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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Las seis piedras sagradas (35 page)

BOOK: Las seis piedras sagradas
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—¡Despejado!

Elástico ya los había llevado a una distancia segura cuando detonó la carga y la explosión arrancó todo el costado del autocar egipcio.

De pronto, la voz de Monstruo del Cielo sonó en el auricular de Jack.

—¡Cazador! ¿Dónde demonios estás? ¡Dentro de diez segundos tendré que dar potencia o, de lo contrario, no podremos despegar!

Jack miró hacia el avión y lo comprendió: estaba demasiado lejos; Elástico, Astro y él nunca lo alcanzarían a tiempo.

Entonces, una sorda explosión llamó su atención y se volvió para mirar atrás. Vio otro misil que volaba por la carretera en persecución del avión fugitivo.

—Monstruo, no podemos alcanzarte.

—¿Qué? —Elástico y Astro también lo oyeron e intercambiaron una mirada.

Entonces sonó la voz de Lily.

—No, papá, te esperaremos.

—No, cariño, tienes que marcharte. Yo te encontraré, Lily, lo prometo. Pero debes confiar en mí, tienes que marcharte de aquí. No somos tan importantes como tú, tienes que sobrevivir. Tú, Zoe, el Mago y Alby debéis continuar con la misión, encontrar el segundo pilar y colocarlo en el segundo vértice. Llama a los gemelos, utiliza su ayuda. Ésta es ahora tu misión. Te quiero. Venga, Monstruo del Cielo, adelante.

Apagó la radio y se volvió hacia Elástico.

—Detén el autocar.

Elástico, que había escuchado todo lo que Jack había dicho, lo miró con aire interrogativo.

—En diagonal. Atravesado en la carretera. Ahora —manifestó Jack.

Elástico lo hizo, frenó el autocar violentamente y éste quedó atravesado en el centro de la carretera para impedir del todo el paso.

El
Halicarnaso
aceleró por el asfalto y desapareció en una nube de polvo mientras ganaba velocidad.

—Y ahora, caballeros —dijo Jack—, a correr.

Jack, Elástico y Astro abandonaron el autocar, cruzaron la carretera y se zambulleron de cabeza en la arena en el mismo momento en que el vehículo era alcanzado por el misil destinado al
Halicarnaso.

El autocar estalló, una enorme bola de fuego se elevó en el cielo para dejar caer una lluvia de metales retorcidos.

Cubierto de arena, sangre y sudor, Jack alzó la vista para ver cómo el
Halicarnaso
se alejaba hacia el sur, cada vez más pequeño, hasta que por fin, lenta y dolorosamente, se levantaba en el cielo, impulsado por los tres motores restantes.

En menos de un minuto, media docena de Humvee tripulados por norteamericanos frenaron simultáneamente a su alrededor. Seis helicópteros Apache patrullaban el cielo levantando una tormenta de arena con los rotores.

Jack se puso de pie, dejó caer el arma y levantó las manos detrás de la cabeza cuando el primer soldado —un norteamericano— se le acercó y, sin decir palabra, le asestó un culatazo en el rostro y de inmediato Jack no vio nada más que negrura.

BASE DE SUBMARINOS K-10

ISLA MORTIMER

CANAL DE BRISTOL, INGLATERRA

10 de diciembre de 2007, 22.00 horas

En la base K-10, en la isla Mortimer, seis miembros de las SAS montaban guardia delante de un pequeño edificio en el borde del complejo, severos centinelas que soportaban la lluvia.

En el interior del edificio, los terribles gemelos, Lachlan y Julius Adamson, trabajaban en sendos ordenadores. Lachlan hablaba sin interrumpir el tecleo.

—¿Recuerdas el triángulo rectángulo 5 x 12 x 13 que une Stonehenge con la Gran Pirámide de Gizeh? La esquina recta toca una isla que no está lejos de aquí. La isla Lundy.

De pronto Julius se alejó de un salto de su ordenador y agitó una mano en el aire.

—¡Lo tengo! ¡Tengo el segundo vértice! —Apartó de nuevo la silla para permitir que su hermano y
Tank
Tanaka vieran su pantalla, donde aparecía una foto digital de uno de los trilitos de Stonehenge hecha durante el espectáculo de luces:

Alrededor de esta imagen había un montaje de fotos de satélite correspondientes al sur de África, mapas del cabo de Buena Esperanza, e incluso una ventana abierta a Google Earth.

