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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

Las seis piedras sagradas (29 page)

BOOK: Las seis piedras sagradas
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El flanco expuesto de la isla piramidal se alzaba ante él, rocoso, desigual y brillante de humedad. Lo cubrían los símbolos tallados, un caleidoscopio de imágenes donde el dibujo de la Máquina se perdía fácilmente.

Pero no había ninguna puerta aparente en la pared. Nada aparte de tallas y más tallas.

Jack miró el símbolo correspondiente a la Máquina.

Era una talla bastante grande, más o menos del tamaño de una tapa de alcantarilla. Los seis rectángulos que representaban los seis pilares parecían de tamaño real, del mismo tamaño que el pilar en la mochila de Jack.

A diferencia de los otros, sin embargo, el rectángulo superior de la talla era hueco, metido en la imagen.

—El ojo de una cerradura —comentó Jack en voz alta.

Sacó el pilar de la mochila y lo sostuvo contra el rectángulo hundido.

Era de la medida exacta.

—Nunca lo sabrás si no lo pruebas…

Se adelantó con el pilar y lo introdujo en el rectángulo…

…Y de inmediato toda la talla circular giró sobre su eje, rotando como una rueda, y desapareció en la pared dejando a la vista un oscuro túnel redondo.

Jack se apartó, sorprendido, sin soltar el pilar.

—¿Jack? ¿Estáis bien ahí abajo? —sonó la voz de Zoe en el auricular.

—Como siempre —respondió—. Bajad. Estamos dentro.

El túnel de Sobek

La humedad rezumaba por las paredes del angosto túnel más allá de la entrada circular. De algún lugar en las profundidades llegaba el ruido de un goteo.

Con un bastón de luz ámbar entre los dientes y guiado por la luz de la linterna de su casco de bombero, Jack se arrastró sobre el vientre unos cinco metros por el claustrofóbico túnel antes de llegar al primer obstáculo: un enorme cocodrilo del Nilo que medía con toda facilidad seis metros de largo le cerraba el paso y le sonreía desde una distancia de un metro.

Jack se quedó de piedra.

El saurio era enorme. Una enorme y gorda bestia prehistórica. Sus temibles dientes asomaban por los bordes del hocico. Resopló sonoramente.

Jack alumbró con la linterna del casco a lo largo del túnel más allá del gran cocodrilo y vio otro, quizá cuatro colocados en fila india.

«Debe de haber alguna otra entrada —se dijo—. Una grieta en algún lugar por encima de la superficie del agua por donde los cocodrilos han entrado.»

—Eh, Jack —exclamó Zoe, que apareció en el túnel por detrás de él—. ¿Por qué el atasco?

—Hay un gran animal con un montón de dientes.

—Ah…

Jack frunció los labios; pensaba.

Mientras lo hacía, Zoe se le acercó por detrás y alumbró con la linterna un poco más allá.

—Oh, debes de estar bromeando.

Entonces, bruscamente, Jack dijo:

—Hace demasiado frío.

—¿Qué?

—Es una hora demasiado temprana para ellos, su sangre está demasiado fría como para ser una amenaza.

—¿De qué estás hablando? —preguntó Zoe.

—Los cocodrilos son animales de sangre fría. Para que un cocodrilo, sobre todo uno muy grande, pueda hacer cualquier tipo de actividad, necesita calentar la sangre, y eso lo hace por lo general al sol. Estos tipos desde luego espantan, pero es demasiado temprano para ellos, hace demasiado frío, así que no son capaces de hacer grandes movimientos agresivos. Podemos pasar arrastrándonos por su lado.

—Ahora sí que bromeas.

En ese momento, el Mago y Osito Pooh llegaron junto a ellos.

—¿Cuál es el problema? —preguntó Pooh.

—Ellos. —Zoe movió la barbilla hacia la hilera de grandes cocodrilos que tenía delante—. Pero no os preocupéis, el capitán Coraje cree que podemos pasar arrastrándonos.

El rostro de Pooh perdió el color de inmediato.

—¿Arrastrarnos junto a ellos? —El Mago miró los cocodrilos y asintió.

—A esta hora del día su sangre aún estará demasiado fría. Lo único que pueden hacer ahora es morder.

—Pues precisamente es eso lo que me preocupa —señaló Zoe.

Jack consultó su reloj. Eran las 5.47.

