—Bien, Pol —dijo con frialdad—, despiértalo.
Polgara se quitó la capa azul, se arrodilló junto al hombre y le apoyó las manos a ambos lados de la cabeza. Garion oyó un leve zumbido y sintió una ligera agitación. Ulfgar gruñó.
—Dadle unos minutos —indicó ella mientras se ponía de pie—. Luego podréis empezar a interrogarlo.
—Sin duda se resistirá a contestar —predijo Brin con una amplia sonrisa.
—Me decepcionaría mucho si lo hiciera —dijo Seda mientras revisaba los cajones de una cómoda.
—Bárbaros, ¿me habéis arrancado los ojos? —preguntó Ulfgar con voz débil mientras se esforzaba por sentarse.
—No —respondió Polgara—. Te los hemos tapado para que no hicieras travesuras.
—¿Entonces me han capturado mujeres? —inquirió con tono de desprecio.
—Esta sí lo es —contestó Ce'Nedra mientras deslizaba su capa ligeramente hacia un lado. Su voz tenía un deje que alertó a Garion y salvó la vida del prisionero. Con los ojos encendidos, la joven reina cogió uno de los cuchillos del cinturón de Vella e intentó clavárselo a su enemigo. En el último instante, Garion sujetó el brazo alzado de su esposa y le quitó el arma.
—¡Dámelo! —gritó.
—Ha robado a mi hijo —exclamó ella—. Lo mataré.
—No, no lo harás. Si le cortas el cuello, no podremos interrogarlo —le explicó, y mientras sostenía a Ce'Nedra con un brazo, le pasó la daga a Vella con la otra mano.
—Tenemos que hacerte algunas preguntas —le dijo Belgarath al cautivo.
—Tendréis que esperar mucho para obtener las respuestas.
—Me alegro tanto de que haya dicho eso —observó Barak—. ¿Quién quiere empezar a torturarlo?
—Hacedme lo que queráis —replicó Ulfgar con desprecio—. Mi cuerpo no me preocupa.
—Haremos todo lo posible para hacerte cambiar de idea —intervino Vella con una voz siniestramente dulce, mientras comprobaba el filo de su daga con el dedo pulgar.
—¿Qué era exactamente lo que querías saber, Belgarath? —preguntó Misión, y desvió la vista de la estatua de bronce que había estado examinando con curiosidad—. Si quieres, yo puedo responder por él.
—¿Puedes leer su mente? —le insinuó el hechicero al joven rubio, azorado.
—Algo así.
—¿Dónde está mi hijo? —se apresuró a preguntar Garion.
—Él no lo sabe —respondió Misión—. No ha tenido nada que ver con el rapto.
—Entonces, ¿quién lo hizo?
—No está seguro, pero cree que se trata de Zandramas.
—¿Zandramas?
—Ese nombre aparece una y otra vez, ¿verdad?
—¿El sabe quién es Zandramas?
—En realidad no. Sin embargo, ha oído pronunciar el nombre a su amo.
—¿Quién es su amo?
—Tiene miedo de pensar en su nombre —contestó Misión—, pero es un individuo con la cara manchada.
Mientras tanto, el prisionero luchaba con desesperación para soltar las cuerdas que lo ataban.
—¡Mentiras! —gritó—. ¡Son todo mentiras!
—Este hombre ha sido enviado aquí por su maestro para asegurarse de que tú y Ce'Nedra no engrendraréis hijos —continuó el muchacho, ignorando los gritos de Ulfgar—, o para matarlos en caso de que los tuvierais. El no tiene nada que ver con el rapto, Garion. Si hubiera secuestrado a tu hijo, lo habría asesinado.
—¿De dónde es? —preguntó Liselle con curiosidad mientras se quitaba la túnica escarlata—. No logro identificar su acento.
—En realidad no es un hombre, al menos no del todo. Recuerda haber sido algún tipo de animal.
Todos miraron fijamente a Misión y luego a Ulfgar.
