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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Las seis piedras sagradas (45 page)

BOOK: Las seis piedras sagradas
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Dada la posición central del podio, Alby dedujo que las tallas eran importantes, así que se apresuró a sacar unas cuantas fotos antes que Zoe le arrebatara la cámara.

—Vamos, tenemos que pasar por la segunda mitad, y aún tenemos a esos perros pisándonos…

Un relámpago marrón arrojó a Zoe al suelo y la apartó de Alby.

El chico cayó de espaldas, la boca abierta al ver al enorme animal sobre Zoe. Una hiena.

La bestia era enorme, el pelaje enredado y sucio, y con las características patas traseras torcidas de las hienas.

Pero estaba sola. La jauría debía de haberse dividido en la persecución.

Zoe rodó por debajo de las abiertas fauces de la hiena. Luego la golpeó con la bota contra la pared de mármol del laberinto y el animal soltó un aullido pero al instante se abalanzó de nuevo sobre ella, las fauces abiertas…, sólo para verse empalada en el ahora afilado hueso de cocodrilo que Zoe sujetaba en la mano derecha.

Extrajo el arma y dejó que la hiena muerta cayera al suelo.

Alby miraba con los ojos desorbitados.

—Esto sí que es algo…

—Prohibido para menores —dijo Zoe, que ya había vuelto a levantarse—. Estoy segura de que tu madre no querría verte haciendo esto. Sigamos.

En la aldea, Lily oyó otro mensaje en la radio de Ono:

—Estoque, aquí Navaja. Neutralizados los duendes que se acercaban a nuestro helicóptero. Nativos. Repugnantes. Intentaban sabotear el aparato. Hemos encontrado la entrada de su base; al este del bosque tallado; una puerta fortificada de algún tipo; fuertemente vigilada. Necesitaremos unos cuantos hombres más.

—Entendido, Navaja. Vamos de camino, siguiendo tu señal.

Lily alzó la mirada, horrorizada.

Con Zoe y Alby en el laberinto y el Mago y ella atrapados en las plataformas, los hombres de Lobo se encontraban muy cerca de la puerta principal y estaban a punto de asaltar el reino de los neethas.

Una desesperada carrera por el laberinto.

Zoe y Alby no se atrevían a detenerse. Ahora se abrían paso por la mitad sur del laberinto, cada vez más lejos de la escalera central.

Encontraron más pozos de agua cenagosa con cocodrilos, unos cuantos agujeros muy profundos, e incluso más restos humanos.

A medio camino, una segunda hiena los alcanzó, pero Zoe le aplastó la cabeza con un cráneo de cocodrilo, utilizando los dientes del saurio como una hoja dentada que destrozó un costado de la bestia. La hiena soltó un aullido y retrocedió con toda la cara cubierta de sangre.

Siguieron corriendo hasta que, después de un tiempo y guiados con la máxima pericia por Alby, entraron en el círculo exterior del laberinto y continuaron por la larga curva hasta que llegaron a un alto portal similar a aquel por el que habían entrado.

La entrada sur.

Zoe se detuvo cuando faltaban unos veinte metros.

—No debemos salir del laberinto demasiado pronto. Tenemos que esperar el momento correcto.

—¿Y cuándo será eso? —preguntó Alby.

En ese instante, como si de una señal se tratara, se oyó la clara explosión de una granada en algún lugar de la garganta de los neethas.

—Ahora —dijo Zoe—. Los malos malísimos acaban de llegar.

El equipo CIEF de Lobo asaltó la puerta principal de los neethas, dirigido por el infante de marina apodado Navaja y un hombre de la Delta Force llamado Alfanje, seguidos nada menos que por cien soldados del ejército congoleño armados con fusiles de asalto AK-47. Lo que se dice comprados con dinero saudí, los soldados eran un ejército de alquiler, y Navaja los utilizaba como tales, como carne de cañón. Los lanzó contra las defensas principales de los neethas en la boca de la garganta: una serie de trampas ocultas y posiciones escondidas que se cobraron las vidas de un par de hombres pero que muy pronto fueron aniquiladas por la superioridad numérica de la tropa atacante.

Algunos de los guardias neethas tenían armas de fuego, aunque la mayoría eran viejas y estaban mal cuidadas y no eran rival para las modernas armas automáticas de la fuerza invasora.

Por consiguiente, el equipo de Lobo avanzó por la garganta matando a los defensores neethas a un lado y a otro. Los nativos luchaban como fanáticos, sin rendirse, hasta la última gota de sangre. Muchos soldados congoleños resultaron muertos, ya fuese por disparos o por flechas, pero eran muchos y estaban muy bien entrenados, así que pronto entraron en la plaza principal de la aldea.

