Read Las seis piedras sagradas Online
Authors: Matthew Reilly
Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción
A Jack se le heló la sangre en las venas.
Eso no era una simple pérdida de señal; eso habría producido descargas estáticas. Significaba otra cosa.
Se volvió y vio al Mago en el borde del balcón, que levantaba las manos con las palmas hacia afuera. A su lado, Zoe le hacía gestos a Jack para que se apresurara.
Jack corrió a lo largo del puente sujetando la mochila como si fuera una pelota debajo del brazo mientras apretaba el botón de la radio.
—¡Astro! ¡Lily! ¡Alby! ¿Estáis ahí?
Ninguna respuesta.
Sólo el monótono zumbido.
Llegó junto al Mago y Zoe. El Mago miró el pilar guardado en la mochila. Zoe, en cambio, se acercó a West.
—Jack, nuestras comunicaciones han sido interceptadas. Aquí hay alguien más.
Surgieron del lago a cada lado de las dos Zodiac: submarinistas armados con ametralladoras MP-5. Eran doce.
—¡Mierda! —exclamó Astro—. La señal del sonar móvil de antes. No era un cocodrilo; era un hombre.
—Silencio —ordenó el líder de los submarinistas con un acento propio de Eton—. Suelten las armas y arriba las manos.
Astro y Osito Pooh obedecieron.
«Tropas británicas —pensó Astro—. Probablemente SAS o infantes de marina.» Se volvió para mirar a Iolanthe, pero la joven permanecía imperturbable.
Los submarinistas británicos subieron a las Zodiac, sus trajes negros goteando, las armas resplandecientes.
El jefe del grupo se acercó a Iolanthe y se quitó la máscara y el respirador. Era un hombre joven de mandíbula cuadrada y el rostro picado de viruelas.
—Teniente Collin Ashmont, señora. De la real infantería de marina. La estábamos esperando. De acuerdo con las órdenes, interceptamos las señales de radio del capitán West hasta que oímos que el pilar había sido colocado.
—Buen trabajo, teniente —dijo Iolanthe, que se acercó para unirse a los submarinistas británicos—. West está abajo con los otros dos. El hombre mayor que necesitamos y la mujer, que es prescindible.
Le entregó a Ashmont los auriculares y el micro en el momento en que el teniente apagaba el aparato de interferencias que llevaba sujeto en la cadera. El militar habló por el micro:
—Capitán Jack West, aquí la real infantería de marina. No tiene escapatoria, y lo sabe. Traiga el pilar.
—Que te follen —sonó la respuesta por la radio.
Ashmont sonrió. Luego miró a Lily y a Alby mientras hablaba de nuevo:
—Traiga el pilar, capitán, o comenzaré a matar a los niños, al chico primero.
—De acuerdo. Subimos.
Minutos después, Iolanthe, Ashmont y tres de sus hombres estaban en el interior de la unidad de amarre sujeta a la base de la isla rocosa, mirando el túnel lleno de cocodrilos del Nilo.
En el otro extremo del túnel estaban Jack, Zoe y el Mago.
—¡Envíe al viejo con el pilar! —gritó Ashmont.
—¿Cuál es su nombre, soldado? —preguntó Jack con voz tranquila.
—Ashmont. Teniente. Quinto Regimiento de la Infantería de Marina de su majestad.
—Ha amenazado usted a mi pequeña y a su amigo, teniente Ashmont. Me aseguraré de que pague por ello.
—No me asusta, capitán West —replicó Ashmont con un tono altivo—. He oído hablar de usted, y conozco a los de su clase. Algunos creerán que es bueno, pero para mí es alguien indisciplinado y temerario. Sólo otro animal salvaje de una colonia que debería haber sido mantenido a rienda corta. Tengo intención de matar al niño sólo por una cuestión de principios. Ahora envíe al viejo con el pilar o daré la orden.
Jack le tendió la mochila al Mago, que de inmediato avanzó por el túnel infestado de cocodrilos por segunda vez esa mañana.
