Las seis piedras sagradas (32 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: Las seis piedras sagradas
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Mientras Lily y el Mago eran llevados hacia los dos vehículos británicos, se aproximaron algunos de los turistas del autocar más cercano.

Eran los clásicos turistas japoneses, cuatro hombres mayores con cámaras Nikon colgadas alrededor del cuello, vestidos con abultados chalecos de fotógrafo y calzados con sandalias y calcetines blancos.

Uno de los japoneses le gritó a Ashmont:

—¡Hola, señor! ¡Perdone! ¿Dónde estatuas?

Ashmont, que ahora llevaba una camiseta sobre el traje de submarinista, lo ignoró pasando por su lado.

Lily quería llamar a los japoneses, gritarles…

…pero entonces vio cómo la mirada del primer japonés seguía a Ashmont, con un brillo decidido, y la niña comprendió de pronto que allí estaba ocurriendo algo muy pero que muy extraño.

Los cuatro viejos turistas japoneses estaban dispuestos alrededor de los coches y el equipo de Ashmont en un semicírculo perfecto.

Con el corazón en la boca, Lily observó sus rostros y sólo vio ojos acerados y expresiones graves.

Entonces, por un segundo, divisó el antebrazo de uno de los japoneses… y el tatuaje, un tatuaje que había visto antes, el tatuaje de la bandera japonesa con un símbolo detrás.

—Tank… —dijo en voz alta—. Oh, no… ¡Mago, agáchate!

Lily se lanzó sobre el asombrado profesor sujetándolo por las piernas y lo hizo caer en el momento en que el «turista» japonés más cercano a Ashmont se abría el chaleco de fotógrafo para dejar a la vista seis cargas de C-4 sujetas a su pecho. El viejo de aspecto bondadoso apretó un interruptor que sujetaba en la palma y explotó.

Cuatro brutales explosiones desgarraron el aire mientras los cuatros suicidas japoneses desaparecían en idénticas nubes de humo, fuego y carne despedazada.

Las ventanillas de todos los coches en un radio de veinte metros se convirtieron en añicos y rociaron la zona con una lluvia de cristales.

Ashmont fue quién recibió la peor parte del estallido. Se vio arrojado con una fuerza terrible contra el costado de su vehículo y cayó al suelo como si de un pelele se tratara.

Tres de sus hombres, los más cercanos a los suicidas japoneses, murieron en el acto. Los demás fueron lanzados en todas las direcciones.

Iolanthe, que estaba más lejos y por tanto más protegida de las explosiones, fue arrojada cinco metros más allá por la onda expansiva, se golpeó la cabeza contra el suelo y perdió el conocimiento en el acto.

Tumbada en el suelo encima del Mago, Lily sintió una oleada de terrible calor que le golpeaba la espalda —como una bofetada sobre la piel desnuda— y luego olió algo que se quemaba, pero la sensación no duró mucho, porque al segundo siguiente se había desvanecido.

De hecho, la única persona en sobrevivir al ataque sin lesión alguna había sido el Mago, gracias a la acción de Lily en el último segundo, que lo había puesto por debajo de la zona del estallido. Con los oídos zumbando, levantó la cabeza y vio a la pequeña tumbada encima de él con la camisa en llamas.

El Mago se apresuró a salir de debajo de Lily y rápidamente utilizó su chaqueta para apagar las llamas de la camisa. Entonces la recogió, inconsciente y laxa, y se quedó allí boquiabierto en medio de la carnicería: humo, los coches destrozados y los sanguinolentos restos de los infantes de marina de Ashmont.

Se oyeron unos terribles alaridos y el Mago se volvió.

Los verdaderos turistas que habían llegado en los autocares de verdad habían visto las horribles explosiones, y al temer un ataque terrorista como el que había ocurrido en la tumba de Hatsepsut en 1997, corrieron de regreso a sus vehículos.

La mirada del Mago recorrió el lugar y se posó en Iolanthe y en la mochila que estaba en el suelo a su lado.

Con Lily apoyada en la cadera, el Mago corrió hasta el cuerpo de Iolanthe y recogió la mochila con el pilar. Después subió a uno de los vehículos de Ashmont, puso en marcha el motor y abandonó el aparcamiento a toda velocidad.

—Monstruo del Cielo, Monstruo del Cielo —gritó el Mago en su radio mientras se alejaba de Abu Simbel con rumbo sur.

La señal era fuerte y clara. El aparato de interferencias de Ashmont seguramente había quedado destruido con las explosiones.

—¡Mago! ¿Dónde has estado? Llevo veinte minutos intentando comunicarme con vosotros.