Cuando comenzó la invasión de la garganta, parecieron abrirse las puertas del infierno alrededor de las plataformas de los prisioneros.

Los pobladores neethas, que hasta entonces habían estado esperando ansiosamente el resultado de la cacería en el laberinto, se habían dispersado. También lo habían hecho los miembros de la familia real y su comitiva para ir a empuñar las armas.

El puñado de monjes guerreros que habían permanecido cerca de la plataforma se apresuraron a buscar la seguridad de su templo fortaleza cruzando el primer puente levadizo y ocupando posiciones en la torre sagrada, una estructura de cuatro pisos situada en el lago, a medio camino entre el templo fortaleza y la orilla opuesta.

En cuanto a Lily y el Mago, los dejaron sin más en sus plataformas. Sólo podían mirar impotentes mientras sonaban las explosiones y los disparos en la garganta, cada vez más fuertes y cercanos.

Pero entonces Lily vio movimiento al otro lado del lago.

Divisó al hechicero y a dos monjes que corrían a la isla triangular en medio del lago y recogían los tres objetos sagrados que estaban allí: el orbe de Delfos, el segundo pilar y el artilugio que parecía un inclinómetro.

Luego se volvieron para huir a toda prisa hacia la orilla opuesta y llegaron a un estrecho sendero junto a la pared exterior del laberinto en el mismo instante en que…

… Zoe y Alby salían por el mismo sendero desde las sombras en el extremo sur del laberinto.

Lily estuvo a punto de gritar de entusiasmo: habían logrado atravesar el laberinto.

En el singular combate que siguió, Zoe desarmó a los dos monjes guerreros antes de clavar el extremo romo de una lanza en el rostro del líder para tumbarlo y dejarlo inconsciente.

Lily vio entonces cómo Zoe y Alby recogían los tres objetos sagrados y…

¡Clanc!

Se volvió ante el inesperado sonido.

Delante de la plataforma vio a Ono, que sostenía una tabla en posición vertical, como si estuviera dispuesto a tenderla a través del vacío hasta su plataforma. Diane Cassidy, delante de la plataforma del Mago, también tenía una tabla en la mano.

Con la mano que tenían libre, ambos empuñaban unas pistolas de aspecto antiguo.

En el caos a su alrededor —los guerreros neethas que corrían a la defensa, el estallido de las granadas, el disparo de las armas—, nadie hacía caso de las plataformas de los prisioneros.

—¡Joven Lily! —gritó Ono—. Hay un túnel de fuga oculto debajo de la isla torre de los sacerdotes. Te lo enseñaré… si nos llevas contigo.

—Hecho —dijo ella.

Ono no comprendió su respuesta.

—Sí, sí —se apresuró a decir Lily—. Os llevaremos con nosotros.

¡Clanc! ¡Clanc!

Las dos tablas cayeron sonoramente en posición en las dos plataformas y Lily y el Mago se apresuraron a cruzarlas, libres al fin.

Mientras corrían hacia el templo fortaleza de los sacerdotes, el Mago vio a Zoe y a Alby que corrían en la misma dirección desde el otro lado del lago, cargados con los objetos sagrados de la isla.

—¡Zoe! —gritó—. ¡Ve hacia la torre central! ¡La torre de los sacerdotes! ¡Es una salida!

—¡Entendido! —respondió ella a voz en cuello.

Apenas acababa de decirlo cuando se produjo una tremenda explosión por encima de la gran catarata en el extremo norte de la garganta.

Los árboles que ocultaban la garganta estallaron en llamas, y las ramas y los troncos ardientes llovieron sobre el lago inferior desde una altura de cien metros.

Luego, con un terrible rugido, dos helicópteros Black Hawk del CIEF aparecieron por la abertura que habían creado para detenerse —los morros alzados y las colas bajadas— en la misma vertical de la torre isla de los sacerdotes.

Eran Black Hawk modificados, conocidos como Penetradores de Defensas Armadas, o PDA, aunque las únicas modificaciones que incorporaban eran la cantidad de armamento que llevaban. Los helicópteros iban armados hasta arriba con ametralladoras, lanzacohetes y misiles.

Los cohetes disparados desde los dos PDA machacaban las defensas de los neethas. Las torres de piedra fueron voladas en pedazos, los guerreros lanzados al lago. Arrasaron los obstáculos de la entrada principal sumergidos en el agua y permitieron a los infantes congoleños entrar en la aldea sin oposición.

El templo fortaleza de los sacerdotes también fue alcanzado por un cohete desde arriba.