En ese momento, la puerta se abrió de nuevo y Beldin entró en la habitación. Iba a decir algo, pero se detuvo y miró al prisionero con evidente asombro. Se acercó a él con grandes zancadas, se inclinó y le arrancó el trapo azul de la cara.
—¿Y bien, perro? —dijo mirándolo a los ojos—. ¿Por qué has salido de tu jaula?
—¡Tú! —exclamó Ulfgar con la cara súbitamente pálida.
—Urvon se comerá tu corazón para desayunar cuando descubra lo mal que has hecho las cosas —repuso el jorobado complacido.
—¿Conoces a este hombre? —preguntó Garion con sorpresa.
—Nos conocemos desde hace mucho tiempo, ¿verdad, Harakan?
El prisionero lo escupió.
—Veo que tendremos que domesticarte —sonrió Beldin.
—¿Quién es? —inquirió Garion.
—Se llama Harakan y es un grolim malloreano, uno de los perros de Urvon. La última vez que lo vi, estaba aullando y haciendo cabriolas a los pies de Urvon.
De repente, sin previo aviso, el prisionero desapareció. Beldin soltó una retahila de maldiciones y también se esfumó.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Ce'Nedra, atónita—. ¿Adonde han ido?
—Creo que Beldin no es tan listo como parece —dijo Belgarath—. Debería haberle dejado los ojos vendados. Nuestro prisionero ha salido del edificio mediante un acto de autotranslocación.
—¿Es posible hacer eso cuando uno no puede ver adonde va? —cuestionó Garion incrédulo.
—Es muy, muy difícil, pero Harakan parecía desesperado. Beldin lo está siguiendo.
—Lo cogerá, ¿verdad?
—Es difícil asegurarlo.
—Todavía tengo algunas preguntas pendientes.
—Yo puedo responderlas, Belgarion —confesó Misión con serenidad.
—¿Quieres decir que puedes leer su mente aunque ya no esté aquí?
El chico asintió con un gesto.
—¿Por qué no empiezas por el principio? —sugirió Polgara.
—De acuerdo. Harakan, pues ése es su verdadero nombre, vino aquí porque su amo, el individuo al que Beldin ha llamado Urvon, lo envió con la misión de evitar que Ce'Nedra y Garion tuvieran hijos. Harakan llegó a la ciudad y ganó el control del culto del Oso. Primero hizo correr todo tipo de rumores para desacreditar a Ce'Nedra, con la esperanza de convencer a Belgarion de que se separara de ella y se casara con otra mujer. Luego, cuando se enteró de que ella iba a tener un hijo, envió alguien a matarla. Ese plan tampoco funcionó y comenzó a desesperarse. Tenía mucho miedo de lo que Urvon pudiera hacer si fallaba. Entonces intentó controlar la mente de Ce'Nedra, y una vez, cuando estaba dormida, quiso inducirla a asfixiar a su hijo; pero alguien que no pudo identificar entró en la habitación y la detuvo.
—Era Poledra —murmuró Garion—. Yo también estaba allí aquella noche.
—¿Fue entonces cuando tuvo la idea de asesinar a Brand y echarle la culpa al rey Anheg? —preguntó el general Brendig.
—Aquella muerte fue un accidente —respondió Misión con una mueca de disgusto—. Harakan cree que Brand se encontró con sus secuaces por casualidad en el pasillo, cuando se dirigían a cumplir la tarea que los había llevado a Riva.
—¿Y cuál era esa tarea? —inquirió Ce'Nedra.
—Iban hacia las habitaciones reales a asesinarte a ti y a tu hijo. —La cara de la joven reina palideció—. Luego tenían órdenes de suicidarse. Así pensaban comenzar una guerra entre Belgarion y el rey Anheg; pero algo salió mal. Primero mataron a Brand por error y luego nosotros descubrimos que el culto era el responsable de esa muerte. Harakan no se atrevía a admitir su fracaso ante Urvon. Después Zandramas raptó a tu bebé y escapó de la Isla de los Vientos. Harakan no pudo seguirlo porque, cuando se enteró del secuestro, Belgarion ya estaba marchando hacia Rheon. Se encontró atrapado aquí mientras Zandramas huía con el niño.