—Monstruo del Cielo, todo ha salido mal —informó el Mago—. Los británicos nos engañaron y luego los engañaron a ellos, Lily está inconsciente y Jack quedó encerrado en el interior del templo. A Alby, Osito Pooh y Astro los dejaron abandonados para que murieran en el lago con los cocodrilos. Oh, Alby…

—Alby está bien —se oyó que decía otra voz en la radio. La voz de Jack.

Jack caminaba de prisa por el lado más apartado de la isla piramidal evitando el borde inferior, seguido por los demás.

—Está aquí conmigo. También Osito Pooh, Astro y Zoe. Todos estamos sanos y salvos. ¿Qué ha pasado, Mago?

—Cuatro hombres, japoneses, se volaron a sí mismos cerca de los vehículos de Ashmont en el muelle —explicó el Mago—. Fue una emboscada. Los estaban esperando, fue como si quisieran destruir el pilar. Ahora estoy en uno de los coches de los británicos; voy en dirección sur, lejos de la ciudad.

—¿Qué pasa con Iolanthe y el pilar?

—Estaba desmayada en el suelo, así que recogí el pilar. No estoy seguro de si estaba viva o no.

—Vale —dijo Jack—. Quiero que te alejes todo lo que puedas hasta un lugar donde Monstruo del Cielo pueda recogerte.

Monstruo del Cielo, Elástico, necesitamos una barca para regresar a la playa y reunimos con el Mago…

A continuación se oyó la voz de Monstruo del Cielo:

—Cazador, no creo que eso vaya a ser posible…

Volando en círculos por encima de Abu Simbel, Monstruo del Cielo observó la vasta extensión del lago Nasser y la autopista que llevaba a la ciudad desde el norte. Sentado en el puesto del copiloto, Elástico también miraba el paisaje.

—Eso era lo que estaba intentado decirte —añadió Monstruo del Cielo—. Es por eso por lo que estaba intentando hablar contigo. El segundo convoy que vimos antes se encuentra tan sólo a unos cincos kilómetros de la ciudad, se acerca a toda velocidad desde el norte y no sólo está formado por autocares de turistas. Los vehículos están tapados. Es un convoy militar: carros de asalto, jeeps acorazados y transporte de tropas. Creo que es el ejército egipcio. Alguien les ha dado el soplo. Llegarán a la ciudad dentro de unos cuatro minutos.

Monstruo del Cielo y Elástico observaron la autopista procedente del norte, una angosta cinta negra sobre el amarillo apagado del desierto.

Allí vieron el convoy, que circulaba a toda velocidad.

Los autocares de turistas abrían el camino levantando una densa nube de polvo detrás de ellos cuando pasaban por el arcén de la autopista, una nube que ocultaba docenas de vehículos militares: camiones, vehículos acorazados y jeeps con ametralladoras. En total, el convoy parecía estar formado por unos cincuenta vehículos y quizá trescientos hombres.

—Esto es un follón de cuidado —comentó Monstruo del Cielo.

—Muy bien —dijo Jack—. El plan continúa siendo el mismo. Mago, tú sigue, sal de ahí. Ve por la autopista en dirección sur hacia la frontera de Sudán. Monstruo del Cielo te recogerá en algún lugar de por allí. Nosotros os seguiremos lo mejor que podamos e intentaremos daros alcance.

—Vale… —asintió el Mago con un tono de duda.

—Cazador, atento —dijo Monstruo del Cielo—. Te envío dos paquetes. Un par de regalos de Navidad anticipados.

Desde la rocosa isla, Jack levantó la mirada y vio la oscura silueta del
Halicarnaso
girar en el cielo del amanecer.

Luego vio el enorme 747 descender unos treinta metros por encima del lago, y mientras pasaba por encima algo cayó desde la plataforma de carga, algo con un paracaídas que retuvo su caída. Soltado en el momento oportuno, el objeto cayó a unos cincuenta metros de la isla rocosa con un gran chapoteo.

En el momento en que golpeó contra el agua, el objeto se desprendió de la carcasa y se hinchó rápidamente… para dejar a la vista una flamante Zodiac con un motor fueraborda.

—Feliz Navidad —dijo Jack.

Minutos después, él y los demás navegaban por la superficie del lago Nasser en dirección a la costa oeste.

Tocaron tierra unos pocos kilómetros al sur de las enormes estatuas de Abu Simbel, en el muelle de una remota aldea de pescadores.

En cuanto la Zodiac se detuvo delante del ruinoso embarcadero, un segundo paracaídas con un palé lanzado desde el
Halicarnaso
se posó suavemente en el desierto unos pocos centenares de metros delante de ellos.

En el palé había un Land Rover de doble tracción —donado al
Halicarnaso
por los ingleses en la isla Mortimer— modificado y equipado para el servicio militar.

Sentado tras el volante iba Elástico.

—¿Os llevo? —preguntó.

