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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

Los guardianes del oeste (6 page)

BOOK: Los guardianes del oeste
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—¿Has venido de visita o sólo para fastidiarme?

—Vi humo en tu chimenea y vine a averiguar si había alguien o si la basura se había encendido de forma espontánea.

Misión sabía que Belgarath y Beldin se tenían verdadero aprecio y que las discusiones que entablaban eran una de sus formas favoritas de entretenerse, de modo que continuó con su tarea mientras los escuchaba.

—¿Quieres una jarra de cerveza? —preguntó Belgarath.

—Si tú la fabricaste, no —respondió el otro con tono grosero—. Cualquiera pensaría que un hombre que bebe tanta cerveza como tú, ya habría aprendido a hacerla decentemente.

—La última vez no estuvo tan mal —protestó el hechicero.

—He bebido agua estancada con mejor sabor.

—Deja de preocuparte. He cogido este barril de los gemelos.

—¿Ellos lo saben?

—¿Y eso qué importancia tiene? De cualquier forma, lo compartimos todo.

Beldin arqueó las pobladas cejas con expresión de asombro.

—Ellos comparten la comida y la bebida mientras tú compartes la sed y el hambre. Supongo que es un buen sistema.

—Por supuesto que sí —dijo Belgarath algo ofendido, y se volvió hacia Misión—. ¿Es necesario que sigas haciendo eso?

El niño alzó la vista de las baldosas que estaba limpiando afanosamente.

—¿Te molesta? —preguntó.

—Por supuesto que sí. ¿No sabes que es de muy mala educación trabajar mientras yo descanso?

—Intentaré recordarlo. ¿Cuánto tiempo crees que estarás descansando?

—Deja ese cepillo de una vez, Misión —le ordenó Belgarath—. Ese suelo ha estado sucio durante un montón de siglos y puede seguir así un día más.

—Es muy parecido a Belgarion, ¿verdad? —dijo Beldin al tiempo que se repantigaba en una silla cerca del fuego.

—Debe de ser la influencia de Polgara —asintió Belgarath mientras servía dos jarras de cerveza del barril—. Deja su señal en todos los niños que conoce, aunque yo intento moderar el efecto de sus prejuicios en la medida de lo posible. —Miró a Misión con seriedad—. Creo que éste es más astuto de lo que era Garion a su edad, pero tiene menos sentido de la aventura. Se comporta demasiado bien.

—Estoy seguro de que tú te encargarás de corregirlo.

Belgarath se acomodó en otra silla a su lado y acercó los pies al fuego.

—¿Qué has estado haciendo? —le preguntó al jorobado—. No te había visto desde la boda de Garion.

—Creí que alguien debía vigilar a los angaraks —respondió Beldin mientras se rascaba con fuerza la axila.

—¿Y?

—¿Y qué?

—Esa manía que has cogido por ahí resulta irritante. ¿Qué estaban haciendo los angaraks?

—Los murgos siguen lamentando la muerte de Taur Urgas —rió Beldin—. Estaba completamente loco, pero los mantenía unidos..., hasta que Cho-Hag lo atravesó con el sable. Su hijo Urgit no es un gran rey y casi no es capaz de hacerse valer. Los grolims del oeste ya no actúan más, pues Ctuchik y Torak han muerto, de modo que lo único que pueden hacer es mirar fijo a las paredes o contarse los dedos. Creo que la sociedad de los murgos está a punto de desmoronarse por completo.

—Bien. Librarme de ellos ha sido uno de los grandes objetivos de mi vida.

—Yo en tu lugar todavía no empezaría a celebrar la victoria —dijo Beldin con amargura—. Cuando Zakath se enteró de que Belgarion había matado a Torak, dejó a un lado todas las falsas pretensiones sobre la unidad del pueblo angarak y marchó con sus malloreanos sobre Rak Goska. No dejó mucho en pie.

Belgarath se encogió de hombros.

—De todos modos, nunca fue una ciudad muy bonita.

