Los guardianes del oeste (25 page)

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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: Los guardianes del oeste
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—Buenas noches, cariño —saludó a su fría esposa con tono jovial.

—¿Tú crees?

—¿Cómo has pasado el día?

—¿Cómo te atreves a preguntarme eso? —dijo ella volviéndose para mirarlo con ojos asesinos. Garion parpadeó—. Dime —prosiguió ella—, ¿cuándo te divorciarás de mí para casarte con esa rubia y fértil cerda que me reemplazará en la cama de mi señor y llenará la Ciudadela de críos alorns con la nariz sucia?

—¿Cómo...?

—Mi señor parece haber olvidado el regalo que encadenó a mi cuello el día de nuestro compromiso —añadió—. Y mi señor también ha olvidado para qué sirve el amuleto de Beldaran.

—¡Oh! —exclamó Garion, recordando de pronto el amuleto—. ¡Cielos!

—Por desgracia no puedo quitármelo —repuso Ce'Nedra con tono sarcástico—, así que no podrás dárselo a tu futura esposa..., a no ser que pretendas hacerme cortar la cabeza para recuperarlo.

—¿Quieres callarte de una vez?

—Como mi señor ordene. ¿Tienes pensando enviarme de vuelta a Tolnedra o me dejarás en la puerta, bajo la lluvia, para que me gane la vida como pueda?

—Por lo visto has oído la conversación que tuve con Brand.

—Es evidente.

—Si has oído una parte, supongo que la habrás oído toda. Brand sólo intentaba informarme del peligro que corres a causa de las ideas absurdas de un grupo de fanáticos.

—No deberías haberlo escuchado.

—¿Cuando intenta decirme que alguien quiere matarte? Ce'Nedra, compórtate con seriedad.

—Ahora te ha metido esa idea en la cabeza y ya sabes que puedes deshacerte de mí en cuanto quieras. Ya he visto cómo miras a esas estúpidas muchachas alorns con sus largas trenzas rubias y sus pechos superdesarrollados. Pues ahora es tu oportunidad, Garion. ¿A cuál de ellas elegirás?

—¿Ya has acabado?

—Ya veo —dijo ella entrecerrando los ojos—. Ahora no soy sólo estéril, sino también histérica.

—No, sólo eres un poco tonta de vez en cuando, eso es todo.

—¿Tonta?

—Todos nos comportamos como tontos alguna vez —agregó él con calma—. Forma parte de la naturaleza humana. Me sorprende que no estés arrojando cosas por el aire. —Ella echó un rápido y culpable vistazo a los fragmentos del rincón y Garion interceptó su mirada—. Ah —dijo—, veo que ya lo has hecho antes. Me alegro de haberme perdido esa parte, pues es difícil intentar razonar con alguien mientras esquivas los objetos que arroja y escuchas sus tacos. —Ce'Nedra se ruborizó ligeramente—. ¿También has hecho eso? —inquirió con suavidad—. A veces me pregunto dónde has aprendido esas palabrotas. ¿Cómo has conseguido averiguar sus significados?

—Tú dices palabrotas todo el tiempo —le reprochó ella.

—Lo sé —admitió el rey—, y aunque sea muy injusto, a mí me está permitido, pero a ti no.

—Me gustaría saber quién inventó esa regla. —De repente se interrumpió y lo miró con los ojos entrecerrados—. Intentas cambiar de tema —lo acusó.

—No, Ce'Nedra, no lo intento, ya lo he hecho. Con la otra cuestión no íbamos a ninguna parte. Tú no eres estéril y yo no pienso divorciarme de ti, por largas que sean las trenzas de las demás o por..., bueno, no tiene importancia.

—¡Oh, Garion! —murmuró ella mirándolo a los ojos—. ¿Y si fuera cierto que soy estéril?

—Eso es absurdo, Ce'Nedra. Ni siquiera lo discutiremos.

Sin embargo, la duda que se reflejaba en los ojos de la reina de Riva indicaba que, aunque no lo discutieran, ella continuaría preocupándose por ello.