En un instante, las llamas asomaron por cada una de las angostas ventanas de piedra, y un momento más tarde sus enormes puertas acorazadas se abrieron y los monjes guerreros convertidos en teas humanas salieron en una turba para correr escaleras abajo y lanzar sus cuerpos al lago…, donde apagaron los fuegos, pero donde yacían a la espera los siempre hambrientos cocodrilos.

Gritos. Chapoteos. Luchas.

—Ésta es nuestra oportunidad —dijo el Mago—. ¡Adentro! ¡Vamos!

Con Lily, Ono y Cassidy pegados a sus talones, corrió hacia el templo fortaleza esquivando flechas y balas…

…sólo para verse detenido en los escalones del templo fortaleza por tres de los más inesperados participantes: el obeso jefe de los neethas y dos de sus hijos, todos ellos armados con escopetas de repetición que apuntaban al grupo del Mago.

El jefe les dijo algunas palabras furiosas a Ono y a Cassidy, y de inmediato ellos bajaron sus anticuadas pistolas.

—¿Qué ha dicho? —susurró el Mago.

—Dice que no podemos marcharnos —respondió Cassidy—. Afirma que soy suya, que es mi propietario. Cuando todo esto acabe, me enseñará una lección en su dormitorio, y a Ono le dará una paliza que no olvidará durante el resto de su vida.

Cassidy miró con furia al jefe.

—No habrá más lecciones en tu dormitorio —dijo con un tono seco y gesto desafiante al tiempo que levantaba la pistola y disparaba dos veces, con letal puntería, contra las frentes de los dos hijos reales.

Los dos hombres cayeron hacia atrás, los cráneos reventados, muertos antes de tocar el suelo.

Atónito, el jefe levantó su propia escopeta y se encontró mirando el cañón de la pistola de Cassidy.

—Llevo esperando cinco años para esto —dijo.

¡Bang!

La bala atravesó la nariz del jefe neetha, destrozándola en su camino hacia el cerebro y abriendo un inmenso surtidor de sangre que le bañó todo el rostro.

El obeso gobernante se desplomó en los escalones del templo fortaleza, su cuerpo resbalando, el cráneo abierto derramando los sesos.

El rey de los neethas estaba muerto.

Diane Cassidy miró el cadáver con una mezcla de asco y sanguinario triunfo.

El Mago recogió la escopeta del jefe caído y sujetó la mano de la mujer.

—Vamos. Es hora de irnos.

Los puentes levadizos y la torre

El grupo del Mago entró a la carrera en el templo fortaleza de los monjes neethas.

Era como correr a través de una feria de monstruos: esqueletos sanguinolentos colgaban de las máquinas de tortura, calderos de un apestoso líquido hirviente llenaban el aire con sus humos, antiguas inscripciones cubrían las paredes.

Subieron por una escalera de dos en dos y llegaron a un largo puente levadizo que conducía hasta la torre central en medio del lago. Un segundo puente levadizo se extendía desde la propia torre para encontrarse en el medio con el puente bajado.

—¡Por aquí! —dijo Ono, que corrió por el puente levadizo. El grupo lo siguió a la carrera.

Pero, cuando estaban a medio camino, una voz detuvo al Mago de manera fulminante.

—¡Epper! ¡Profesor Max Epper!

El Mago se volvió… y vio al Lobo de pie cerca de la Piedra del Combate, mirándolo.

—¡Lo hemos encontrado, Max! ¡Usted sabía que lo conseguiríamos! ¡Esta vez no puede ganar! Mi hijo no pudo, ¿cómo podría usted?

Lobo levantó algo para que el Mago lo viera: un abollado y viejo casco de bombero en el que se leía «FDNY. Precinto 17». El casco de Jack.

A su lado, el Mago oyó la exclamación de Lily al verlo.

—¡Lo vi morir, Epper! —añadió Lobo—. ¡A mi propio hijo! ¡Se han quedado sin héroes! ¿Por qué seguir huyendo?

El Mago apretó instintivamente los dientes.

—Todavía no —dijo en voz baja. Sujetó la mano de Lily y continuó corriendo hacia la torre.

En su lado del lago, Zoe y Alby también se dirigían hacia la torre central dentro del enclave de los monjes.

Corrían por un estrecho sendero junto al lago hacia una pequeña fortaleza escondida contra la pared de la garganta cuando una nueva oleada de hombres de Lobo entró en la garganta, esta vez por el norte, por encima de la catarata.

Se descolgaron por el acantilado como alpinistas, dos docenas de soldados congoleños y norteamericanos protegidos por uno de los helicópteros Black Hawk.

Alby miraba al nuevo grupo de atacantes cuando de pronto un monje guerrero neetha apareció a la vista en el tejado del pequeño fuerte que tenía delante y disparó nada menos que una granada autopropulsada angoleña contra el Black Hawk.

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