—Ahora es mucho más fea. Zakath parece creer que las crucifixiones y los empalamientos son educativos. Decoró lo que quedaba en pie de las murallas de Rak Goska con lecciones palpables. Cada vez que visita algún lugar de Cthol Murgos, deja tras de sí un rastro de cruces y estacas.

—Creo que podré soportar las desventuras de los murgos con gran entereza —observó el hechicero con tono piadoso.

—Me parece que deberías ver las cosas de un modo más realista, Belgarath —gruñó el jorobado—. Si fuera necesario podríamos igualar a los murgos en número, pero la gente no habla de «las grandes hordas de la inmensa Mallorea» por capricho. Zakath tiene un ejército muy grande y controla la mayoría de los puertos de la costa este, de modo que puede trasladar todas las tropas que quiera. Si consigue vencer a los murgos, pronto habrá acampado en nuestra frontera sur con un montón de soldados aburridos. En ese momento, es probable que se le ocurran ciertas ideas.

—Ya me preocuparé cuando llegue el momento —protestó Belgarath.

—Ah, a propósito —dijo Beldin de repente, con una sonrisa irónica—. He averiguado su nombre completo.

—¿El nombre de quién?

—De Zakath. ¿Puedes creer que se llama Kal Zakath?

—¿Kal Zakath? —repitió Belgarath, incrédulo.

—¿No es ultrajante? —rió Beldin—. Supongo que después de la batalla de Vo Mimbre, los emperadores malloreanos siempre habían suspirado en secreto por poseer ese título, pero tenían miedo de que Torak despertara y se ofendiera por su presunción. Ahora que está muerto, varios malloreanos han comenzado a llamar a su jefe «Kal Zakath», al menos aquellos que aprecian en algo sus cabezas.

—¿Qué significa «Kal»? —preguntó Misión.

—Es una palabra angarak que significa dios y rey —explicó Belgarath—. Hace quinientos años, Torak hizo a un lado al emperador malloreano y guió a sus hordas en persona contra el Oeste. Todos los angaraks, murgos, nadraks, thulls y malloreanos lo llamaban Kal Torak.

—¿Qué ocurrió cuando Kal Torak invadió el Oeste? —preguntó el niño con curiosidad.

—Es una historia muy vieja —dijo el anciano, y se encogió de hombros.

—No para alguien que no la ha oído nunca —replicó Misión.

—Es listo, ¿eh? —le comentó Beldin a Belgarath con expresión mordaz. Este miró al pequeño con aire pensativo.

—De acuerdo —dijo—. En resumen, Kal Torak destruyó Drasnia, sitió el fuerte algario durante ocho años y luego cruzó Ulgoland en dirección a las llanuras de Arendia. Los reinos del Oeste se enfrentaron con él en Vo Mimbre y el Guardián de Riva lo derrotó en un duelo.

—Pero no lo mató.

—No, no lo mató. El Guardián de Riva le atravesó la cabeza con su espada, pero Torak no murió. Sólo permaneció dormido hasta que un rey volvió a sentarse en el trono de Riva.

—Belgarion —señaló Misión.

—Exacto. Tú ya conoces el resto; después de todo, estabas ahí.

—Sí —asintió con tristeza, y dejó escapar un suspiro.

—Muy bien —dijo Belgarath volviéndose otra vez hacia Beldin—. ¿Qué ocurre en Mallorea?

—Las cosas están más o menos como siempre —respondió el jorobado mientras bebía un largo trago de cerveza y eructaba ruidosamente—. La burocracia todavía es el factor que lo mantiene todo en pie. Aún hay conspiraciones e intrigas en Melcene y Mal Zeth. Karanda, Darshiva y Gandahar están al borde de una verdadera rebelión y los grolims temen acercarse a Kell.

—¿Entonces el culto de los grolims malloreanos sigue existiendo? —preguntó Belgarath, sorprendido—. Creí que los ciudadanos habrían tomado medidas tal como lo hicieron en Mishrak ac Thull. Según creo, los thulls comenzaron a hacer hogueras con los grolims.