—No tenemos más alternativas. Nos quedan veinticinco minutos para llegar al vértice, y eso significa pasar junto a esos tipos. Voy a entrar.

—Estooo, Cazador —dijo Osito Pooh—. Sabes…, bueno…, sabes que te seguiría a cualquier parte. Pero yo… no soy muy bueno con los cocodrilos la mayoría de las veces, y ésta es…

—No pasa nada, Zahir —respondió Jack—. No hay nadie que esté libre del todo del miedo, ni siquiera tú. Puedes quedarte aquí, no se lo diré a nadie.

—Gracias, Cazador.

—¿Zoe? ¿Mago?

Vio que ellos también pensaban de la misma manera.

Zoe miró el túnel con decisión.

—No puedes hacer esto solo. Yo te seguiré.

—He trabajado toda mi vida para ver qué hay detrás de esos cocodrilos —manifestó el Mago—. Que me cuelguen si me van a detener.

—Entonces, vamos allá —dijo Jack.

Arrastrándose en la oscuridad, llegó hasta el primer cocodrilo.

El gran reptil lo hacía parecer minúsculo, ridículo.

Cuando el rostro de Jack llegó a su nivel, el cocodrilo abrió sus enormes mandíbulas, que dejaron a la vista cada uno de sus dientes, y profirió un sonido de advertencia que sonó como un eructo.

Jack hizo una pausa, respiró profundamente y luego siguió adelante arrastrándose más allá de las mandíbulas de la bestia y pasando junto al costado del animal, deslizándose contra la pared curva del túnel.

Sus ojos llegaron al nivel del cocodrilo y Jack vio que aquellos ojos fríos y duros lo observaban en cada centímetro que se movía.

Pero la criatura no lo atacó. No hizo otra cosa más que moverse sobre sus garras.

Jack pasó por su lado, sus pantalones rozando la enorme panza de la bestia, sintió el contacto blando del abdomen, y de pronto llegó a la cola y la dejó atrás.

Jack soltó el aliento que había contenido.

—Acabo de pasar el primero —dijo en su micrófono—. Zoe, Mago, adelante.

La escalera de Atum

De esta manera, Jack, Zoe y el Mago se arrastraron por el largo y angosto túnel más allá de los cinco gigantescos cocodrilos del Nilo.

Al final del túnel emergieron en lo alto de una piedra cuadrada con una escalera que se perdía en la oscuridad.

La escalera formaba un zigzag mientras bajaba por el agujero. En las paredes de cada rellano había miles de jeroglíficos, incluidas tallas más grandes del símbolo, como una rueda de la Máquina.

Jack descendió el primer tramo de escaleras y se detuvo en el primer rellano…

… donde el símbolo de la Máquina en la pared se había retirado hacia adentro por algún mecanismo invisible para dejar a la vista un gran agujero, un agujero que podía contener cualquier tipo de líquido letal…

Pero entonces el pilar que Jack llevaba en las manos resplandeció levemente y el agujero se cerró de inmediato.

Jack cruzó una mirada con el Mago.

—Por lo visto, no se puede pasar por estas trampas sin el pilar en tu poder.

—No sin grandes dificultades —asintió el Mago.

Continuaron bajando la escalera, siempre en zigzag.

En cada rellano, el símbolo parecido a una rueda de la Máquina se abría pero volvía a cerrarse cuando notaba el pilar en las manos de West.

Abajo y abajo.

El Mago contaba los escalones a medida que descendían, hasta que por fin llegaron al fondo, donde la escalera se acababa delante de una enorme e imponente arcada de seis metros de altura y se abría a la densa oscuridad.

El Mago terminó de contar:

—267.

Jack entró en el portal con la mirada puesta en la oscuridad que tenía delante. Una ligera brisa, fresca y estimulante, rozó su rostro.

Intuyó que tenía un gran espacio delante, así que sacó la pistola lanzabengalas y disparó en la negrura.

Quince bengalas después, seguían en la arcada, la boca abierta por el asombro.

—Madre de Dios —susurró.

La sala de la Máquina

La arcada de seis metros de altura donde estaba Jack parecía microscópica en comparación con el espacio que se abría más allá.