—¡Ese barco nyissano! —exclamó Kail—. Zandramas raptó a tu hijo, Garion, y luego huyó hacia el sur mientras nosotros paseábamos por Drasnia.
—¿Qué hay de la historia que contó aquel fanático cherek después del secuestro? —preguntó Brin.
—Los seguidores del culto no suelen ser muy listos —respondió Kail—. No creo que Zandramas tuviera muchas dificultades para convencer a los chereks de que Harakan ordenaba el secuestro. Todas esas tonterías sobre educar al príncipe en el culto para que un día reclamara el trono de Riva son el tipo de locuras que esos hombres pueden llegar a creer.
—Por eso se quedaron atrás, entonces —dijo Garion—. Sabían que íbamos a coger al menos a uno de ellos y prepararon con cuidado una historia para mandarnos a Rheon mientras navegaban hacia el sur con mi hijo.
—Tengo la impresión de que nos han manipulado —declaró Javelin mientras hojeaba varios pergaminos apilados sobre la pulida mesa—, tanto a Harakan como a nosotros.
—Nosotros también podemos actuar con inteligencia. Creo que Zandramas no se ha dado cuenta de que el Orbe es capaz de seguir la pista de Geran. Si nos damos prisa, podremos seguirlos de cerca y coger a ese hábil manipulador por sorpresa.
«No funcionará a través del agua», dijo la voz de la mente de Garion con tono lacónico.
«¿Qué?»
«El Orbe no podrá seguir el rastro de tu hijo por el agua. La tierra permanece inmóvil, pero el agua se mueve de forma continua, con el viento y las mareas.»
«¿Estás seguro?»
Pero la voz ya no estaba allí.
—Hay un problema, abuelo —repuso Garion—. El Orbe no puede seguir ningún rastro en el agua.
—¿Cómo lo sabes?
—Acaba de decírmelo él —respondió señalándose la cabeza.
—Eso complica las cosas.
—No demasiado —objetó Seda—. Un barco nyissano puede conducirse a muy pocos sitios sin que lo revisen desde la quilla al palo mayor, pues la mayoría de los monarcas se cuidan bien de que no entren drogas o venenos en sus reinos. Zandramas no se expondría a dirigirse a un puerto donde pudieran revisar la nave y encontrar al príncipe rivano.
—Hay muchas cuevas ocultas en la costa de Arendia —sugirió Lelldorin.
Seda hizo un gesto negativo con la cabeza.
—No —dijo—, creo que el barco debe de haberse hecho a la mar. Estoy seguro de que Zandramas querrá alejarse de los reinos alorns..., cuanto antes. Si esta artimaña para enviarnos a Drasnia no hubiera funcionado, Garion habría conseguido que todos los hombres y las naves del Oeste se pusieran a buscar a su hijo.
—¿Qué hay del sur de Cthol Murgos? —sugirió el general Brendig.
—No —contestó Javelin con una mueca—. Allí abajo hay una guerra y toda la costa está patrullada por barcos murgos. El único lugar seguro en que pueda atracar una nave nyissana es Nyissa.
—Y eso nos conduce de nuevo a Salmissra, ¿verdad? —preguntó Polgara.
—Creo que si el gobierno estuviera implicado en esto, mi gente lo habría descubierto, señora Polgara —replicó el margrave—. Tengo el palacio de Salmissra bien vigilado. Las órdenes tendrían que haber venido de Sadi, el jefe de los eunucos de Salmissra, y nosotros estamos atentos a todos sus movimientos. No creo que el rapto se haya planeado en el palacio.
Se abrió la puerta y entró Beldin con la cara oscura como una nube tormentosa.
—¡Por todos los dioses! —maldijo—. Lo he perdido.
—¿Perdido? —inquirió Belgarath—. ¿Cómo?