De nuevo, los grandes cocodrilos gruñeron en señal de protesta, pero no atacaron.
Mientras el Mago se arrastraba por el túnel, Jack gritó:
—¡Iolanthe! Estoy decepcionado.
—Lo siento, Cazador —respondió ella—. La sangre es más espesa que el agua, en particular la sangre real.
—Lo recordaré.
Finalmente el Mago emergió del agujero al final del túnel y se enfrentó a los tres infantes de marina armados.
Ashmont le arrebató la mochila, miró el resplandeciente pilar en el interior y se lo dio a Iolanthe.
—Arriba, viejo —ordenó señalando con un movimiento de la barbilla la escalerilla que llevaba de nuevo a las embarcaciones.
—Pero… —comenzó a protestar el Mago.
—¡Muévase! —A regañadientes, el Mago subió la escalera.
De pie en la entrada del túnel, Iolanthe miró a lo largo para fijarse en West y en Zoe, en el otro extremo. Sujetaba el pilar en las manos, acariciando el nuevo hueco con forma de pirámide en el extremo con los dedos.
Entonces apretó el extremo sólido del resplandeciente pilar en el símbolo de la Máquina en la entrada y de inmediato la tapa del tamaño de una alcantarilla se movió para ocupar su lugar primigenio, sellando así la entrada del viejo túnel con un resonante ¡bum!, y dejó encerrados a Jack y a Zoe en el interior.
Iolanthe, Ashmont y los otros infantes de marina subieron en dirección a las Zodiac.
Una vez que estuvieron todos en la superficie, Ashmont rompió el sello de la unidad de amarre y, al instante, la entrada del sistema subterráneo se cubrió con el agua del lago.
Luego empujó a Lily y al Mago a la primera Zodiac, y dejaron a Alby, Osito Pooh y al norteamericano Astro en la segunda.
El teniente británico se dirigió a Iolanthe:
—¿Qué hacemos con ellos?
—Nos quedamos con la niña y el viejo. A los otros no los necesitamos.
—Que así sea —gruñó Ashmont.
De inmediato se apresuró a esposar a Osito Pooh, Astro y Alby a su Zodiac, cortó las amarras que sujetaban su lancha a la suya y a la isla y, después —¡pum, pum, pum!—, disparó tres veces en los flotadores de goma.
Lily gritó al oír los disparos.
La segunda Zodiac comenzó a deshincharse en el acto… y a hundirse… con Osito Pooh, Astro y Alby esposados a ella.
Los numerosos cocodrilos que acechaban a la espera en un amplio círculo alrededor de las dos embarcaciones empezaron a moverse. A diferencia de los otros en el interior de la isla, estos cocodrilos estaban alertas, despiertos, y se movían.
—Quizá tengan suerte y se ahoguen antes de que se los coman los cocodrilos —dijo Ashmont—. Si no, espero que su muerte no sea demasiado terrible.
—Cuando llegue el momento, desde luego espero que la suya lo sea —replicó Pooh—. Cabrón.
—¡Alby! —gritó Lily con los ojos llenos de lágrimas.
El chico estaba petrificado, miraba a un lado y a otro, desde su lancha que se hundía dentro del gran círculo de cocodrilos.
—Adiós —dijo Ashmont.
Luego puso en marcha el motor de la Zodiac y se alejó a toda velocidad en el amanecer a través del lago Nasser, rumbo a los muelles de Abu Simbel, dejando a Osito Pooh, Alby y Astro librados a su suerte.
El agua comenzó a penetrar por encima de las bordas de la Zodiac que se hundía.
De pie en la neumática, esposado a ella, Alby se sentía como un pasajero del
Titanic:
incapaz de detener el inexorable hundimiento de su nave y destinado a morir muy pronto.
—Vale —dijo Osito Pooh entre ansiosos jadeos—. ¿Qué haría el Cazador? Tendría algún tanque de aire de recambio oculto en el cinturón, ¿no? Tal vez un soplete para cortar estas esposas.