Julius sonrió mientras señalaba el número «2» al pie del trilito.

—Está cerca de Table Mountain.

—¿En Ciudad del Cabo? —preguntó Lachlan.

—¿Estás seguro? —quiso saber Tank.

—Del todo. Está a unos cinco kilómetros al sur de Table Mountain —contestó Julius—. Entre las montañas y colinas que hay allí. Toda la zona es un denso bosque, deshabitado, y muy difícil de recorrer. ¡Soy el mejor!

Sonrió triunfante cuando sonó el móvil de Tank. El japonés se apartó para responder a la llamada y susurró:

—¿Hola?
Ah, konichiwa…

—Te das cuenta de que esto no significa en absoluto que tú seas superior a mí, ¿no? —le dijo Lachlan a Julius—. El dos era muy fácil. El perfil de África era obvio. Yo todavía estoy intentando descubrir dónde está la línea costera para el número tres. No concuerda con ninguna de las costas actuales de la Tierra.

En un rincón, Tank frunció el entrecejo mientras hablaba por el móvil.

—¿Oh?

Julius entrelazó las manos detrás de la nuca con una expresión oronda.

—Quizá deba darte alguna clase sobre análisis topográfico, hermanito. Oye, ése podría ser mi nombre en clave:
Analizador.

—Claro que sí. Podríamos abreviarlo en
Anal.
Será mejor que les envíes la ubicación a Jack y el Mago, Anal. Estarán contentos.

—De acuerdo. —Julius tecleó algo y luego pulsó alegremente Enviar.

Mientras lo hacía, Tank acabó la llamada con un breve:
«Yoroshii, ima hairinasai»,
y colgó. Luego volvió junto a los gemelos.

—Eh, Tank —dijo Julius—. ¿Qué te parece que mi nombre en clave sea
Analizador?

Tank sonrió con tristeza.

—Eso sería muy apropiado, joven Julius.

—¿Quién viene? —le preguntó Lachlan a Tank.

—¿Qué?

—Lo acabas de decir ahora mismo por teléfono:
Yoroshii, ima hairinasai.
Significa «Vale, puedes venir ahora».

Tank frunció el entrecejo.

—¿Hablas japonés, Lachlan?

—Un poco. Una vez salí con una licenciada en ciencias japonesa.

Julius puso cara de enfado.

—¡No saliste con ella! ¡Te encontraste con ella en un chat!

Lachlan se ruborizó.

—Anal, había una conexión, lo que equivalía a salir…

De pronto, la puerta del estudio se abrió y uno de los centinelas SAS británicos se vio lanzado al interior por una ráfaga de ametralladora con silenciador: ¡Paf, paf, paf, paf, paf!

La sangre chorreó por las paredes y por las gafas de Lachlan.

El cadáver del centinela cayó al suelo con un sonido sordo.

Entonces, la habitación se vio asaltada por seis hombres vestidos de negro, todos moviéndose agachados en un equilibrio y una postura perfecta, todos ellos armados con ametralladoras MP-5SN con silenciadores apoyadas en los hombros a la manera de las fuerzas especiales, sus ojos protegidos con las gafas atisbando directamente por las miras.

Mientras cinco de los intrusos vigilaban a los gemelos, el jefe del equipo se acercó a Tank y se quitó las gafas para dejar al descubierto un joven rostro japonés.

—Profesor Tanaka, tenemos un helicóptero fuera. ¿Qué hacemos con estos dos?

Dos armas se amartillaron junto a la cabeza de los gemelos.

Lachlan y Julius se quedaron de piedra, conteniendo el aliento.

Durante un largo momento, Tank miró a los dos brillantes jóvenes como si estuviera decidiendo su fin: si vivían o morían.

—Todavía pueden ser muy útiles —dijo finalmente—. Nos los llevaremos con nosotros.

Dicho esto, salió de la habitación con paso decidido encabezando la marcha. Los gemelos fueron sacados a punta de ametralladora y, cuando salieron al tremendo aguacero, pasaron junto a los cuerpos de los guardias SAS, todos ellos muertos, con un disparo en la cabeza.

ESPACIO AÉREO SOBRE ÁFRICA

10 de diciembre de 2007, 9.30 horas

El
Halicarnaso
atravesaba el cielo africano como un animal herido, escupiendo humo de su destrozado motor de estribor. El paisaje más abajo era una ondulante alfombra de colinas verdes.