—Al salir a la calle, se convirtió en halcón. Yo iba pisándole los talones, pero de repente se escondió entre unas nubes y volvió a cambiar de forma. Cuando salió, se había mezclado con una bandada de gansos salvajes que volaba hacia el sur. Como es natural, cuando los gansos me vieron huyeron en todas las direcciones y yo no sabía cuál de ellos era Harakan.
—Te estás volviendo viejo.
—¿Por qué no cierras el pico, Belgarath?
—De todos modos, ya no tiene importancia —replicó el anciano encogiéndose de hombros—. Ya sabemos todo lo que necesitábamos preguntarle.
—Yo preferiría que estuviera muerto. La desaparición de uno de sus perros favoritos disgustaría mucho a Urvon y yo soy capaz de hacer cualquier cosa con tal de darle un disgusto.
—¿Por qué lo llamas perro? —preguntó Hettar con curiosidad.
—Porque es un chandim; y eso es lo que son, los galgos de Torak.
—¿Podrías ser más claro? —insistió Porenn.
—Es muy simple —dijo Beldin inspirando con fuerza para controlar su furia—. Cuando construyeron Cthol Mishrak en Mallorea, Torak asignó a varios grolims la tarea de vigilar la ciudad. Para hacerlo, se convirtieron en galgos. —Garion recordó con penosa claridad a los enormes perros que había encontrado en la Ciudad de las Tinieblas y se estremeció—. Bueno —continuó el jorobado—, después de la batalla de Vo Mimbre, cuando Torak se sumió en un sueño que duraría siglos, Urvon logró entrar en el área prohibida que rodeaba las ruinas y consiguió convencer a una parte de la jauría de que cumplía órdenes del viejo cara quemada. Luego los condujo a Mal Yaska y volvió a convertirlos en grolims, aunque muchos murieron en el proceso. Ahora se hacen llamar chandims y constituyen una especie de orden secreta dentro de la iglesia grolim. Profesan una lealtad absoluta hacia Urvon. Son bastante buenos hechiceros y también dominan algunos trucos de magia. Sin embargo, en el fondo todavía son perros, muy obedientes y mucho más peligrosos en jaurías que individualmente.
—¡Que información más fascinante! —observó Seda mientras levantaba la vista de un pergamino que había encontrado en uno de los armarios.
—Tienes una lengua muy afilada, Kheldar —dijo Beldin con irritación—, ¿te gustaría que te la arrancara?
—No, Beldin, gracias.
—Y bien, ¿ahora qué hacemos, Belgarath? —preguntó la reina Porenn.
—¿Ahora? Vamos a perseguir a Zandramas, por supuesto. Este engaño del culto nos ha hecho perder mucho tiempo, pero lo recuperaremos.
—Cuenta con ello —repuso Garion—. Ya me ocupé del Niño de las Tinieblas una vez y lo haré de nuevo si es necesario. —Se volvió hacia Misión—. ¿Sabes por qué Urvon quiere matar a mi hijo?
—Leyó en un libro que si tu hijo caía en manos de Zandramas, éste sería capaz de usarlo para conseguir algo. Sea lo que fuere ese algo, es evidente que Urvon haría cualquier cosa para evitarlo.
—¿Qué es lo que lograría hacer Zandramas? —preguntó Belgarath con los ojos llenos de curiosidad.
—Harakan no lo sabe. Lo único que sabe es que ha fallado en la tarea que Urvon le ha encomendado.
—No creo que debamos perder más tiempo persiguiendo a Harakan —dijo el anciano con una sonrisa fría y maligna.
—¿No lo perseguiremos? —inquirió Ce'Nedra—. ¿Después de todo lo que nos ha hecho?
—Urvon se ocupará de él y le hará cosas que ni siquiera podríamos imaginar.
—¿Quién es ese Urvon? —se interesó el general Brendig.
—Es el tercer discípulo de Torak —respondió Belgarath—. Torak tenía tres discípulos: Ctuchik, Zedar y Urvon; pero ahora sólo le queda uno.
—Aún no sabemos nada sobre Zandramas —apuntó Seda.