—No tenemos ninguna de las dos cosas —manifestó Astro con tono desabrido.
Osito Pooh pensó en la pequeña cantidad de explosivo plástico C-2 que tenía oculta en el anillo de la barba, pero no, era demasiado potente para las esposas, le volaría la mano.
Un enorme cocodrilo se le acercó batiendo el agua con la cola.
—¿Qué tal estás, chico? —le preguntó Astro a Alby.
—Asustado.
—Sí, yo también siento lo mismo —admitió Astro.
El agua comenzó a entrar a raudales por encima de las bordas de la lancha, y la embarcación empezó a hundirse más de prisa.
El agua subió hasta las rodillas de Alby, luego hasta los muslos.
Se hundirían en cualquier momento.
Un súbito chapoteo cercano hizo que Alby se volviera a tiempo para ver cómo un inmenso cocodrilo saltaba del agua en dirección a su cabeza, la mandíbula abierta dispuesta a atraparlo. No obstante, un momento después se oyó un resonante disparo y el cocodrilo cayó en pleno salto, agitándose, con un disparo en el ojo efectuado por Astro.
—Dios mío —susurró Alby—. Oh, Dios mío.
El nivel del agua le llegaba ahora a la cintura.
La embarcación ya estaba casi del todo sumergida, y comenzaba a inclinarse hacia las profundidades.
Osito Pooh se acercó a Alby. Se quitó la máscara y se la dio al muchacho, pese a que no tenía conectada una botella de aire.
—Ten, póntela. Quizá te dé un poco más de tiempo. Lo lamento, chico. Lamento que no podamos hacer más por ti.
Luego, con un último envión hacia abajo, la Zodiac se llenó totalmente de agua y se hundió…
…llevándose consigo a Osito Pooh, Astro y Alby hacia el fondo.
Bajo el agua.
Alby, que contenía la respiración, sintió cómo la Zodiac lo arrastraba hacia abajo sujeto por la muñeca. Mientras caía a través del agua fangosa, apenas si alcanzaba a ver la pared de la rocosa isla cercana.
Los cocodrilos acechaban en el perímetro de su visión flotando en el vacío, mirando la lenta caída libre de la Zodiac.
Entonces, en un movimiento de cámara lenta, la embarcación golpeó contra el fondo levantando una nube de sedimentos y uno de los cocodrilos se acercó. Nadaba a través del agua propulsado por su gruesa cola, en línea recta en dirección a Alby, con las mandíbulas abiertas mientras se aproximaba, y el chico gritó en un silencioso alarido submarino al ver cómo se le acercaba y…
…se detenía.
Se detuvo como si hubiera sido convertido en piedra, a diez centímetros del rostro de Alby. Sus terribles dientes se habían detenido delante mismo de los ojos desorbitados del muchacho, y fue sólo entonces que Alby vio el gran puñal K-Bar, el puñal de Osito Pooh, clavado debajo de la mandíbula inferior del cocodrilo.
Pooh había conseguido apuñalar con la mano libre a la criatura, justo a tiempo.
Pero entonces Alby vio los ojos del hombre; estaban muy abiertos e inyectados en sangre, se estaba quedando sin aire. Ese movimiento, al parecer, había sido el último acto de Osito Pooh en este mundo.
Comenzó a aflojar el cuerpo. Entonces, un segundo cocodrilo avanzó por el otro lado, de nuevo hacia Alby, la presa más pequeña, y esta vez el muchacho comprendió que no tenía escapatoria.
Osito Pooh estaba acabado, Astro se encontraba a demasiada distancia.
El cocodrilo avanzó hacia él, las mandíbulas abiertas en plena carga. Casi sin aire y ahora sin héroes para defenderlo, Alby cerró los ojos y esperó el final.
Pero el final no llegó.
No hubo una explosión de dolor o un chasquido de dientes.