Capítulo 12

Era muy peligroso navegar por el Mar de los Vientos con aquel clima y Garion tuvo que esperar un mes antes de poder enviar a un mensajero al valle de Aldur. Para entonces, los pasos de las montañas del este de Sendaria estaban tapados por la nieve que había caído durante las tormentas de finales de otoño, y el mensajero real tuvo grandes dificultades para cruzar las llanuras de Algaria. Con tanta demora, cuando tía Pol, Durnik y Misión llegaron a los muelles cubiertos de nieve de Riva, faltaba poco para la celebración del Paso de las Eras. Durnik le confesó a Garion que estaban allí gracias a un encuentro casual con el capitán Greldik, quien no temía a ninguna tormenta en ningún mar del mundo. Antes de comenzar el largo ascenso hacia la Ciudadela, Polgara intercambió unas breves palabras con el vagabundo marinero. Luego, Garion advirtió con sorpresa que Greldik desataba las sogas de inmediato y volvía a zarpar.

Polgara parecía preocupada por el problema que la había llevado hasta allí. La hechicera habló con el rey en un par de ocasiones y le hizo algunas preguntas directas que lo hicieron ruborizarse hasta las orejas. Sus discusiones con Ce'Nedra eran un poco más largas, aunque tampoco demasiado. Garion tenía la impresión de que Polgara esperaba algo o a alguien antes de decidirse a actuar.

Aquel año, la celebración del Paso de las Eras resultó bastante deprimente. Aunque Garion estaba contento de pasar las fiestas con Polgara, Durnik y Misión, la preocupación que le producía el problema de Ce'Nedra había aguado la diversión.

Varias semanas después, una tarde de nieve, el monarca entró en las habitaciones reales y encontró a Polgara y a Ce'Nedra charlando tranquilamente frente a un fuego acogedor. La curiosidad que había estado creciendo en él desde la llegada de sus visitantes por fin llegó a su punto culminante.

—Tía Pol —comenzó.

—¿Sí, cariño?

—Lleváis aquí casi un mes.

—¿Tanto? No hay duda de que el tiempo vuela cuando uno está con sus seres queridos.

—Sin embargo, aún tenemos un pequeño problema —le recordó él.

—Sí, Garion —respondió la hechicera con calma—. Ya lo recuerdo.

—¿Estás haciendo algo al respecto?

—No —repuso ella con placidez—, todavía no.

—Es bastante importante, tía Pol. No pienses que te estoy dando prisas, pero... —se interrumpió sin saber qué decir.

Polgara se puso de pie, caminó hacia la ventana y contempló el pequeño jardín privado que había fuera. Éste se hallaba cubierto de nieve y los dos robles con las ramas entrelazadas que Ce'Nedra había plantado para su compromiso con Garion estaban ligeramente inclinados por el peso.

—A medida que uno se hace mayor, Garion, aprende que es necesario tener paciencia —le dijo mientras miraba con seriedad el jardín cubierto de nieve—. Hay un momento para todo. La solución a tu problema no es demasiado complicada, pero todavía no ha llegado el momento de ponerla en práctica.

—No te entiendo, tía Pol.

—Entonces tendrás que confiar en mí, ¿verdad?

—Yo confío en ti, tía Pol, pero...

—¿Pero qué, cariño?

—Nada.

El capitán Greldik no regresó hasta finales de invierno.

Una tormenta había abierto unas costuras del suelo del barco y, cuando éste llegó pesadamente al muelle de Riva, estaba casi lleno de agua.

—Por un momento creí que tendríamos que venir nadando —gruñó el barbudo cherek mientras saltaba al muelle—. ¿Cuál es el mejor sitio para varar esta pobre vaca vieja? Voy a tener que calafatear el fondo.

—Casi todos los marineros lo hacen en esa cala —respondió Garion señalando el lugar.

—Odio varar un barco en invierno —dijo Greldik con amargura—. ¿Hay algún sitio donde pueda tomar un trago?

—Arriba, en la Ciudadela —lo invitó Garion.

