Las seis piedras sagradas (44 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Ciencia Ficción

BOOK: Las seis piedras sagradas
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Se colocaron las tablas en la Piedra del Combate y Zoe se vio de pronto rodeada por los monjes guerreros. Dejó caer su espada y de inmediato fue empujada a punta de lanza fuera de la piedra para ser conducida hacia el templo fortaleza, la única entrada al gigantesco laberinto al otro lado del lago.

El hechicero se situó junto a Zoe en la puerta del templo fortaleza.

—¡Esta mujer ha derramado sangre real! —gritó—. La sentencia es la siguiente: será condenada al laberinto, donde será cazada por los perros. Si los dioses, en su eterna sabiduría, le permiten salir por el otro lado viva e ilesa, entonces no podemos negarles a los grandes dioses su voluntad.

—Es un viejo engaño —comentó el Mago—. Dado que Zoe no podrá escapar del laberinto, se dirá que los dioses la han sentenciado a muerte. Es como meter a una mujer acusada de brujería en un río y decir que si se ahoga no es una bruja. Es una situación donde no puedes ganar y donde todas las ventajas son para el sacerdote que afirma tener una vinculación con lo divino.

Desde una discreta distancia, Diane Cassidy se dirigió a Zoe con voz grave:

—El laberinto tiene dos entradas, una por el norte, y otra por el sur. También tiene muchos puntos muertos. Ambas entradas tienen rutas separadas que conducen al centro. Serás lanzada en la entrada norte: unos pocos minutos después, cuatro monjes guerreros con hienas entrarán detrás de ti. Para sobrevivir, tendrás que buscar tu camino hasta el centro del laberinto y, desde allí, encontrar la ruta correcta hacia la salida sur. Esa es la única manera para sobre…

El hechicero le gritó algo a Zoe. Cassidy tradujo:

—El hechicero pregunta si tienes alguna última petición.

Zoe miró desde la entrada del templo fortaleza. Miró en dirección a Lily y al Mago en sus plataformas, los ojos abiertos por el horror, y también a Alby, cuando de pronto vio algo que colgaba del cuello del chico.

—Pues sí, tengo una última petición.

—¿Sí?

—Me gustaría que un miembro de mi grupo me acompañase en el laberinto: el niño.

El Mago y Lily gritaron al unísono:

—¿Qué?

Alby apuntó a su pecho.

—¿Yo?

Diane Cassidy frunció el entrecejo sorprendida, pero transmitió las palabras de Zoe al hechicero.

El hechicero miró al pequeño Alby y, al ver que no representaba ningún peligro, asintió.

El muchacho fue sacado de su plataforma y conducido por los escalones del templo fortaleza, donde se reunió con Zoe.

—¿Zoe…?

—Confía en mí, Alby —fue todo cuanto dijo mientras se abría con gran estruendo la puerta del templo fortaleza, levantada por las cadenas.

En el momento anterior a que ambos fuesen conducidos adentro, Zoe le gritó a Lily:

—¡Lily! ¡Continúa escuchando la radio de tu amigo!

—¿Qué? —preguntó la niña.

Pero para entonces la gran puerta del templo fortaleza se había cerrado sonoramente detrás de Zoe y Alby.

Dos grandes puentes levadizos fueron bajados y ellos los cruzaron, para llegar al borde del vasto laberinto circular. Miraron atrás hacia la aldea; a Lily y al Mago en las plataformas; a los nativos en el anfiteatro sentados a su alrededor, y la isla sagrada con el orbe y el segundo pilar en el pedestal.

El sonido de unos feroces gruñidos hizo que se volvieran.

Cuatro monjes guerreros salieron de una jaula excavada en una pared cercana, sujetando con correas cuatro grandes hienas moteadas.

Los animales con aspecto de perro tiraban de sus correas; parecían muertos de hambre, para ocasiones como ésa. Ladraban, lanzaban dentelladas, y las babas escapaban de sus fauces.

—Dime por qué me has traído —susurró Alby.

—Porque tú puedes leer mapas mejor que yo.

—¿Porque yo puedo qué?

—Y porque tienes mi cámara digital colgada alrededor de tu cuello —le explicó Zoe con una mirada significativa—, y mi cámara guarda el secreto de este laberinto.