Alby abrió los ojos y vio a Jack West, con un equipo de submarinista, que luchaba con el gigantesco cocodrilo, rolaba y tiraba, el cocodrilo saltando y lanzando dentelladas.
Entonces, de pronto, alguien le metió un respirador en la boca y Alby inhaló el delicioso aire.
Zoe nadaba a su lado, también con un equipo de submarinista. Luego se acercó al inconsciente Pooh y le colocó el respirador en la boca. Osito Pooh volvió a la vida en el acto. La muchacha se dirigió a Astro.
En cuanto a la lucha entre Jack y el cocodrilo, ahora era un combate oculto entre una nube de burbujas.
De pronto, Alby vio al enorme reptil morder la mano izquierda de Jack, y dos segundos más tarde vio cómo Jack sacaba la mano de las mandíbulas de la enorme bestia.
Justo en el instante en que Alby recordaba que la mano izquierda de Jack era de metal, observó cómo la cabeza del cocodrilo estallaba debajo del agua y espontáneamente se convertía en una nube roja. Sin duda, mientras el saurio lo mordía, Jack debía de haber dejado una granada en su boca. En ese momento, Zoe efectuó un disparo en la esposa de Alby e hizo lo mismo con las de Osito Pooh y Astro. Entonces, Jack apareció a su lado para compartir su respirador, y Alby se descubrió a sí mismo siendo llevado a la superficie, de alguna manera vivo.
Salieron juntos a la superficie y nadaron hacia la isla rocosa, donde Jack empujó al muchacho por la pendiente, por encima del agua, hasta que pudo tenderse sano y salvo en la menos inclinada superficie superior.
Osito Pooh y Astro fueron sacados después, luego aparecieron Zoe y Jack, que mantenían un ojo atento a los cocodrilos, pero, afortunadamente, la mayoría de ellos estaban ocupados en devorar el cuerpo de su ahora camarada sin cabeza.
Jack se tumbó en el suelo y trató de recuperar el aliento.
—¿Cómo han salido? —preguntó Alby entre jadeos.
—Había cocodrilos en el túnel de entrada —respondió Jack—. Habían entrado por una grieta en el otro lado, una pequeña rendija en la roca que probablemente fue creada por algún seísmo en algún momento. Salimos por allí.
Entonces se levantó apoyado en un codo y miró a través del lago.
—¿Se dirigieron de regreso a Abu Simbel?
—Sí —contestó Alby.
—¿Se llevaron a Lily?
—A ella y al Mago. ¿Está furioso, señor West?
Jack apretó las mandíbulas.
—Alby, furioso ni siquiera comienza a describir lo que siento ahora mismo. —Apretó la tecla de la radio—. ¡Buitre, Cimitarra! ¿Me recibís?
La radio permaneció en silencio. Ninguna respuesta.
—¡Repito: Buitre, Cimitarra! ¿Estáis todavía en el muelle, chicos? —De nuevo no recibió ninguna respuesta, sólo silencio en las ondas de radio.
Jack soltó una maldición.
—¿Qué demonios estarán haciendo?
Al tiempo que ocurría esto, el teniente Colin Ashmont llegaba con la Zodiac robada al muelle, no muy lejos de las enormes estatuas de Abu Simbel, escoltado por otras dos lanchas neumáticas más pequeñas que habían sido hinchadas en el lago y que ahora ocupaban los otros once miembros de su pelotón de infantes de marina.
El primer convoy de autocares de turistas estaba llegando al aparcamiento, no muy lejos del muelle.
Turistas de todas las nacionalidades bajaron de los autocares —alemanes, norteamericanos, chinos, japoneses—, estiraron las piernas y bostezaron.
Ashmont empujó a Lily y al Mago fuera de las lanchas y los llevó hacia un par de vehículos blancos con las ventanillas tintadas que estaban aparcados cerca. Iolanthe abría el camino a paso rápido, decidida, cargada con la mochila de West, donde iba el pilar.