—Kal Zakath envió órdenes a Mal Zeth —le dijo Beldin—, y el ejército intervino para evitar la matanza. Al fin y al cabo, si uno pretende ser rey y dios, necesita una iglesia. Zakath parece creer que será más fácil usar una que ya esté establecida.

—¿Y qué opina Urvon de esa idea?

—Por el momento no le ha dado demasiada importancia. Antes de que el ejército interviniera, la población de Mallorea se divertía colgando grolims de ganchos de hierro. Urvon se ha quedado en Mal Yaska y está muy callado. Supongo que cree que todavía está vivo porque su exaltada Majestad, Kal Zakath, se ha olvidado de él. Urvon es una serpiente asquerosa, pero no es tonto.

—Nunca lo vi personalmente.

—No te has perdido nada —repuso Beldin con acritud, y le pasó la jarra—. ¿Quieres llenármela?

—Te estás bebiendo toda mi cerveza, Beldin.

—Siempre puedes robar más. Los gemelos nunca cierran la puerta. Bueno, como te decía, Urvon era discípulo de Torak, al igual que Ctuchik y Zedar; pero no tiene ninguna de sus virtudes.

—Ellos no tenían ninguna virtud —afirmó Belgarath mientras le devolvía la jarra llena de cerveza.

—Si los comparas con Urvon, sí que las tenían. Es un adulador innato, un lisonjero, una serpiente detestable. Incluso Torak lo despreciaba; pero como todo el que posee esas encantadoras cualidades, en cuanto tuvo un poco de poder, se volvió loco. No está satisfecho con que la gente le haga reverencias como signo de respeto; pretende que se arrastren a sus pies.

—Da la impresión de que no te cae muy bien —observó el hechicero.

—Detesto a ese traidor moteado.

—¿Moteado?

—Tiene manchas blancas en la cara y las manos y eso le da un aspecto moteado, como si tuviera alguna enfermedad extraña. Algunos creen que yo soy feo, pero Urvon podría aterrorizar a un monstruo. Lo cierto es que si Kal Zakath quiere convertir la religión de los grolims en el culto oficial y poner su propia cara en los altares en lugar de la de Torak, primero tendrá que vérselas con Urvon; y este último está escondido en Mal Yaska, rodeado de hechiceros grolims, de modo que Zakath no podrá acercarse a él. Ni siquiera yo he podido acercarme a él. Lo intento una vez por siglo, esperando que alguien cometa un descuido y confiando en tener la suerte necesaria para agujerearle las tripas. Aunque lo que de verdad me gustaría hacer es arrastrarlo cabeza abajo sobre carbones encendidos durante varias semanas.

Belgarath parecía algo sorprendido por la vehemencia del hombrecillo.

—¿Entonces eso es todo lo que ha hecho? ¿Quedarse escondido en Mal Yaska?

—¡De ningún modo! Urvon conspira incluso cuando duerme. Durante el último año y medio, desde que Belgarion mató a Torak, ha intentado preservar lo que queda de su iglesia. Ha desempolvado unas viejas y apolilladas profecías, que los grolims llaman oráculos, procedentes de un lugar llamado Ashaba, en las montañas de Karandese, y las ha tergiversado para hacerles decir que Torak volverá, que no está muerto, que resucitará o que tal vez vuelva a nacer.

—¡Eso es una estupidez!

—Claro que sí, pero tenía que hacer algo. El culto de los grolims se convulsionaba como una serpiente sin cabeza y Zakath tenía a todo el mundo cogido del cuello para que sólo se sometieran a él. Urvon se aseguró de que hubiera pocas copias de los oráculos de Ashaba, y desde entonces afirma que encontró todo tipo de disparates en esas profecías. De momento, eso es lo único que tiene a Zakath bajo control y quizá, si el emperador no estuviera tan ocupado decorando cada árbol que se cruza en su camino con uno o dos murgos, ni siquiera eso funcionaría.

—¿Tuviste algún problema para viajar por Mallorea?

Beldin gruñó y profirió una obscenidad.