—¿Cómo?

Antes de que Zoe pudiera responder, fueron llevados a la entrada norte del laberinto, un enorme arco colocado en el anillo exterior de piedra.

El trabajo de sillería era notable, una piedra similar al mármol de múltiples colores sin ninguna unión visible. De alguna manera, habían cortado y alisado la durísima piedra ígnea en esa increíble configuración, un trabajo muy avanzado para una primitiva tribu africana.

El hechicero se dirigió a la multitud al otro lado del lago, a voz en cuello:

—Oh, poderoso Nepthys, Señor Oscuro del Cielo, portador de la muerte y la destrucción, tus humildes siervos te encomiendan a esta asesina de la sangre real y a su compañero a tu laberinto. Haz con ellos tu voluntad.

Dicho esto, Zoe y Alby fueron empujados a través de la arcada y al interior del laberinto, el antiguo laberinto del que ningún acusado había salido jamás con vida.

El Laberinto de los neethas

Una pesada puerta se cerró detrás de ellos. Zoe y Alby se encontraron en el larguísimo pasillo sin techo y paredes blancas que se curvaba en ambas direcciones.

Muy alto por encima de los muros de tres metros del laberinto, elevándose de su mismo centro, se alzaba una espectacular escalera de piedra que conducía al volcán, al sepulcro interior de los sacerdotes. En ese mismo instante, había diez monjes guerreros de pie en la escalera que vigilaban el santuario interior por si se daba la poco probable situación de que Zoe y Alby llegaran al centro.

Tenían tres alternativas.

Izquierda, derecha o a través de una enorme abertura en la siguiente pared circular que tenían delante.

Sin embargo, en el fangoso suelo de aquella abertura, para impedirles el paso, estaba el hediondo esqueleto de un enorme cocodrilo que no había conseguido salir del laberinto. A medio comer, el esqueleto aún tenía restos de carne putrefacta.

«¿Qué demonios se comió al cocodrilo?», pensó Alby.

Entonces dio con la respuesta.

«Otros cocodrilos. Aquí hay otros cocodrilos…»

—De prisa, por aquí —dijo Zoe, que arrastró al chico hacia la izquierda—. Dame la cámara.

Alby obedeció. Mientras corrían, Zoe buscó entre las fotos archivadas y fue pasando por su aventura africana: fotos del bosque de árboles tallados de los neethas, de Ruanda, luego del lago Nasser y Abu Simbel y…

…las fotos que Zoe había hecho del primer vértice.

Las imágenes de la inmensa pirámide de bronce colgada apareció en la pequeña pantalla de la cámara, y después las fotos de las paredes en el inmenso salón de las columnas del vértice, incluida la instantánea de la placa dorada.

—Ésta —dijo mostrándosela a Alby—. Es ésta. Él miró la foto mientras caminaban a paso rápido por el largo y curvo pasillo.

La fotografía mostraba dos curiosas imágenes circulares con intrincadas tallas en la pared de piedra. Imágenes de un laberinto. Ese laberinto. Una imagen correspondía al laberinto vacío, mientras que la otra mostraba dos rutas, una desde el norte y la otra desde el sur, y las dos acababan en el centro.

Alby sacudió la cabeza. Con sus diez círculos concéntricos y la angosta y recta escalera que partía del centro hacia la derecha, desde luego se parecía mucho a su laberinto.

—Estoy segura de que el hechicero y sus sacerdotes tienen esta misma talla en alguna parte —afirmó Zoe—. Es por eso por lo que sólo ellos saben cómo moverse sin problemas por el laberinto.

—¡Zoe, espera! ¡Para! —gritó Alby, que se detuvo bruscamente.

—¿Eh?

—Si hacemos caso de la foto, vamos en la dirección opuesta.

—¿Ya?

Miraron de nuevo en la pequeña pantalla de la cámara el grabado que mostraba la ruta a través del laberinto. Se habían dirigido sin más a la izquierda, corriendo alrededor del primer círculo del laberinto.

—Deberíamos haber saltado por encima del esqueleto del cocodrilo y tomado el siguiente círculo —dijo Alby—. Mira. Esta ruta sólo conduce a un puñado de puntos sin salida. De prisa. ¡Tenemos que volver antes de que suelten a las hienas!