—Gracias. Ah, he traído al visitante que me mandó a buscar Polgara.

—¿Qué visitante?

Greldik retrocedió, examinó su barco como para determinar dónde estaba la cabina de popa, luego se dirigió hacia allí y pegó varias patadas contra los tablones.

—¡Ya estamos aquí! —gritó, y se volvió otra vez hacia el rey—. Odio traer mujeres a bordo. No soy un hombre supersticioso, pero creo que traen mala suerte. Además, tienes que estar pendiente de los modales.

—¿Tienes una mujer a bordo? —preguntó Garion con curiosidad.

—Una bonita chiquilla —gruñó el cherek con amargura—, pero esperaba un trato especial y, cuando toda la tripulación está ocupada sacando agua de la sentina, no hay tiempo para eso.

—Hola, Garion —dijo una vocecita delicada desde la cubierta.

—¿Xera? —El alorn miró con asombro la pequeña carita de la prima de su esposa—. ¿Eres realmente tú?

—Sí, Garion —respondió con calma la dríada de cabellos rojos. Iba cubierta hasta las orejas con gruesas y cálidas pieles, y su aliento producía nubes de vapor en el aire helado—. Me enteré de que Polgara me llamaba y vine lo antes posible. —La joven dedicó una dulce sonrisa al hombretón de cara avinagrada—. Capitán —dijo—, ¿podrías pedir a tus hombres que carguen esos bultos por mí?

—Tierra —gruñó Greldik—. Recorro diez mil kilómetros en pleno invierno para traer a una chiquilla, dos barriles de agua y cuatro paquetes de tierra.

—Greda —corrigió meticulosamente Xera—, greda. Es diferente, ¿sabes?

—Yo soy un marinero —replicó Greldik—, y para mí la tierra es sólo tierra.

—Como quieras —dijo la muchacha con expresión jovial—, pero ahora sé bueno y haz que suban los paquetes a la Ciudadela... Ah, y los barriles también.

El capitán Greldik dio las órdenes pertinentes sin dejar de protestar.

Ce'Nedra se alegró muchísimo de recibir la visita de su prima Xera. Las dos se fundieron en un fuerte abrazo y luego corrieron a buscar a Polgara.

—Se quieren mucho, ¿verdad? —observó Durnik.

El herrero iba vestido con pieles y llevaba un par de botas pintadas con alquitrán. Poco después de su llegada, a pesar de que estaban en pleno invierno, Durnik descubrió un turbulento estanque en el río que bajaba de la montaña y corría hacia el norte de la ciudad. Con asombroso autocontrol, el herrero permaneció inmóvil, con la vista fija en las congeladas orillas del estanque, durante diez minutos completos antes de ir a buscar una caña de pescar. Ahora se pasaba la mayor parte del tiempo investigando aquellas aguas oscuras y revueltas con un sedal encerado y un colorido cebo, en busca de los salmones de flancos plateados que se ocultaban bajo la turbulenta superficie del agua. La única vez que Garion había visto a Polgara reñir a su marido fue el día en que lo encontró a punto de salir de la Ciudadela, poco antes de una furiosa tormenta de nieve, silbando y con la caña de pescar sobre el hombro.

—¿Qué se supone que debo hacer con todo esto? —preguntó Greldik, mientras señalaba a los seis corpulentos marineros que habían subido los paquetes y los barriles de Xera por las altas escaleras, hasta la sombría fortaleza que se alzaba sobre la ciudad.

—Ah, diles que lo dejen todo allí —respondió Garion señalando la antecámara por donde acababan de entrar—. Ya descubriré qué quieren hacer las señoras con eso.

Greldik gruñó.

—Bien —dijo luego, mientras se frotaba las manos—, ¿qué hay de ese trago...?

Garion no tenía la menor idea de lo que su esposa, Xera y Polgara estaban tramando, pues casi siempre interrumpían su conversación en cuanto aparecía él. Para su sorpresa, los cuatro paquetes de tierra y los dos barriles de agua fueron depositados en un rincón de la habitación real. Ce'Nedra se negó rotundamente a darle explicaciones, pero la expresión con que lo miró, cuando él preguntó por qué aquellas cosas debían estar tan cerca de la cama, además de misteriosa fue ligeramente pícara.