—Por supuesto que no. Nadie se fija en la cara de un hombre deforme, de modo que la mayoría de la gente no sabría decir si soy alorn o marag. Lo único que ven es la joroba de mi espalda. —Se levantó de la silla, se dirigió al barril y volvió a llenar la jarra de cerveza—. Belgarath —dijo muy serio—, el nombre «Cthrag Sardius» ¿te dice algo?

—¿Sardius? ¿No querrás decir Sardonyx?

—Los grolims malloreanos lo llaman Cthrag Sardius —replicó Beldin mientras se encogía de hombros—. ¿Cuál es la diferencia?

—Sardonyx es una piedra preciosa de color anaranjado con franjas blancas. No es demasiado rara... ni tampoco atractiva.

—Eso no coincide con lo que he oído decir a los malloreanos —dijo Beldin, ceñudo—. Por la forma en que la nombran, adivino que sólo hay una piedra y que es muy importante.

—¿En qué sentido?

—No estoy seguro. Lo único que puedo decir es que los grolims de Mallorea serían capaces de vender su alma para apoderarse de ella.

—Es probable que sea un símbolo..., algo relacionado con las luchas de poder que tienen lugar entre ellos.

—Supongo que es posible, pero en ese caso ¿por qué iban a denominarla Cthrag Sardius? Al Orbe de Aldur lo llamaban Cthrag Yaska, ¿recuerdas? Parece como si hubiera una conexión entre ambas piedras, ¿no crees? Y si la hay, tal vez tendríamos que tomar cartas en el asunto.

Belgarath le dedicó una larga mirada y luego suspiró.

—Pensé que ahora que Torak estaba muerto, podríamos descansar.

—Ya has descansado más de un año —dijo Beldin, y se encogió de hombros—. Si sigues así, te convertirás en un gordo fofo.

—Eres un tipo muy desagradable, ¿sabes?

—Sí —asintió el jorobado con una sonrisa repulsiva—, supuse que lo habrías notado.

A la mañana siguiente, Belgarath comenzó a clasificar una montaña de pergaminos ajados, intentando poner cierto orden en el caos de siglos. Misión contempló al anciano en silencio un momento y luego se dirigió a la ventana a mirar los prados del valle bañados por el sol. A un kilómetro y medio de distancia, había otra torre, una estructura alta y estrecha que irradiaba paz.

—¿Te importa si salgo? —le preguntó a Belgarath.

—¿Qué? No, ve, pero no te alejes mucho.

—No lo haré —prometió Misión mientras subía por la escalera de caracol de la habitación oscura y fría donde estaba Belgarath.

El sol de la mañana caía oblicuamente sobre los prados cubiertos de rocío, las alondras cantaban y revoloteaban, y el aire rezumaba una dulce fragancia. Un conejo marrón apareció entre la alta hierba y miró a Misión con serenidad.

Sin embargo, el pequeño no había salido de la torre para jugar ni para mirar conejos. Tenía algo que hacer y comenzó a andar sobre la hierba húmeda rumbo a la torre que había visto desde la ventana.

En realidad no había previsto que hubiera tanto rocío, y cuando llegó a la estrecha torre sus pies estaban desagradablemente húmedos. Dio varias vueltas alrededor del edificio de piedra, con los pies chapoteando dentro de las botas empapadas.

—Me preguntaba cuánto tardarías en venir —dijo una voz muy serena.

—Estaba ocupado ayudando a Belgarath —se disculpó Misión.

—¿Realmente necesitaba ayuda?

—No acababa de decidirse a empezar.

—¿Quieres subir?

—Bueno.

—La puerta está en el otro lado.

Las habitaciones de las torres suelen parecerse mucho unas a otras, pero entre aquélla y la de Belgarath había algunas diferencias. Al igual que en la torre del hechicero, había una chimenea con un fuego ardiendo en su interior, pero no había leña que alimentara las llamas. La sala en sí estaba extrañamente vacía, pues el habitante de aquel lugar guardaba sus pergaminos, herramientas y utensilios en algún lugar inimaginable desde donde venían cuando los necesitaba.

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