes de que el mástil corra ningún riesgo.

—¿Cuánto antes?

—Por lo general, casi un minuto —respondió Greldik encogiéndose de hombros.

El anciano lo miró largamente.

—Creo que bajaré —dijo por fin.

—Buena idea.

Al atardecer, el viento se calmó, y a medida que se acercaba la noche el mar se volvía cada vez más tranquilo. El barco se hallaba iluminado sólo por el suave resplandor de las estrellas, pero con eso bastaba: cuando amaneció, el sol estaba detrás de la popa, tal como había predicho el insolente capitán. A media mañana, los riscos oscuros y los picos serrados de la Isla de los Vientos se recortaban al oeste del horizonte y el barco otra vez saltaba como un caballo brioso entre las crestas de las olas, bajo un radiante cielo azul. Greldik llevaba el timón luciendo una gran sonrisa en su cara barbuda, mientras la nave se hundía, se tambaleaba y temblaba en el mar turbulento, levantando grandes cortinas de agua cada vez que chocaba contra una ola.

—Ese hombre no es de fiar —dijo Polgara mirándolo con aire de desaprobación.

—Parece un buen marinero, Pol —observó su esposo con suavidad.

—No me refería a eso, Durnik.

—Ah.

El barco se deslizó con suavidad entre dos promontorios rocosos hasta llegar al resguardado puerto de Riva. Los edificios grises de piedra estaban construidos sobre la cuesta empinada y coronados por las almenas sombrías y amenazadoras de la Ciudadela, que se alzaba sobre la ciudad y el puerto.

—Este lugar siempre parece triste —señaló el herrero—. Triste y poco acogedor.

—Fue construido con esa intención, Durnik —respondió Belgarath—. No tenían ganas de recibir visitas.

Entonces, después de virar a estribor, Greldik hizo girar con fuerza el timón. El barco surcó el agua oscura con la proa y se dirigió hacia el muelle de piedra que estaba a los pies de la ciudad. En el último instante, el capitán volvió a girar el timón y navegó por la costa unos pocos metros, rozando las piedras con incrustaciones de sal.

—¿Crees que alguien nos vio venir y se lo dijo a Garion? —preguntó Durnik.

—Es evidente —respondió Belgarath, y señaló la puerta arqueada que acababa de abrirse, dejando al descubierto las anchas escalinatas de piedra que conducían a la cima, entre las gruesas murallas que protegían la salida al mar de Riva. Un grupo de hombres con aspecto de dignatarios oficiales salieron escoltando a un joven alto, con el cabello color arena y una expresión seria en el rostro.

—Escondámonos en la parte de atrás —sugirió Belgarath a Durnik y Misión—. Quiero darle una sorpresa.

—Bienvenido a Riva, capitán Greldik.

Misión reconoció la voz de Garion, aunque sonaba como la de alguien mayor y más seguro.

—Has crecido, chico —dijo el cherek después de asomarse a la baranda para mirarlo con aire crítico.

Un hombre tan libre como Greldik rara vez sentía la necesidad de emplear las fórmulas tradicionales de respeto.

—Es una especie de enfermedad —respondió Garion con sequedad—. Casi todos los chicos de mi edad se han contagiado.

—Te he traído visitas —le dijo Greldik.

Belgarath, sonriente, cruzó la cubierta en dirección al muelle, seguido por Misión y Durnik.

—¿Abuelo? —preguntó Garion completamente azorado—. ¿Qué haces aquí? ¿Y Durnik..., y Misión?

—La verdad es que fue idea de tu tía —explicó Belgarath.

—¿También ha venido tía Pol?

—Por supuesto —respondió Polgara con serenidad mientras salía de la bodega de popa.

—¡Tía Pol! —exclamó el joven, atónito.

—No te quedes mirándome con la boca abierta, Garion —dijo ella mientras se abrochaba el cuello de la capa azul—. No es de buena educación.

—¿Cómo no me avisasteis de que veníais? ¿Qué hacéis aquí?

—Venimos de visita, cariño. La gente suele hacerlo de vez en cuando.

El grupo se unió al joven rey en el muelle y tuvieron lugar los abrazos, apretones de manos y largas miradas propios de los reencuentros. Misión, sin embargo, estaba interesado en otra cosa. Mientras subían las grandes escalinatas que conducían a la Ciudadela, el pequeño tiró de la manga de Garion.

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