—Me alegro de que hayas venido conmigo —sonrió Zoe.

Corrieron de regreso, llegaron a la enorme entrada y de nuevo vieron el cocodrilo medio devorado. Lo saltaron.

—Ahora vamos a la izquierda —señaló Alby.

Y eso hicieron, corriendo con desesperación por el pasillo curvo.

Vieron la escalera que pasaba por encima de ellos y, al acercarse, observaron una arcada en la base que les permitía pasar por debajo si lo deseaban.

—No —gritó Alby—. A la derecha, al siguiente círculo.

¡Pum!

El sonido, similar al de una detonación, resonó por todo el laberinto.

Fue seguido de cerca por los ladridos de las hienas y el rápido golpeteo de las garras en el barro.

—Acaban de soltar a los perros —dijo Zoe.

Corrieron por el laberinto. A toda prisa, a lo largo de las paredes curvas, a menudo oyendo las hienas por encima de los muros.

De vez en cuando se encontraban con un agujero lleno de una agua apestosa y habitado por un cocodrilo o dos. A menudo había restos humanos cerca; también esqueletos de otros cocodrilos, aquellos reptiles que no habían conseguido salir antes de morir de hambre.

Los rodeaban o saltaban por encima de ellos sin atreverse a reducir la marcha, aunque en una ocasión Zoe aprovechó para recoger un largo y grueso hueso de cocodrilo de uno de los esqueletos.

Siguieron corriendo.

Todo el tiempo, la escalera central se veía más cerca.

—Zoe —dijo entonces Alby—. ¿Qué vamos a hacer si salimos de aquí? ¿No nos matarán de alguna otra manera?

—No, si sucede lo que creo que sucederá —respondió ella—. Necesitaba conseguir algo de tiempo. Es por eso por lo que tardé tanto en matar a ese estúpido príncipe.

Alby se quedó de una pieza.

—¿Tardaste tanto con toda intención? ¿Por qué? ¿Qué va a pasar?

—Los malos no tardarán en llegar.

—Creía que los malos eran ellos.

—Unos tipos más malos todavía. Los que nos echaron de Egipto y mataron a Jack. Están al caer. Cuando lleguen y ataquen a los neethas, entonces tendremos nuestra oportunidad. Será el momento en que querremos estar fuera del laberinto y preparados para correr.

En la aldea, Lily continuaba sola en su alta plataforma de piedra. Ono estaba sentado al otro lado, todo lo cerca que podía.

De pronto sonó la radio que llevaba colgada alrededor del cuello.

—Líder del equipo de tierra, aquí Lobo, adelante.

—Aquí líder del equipo de tierra. ¿Qué desea, señor?

—Navaja, estate alerta. Mientras tú y Alfanje estabais admirando aquellos árboles tallados hemos captado unas señales de calor que iban en vuestra dirección. Señales humanas, alrededor de una docena, y se están acercando a vuestros helicópteros desde el este.

—Gracias por el aviso, señor. Nos ocuparemos. Navaja, fuera.

Lily se volvió hacia el Mago en la otra plataforma. Él también lo había oído.

—Los hombres de Lobo… —dijo—. Ya casi están aquí…

Zoe y Alby seguían adentrándose en el laberinto corriendo por los largos pasillos de paredes curvas, con Alby en la vanguardia y Zoe alerta a cualquier señal de peligro. Mientras corría, arrastraba el hueso de cocodrilo contra la pared, frotándolo con fuerza.

Poco a poco se fueron acercando a la escalera del centro y, cuando acababan de pasar junto a una de las diez arcadas que cortaban su base, se hallaron de pronto en un espacio que era un círculo donde había dos entradas y, dejándolos asombrados por un instante, el inicio de la angosta escalera.

Habían llegado al centro del laberinto.

Alby miró la altísima escalera. Sus escalones se elevaban hacia las tremendas alturas del volcán vacío, con la anchura justa para que subiera una persona a la vez y sin ninguna clase de balaustrada.

Los monjes guerreros de feroz aspecto, armados con lanzas y armas de fuego, estaban apostados en la subida.

Al pie de la escalera, en el centro exacto de todo el laberinto, había un adornado podio de mármol. Tallado en él había algo parecido a una lista, escrita en la lengua de Thot:

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