Estaba en lo alto de una inmensa montaña de escalones de piedra —quinientos, quizá más— que descendían hasta una sala de fondo llano que debía de tener más o menos unos ciento treinta metros de altura y ciento cincuenta de ancho. La colosal colección de escaleras se extendía a todo lo ancho de la sala, de pared a pared, como unos escalones cuadrados cortados en la enorme ladera.

El techo de la enorme sala subterránea estaba sostenido por un bosque de gloriosas columnas, todas ellas talladas con la colorida moda egipcia, con brillantes hojas rojas, azules y verdes en la parte superior. Debía de haber unas cuarenta, todas en hileras.

—Como en el templo de Ramsés II en Karnak… —susurró el Mago.

—Quizá el templo de Ramsés sea una réplica construida en honor a éste —señaló Zoe.

De pie en lo alto de la gigantesca escalera, Jack se sintió como si estuviera en la última fila de un moderno estadio de fútbol, mirando el campo de juego allá abajo.

Pero había otra cosa.

Abajo, en la sala, no había una cuarta pared opuesta a la escalera.

Es más, en el lado opuesto a la enorme escalera, más allá del bosque de ornadas columnas, no había nada: el pulido suelo de la sala se acababa en un borde, un balcón sin balaustrada de ciento cincuenta metros de ancho, en esencia una enorme plataforma de observación que daba a un espacio oscuro todavía más grande.

Pero desde su ventajoso punto de observación en lo alto de la escalera, Jack y los demás no podían ver lo que había en el interior de ese espacio más grande, así que descendieron la escalera como hormigas en una pared gigantesca.

Estaban a mitad del descenso cuando Jack vio qué había en el espacio más grande.

Se detuvo en el acto.

—Vamos a necesitar más bengalas —susurró.

El primer vértice de la Máquina

Jack, el Mago y Zoe cruzaron el enorme suelo del salón y pasaron entre el bosque de altísimas columnas antes de llegar al borde, el punto donde miraba a un enorme vacío subterráneo.

Un gigantesco abismo se abría ante ellos.

Profundo, negro y por lo menos de trescientos cincuenta metros de ancho, se hundía en una insondable profundidad y una negrura como Jack nunca había visto.

En lo alto, suspendida del techo plano de piedra por encima del abismo, había una colosal pirámide —colgada invertida, cabeza abajo— cortada a la perfección, y, por lo que parecía, de las mismas dimensiones que la Gran Pirámide de Gizeh. Parecía más que antigua, más vieja que cualquier cosa que hubiera podido construir la humanidad. Sus flancos resplandecían con una lustrosa pátina color bronce.

Jack recordó la pirámide invertida del Louvre de París, la hermosa pirámide de cristal invertida que colgaba sobre otra más pequeña. Famosa por haber aparecido en la novela
El código Da Vinci,
su construcción estaba envuelta en los mitos masónicos y neopaganos.

También pensó en los Jardines Colgantes de Babilonia, construidos en una gigantesca estalactita natural en una gran caverna en el sur de Iraq. Se dijo que quizá los jardines habían sido construidos como un homenaje a esa pirámide.

En cualquier caso, el increíble tamaño de la misma empequeñecía el salón donde estaban Jack, el Mago y Zoe, un salón que hasta el momento les había parecido gigantesco.

—Jack, Zoe, os presento a la Máquina —dijo el Mago.

Jack consultó su reloj.

Eran las 6.02. El equinoccio joviano sería a las 6.12. Habían llegado a tiempo.

Se oyó crepitar la radio de Jack.

—Cazador, ¿todavía estáis vivos ahí abajo? —preguntó Osito Pooh, ansioso.

—Estamos dentro. Hemos encontrado la Máquina.

—Acaba de llamar Monstruo del Cielo. Ha visto una gran columna de vehículos que se dirigen hacia aquí provenientes de Asuán. Más de un centenar que siguen a los autocares de turistas.

—¿Hora estimada de llegada? —preguntó Jack.

—Una hora, quizá menos.

Jack hizo unos cálculos mentales.

—Para entonces nos habremos marchado. Con el tiempo justo.

Mientras Jack hablaba, Zoe y el Mago observaban las paredes del salón. Estaban literalmente cubiertas de imágenes; miles y miles de bellas e intrincadas tallas.

Conocían algunas, como el Misterio de los Círculos, el símbolo circular de la Máquina, e incluso la disposición de Stonehenge estaba allí. Pero otras eran del todo nuevas:

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