Llevaban volando durante casi dos horas desde su accidentada fuga de Abu Simbel, y ahora sobrevolaban el territorio de Uganda en el este africano. Su plan era dirigirse a la vieja base de Kenia y reagruparse.

Zoe y el Mago entraron en la cabina, donde Monstruo del Cielo estaba solo pilotando el aparato. Lily y Alby se encontraban en la cubierta inferior, durmiendo después de su excitante mañana.

—¿Has llamado? —preguntó Zoe.

—Recibí buenas y malas noticias —respondió Monstruo del Cielo—. ¿Cuál quieres oír primero?

—Las buenas noticias —dijo el Mago.

Monstruo del Cielo asintió.

—Vale. Acaba de llegar un mensaje de Inglaterra enviado por los gemelos. Algo referente al segundo vértice.

El Mago corrió al ordenador más cercano y leyó el mensaje.

—Ciudad del Cabo. Table Mountain. Oh, esos chicos tienen talento. Buen trabajo, muchachos. ¡Buen trabajo!

Zoe se volvió hacia Monstruo del Cielo.

—¿Cuál es la mala noticia?

—Nos estamos quedando sin combustible y Kenia acaba de convertirse en una zona prohibida.

—¡¿Qué?!

—¿Cómo?

—Hace unos diez minutos comencé a captar señales aéreas que recorren una cuadrícula norte-sur por toda la frontera entre Uganda y Kenia. Recorrido norte-sur perfecto, lo que significa que se trata de vehículos aéreos no tripulados guiados por ordenadores. Predator.

—Pero sólo los norteamericanos y los saudíes tienen esos aparatos… —comenzó el Mago.

—El combustible —lo interrumpió Zoe—. ¿Cuánto tiempo más podremos estar en el aire?

Monstruo del Cielo hizo una mueca.

—Tuve que vaciar mucho en aquella autopista cuando alcanzaron la turbina. Calculo que tenemos combustible suficiente para llegar a Ruanda, quizá a la costa del lago Victoria correspondiente a Tanzania. Una hora más como máximo.

—¿Vamos a tener que aterrizar en Ruanda? —preguntó Zoe.

—Podemos aterrizar o estrellarnos —admitió Monstruo del Cielo—. En cualquier caso, estaremos en tierra en algún lugar de África dentro de una hora.

Intercambió una mirada con el Mago.

—Tenemos siete días para llegar al segundo vértice —señaló Epper—. Pero necesitamos encontrar primero el segundo pilar, y Iolanthe dijo que todavía lo tiene la tribu neetha en la República Democrática del Congo. En algún momento necesitaremos un helicóptero, aunque podemos ir por tierra hasta el Congo a través de Ruanda.

—¿Por tierra a través de Ruanda? —dijo Zoe—. Lamento tener que recordártelo, Max, pero Ruanda sigue estando clasificado como el lugar más peligroso del planeta, con el Congo pisándole los talones.

El Mago cogió un mapa de África central y lo desenrolló en la consola de la cabina.

—Estamos aquí —indicó Monstruo del Cielo—. Sobre Uganda, al norte del lago Victoria.

El Mago señaló las grandes regiones sureñas de la República Democrática del Congo, que ocupaban toda la parte izquierda del mapa.

—La República Democrática del Congo es casi todo selva, una selva muy espesa. Pocas carreteras. Sin pistas para un 747. Quizá podamos robar un helicóptero en Ruanda, las Naciones Unidas dejaron allí docenas de almacenes de recambios.

—Necesitaremos ayuda —manifestó Zoe—. Suministros, idioma, costumbres locales. ¿Solomon?

—Solomon —asintió el Mago—. Lo llamaré a la granja en Kenia. Veré si puede ir cuanto antes a Ruanda con suministros y cualquier otra cosa que pueda reunir.

—Pregúntale si también puede traer combustible —añadió Monstruo del Cielo—. No quiero abandonar mi avión en Ruanda. Se merece algo mejor.

Zoe vio la expresión en el rostro de Monstruo del Cielo: abandonar su fiel avión en uno de los países más salvajes de África era un golpe muy duro.

Pero entonces el piloto añadió:

—Adelante, muchachos. Mejor que vayáis recogiendo lo que queráis llevaros porque dentro de unos cuarenta y cinco minutos estaremos en tierra.

LA QUINTA PRUEBA

El continente negro

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