Una semana o dos después de la llegada de Xera, el tiempo cambió de forma súbita, salió el sol y la temperatura subió hasta cerca de cero grados. Poco antes del mediodía, Garion estaba reunido con el embajador drasniano, cuando un criado entró en el gabinete real, vacilante y con cara de asombro.

—Os ruego que me disculpéis, Majestad —balbuceó el pobre hombre—, pero la señora Polgara quiere veros de inmediato. Intenté explicarle que tenemos órdenes de no interrumpiros cuando estáis ocupado, pero ella..., bueno, ella insistió.

—Será mejor que vayáis a ver qué ocurre, Majestad —sugirió el embajador—. Si la señora Polgara me hubiese llamado a mí, ya estaría corriendo hacia la puerta.

—No tienes por qué tenerle miedo, margrave —dijo Garion—. Ella nunca te haría daño.

—Es un riesgo que preferiría no correr, Majestad. Podemos seguir hablando de nuestros asuntos en otro momento.

El rey se dirigió hacia la habitación de Polgara con una ligera mueca de preocupación. Llamó suavemente a la puerta y entró.

—Ah, aquí estás —repuso ella con brusquedad—, estaba a punto de enviar a otro criado. —La hechicera estaba cubierta con una capa forrada en piel y una gran capucha que enmarcaba su rostro. Ce'Nedra y Xera se hallaban junto a ella, vestidas con atuendos similares—. Quiero que vayas a buscar a Durnik —agregó—. Es probable que esté pescando. Encuéntralo y tráelo de vuelta a la Ciudadela. Luego coged una pala y un pico e id al pequeño jardín privado que hay junto a la ventana de tu habitación. —Garion se quedó mirándola, asombrado, pero ella le hizo un gesto brusco con la mano—. Deprisa, Garion, deprisa, que se acaba el tiempo.

—Sí, tía Pol —dijo él sin detenerse a pensarlo, y salió de la habitación casi corriendo.

Cuando estaba al final del pasillo, se le ocurrió pensar que él era el rey allí y que quizá la gente no debería darle órdenes de aquella manera.

Durnik, por supuesto, respondió de inmediato a la llamada de su esposa... Bueno, casi de inmediato. Lo cierto es que arrojó el sedal una vez más antes de coger la caña y emprender el camino de regreso a la Ciudadela con Garion. Cuando ambos entraron en el pequeño jardín contiguo a la habitación de los reyes, tía Pol, Ce'Nedra y Xera estaban listas y esperaban junto a los robles de ramas entrelazadas.

—Esto es lo que vamos a hacer —explicó tía Pol con voz expeditiva—: quiero que cavéis alrededor de los troncos de los árboles hasta obtener un foso de unos sesenta centímetros.

—Eh..., tía Pol —protestó Garion—, la tierra está congelada y va a ser muy difícil cavar.

—Para eso os pedí el pico, cariño —dijo ella con tono paciente.

—¿No sería preferible esperar a que se descongele el suelo?

—Tal vez, pero tiene que hacerse ahora. Empieza a cavar, Garion.

—Tengo jardineros, tía Pol. Podría enviar a buscar un par de ellos —repuso mirando el pico y la pala con expresión de disgusto.

—Creo que será mejor que esto quede en familia, cariño. Puedes empezar a cavar aquí mismo —sugirió, señalando el sitio preciso.

El rey suspiró y cogió el pico.

Lo que siguió no tenía sentido. Garion y Durnik trabajaron con el pico y la pala hasta última hora de la tarde, en la zona indicada por tía Pol. Luego colocaron los cuatro paquetes de greda en el foso que habían abierto, alisaron la tierra suelta y regaron la zona generosamente con el agua de los dos barriles. Por fin, Polgara les ordenó que volvieran a cubrir la tierra con nieve.

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