Los neumáticos chirriaron cuando el vehículo de doble tracción se puso en marcha.

Elástico iba al volante con Jack en el asiento del acompañante. Amontonados atrás estaban Astro, Alby, Osito Pooh y Zoe, entre una pila de armas y lanzamisiles Predator que Elástico había traído consigo.

Jack probó de nuevo con la radio.

—¡Cimitarra! ¡Buitre! ¡Adelante!

Ninguna respuesta. Habían acordado que vigilarían el muelle, recordó Jack, pero el Mago no los había mencionado en su informe del ataque suicida. Cimitarra y Buitre parecían haberse ausentado sospechosamente.

El pequeño vehículo circulaba por la arena levantando una nube de polvo en busca de la autopista que conducía al sur.

En aquella autopista, Jack y los demás vieron la persecución de primera mano: el solitario vehículo blanco del Mago delante del convoy del ejército egipcio formado por camiones, jeeps y vehículos de asalto.

—Al menos debemos sacar el pilar cargado —le dijo Jack a Elástico—. El conocimiento que tiene es incalculable.

—¿Qué te parece si primero nos ocupamos de salir de aquí nosotros? —repuso su compañero.

—Lily es la única que importa. Los demás somos secundarios. Si no podemos salir, tendremos que conseguir que ella lo haga. Es más importante que cualquiera de nosotros. —Dirigió a Elástico una mirada irónica—. Lo siento, compañero.

—Me alegra saber dónde estoy en el esquema de las cosas.

Jack hizo un gesto en dirección a la escena delante de ellos.

—¿Ves ese autocar de la caravana, el que se está quedando atrás?

—Sí.

—Lo quiero.

El Mago conducía como un loco.

Sujetaba el volante del coche robado con todas sus fuerzas y dirigía la mirada alternativamente hacia tres puntos: la carretera que tenía delante, la caravana de perseguidores detrás y el asiento del pasajero a su lado, donde Lily parecía como muerta, sacudiéndose con cada bache en el camino, los ojos cerrados, rasguños sanguinolentos en el rostro.

Los perseguidores lo estaban alcanzando y llenaban todo el espejo retrovisor. Dos Humvee de aspecto amenazador con torretas de ametralladoras en la parte de atrás estaban a punto de colocarse a cada lado de su coche.

—¡Monstruo del Cielo! —gritó—. ¿Dónde estás?

—¡Aquí!

¡Fiuuuuuu!

Sin previo aviso, la enorme panza negra del
Halicarnaso
pasó por encima del todoterreno del Mago y aterrizó en la carretera al tiempo que descendía la rampa de carga trasera… delante mismo del coche del Mago.

—¡Vale, reduciré un poco la velocidad! ¡Sube! —dijo Monstruo del Cielo.

El enorme 747 negro carreteó por la desierta autopista a ciento cincuenta kilómetros por hora, las alas extendidas sobre los polvorientos arcenes por delante de la caravana de coches.

El Mago pisó a fondo el acelerador.

El vehículo dio un salto para dirigirse directamente a la abierta rampa del Jumbo.

En ese momento, los dos Humvee abrieron fuego.

Las balas hicieron blanco en el coche y el avión, incluso en la bodega del aparato.

Las ventanillas laterales y la trasera del coche estallaron en añicos. El Mago se agachó protegiéndose el rostro. Pero permaneció concentrado en la rampa del
Halicarnaso.

El coche comenzó a sacudirse y a zigzaguear, pero mantuvo firme el volante y con un último pisotón al acelerador llegó a la rampa… justo por el medio… y subió al interior del
Halicarnaso,
donde fue a chocar contra la pared del fondo.

El coche se detuvo bruscamente, a salvo en el interior.

—Oh, fantástico, lo conseguí… —exclamó el Mago.

—¡Caray, Mago, lo conseguiste! —dijo Monstruo del Cielo—. Tío, creí que no ibas a atinar. Así se conduce, sí, señor…

El Mago se volvió para mirar a Lily y vio que había abierto un poco los ojos.

—Hola. Me alegra ver que estás despierta.

Se interrumpió cuando su coche se sacudió violentamente, golpeado por uno de los Humvee egipcios que había subido por la rampa detrás de ellos.

El Mago se vio lanzado hacia adelante, pero luego se giró y vio al intruso.

El instinto entró en acción. Metió la marcha atrás y pisó el acelerador.

El coche chocó contra el Humvee, lanzándolo de nuevo rampa abajo y fuera del avión, de nuevo al sol, donde el desafortunado vehículo golpeó la carretera con los frenos trabados y, tras un fuerte bamboleo, acabó tumbado.

Dos vehículos de persecución consiguieron evitarlo antes que un tercero —un gran camión de tropas— lo embistiera de lleno en el costado y ambos terminaran destrozados.

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